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Después de echar una mirada a las condiciones de vuelo, Jonnie no pudo culpar a Pierre. Hacía ya un rato que atravesaban la noche, algo a lo que un piloto instrumental experimentado no hubiera prestado atención; de hecho, Jonnie apenas lo había notado.
Mirando con mucha atención y con los ojos entrenados del piloto, podía distinguirse el monte Elgon levantándose por encima de la negra alfombra de nubes, porque no había luna y el pico se veía sobre todo porque tapaba algunas estrellas.
Fueron las pantallas las que hicieron que Jonnie olvidara a Pierre. La capa de nubes que tenían debajo era tan espesa que las pantallas reflejaban más tormenta que imagen real. Por consiguiente, era preciso conocer la forma del lago y el complejo para tener noción de qué era lo que se estaba mirando. Mucha perturbación electrostática. En el complejo debía de estar lloviendo furiosamente; una lluvia mezclada con relámpagos.
Sin embargo, Pierre estaba en un estado tal que sólo deseaba pisar suelo firme. No conseguía leer las pantallas. No veía nada más que algunas estrellas arriba y la negrura debajo, una negrura atravesada de vez en cuando por un resplandor internó. Pensó que si intentaban atravesar aquello para descender, estaban perdidos. ¿Cómo saber contra qué colina chocarían? Hubiera quedado petrificado si hubiera sabido que el monte Elgon se elevaba a una altura mucho mayor que aquella a la cual volaban, pero, afortunadamente para él, no lo sabía.
Y tampoco que, lo que era aún peor, ya habían pasado junto a un par de picos aún más altos. Para aumentar su alarma, monsieur Tyler había regresado al asiento del piloto canturreando algo. ¡Mon dieu, no se canta cuando se enfrenta uno a una muerte segura! ¡Demencial!
Victoria les dio permiso para aterrizar y Jonnie fue abriéndose paso a través de las nubes de lluvia. Las pantallas no se habían aclarado, pero, conociendo la zona, podía identificar los fragmentos de imagen que aparecían por momentos. Era inútil mirar por el parabrisas. Parecía como si estuvieran rociándolo con una manga contra incendios.
Jonnie tanteó cuidadosamente el suelo con los patines, más preocupado por evitar un golpe a sus pasajeros que por saber dónde estaba. Lo hizo muy suavemente y Pierre volvió a alarmarse cuando Jonnie apagó los motores… ¡Creía estar todavía en el aire!
La lluvia hacía dificultosa la comunicación en la carlinga. Jonnie abrió la puerta y allí estaba Ker y el agua se deslizaba por encima de él formando pequeñas cascadas.
Aun teniendo en cuenta el diluvio, Ker estaba demasiado melancólico. Por lo general se alegraba mucho de ver a Jonnie.
La última vez que éste había estado en África, él y Ker habían pasado tres noches trabajando en el equipo de Kariba. El planeta Fobia estaba resultando difícil de localizar; no tenían coordenadas, salvo que estaba «en algún lugar en los alrededores del sol psiclo». Durante un tiempo había parecido que nunca lo descubrirían y Ker moriría finalmente por falta de gas respiratorio.
Sin embargo, habían conseguido localizarlo; estaba describiendo una elipse aplastada. El perihelio de Fobia —el punto de su órbita en el cual se hallaba más cerca de su sol— estaba tanto más próximo a su sol que lejos estaba su afelio —el punto de su órbita en el que estaba más alejado—, y la distancia hasta su sol desde estos dos puntos era tan enormemente diferente, cerca y lejos, que cualquiera que hubiera tratado de vivir en Fobia hubiera muerto, incluso un psiclo.
Fobia atravesaba tres estados: cuando se alejaba de su sol, su atmósfera se helaba y se volvía líquida; a medida que la distancia aumentaba, el líquido se solidificaba en hielo; cuando volvía a acercarse a su sol, la secuencia se invertía y la atmósfera volvía a ser gaseosa. Pero este largo período de «verano» —el año de Fobia correspondía a unos ochenta y tres años terrestres— permitía que el musgo y otras plantas crecieran y florecieran por un tiempo y, después, cuando la atmósfera se licuaba, permanecían en un estado de animación suspendida hasta que volvía el verano.
Aunque pasaron muy malos ratos con la triangulación de la cámara para estimar su órbita, el resultado final había sobrepasado los sueños más desenfrenados de Ker. El planeta estaba bien adentrado en el «otoño», y conseguir enormes tanques llenos de gas respiratorio líquido no había sido difícil. No sólo eso, sino que también habían traído unas cincuenta toneladas del material necesario para hacer verdadera comida goo. Sí, la última vez que Jonnie lo viera, Ker actuaba como un psiclo que se hubiera ido al cielo, acontecimiento muy improbable.
Y allí estaba, melancólico bajo la lluvia.
—Hola, Jonnie —dijo, impasible.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jonnie—. ¿Has perdido tus dados cargados?
—¡Oh! No es nada contigo, Jonnie. Siempre me alegro de verte. Ése era Maz. Era ingeniero jefe aquí cuando el lugar funcionaba. Uno de los que resultaron heridos. He conseguido unos setenta ex prisioneros y estoy tratando de ganarme mi paga volviendo a poner en funcionamiento esta mina de tungsteno. —Y se acercó a Jonnie, con el agua cayendo por su máscara de gas respiratorio, la túnica empapada con la lluvia cálida que le caía encima—. ¡Yo no soy ingeniero! —gimió de pronto—. Era un oficial de operaciones. Nos hemos quedado sin una y la otra está más allá, en alguna parte. ¡Ese… Maz y los otros… psiclos se sientan sobre sus traseros y lloriquean! Algún maldito idiota les mostró las películas de la explosión de Psiclo y se niegan a hacer nada. ¡Yo no sé nada de esas… matemáticas y no puedo calcular dónde están los siguientes depósitos de metal!
Ya somos dos, pensó Jonnie. Se alegraba de que las muchachas no hablaran psiclo. El enanito sabía blasfemar, aunque rara vez lo hacía a menos que estuviera terriblemente alterado.
—Y por eso estoy aquí —indicó Jonnie.
—¿De veras? —Y Ker se iluminó como si le hubieran encendido una luz interna.
—¿Ha llegado Mac Kendrick? —preguntó Jonnie.
—Control ha recibido un informe de un vuelo de reconocimiento que informa que viene un avión desde Escocia. ¿Es Mac Kendrick? Debe de estar a unas tres horas de aquí.
¡Tres horas! Jonnie hubiera deseado ponerse a trabajar en ese mismo momento. Bueno, de todos modos antes tenía otra cosa que hacer: conseguir cadáveres de psiclos.
—Hay gente en la parte trasera. Hazme el favor de llevarlos al complejo.
—Muy bien —dijo alegremente Ker. Llevaba en el brazo una lona encerada que podía usar para proteger de la lluvia a los otros. La desplegó mientras se dirigía hacia la puerta trasera.
Pierre había comenzado a recobrarse, pero quedó horrorizado al ver que Jonnie revisaba un armario donde estaban los trajes para vuelos a gran altura. Le dio un traje y él empezó a ponerse otro.
Jonnie escuchó golpear la puerta trasera y vio unas figuras desdibujadas corriendo bajo la lluvia en dirección al complejo. Terminó de abrocharse el traje y revisó el combustible. Había mucho.
Veinte segundos más tarde estaban otra vez en el cielo. Pierre seguía luchando dentro del traje de gran altitud, al que no estaba acostumbrado. ¡Mon dieu, la vida junto a monsieur Tyler era espeluznante!
Jonnie estaba perfectamente tranquilo. Por encima de las nubes de lluvia, las pantallas estaban claras, y observando cuáles eran las estrellas que no brillaban podía evitar los picos. Dejó encendidas las luces del avión, dirigiéndose hacia las nieves glaciales donde habían dejado los cadáveres psiclo. Necesitaría dos, pensó. Un obrero y un ejecutivo.
Para el estado mental de Pierre fue un error no decirle adonde iban ni por qué. Meterse en la oscuridad a esa velocidad lo espantaba. Ni siquiera miraba las pantallas visoras. Tenía los ojos clavados en el parabrisas, ahora veteado.
Muy pronto Jonnie llegó al lugar correcto. Sabía que habían dejado allí una grúa. La utilizaría para guiarse. Suponía que después de todo ese tiempo, los cuerpos estarían cubiertos de nieve.
Pero Pierre, que no sabía qué estaban buscando ni por qué, se limitaba a mirar por el parabrisas, con los ojos dilatados por algo que se acercaba bastante al terror.
De pronto, Pierre vio algo blanco. Eran como copos que volaban frente a las luces del avión. Escuchó con horror que los motores iban preparándose para el aterrizaje.
—¡No lo haga! —gritó—. ¡No, no! ¡Está aterrizando en una nube!
Jonnie miró por las pantallas. Visto desde ese ángulo, aquello parecía una nube. El viento de las alturas levantaba la nieve.
¡Ah, allí estaba la grúa! Enterrada hasta el asiento en la nieve y el hielo. Los cadáveres estarían al lado, cubiertos por completo.
Habían estado volando sólo mediante las pantallas. Estaban lejos del precipicio más cercano. Dejó que la nave se posara sobre la nieve y apagó los motores. El viento ululaba allí arriba, lo bastante como para hacer temblar el avión.
Jonnie se ajustó la máscara.
—¡Salga y ayúdeme!
Pierre estaba completamente confundido. Había visto claramente que aterrizaban en una nube y no podía comprender cómo era que sostenía al avión. Sabía por su curso anterior que debían estar cerca, si no encima, del ecuador terrestre, y estudios recientes le habían enseñado que el ecuador era muy cálido. De modo que la nieve era lo último en lo que hubiera podido pensar.
Su pequeña tribu había estado bajo el dominio de sacerdotes jesuitas, que la habían controlado inoculándole un miedo horrible al cielo y al infierno, sobre todo a este último. La reputación de monsieur Tyler era en sí misma un asunto de creciente superstición y espanto. Le sorprendió menos verlo aterrizar en una nube que su orden de que saliera del avión.
Pierre miró los copos blancos frente a las luces del aparato. ¡Sí, era una nube! Acarició la imagen de un Cristo que llevaba colgada del cuello; sentía que era demasiado joven para transformarse en un mártir. Pero había una solución. Cogió la mochila propulsora que había en el compartimiento trasero del asiento y se la puso a toda prisa. Tal vez monsieur Tyler pudiera caminar sobre las nubes, pero esta capacidad no incluía al hijo de madame Solens, Pierre.
Abrir la puerta exigió mucho valor, pero lo hizo. Cerró los ojos y saltó, con la mano colocada sobre el gatillo de la mochila propulsora. Desde el asiento de uno de esos aviones al suelo, había unos ocho pies, pero a Pierre lo habían entrenado para soportar saltos de doce mil pies. A pesar de la nieve, cuando llegó al suelo estuvo a punto de romperse las piernas. Cayó hacia atrás, totalmente confundido, y se quedó sobre la nieve, apoyado en los codos. No podía comprender cómo era posible no haber atravesado la nube.
Concentrado en su proyecto, Jonnie ignoraba por completo esta confusión. Había cogido una palanca minera de la caja de herramientas del avión y estaba inspeccionando la nieve en busca de los cuerpos. Estaban totalmente cubiertos por la nieve.
La punta de la barra de hierro encontró uno. Se arrodilló y apartó nieve, cuyas partículas volaron al viento. Desenterró la punta de una máscara de gas respiratorio y después el adorno de una gorra. ¡Era un ejecutivo!
Tanteó alrededor de los hombros del monstruo para ver dónde tenía que insertar el extremo romo de la palanca para liberarlo de la adherencia del hielo. Cada uno de estos psiclos pesaba alrededor de mil libras, más con toda aquella nieve y aquel hielo.
Jonnie metió a más profundidad la palanca y se apoyó contra ella. El monstruo estaba tan atascado que el extremo superior de la barra se deslizó y le abrió los broches de la chaqueta.
Volvió a intentarlo, poniendo en juego toda su fuerza. Con un crujido bajo, el monstruo se levantó.
El sonido debió de parecerse a un carraspeo, porque el botón cantante del banco, que llevaba en el bolsillo, emitió un verso con voz de barítono:
Jinetes fantasma en el cielo…
Pierre, ya muy maltrecho, creyó ver un demonio levantándose de la nube. Y no sólo eso, sino que además cantaba con voz sepulcral.
Era demasiado. Con un gemido gutural, se desmayó.