2
No había luna. Se habían apagado las luces de la zona de la jaula y se había ordenado al centinela que se fuera a otra parte.
Brown Limper estaba sentado en el suelo y Terl agazapado junto a los barrotes. Entre ellos se sentaba Lars Thorensen, que utilizaba una lucecita tenue para recurrir en ocasiones al diccionario.
Sus voces eran muy bajas. No había posibilidad de que se escuchara nada de esto. ¡Ésta era la gran noche!
Las garras de Terl se movían y se sentía atravesado por pequeñas corrientes de energía. Esta conferencia era tan importante, su resultado positivo era tan vital para sus planes, que tenía dificultades para respirar. Y, sin embargo, debía sonar indiferente, casual, colaborador (una nueva palabra que había aprendido). Debía reprimir los impulsos contradictorios, tales como atravesar los barrotes (que había deselectrificado sin que ellos lo supieran, mediante su control remoto escondido en las piedras); el placer de destrozarlos con sus garras se subordinaba totalmente a lo que estaba intentando hacer. Se obligó a concentrarse en el negocio que tenía entre manos.
Brown Limper estaba contando que había logrado exponer un escándalo evidente en el Consejo. Había llevado aparte a cada uno de los otros cuatro consejeros principales, mostrándoles ciertas grabaciones, y éstos habían comprendido que su conducta era una trasgresión absoluta de sus propias leyes. Cada uno de ellos se contempló a sí mismo practicando perversiones a las que habían sido introducidos por las mujeres brigante, tales como cuatro mujeres al mismo tiempo, y había aceptado con vergüenza que era una desgracia potencial para el gobierno. (Lars había tenido dificultades para encontrar la palabra «vergüenza» en el diccionario psiclo, pero finalmente la había descubierto en la sección de arcaísmos como una antigua palabra hocknero, totalmente obsoleta).
Una resolución nombraba a Brown Limper Staffor ejecutivo en nombre del Consejo, con ayuda de un secretario (que sabía firmar su nombre con grandes dificultades, pero que, aparte de eso, ni siquiera sabía leer). Toda la autoridad del Consejo radicaba ahora en un tal Brown Limper Staffor, como consejero principal del planeta de allí en adelante y para siempre, como el más competente y digno de los consejeros. Los otros habían hecho sus maletas y se habían ido a su casa. Ahora la palabra de Brown Limper Staffor era ley para todo el planeta.
Terl hubiera creído que se notaría algún vestigio de júbilo. Así se hubiera sentido él. Susurró su aprobación y una alabanza de sus cualidades de estadista, pero Brown Limper no pareció animado.
—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlo? —susurró Terl. Brown Limper emitió un largo suspiro, casi desesperado. Había elaborado una lista de cargos criminales contra Tyler.
—Bien —resumió Terl en voz muy baja—. Ahora tiene el poder para perjudicarlo. ¿Son cargos importantes?
—¡Oh, sí! —exclamó Brown Limper, entusiasmado—. Interrumpió el traslado de una tribu ordenado por el Consejo, raptó a los coordinadores, asesinó a algunos de los miembros de la tribu, robó sus pertenencias y violó sus derechos tribales.
—Diría que esto es bastante serio —susurró Terl.
—Hay más —dijo Brown Limper—. Tendió una emboscada a un convoy psiclo y lo destruyó, sin cuartel, robando sus vehículos.
—¿Tiene pruebas de todo esto? —preguntó Terl.
—Los testigos de la tribu están aquí. Y todas las noches, allá en la Academia que hay en las colinas, se pasan las pictógrabaciones de la emboscada. Lars ha hecho copias.
—Diría que eso demanda que se haga justicia —concluyó Terl.
La palabra «justicia» era otra de las que habla tenido que estudiar mediante las traducciones.
—Y todavía hay más —prosiguió Brown Limper—. Cuando devolvió los dos mil millones de créditos galácticos encontrados en el complejo, faltaban más de trescientos créditos. Eso es robo, una felonía.
Terl jadeó. No lo hacía por lo que faltaba, sino a causa de los dos mil millones de créditos galácticos. Hacían que los ataúdes que él suponía en el cementerio de Psiclo, fueran simplemente dinero suelto para comprar kerbango.
Necesitaba unos minutos para resolver esto y dijo a Lars que tenía que poner un nuevo cartucho de gas respiratorio en su máscara. Lars le alcanzó uno sin advertir que el interruptor de electrificación estaba cerrado. Terl tuvo que dar un golpe a su control remoto, lo que hizo en un instante para evitar que se electrocutara.
Mientras ponía en su lugar los nuevos cartuchos, Terl pensaba furiosamente. ¿El viejo Numph? Tenía que ser. ¡Bueno: el balbuceante idiota no lo era tanto, después de todo! Había tenido otras estafas funcionando tal vez durante treinta años. ¡Tenía que ser eso! ¡Dos mil millones de créditos galácticos! Terl modificó sus planes. Sabía exactamente lo que podía hacer. Esos dos mil millones irían en tres o cuatro ataúdes sellados marcados con «muerte por radiación», de modo que nunca fueran abiertos, e iban a ir directamente a su cementerio. Tenía unos planes ligeramente menos funcionales. Los abandonó y ante él se abrió todo otro panorama, uno que no sólo no podía fracasar, sino que sería también enormemente rentable. En un instante había vuelto a arreglar las cosas. Un plan mucho más seguro del que había tenido hasta entonces. Mucho más practicable. No había en él nada desesperado.
La oscura e íntima conferencia prosiguió.
—¿Entonces cuál es realmente su problema? —susurró Terl.
Sabía exactamente cuál era. ¡Este idiota no podía ponerlo las patas encima al animal Tyler!
Brown Limper volvió a hundirse.
—Una cosa es tener cargos; otra muy distinta es ponerle las manos encima a Tyler.
—¡Ajá! —prorrumpió Terl, esperando que su voz tuviera un tono muy reflexivo y considerado (una nueva palabra que había buscado)—. Déjeme ver. ¡Ajá, ajá! En este caso el principio operativo es atraerlo a la zona —esto era simplemente técnica de jefe de seguridad—. No puede salir a buscarlo porque es elusivo o está demasiado bien protegido, de modo que lo correcto es atraerlo aquí, lejos de toda protección y después atacar.
Brown Limper se irguió, súbitamente esperanzado. ¡Qué idea brillante!
—La última vez que estuvo aquí —susurró Terl, tratando de reprimir en lo posible su excitación— es cuando hicimos un disparo de transbordo. Si se hiciera otro y él se enterara, estaría aquí en un instante. Entonces usted podría atacar.
Brown Limper comprendía con total claridad.
—Pero tiene también otro problema —continuó Terl—. Él está utilizando propiedades de la compañía. Aviones y equipo de la compañía. Ahora bien, si usted personalmente poseyera esas cosas, podría acusarlo realmente de robo mayor.
Brown Limper se perdió. Lars lo repitió y lo aclaró. Brown Limper no conseguía captarlo.
—Y además —susurró Terl, que permanecía tranquilo— está utilizando el planeta. Ahora bien, yo no sé si usted sabe que la Compañía Minera Intergaláctica pagó al gobierno imperial psiclo billones de créditos por este planeta. ¡Es propiedad de la compañía!
Lars tuvo que buscar cosas en ambos diccionarios, el psiclo y el inglés, para comprender cuánto era un billón y después tuvo que escribirlo para Brown Limper. Finalmente, éste consiguió comprender que era una suma monstruosa.
—Pero —siguió Terl— ahora el planeta está prácticamente agotado, esto era una falsedad evidente, pero esos dos no podían saberlo. —Un planeta no estaba «agotado» hasta que no se había atravesado prácticamente la corteza para llegar al núcleo líquido—. Sucede que ahora sólo vale unos pocos miles de millones de créditos.
Valía todavía unos cuarenta billones. ¡Mierda, tendría que cubrir sus huellas!, pero era brillante.
—Yo soy el agente residente y representante de la compañía —susurró Terl— y estoy legalmente autorizado a disponer de su propiedad.
—¡Qué mentira! ¡Oh, tendría que cubrir sus huellas! Por supuesto, usted no lo comprendió. El animal Tyler sí, y por eso me mantuvo con vida.
—¡Oh! —susurró Brown Limper—. ¡Eso me había desconcertado! Es tan amante de la sangre qué no podía comprender cómo estaba usted vivo si ese mismo día asesinó a los Chamco.
—Bueno: ahora ya sabe mi secreto —dijo Terl—. Él mismo estaba tratando de negociar conmigo para comprar la sucursal terrestre de la Minera Intergaláctica y el planeta. Por eso piensa que puede ir por ahí usando el equipo de la compañía y recorriendo todo el globo. Por supuesto, yo no quise ni hablar de eso, conociendo su mal carácter.
Ésta era otra palabra que Terl había buscado.
Súbitamente, Brown Limper quedó anonadado por la trampa que Tyler le había «preparado». Por un momento sintió como si la propia tierra en la que se sentaba estuviera desmoronándose.
—¿Él sabe dónde están estos dos mil millones? —preguntó Terl.
—Sí —contestó Brown Limper, tenso.
¡Buen Dios, qué ciego había sido! Tyler iba a comprar la compañía y el planeta, y entonces ¿qué pasaría con Brown Limper?
Terl lo tenía todo calculado.
—Pero yo no vendería. No al animal Tyler. Estaba pensando en usted.
Brown Limper suspiró aliviado. Después miró a su alrededor por encima del hombro y se inclinó hacia adelante, impaciente a causa de los retrasos de la traducción.
—¿Me vendería la compañía y el planeta a mí? ¿Es decir, a nosotros?
—¡Oh, sí! —dijo Terl—. El contrato de venta sería legal en cuanto estuviese firmado, pero tendría que registrarse en Psiclo, como formalidad.
¡Oh, demonios, si alguna vez trataba de registrar una cosa semejante, si llegaban a enterarse, lo vaporizarían de la manera más lenta!
Fingió que había gastado su último cartucho, y de este modo compró tiempo con otro cambio. Había una condición en la cual se eliminaba un planeta. La compañía jamás vendía un planeta. Cuando se abandonaba uno, utilizaban cierta arma. Terl ya había decidido destruirlo. Ya había cubierto el terreno. Se controló. Cualquier contrato de venta que firmara quedaría convertido en humo si destruía el planeta. Bien: tal vez a la compañía le llevara dos años contraatacar. Tenía mucho tiempo. Sí, podía firmar un falso contrato de venta con total seguridad. La conferencia secreta prosiguió.
—Para conseguir esta concesión, usted tendría que hacer lo siguiente: uno; hacer que preparen mi oficina; dos, dejarme trabajar allí libremente para calcular y construir el cuadro de mandos de un nuevo aparato de transbordo; tres, proporcionarme todo lo necesario; y cuatro, darme adecuada protección y fuerza para el disparo mismo.
Brown Limper tenía sus dudas.
—Pero tendré que llevar los dos mil millones a las oficinas de la compañía en Psiclo —dijo Terl—. No soy un ladrón. Brown Limper lo comprendía.
—Y tendré que registrar el hecho de la venta para el planeta y para la sucursal de la compañía aquí, para que sea totalmente legal —objetó Terl—. No me gustaría que tuviera usted un contrato no registrado. Yo también deseo ser justo con usted. («Justo» era otra palabra que había buscado).
—Sí —dijo Brown Limper, era evidente que procuraba ser justo y legal. Seguía teniendo sus dudas.
—Y si tiene un contrato de venta de la compañía, poseerá todo el equipo y las minas, además del planeta/y entonces no se permitirá a Tyler volar por ahí.
Brown Limper se irguió un poco más. Empezaba a ponerse algo ansioso.
—Además —continuó Terl—, puede hacer saber por diversos canales que va a hacer un disparo de cargamento a Psiclo. En el momento en que él escuche eso, vendrá por aquí y lo tendrá en su poder. Esto fue definitivo.
Brown Limper estuvo a punto de meter la mano por entre los barrotes para estrechar la pata de Terl, hasta que Lars le recordó que estaban electrificados. Se puso en pie, dominando el impulso de ponerse a saltar.
—¡Haré la escritura! —exclamó. Demasiado alto—. Haré la escritura —susurró—. Acepto todas sus condiciones. ¡Haremos exactamente lo que usted diga!
Se precipitó en dirección equivocada hacia el coche de superficie. Lars tuvo que detenerlo y llevarlo hasta el coche. Brown Limper tenía una mirada afiebrada.
—Ahora se hará justicia —estuvo repitiendo durante todo el viaje de regreso a Denver.
En su jaula, Terl no podía creer en su buena suerte. Sentía una terrible necesidad de reír y retorcerse.
¡Lo había conseguido! ¡Y sería —era— uno de los psiclos más ricos que existían!
¡Poder! ¡Éxito! ¡Lo había conseguido! Pero tenía que asegurarse absolutamente de que este maldito planeta se transformaría en humo. En cuanto él se fuera.