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Alrededor de una hora antes del disparo, el grupo de naves en órbita se había colocado por encima de la línea del horizonte, lo que los colocaba en posición de ver el complejo americano.
A una hora más temprana del día, una pequeña nave-espía hawvin, colocada en la órbita que tenían delante, había informado de alguna actividad. El informe sólo decía que en medio de la noche se había visto en las pantallas infrarrojas un grupo que entraba en la zona del complejo y que este grupo se había desvanecido, dejando sólo los habituales guardias dispersos por ahí y aparentemente dormidos.
Los scanners de la fuerza conjunta en órbita registraban ahora algo poco habitual allá abajo, en el horizonte que se aproximaba.
En el lugar parecía haber una cantidad de gente mayor que lo normal.
Abajo había una tormenta de nieve local y los infrarrayos eran aleo borrosos.
La atención de la fuerza conjunta todavía no se había fijado en el complejo como se fijaría poco tiempo después. La red de pantallas visoras del comando estaba ocupada por una entrevista que se estaba produciendo.
Cuando el medio-capitán Rogodeter Snowl había regresado a Tolnep en busca de refuerzos, había hablado con su tío, el cuarto-almirante Snowleter. Rogodeter creía que debía incluir a la familia en los beneficios. El cuarto-almirante lo había acompañado alegremente con una flotilla de cinco naves, la mayor de las cuales era la nave de combate capital Capture, de clase Terror. Snowleter había necesitado habilidad para llegar a cuarto-almirante, y había llevado consigo parte de esa habilidad: un reportero.
Roof Arsebogger se consideraba el reportero estrella del Colmillo de medianoche, de Tolnep. Incluso entre los nuevos medios de otros sistemas, el Colmillo era conocido como epítome de la inexactitud, la corrupción y la información tendenciosa. Imprimía siempre exactamente lo que deseaba el gobierno, pretendiendo al mismo tiempo ser opositor. Y Roof Arsebogger disfrutaba de la reputación de ser el reportero más venenoso de un equipo que se especializaba en ellos.
La entrevista era dirigida por Arsebogger en el Capture y su interlocutor era el medio-capitán Rogodeter Snowl. Era sólo una entrevista sobre los antecedentes y las cosas estaban muy aburridas, así que los otros la escuchaban. Tenían opiniones diversas. A nadie le gustaba mucho el cuarto-almirante. Otros comandantes rechazaban la pretensión de Snowleter de ser el comandante en jefe y, en consecuencia, el jefe de la fuerza conjunta. Y el hecho de que fuera el tío de Rogodeter Snowl, que era aún menos popular, lo hacía menos aceptable. Detestaban a Snowl.
—Y ahora, volviendo al hombre que aparece en este billete falso de un crédito —decía Arsebogger—, ¿diría usted que es deshonesto?
—¡Oh, peor! —contestó Snowl.
—¿Le iría bien la descripción de «Es un conocido pervertido»?
—¡Oh, peor! —replicó Snowl.
—Bien, bien —dijo Arsebogger—. Debemos mantener esta entrevista en el terreno de lo objetivo, ya me comprende. ¿Qué tal sería decir que «roba bebés y les chupa la sangre»?
—Bien, bien, exactamente —dijo Snowl.
—Creo que ha mencionado al enviar despachos que había encontrado varias veces a este…, cómo se llama…, este violador de los gobiernos establecidos…, ¡ehh!… ¿Tyler? Sí. Que se enfrentó con él en combate singular.
Otros comandantes estaban escuchando esto y Rogodeter no había pensado que se haría público. No había contado con el hambre de publicidad de su tío.
—No exactamente —dijo rápidamente Rogodeter—. Quise decir que lo intenté pero él huyó siempre.
La voz del cuarto-almirante Snowleter se escuchó en el fondo, desde detrás de Arsebogger:
—¡Pero no volverá a escaparse!
—Ahora bien, Rogodeter. En su opinión, ¿éste es «él»?
El hombrecito gris había estado contemplando todo esto en su pantalla visora. Detestaba a los reporteros y en especial a este Roof Arsebogger. Los colmillos del reportero eran casi negros, tenía en la cara las manchas de alguna enfermedad y por la pantalla casi podía olerse su suciedad.
Por fortuna o por desgracia, según se mirase, su nave correo había llegado ayer. Había traído toda clase de informaciones sueltas y entre ellas la declaración rotunda de que aquél no había sido encontrado.
Junto con esto, había un agregado a la recompensa. Los cien millones de créditos ofrecidos originalmente por la Confederación interrelacionada de Sistemas hawvin, habían sido duplicados por el Imperio Igualitario bolboda. El hombrecito gris no sabía qué estaba sucediendo en otros sectores, y mucho menos en otros universos, pero suponía que se estaba produciendo la misma loca confusión.
El contenido de la caja de despachos traída por el correo, visto en su conjunto, decía que éstos eran realmente tiempos muy extraños y problemáticos; que un problema como éste no se había conocido en la historia pasada conocida. Y también había insinuaciones sobre la necesidad vital de su presencia «donde podía hacer algún bien» en lugar de allí, girando en torno «a una estrella periférica de doceava clase». No eran críticas directas, por supuesto. Sólo insinuaciones, una corriente subterránea.
Pero en realidad no tenía importancia que él estuviese o no en casa. A menos que se presentara alguna solución, el caos que iba a seguirse sería tan enorme que ninguno de ellos podía esperar controlarlo.
Seguía escuchando con aire ausente al estúpido reportero entrevistando a un estúpido militar, cuando sonó la chicharra del puente y apareció en la pantalla la cara de su oficial de vigilancia.
—Su excelencia —dijo el oficial—, algo sucede en la zona de esa ciudad capital de allá abajo. Los infrarrayos tiemblan. No conseguimos ver qué pasa. No hay imágenes claras.
Súbitamente, la «entrevista» se interrumpió. Otros comandantes parecían haber observado lo mismo.
El comandante hocknero apareció en la pantalla del hombrecito gris.
—Su excelencia, creo qué usted dijo que ésa era la sede del gobierno. Nos llegan imágenes de tropas y grabaciones de un calor intenso. En su opinión, ¿se trata de una cuestión política?
El hombrecito gris miró sus pantallas de la zona.
Si mal estaban antes a causa de la tormenta local, ahora estaban peor. No se distinguía nada. Algún tipo de interferencia las descolocaba.
¡Un momento! En la pantalla había una línea viajera.
Una huella de teletransporte.
Rápidamente, el hombrecito gris pensó una respuesta.
—Creo —dijo prudentemente al hocknero— que es probablemente política en algún sentido. Toda la información que…
¡Sus pantallas estuvieron a punto de hundirse!
Hubo un resplandor tremendo y después nada.
Empezó a sonar una alarma.
«¡Pantalla sobrecargada, pantalla sobrecargada!».
Buen Dios, jamás sucedía eso, como no fuera en la zona donde se desarrollaba una batalla.
El hombrecito gris se lanzó hacia el portillo, tal como sabía que estarían haciendo los otros comandantes.
Miró hacia abajo.
En los restantes canales orales de las otras naves se escuchó un barboteo de incredulidad.
Casi habían eliminado la tormenta con la explosión.
Una bola de fuego ascendía hacia el cielo. Masas dispersas, rodantes, de humo y llamas, se elevaban a alturas increíbles.
El resplandor hizo palidecer la luz del día.
¡Parecía como si el mundo hubiera estallado!