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El invierno había llegado a Denver.
Pero el viento frío y las neviscas no podían disminuir la excitación de Brown Limper Staffor.
Había llegado el nuevo billete de banco.
En su escritorio había un paquete y frente a él había desparramado cuatro. ¡Qué hermosos! ¡Eran de color amarillo brillante, impresos de un solo lado y allí, exactamente en el centro, había un retrato oval de Brown Limper!
¡Qué enorme cantidad de molestias para conseguir ese retrato! Brown Limper había ensayado innumerables poses, mirando para un lado y para otro; había ensayado incontables expresiones, con el ceño fruncido o sin él. Pero ninguna servía.
Finalmente, Lars Thorenson había tenido que ayudarlo. Lars había explicado que lo que no funcionaba era la barba: Brown Limper tenía bigote y barba negros, y si bien el bigote estaba bien, la barba era rala y rizada. De modo que lo que había que hacer era afeitarse la barba y recortar el bigote hasta que no fuese más que un cepillo debajo de la nariz. Ése era el tipo de bigote que tenía el gran héroe militar, Hitler, de modo que debía de ser correcto.
Después se había presentado el problema del traje adecuado. Nadie podía encontrar nada, pero el general Snith vino al rescate. Había oído informar a uno de sus hombres que había un viejo cementerio donde habían ataúdes sellados. Habían desenterrado varios, buscando un cadáver que estuviera adecuadamente vestido. Pero transcurridos más de mil años, la tela se rompía. El único resultado de ello fue que los brigantes se habían visto acometidos por una enfermedad. Dos habían muerto y un médico que había pasado por allí había dicho que era «envenenamiento con formaldehído», fuera eso lo que fuese.
Finalmente, alguien había encontrado en un sótano una pieza de tela gris que no se desgarraba mucho y otro aun había encontrado un molde que ponía «uniforme de chofer» y una mujer brigante había hecho el traje. También habían encontrado una gorra con visera negra que duró lo bastante como para hacer el retrato. Snith tenía un puñado de joyas que había encontrado (y que Brown Limper sabía que no podían ser rubíes y diamantes, sino probablemente vidrio coloreado) y las habían puesto del lado izquierdo del pecho, de modo que tuviera «medallas».
La pose final se consiguió utilizando un retrato que tenía Lars de alguien llamado «Napoleón», también un gran héroe militar de los antepasados. La pose consistía en que los dedos de una mano se metían bajo el borde de la chaqueta, a la altura del pecho.
Mac Adam había presentado algunas dificultades. Había preguntado a Brown Limper si esto era lo que quería y Brown Limper se había enfadado. Después de tantos problemas… ¡Por supuesto que era lo que quería!
De modo que aquí estaba por fin el billete de banco. Era un billete de cien créditos. Mac Adam había dicho que sólo podía imprimir una denominación y tenían que ser cien créditos. Brown Limper advirtió que esto lo hacía mucho más impresionante. Tenía el nombre del banco. Sólo estaba impreso en inglés. Y aquí, fuerte y claro, ponía: «Cien créditos americanos», y también «Válido para el pago de deudas públicas y privadas en América».
Una de las condiciones exigidas por Mac Adam fue que todo el dinero de la emisión anterior que hubiera en el país debía cambiarse por estos nuevos billetes. Era difícil de hacer, porque la emisión anterior era de billetes de un crédito y éste era de cien. Pero el sueño de que todos los billetes con la imagen de Tyler desaparecieran era tan atractivo, que Brown Limper había cubierto las diferencias de cambio de su propio bolsillo.
Esta victoria contribuía en gran medida a mejorar el humor de Brown Limper, que últimamente era muy malo.
Cuando aquel Tyler no sólo no había caído en la trampa de su casa, sino que había abandonado inmediatamente el país, Brown Limper se había sentido tan deprimido que había querido abandonar todo el proyecto Terl.
Pero Lars le había hablado. Lars parecía haber engendrado un gran odio hacia Tyler. (No dijo que era a causa de la degradación sufrida al esconderse en el garaje debajo de chapas de metal y de envidia por la manera en que Tyler pilotaba, pero Brown Limper comprendía muy bien su emoción y la consideraba natural).
Lars había dicho que si seguían adelante y conseguían hacer un transbordo, Tyler aparecería con toda seguridad.
Terl le había hablado. Terl dijo que cuando dispararan un transbordo a Psiclo, Tyler iría y él tenía preparadas trampas que ni siquiera Tyler podría evitar.
De modo que Brown Limper había continuado con el proyecto.
Sin embargo, había otras cosas que andaban mal. Ya no tenía muchas noticias de los jefes de tribus. Lars había explicado que era muy natural. Confiaban en él para llevar adelante las cosas. Ya no iban peregrinos a la mina. Pero eso también era natural, porque estaban en invierno.
La gente había empezado a desaparecer. Primero el cocinero del hotel, después unos tenderos suizos. Después otro y otro, hasta que el hotel ya no trabajaba y tampoco había tiendas.
Los zapateros se habían desvanecido. Ya no era posible encontrar a los alemanes que arreglaban cosas. Los llaneros habían conducido los grandes rebaños hacia el sur, donde, según dijeron, tendrían mejor comida durante el invierno, y habían desaparecido.
Brown Limper se las había tomado con Snith. ¿Tenía esto algo que ver con los brigantes? Hasta Terl lo había preguntado. Pero Snith juró que él y sus hombres se habían comportado bien.
La Academia seguía allí y en funciones. Parecía haber un inmenso número de aprendices de piloto y de operarios de máquinas. Pero se quedaban en la Academia, y todo lo que se veía era un avión ocasional haciendo vuelos de práctica.
Todas sus radios y teleimpresoras de oficina habían desaparecido. Se habían roto, las habían mandado arreglar y nunca regresaron. Pero no importaba, porque Brown Limper no podía manejarlas ni tampoco confiar en alguien que lo hiciera.
Este nuevo billete de banco nacía toda la diferencia. Decidió que no pagaría con él a los pilotos. Estarían a mano.
¡Ahora la gente debía de estar poniéndolos en su pared a él, a Brown Limper!
Siguiendo un impulso repentino, decidió que lo mejor que podía hacer era arreglar sus conflictos políticos con su propia tribu… y mostrarles el billete, claro. Llamó a Lars y al general Snith y se metieron en el avión de pasajeros que Lars guardaba en el aparcamiento. Despegaron en dirección a la nueva aldea en la que había puesto a su gente.
Brown Limper seguía admirando uno de los billetes que tenía en la mano. La idea de mostrárselo a la gente de la aldea lo conmovía. Ni siquiera daba importancia a la desmañada manera de volar de Lars.
Esquivando apenas unos picos cubiertos de nieve que no estaban siquiera en la ruta, Lars descendió cerca de la vieja ciudad minera. Pero todo parecía desierto.
No había ni un hilo de humo; no quedaba siquiera el olor del humo.
Llevando una Thompson, Snith exploró el lugar. ¡Vacío! Ni la señal de pertenencias, nada.
Brown Limper registró, buscando una clave, arrastrando su pie zopo sobre la nieve, de edificio en edificio. Finalmente descubrió que había habido una reunión. Había unos trozos de papel por el suelo. Y después, debajo de una mesa donde había caído, encontró una carta.
Era de Tom Smiley Townson.
Brown Limper la miró y montó inmediatamente en cólera. No por lo que decía, sino ante el descaro de Tom Smiley, al haber aprendido a escribir. ¡Qué arrogancia! Pero después vio que no estaba realmente escrita, sino hecha en letra de imprenta y bastante grosera. Hasta la firma estaba en imprenta, de modo que decidió ser tolerante y la leyó.
La letra divagaba sobre lo bonita que era una zona conocida como «Tashkent». Grandes montañas, interminables llanuras de trigo silvestre, montones de ovejas. Y un clima invernal benigno. Y de cómo se había casado con una… Algo en latín. No había allí pureza de sangre.
Brown Limper tiró la carta. Bueno: tal vez la gente de la aldea hubiera vuelto al antiguo hogar. No deseaban mudarse. Pero lo sorprendía que los indios y la gente de la Sierra Nevada y el tipo de la otra Columbia Británica no se hubiera quedado allí, porque la vieja aldea no les interesaba: era demasiado fría y la perspectiva de pasar hambre todos los inviernos era muy dura.
Volaron hasta la vieja aldea. Lars tuvo problemas para aterrizar.
Y estuvo a punto de hacerlo en medio de aquellos círculos de uranio. Cuando pudo dejar de sujetarse al asiento, Brown Limper miró a su alrededor.
Allí tampoco había humo.
Brown Limper se asomó a algunas de las casas. Al tener que mudarse tan aprisa, la gente había tenido que dejar atrás la mayor parte de sus posesiones personales y Brown Limper pensó que todavía estarían allí. Pero no; las casas estaban vacías. No saqueadas, como las dejaban los brigantes, sino prolijamente vacías.
Con un poco de miedo —porque allí había habido una trampa explosiva—, se aproximó a la vieja casa de Tyler. Seguía en pie. Tal vez las trampas no hubieran estallado.
Después vio que parte del tejado se había hundido y dio vuelta en torno a la casa hasta el otro lado, donde había estado la puerta principal. La puerta había sido volada. Lars y Snith revolvían algo que había en la nieve.
Eran los restos de dos brigantes. Lo que no se había quemado, había sido desgarrado por los lobos. Era evidente que habían pisado las trampas, y hacía ya bastante tiempo.
El general Snith revisó los fragmentos de dinero, piel y huesos con el cañón de su ametralladora.
—¡Debieron de venir para saquear! —supuso Snith—. ¡Qué despilfarro de carne buena!
Brown Limper deseaba estar solo. Arrastró su pie pendiente arriba, hasta el lugar donde antes enterraban a la gente. En lo alto se volvió y miró la aldea vacía, derruida y ahora abandonada para siempre.
Algo había estado molestándolo y en ese momento lo vio.
Era un líder tribal sin tribu.
Las cinco tribus se habían aglutinado en una: ¡los brigantes! Y no eran nativos de América.
Oscuramente comprendió que debía mantenerse callado, porque esto socavaba su posición.
Algo atrajo su mirada. ¿Un monumento? Una pequeña losa que sobresalía del suelo. La rodeó. Tenía una inscripción:
Timothy Brave Tyler
Un buen padre. Erigido en respetuosa
memoria
por su amante hijo J. G. T.
¡Brown Limper gritó! Trató de destruir el monumento a patadas, pero estaba firmemente encajado en el suelo y sólo consiguió lastimarse el pie. Se quedó allí y gritó y gritó, despertando ecos en el valle.
Después se calló. Era culpa de Jonnie Goodboy Tyler. ¡Todo lo que le había sucedido a Brown Limper en su vida era absolutamente culpa de Tyler!
De modo que iba a volver, ¿eh? Terl podía tener sus planes y posiblemente estuvieran bien. Pero Brown Limper iba a asegurarse.
Si Tyler volvía a tocar esa plataforma de transbordo, sería hombre muerto.
Brown Limper bajó al avión que esperaba. Dijo a Lars y Snith (no debían saber cuál era realmente su intención):
—Para nuestra mutua protección, creo que deberían enseñarme a manejar una ametralladora Thompson.
Estuvieron de acuerdo en que sería prudente.
Una y otra vez Terl había dicho que nadie debía disparar un tiro durante un transbordo. Pero ¿a quién le importaba eso? Dos armas. Usaría dos armas… Durante el viaje de regreso a Denver, Brown Limper planeó cómo lo haría.