Parte 6

1

Su problema consistía en que querían llenar este lugar de micrófonos, evitando al mismo tiempo que fueran descubiertos por alguien que, aunque estaba bastante loco, era uno de los más agudos jefes de seguridad que hubieran salido alguna vez de las escuelas de la compañía.

Si lo hacían bien, tendrían un registro completo de la tecnología y las matemáticas del teletransporte. Sabrían lo que le había sucedido a Psiclo, porque podrían enviar pictógrabadores. Conocerían los alrededores y posiblemente las intenciones de otras razas. Estarían en comunicación con las estrellas y universos y podrían defenderse en la Tierra.

Terl tendría que diseñar y construir con nada un cuadro de controles de transbordo, porque el antiguo, que estaba junto a la plataforma, era una ruina chamuscada.

Necesitaban aparatos que pudieran leer por encima de su hombro cada libro que abriera, cada página de cifras que escribiera. Necesitaban armar el taller dentro de la oficina y montarlo de manera tal que cada reóstato que cogiera, cada cable que ajustara, quedara exactamente registrado.

Era seguro que pasaría una sonda por el lugar antes de cada período de trabajo y posiblemente después de cada día de tarea. Sería minucioso en su búsqueda de micrófonos.

Si Terl tuviera la más mínima sospecha de que esta tecnología estaba siendo observada, no empezaría. Si pensaba que un extranjero se había apoderado de ella, se suicidaría. Porque no cabía duda de que Terl tenía en la cabeza los dos aparatos que habían encontrado en los psiclos muertos.

Antes de abandonar África, el doctor Mac Kendrick se había mostrado muy pesimista sobre la posibilidad de sacar esos objetos con todo ese hueso y seguir teniendo después un psiclo vivo y capacitado para seguir funcionando. Esa posibilidad no estaba completamente perdida, pero no era algo con lo que pudiera contarse.

En los últimos tiempos, Angus había empezado a comprender por qué Jonnie había dejado vivo a Terl, por qué no se limitaban a coger algunos aviones de combate y a barrer este nuevo conflicto político. Era una situación muy delicada y una oportunidad muy frágil. Tenía que funcionar, ¡pero a qué riesgo! Angus no dudaba que Jonnie estaba arriesgando su vida. Un riesgo inmenso y peligroso. ¡Pero qué premio! La tecnología psiclo de teletransporte. La Tierra dependía de ella.

Jonnie era muy frío, pensó Angus. Él mismo nunca tendría tanta paciencia y no sería capaz de mantener una visión global tan precisa, sin que entraran en ella consideraciones personales.

Angus levantó la vista de los cerrojos. Tenía miedo por Jonnie cuando pensaba en lo que estaban haciendo. Esta gente o Terl lo matarían en un instante sí lo encontraban o descubrían lo que estaba naciendo. Roberto el Zorro había afirmado que se trataba de un riesgo tan loco como desesperado. Angus no creía eso. Era una muestra de coraje como nunca había contemplado antes.

Consiguió abrir los gabinetes. Contenían todos los documentos que podía necesitar un jefe de seguridad. Papeles y registros que para Terl serían vitales.

Jonnie buscaba notas muy confidenciales sobre teletransporte o sus extrañas matemáticas. Durante su inspección, no encontró nada sobre estos temas, aparte de pruebas normales. Pero sí encontró algo interesante.

Era un registro de todos los depósitos minerales que quedaban en la Tierra. Hacía siglos que la compañía no hacía un estudio mineral, contenta con lo que había encontrado originalmente. Pero Terl sí lo había hecho.

Jonnie sonrió. Había dieciséis filones de oro en el planeta, casi tan buenos como el que habían trabajado. En los Andes y el Himalaya…, sólo que no estaban tan cerca de casa y trabajar en ellos hubiera sido un asunto más público. ¡Ah, sí! Todos esos otros filones se asociaban también con uranio.

Había gruesos registros de los recursos minerales existentes en la Tierra. Durante cientos de años los jefes de seguridad habían localizado los descubrimientos de los vuelos de reconocimiento, que se usaban por motivos de seguridad, pero también como buscadores de mineral.

La compañía, con sus métodos mineros de «seminúcleo», podía bajar casi hasta el núcleo de lava, hasta el fondo mismo de la corteza, sin romperlo. Y estaban satisfechos con trabajar lo que tenían y conservar sus fuentes de riqueza intacta.

Simplemente, Terl había retirado los registros para utilizarlos para sus propios fines.

¡Minerales, metales! El planeta todavía era rico en recursos. Jonnie registró rápidamente cada página. No estaba allí para eso, pero era agradable saber que el planeta no había quedado desprovisto de minerales. Los necesitarían.

Angus había encontrado lo que buscaban en ese momento: la sonda de Terl. Era una caja oblonga con una antena que sobresalía y un disco en la punta. Tenía interruptores de encendido y apagado para variar frecuencias, luces de cúpulas y timbres…

Jonnie había hecho un buen aprendizaje de la electrónica. Sabía que ninguna onda que esto pudiera detectar pasaría a través del plomo o de una aleación de plomo. En situación ordinaria, esto no sería importante, porque ningún micrófono, de cualquier tipo que fuera, pasaría a través del plomo. En consecuencia, ¿para qué detectarlo si no funcionaría como micrófono o como cámara si tenía plomo encima?

El primer trabajo era montar esos interruptores. Jonnie hizo un viaje a los almacenes de electrónica y consiguió lo que quería. Regresó y se enteró de que Ker había cubierto toda la zona en busca de micrófonos y no había encontrado ninguno.

Eligieron el lugar en el que Terl haría su trabajo: la antigua oficina de recepción de Chirk. Era lo bastante grande como para trabajar y el control de mandos pasaría por la puerta.

Mientras Jonnie trabajaba en la sonda, sentado frente al escritorio, los otros dos montaron un banco de trabajo con una losa de metal y lo fijaron al suelo, blindando después los tornillos de modo que moverlo fuera extremadamente difícil. Consiguieron incluso un banquillo y lo pusieron enfrente. Cuando hubieron terminado, la cosa quedó muy bien. Jonnie pasó con su trabajo al banco.

Había hecho grandes progresos. Usando transmisores diminutos utilizados normalmente en los controles remotos, había montado cada interruptor de la sonda de modo que cuando se lo encendiera enviara un impulso del repetidor remoto. Para ver estos repetidores se necesitaba un microscopio. Estaban ajustados con un rociador molecular. La peor parte era conseguir que se quedaran en el lugar deseado mientras se los pegaba. Pero el ojo que pudiera detectarlos sin ayuda todavía no se había hecho.

Utilizando una pantalla a cierta distancia de la sonda, encendió todos los interruptores, uno después de otro, y la pantalla ronroneó como respuesta.

Lo que seguía era difícil porque implicaba la adaptación de hojas de iris tomadas de los tubos de los visores de los aviones. Eran pequeños aparatos que ajustaban automáticamente el volumen de un rayo de luz. Movían sus hojas concéntricas desde abierto a cerrado.

Tenían que apartar estos delicados objetos y rociarlos, en el espesor de moléculas, con plomo, para volver a armarlos de modo que no sólo funcionaran, sino que siguieran haciéndolo en el sentido de apertura y cierre. En este tipo de trabajo, Angus era el mejor.

Después consiguieron algunos anillos de contracción y los colocaron alrededor de estos iris emplomados, instalando en ellos microcámaras para activarlos.

Cuando tuvieron construidos unos quince, hicieron una prueba extensa y completa. Cuando se encendía la sonda, el iris se cerraba instantáneamente. Cuando se apagaba, los iris se abrían.

En otras palabras, estos iris emplomados estarían cerrados cada vez que se encendiera la sonda, poniendo así una pantalla de plomo por encima de cualquier micrófono y haciéndolo indetectable y por el momento incapaz de «ver» y «oír». Pero cuando se apagara la sonda, esa pantalla desaparecería y cualquier micrófono o artilugio que hubiera «vería» y «oiría».

Hasta allí iban bien. Salieron ahora a hacer una extensa gira por los almacenes, diciéndole a Lars, que apareció, que estaban buscando «amortiguadores de espigas»… Así localizaron no sólo cualquier otra sonda de prueba que hubiera en el complejo, sino también todo otro componente fundamental para montar una. Pusieron todo en una caja, y la caja en el coche, para ser sacada del país.

Tenían ahora una sonda que no sondearía nada, manteniendo sin embargo la apariencia de buen funcionamiento, y quince iris que podían poner frente a los micrófonos.

Lars volvió a aparecer, diciendo que apenas se los oía, y le respondieron que se fuera al demonio. Pero entonces Ker cogió un disco que tenía grabados martilleos, golpes y ruido de taladros, y lo puso.

Limpiaron para no dejar trazas de lo que había sido su trabajo hasta ese momento y escondieron los resultados del mismo.

De pronto advirtieron que había sido un largo día. No habían comido. Todavía les quedaba mucho por hacer, pero era suficiente por ahora.

Jonnie y Angus, que no querían tentar al destino encontrándose con demasiados cadetes, eligieron recogerse en el antiguo alojamiento de Char. Ker iba a regresar a la Academia para conseguirles algo para comer y llevarles algunas ropas de trabajo. Para entonces, Dunneldeen ya estaría allí y Jonnie tenía un mensaje para él referente a los psiclos. Lo mecanografió en la máquina de Chirk:

«Todo va bien. Dentro de tres días arregla el transporte de los treinta y tres psiclos que están en la cárcel del complejo a su destino de Cornwall. Informa que cayeron al mar. Entrega al médico. No antes de tres días. No tendrás problemas con ellos. Estarán deseando irse. Cómete esta nota».

Ker dijo que la entregaría y salió a toda prisa.

Jonnie y Angus se echaron a descansar. Hasta el momento todo iba a bien. Les quedaba mucho por hacer.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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