Parte 5
1
Brown Limper Staffor presidió la reunión del Consejo de pésimo humor.
Allí estaban, sentados frente a la plataforma elevada de la sala del Capitolio, discutiendo, discutiendo y discutiendo. Discutiendo con él, el consejero mayor del planeta. Objetando sus medidas.
¡Ese tipo negro de África! ¡Esa criatura amarilla de Asia! ¡Ese idiota moreno de Sudamérica! ¡Ese bruto aburrido y testarudo de Europa! ¡Uf, uf, uf, ufff!
¿No comprendían que estaba haciendo lo mejor que podía hacerse por el hombre? ¿Y acaso él, Brown Limper Staffor, no estaba representando ahora a cinco tribus, desde la llegada de los brigantes, y no era alcalde superior de América?
Estaban discutiendo los términos de costo y de contrato de los brigantes. ¡Precisamente eso! El planeta necesitaba una fuerza de defensa. Y estas cláusulas que había logrado poner tan penosamente —perdiendo hora tras hora de su valioso tiempo con ese general Snith— eran todas necesarias.
El alcalde mayor de África estaba en desacuerdo con la paga. ¡Decía que cien créditos por brigante y por día eran excesivos, que hasta los miembros del Consejo cobraban cinco créditos diarios, y que si distribuían de esta manera los créditos terminarían por lograr que perdieran su valor! ¡Discusiones y más discusiones, fijándose en puntos insignificantes!
Brown Limper había estado haciendo grandes progresos. ¡Había conseguido que el Consejo quedara reducido a cinco miembros, pero aparentemente sobraban cuatro!
Se devanaba los sesos pensando cómo resolver este problema. Era cierto que ese día, conducido por Lars al suburbio de los brigantes, había quedado algo sobresaltado al ver lo que estaban haciendo las mujeres brigante. En las calles, desnudas y a todas horas. Pero durante su conferencia el general Snith había dicho que sólo estaban jugueteando.
Al regresar, Lars le había hablado de aquel maravilloso líder militar de otros tiempos, llamado… ¿Bitter?…, no… ¿Hitler? Sí, Hitler. De cómo había sido un campeón de la pureza racial y la rectitud moral. Lo de la pureza racial no parecía demasiado interesante, pero la «rectitud moral» había seducido la atención de Brown Limper. Su padre siempre había sido un defensor de la rectitud moral. Sentado allí, escuchando los interminables argumentos y objeciones, recordó una conversación puramente social que había mantenido con aquella amistosa criatura: Terl. Habían hablado de la ventaja. Si se tenía alguna clase de ventaja sobre el otro, se podía hacer prácticamente lo que uno deseara. Una filosofía razonable. Brown Limper había captado el hecho. Esperaba de verdad que Terl lo considerara un buen alumno, porque a él lo hacía muy feliz tener su amistad y ayuda.
Indudablemente, no tenía ninguna ventaja sobre este Consejo. Trató de imaginar alguna manera en que pudiera maniobrar para hacer que lo nombraran a él y a un secretario como la única autoridad del planeta. No se le ocurría nada y meditó sobre otras cosas que había dicho Terl: un buen consejo, práctico. Algo así como que era correcto hacer aprobar una ley y después arrestar a los violadores o usar sus transgresiones como palanca. Algo así.
De pronto se le ocurrió.
Pidió silencio con un golpecito.
—Presentaremos la moción de aceptar el contrato brigante por ahora —dijo Brown Limper con su mejor voz, autoritario.
Se calmaron y Asia plegó sus ropas con un gesto de…, ¿de qué?…, ¿desafío? ¡Bueno, se ocuparía de él!
—Tengo otra medida —propuso Brown Limper—. Está relacionada con la moralidad.
E hizo un discurso cuya esencia era que la moralidad era el núcleo de toda sociedad y que los funcionarios deben ser honestos y veraces y sus conductas deben estar por encima de todo reproche y que no deben ser descubiertos en situaciones o circunstancias escandalosas.
Pasó bastante bien. Todos ellos eran hombres razonablemente honestos y comprendían que la conducta oficial también debía ser ética aun cuando sus códigos éticos difirieran.
Aceptaron por unanimidad la resolución presentada de que la conducta oficial escandalosa tendría como consecuencia la pérdida de su puesto para el ofensor. Opinaron que era lo correcto.
Finalmente, había conseguido pasar una resolución. Suspendieron la sesión.
De regreso en su oficina, Brown Limper revisó junto con Lars algunos datos sobre «cámaras de botón». Lars tenía ciertos conocimientos sobre ellas. Sí, creía que Terl podría decirle en qué lugar del complejo las había.
A la mañana siguiente, mientras los funcionarios estaban ausentes de sus habitaciones en el hotel, Lars, en nombre de la decencia, puso algunas cámaras en lugares insospechados de las habitaciones y las conectó a pictógrabadores automáticos. A la noche siguiente, Brown Limper tuvo una reunión muy confidencial con el general Snith. Como resultado de esta entrevista, el gerente del hotel empleó a una docena de las más guapas mujeres brigante. El gerente tenía poco personal y estuvo de acuerdo en que mujeres tan guapas debían ocupar puestos en los que estuviesen en contacto directo con sus huéspedes, para hacer más agradable su estancia.
A la tarde siguiente, Terl opinó que las medidas de Brown eran muy prudentes y dijo que estaba orgulloso de él por haberlo pensado todo solo.
Brown Limper estaba muy complacido y regresó a su oficina, donde se quedó trabajando hasta tarde para organizar los distintos pasos de sus planes. Entre éstos los más importantes eran los de reunir cargos contra Jonnie Goodboy Tyler cuando tuviera por fin las manos libres. La lista de acusaciones estaba creciendo mucho y el castigo era imperativo.