3

Cuando Jonnie abandonó la habitación, vio que el pasaje subterráneo pasaba también por el hospital. Aunque su intención había sido salir al cono donde estaba la plataforma, la preocupación por los heridos de la partida atacante lo hizo detenerse junto a la puerta.

Del lugar salía cierto ruido. ¿El chasquido de gatillos? ¿Armas? Entró. Había unas treinta camas y aproximadamente la mitad de ellas estaban ocupadas, pero dos chinos, cuyos brazaletes los acreditaban como pertenecientes a la armería, tenían allí una carretilla con armas surtidas y repartían rifles explosivos, AK 47, con municiones y revólveres entre los escoceses heridos.

Una canosa enfermera escocesa se acercó a Jonnie. Obviamente, no aprobaba esta conmoción en su sala. Después lo reconoció y se tragó lo que estaba por decir. Probablemente había estado a punto de echarlo.

Jonnie había estado contando.

—Aquí hay trece de la partida y dos artilleros. ¿Hay más?

—Los dos jóvenes con conmoción están en cirugía —informó la enfermera—. El doctor Mac Kendrick ha dicho que las operaciones han ido bien y se recuperarán. ¿Se supone que debe estar levantado, Mac Tyler?

Para entonces, uno de los escoceses heridos había visto a Jonnie en la puerta, pronunciando su nombre. Jonnie había tenido la intención de ir de cama en cama pidiendo disculpas. Según parecía, había diecisiete bajas en una partida de treinta y uno. No, dieciocho, incluyéndose él. ¡Malo! Aquellos hombres estaban muy golpeados; predominaban los ojos a la funerala. Varios miembros rotos. Sentía que un mejor planeamiento hubiera podido evitar esto.

Pero los otros escoceses lo habían visto y empezaron a gritar. Era algo así como: «¡Arriba Escocia!». Estaban sentados gritando. Su moral no había quedado afectada.

De pronto Jonnie comprendió que esos muchachos habían eliminado a los brigantes, vengando la ofensa sangrienta inferida a los escoceses. Eran vencedores. Sus heridas eran símbolos honoríficos. Para la nación escocesa serían héroes.

No era preciso disculparse. Trató de gritar en medio del bullicio y después sencillamente los saludó y, con una sonrisa y un gesto, se retiró.

Escuchaba los altavoces fuera, tocando solamente música religiosa para burlar la vigilancia del infrarrojo.

Salió del pasillo de los refugios y echó una mirada al interior del cuenco. El humo oscurecía la luz del día. El ligero olor del blindaje atmosférico en el estadio tres se mezclaba con el hedor del carbón vegetal. El lugar estaba increíblemente atestado.

Tenía mil pies de diámetro en esa planta. Antes había pensado que era mucho espacio; unos tres cuartos de millón de pies cuadrados según calculaba, pero en ese momento parecía atestado.

La estructura de pagoda del centro se extendía por todos lados bastante más allá de la plataforma. En torno al hueco, con la pagoda en el centro, había una especie de ancho camino pavimentado.

Cuando lo había visto antes estaba casi desierto. Allá, a la derecha había dos electricistas suizo italianos montando más alambres en él interior de algunos refugios. Un piloto alemán y otro suizo sacaban una carretilla llena de máscaras de oxígeno. Muy cerca un oficial escocés daba instrucciones a un soldado ruso. Bien a la izquierda un grupo de soldados suecos acomodaba municiones en una carretilla. Allá, saliendo de un pasaje que debía llevar al exterior, había dos cazadores sherpa empujando una carretilla de carne de búfalo africano hacia lo que debía ser una cocina. Aquí y allá se movían los comunicadores budistas, con su marcha flotante, entre uno y otro refugio. Y dispersos por todos lados, a lo largo del borde interior, había familias chinas, con sus hijos y sus pertenencias. En uno de los grandes postes que sostenían el tejado de la pagoda, los chinos habían colgado escudos tribales que representaban las otras tribus de la tierra.

Una escena verdaderamente internacional: los pueblos de la Tierra.

Jonnie iba a seguir cuando a su espalda y a su derecha escuchó una voz que se expresaba en psiclo.

—Lo siento mucho —dijo el jefe Chong-won, dirigente de la tribu china y principal arquitecto del lugar—. Tuvimos que traer a toda la gente de la aldea que hay junto al lago. El lago es tan ancho que la protección del cable es débil en el centro, y algunas bombas la atravesaron. Las ondas expansivas de las explosiones han hecho insegura la aldea. Y el humo de los fuegos encendidos para guisar no se filtra a través de la pantalla.

Le hacía una reverencia. Jonnie asintió.

—Pero mire —continuó Chong-won—, mis ingenieros están cavando conductos de ventilación que atraviesan la colina, por debajo del cable.

Montones de tierra y roca a cada lado del cuenco señalaban el lugar en el que los chinos usaban palas perforadoras para abrir un canal hacia el aire exterior.

Usarán campanas succionadoras en un lado y extractoras en el otro. Estarán curvadas de modo que no entre ninguna bomba. Lamento mucho el descuido.

—Creo que lo han hecho ustedes muy bien —dijo Jonnie—. Ha dicho que las bombas caen en el lago, por encima de la central. ¿Han causado daños?

El jefe Chong-won llamó a un ingeniero chino y charlaron un momento en mandarín. Después, Chong-won dijo a Jonnie:

—Hasta ahora no, pero algunas han vertido agua por encima de la central y han metido las alzas móviles para reducir el derrame.

Si el volumen el lago disminuyera, no tendríamos electricidad.

Todo el piso inferior de la «pagoda» estaba abierto en los cuatro costados. La pagoda era sólo un techo de fantasía. Se veía la plataforma de transbordo metálica. Los chinos la habían pulido hasta hacerla brillar en la luz difusa.

Jonnie caminó bajo el alto techo para ver dónde habían puesto el importantísimo panel. Después sonrió. Del otro lado de la plataforma habían construido un quiosco cuyos lados tenían la forma de una bestia alada, inmensa, de aspecto salvaje.

Angus estaba junto al panel y lo saludó.

—Esto es algo, ¿eh? —dijo.

Sí, lo era. Una cabeza enorme, dos alas, una cola enroscada. Metal blindado, pintado de rojo y dorado.

—Es un dragón —indicó Chong-won—. Una vez fue el emblema de la China imperial. Vea: es blindaje molecular laminado.

¡Y no sólo eso, sino que tenía una tapa! El panel estaba metido en el lomo del dragón y habían hecho una cubierta con las escamas, de modo que el operador podía trabajar en el panel sin que nadie pudiera ver qué estaba haciendo realmente. En la plataforma elevada del panel había dos banquillos y al costado un estante para papeles y una computadora. Y todo blindado. Nada iba a dañar ese panel. Ni tampoco a ver qué se hacía con él.

¡Qué diferencia con los materialistas psiclo, sin pintura ni arte! ¡Era increíble lo que podían hacer esos chinos!

—¿Lo ve? —adujo el jefe Chong-won—. Es igual que aquellos otros dragones. —Y señaló a un dragón que formaba el techo puntiagudo de la pagoda cercana. Cada rincón tenía uno. Y después el jefe indicó un trabajo sin terminar que había junto al borde—. Se suponía que cada refugio tendría su dragón a la entrada. No hemos tenido tiempo de construirlos.

Eran dragones mucho más pequeños, hechos de arcilla cocida y pintados de rojo y oro.

El panel se veía muy bien debajo de la cubierta protectora. Angus tenía allí una copia del libro de coordenadas y estaba instruyéndose sin tocar nada. Estaba meditando cómo convertir las cifras del libro a ese momento particular y a los botones del panel de instrumentos.

—Lo he comprendido bastante bien —aseguró—. Sólo lleva un poco de tiempo nacer los cálculos. Para cada planeta se enumeran ocho movimientos distintos y hay que elegir el lugar del planeta. Pero no es demasiado difícil.

Jonnie miró hacia arriba. Otra bomba acababa de caer en algún lugar.

—Si todo eso se terminara, podríamos ocuparnos del asunto. No tengo idea de cuándo sucederá ni de qué podemos hacer exactamente con este panel.

El jefe Chong-won señalaba el interior de uno de los enormes postes que sostenían el tejado de la pagoda y protegían de la lluvia la plataforma y el panel. Habían montado luces mineras en cada poste de modo que iluminaran el centro de la plataforma.

—Por la noche —dijo— no dejarán pasar la luz fuera. Jonnie quería ir al refugio de operaciones, pero el jefe lo hizo recorrer una gran habitación subterránea en la pared lateral del cuenco. Tenía bonitos azulejos y en un extremo una tarima para un orador. Había sillas y entraban unas cincuenta personas. Muy bonito.

Después el jefe Chong-won le mostró uno de los treinta pequeños apartamentos que habían hecho para invitados y visitantes. Se agregaban a los dormitorios de los pilotos y el personal. Estos ingenieros chinos construían realmente bien con madera, azulejos y piedra en especial si podían servirse de maquinaria psiclo.

A Jonnie le interesaba el emplazamiento de artillería para cubrir la plataforma y el interior del cuenco. Si había tropas, el lugar podía realmente defenderse. Pero no tenían tanta gente.

Finalmente llegó al despacho de operaciones. Era un lugar muy ocupado, una réplica en miniatura del que habían descubierto en la base subterránea americana. En el centro había un inmenso mapa del planeta. A medida que llegaban informes de la oficina de comunicaciones aneja, unos hombres con largos punteros empujaban pequeños modelos de plomo de aviones y de las naves guerreras en órbita. Las naves enemigas eran rojas, con etiquetas; sus propios aviones eran verdes.

Allí estaba Stormalong con su bufanda blanca, su chaqueta de cuero y las enormes anteojeras. Tenía un comunicador budista a cada lado y hablaban en unos micrófonos que tenían junto a la boca y que excluían cualquier discurso que no fuera el propio. Sus cabezas afeitadas resplandecían debajo de los grandes auriculares.

Se le dijo a Jonnie que estaban operando un canal de batalla planetaria, utilizado por Stormalong, y un canal de comando planetario utilizado por sir Roberto. El jefe guerrero escocés tenía un chico budista de trece años operando su canal.

Nadie tuvo que instruir a Jonnie. Todo estaba allí, en el gran tablero de operaciones. Singapur estaba siendo muy castigada. En la base rusa estaban usando mucha artillería antiaérea. Dunneldeen dirigía la cobertura aérea sobre Edimburgo. Thor la de Kariba. Ni en la mina del lago Victoria ni en ninguna otra parte sucedía nada. Pero en aquellos lugares en que sucedía, era serio.

Jonnie escuchó las conversaciones en ambos canales, el de batalla y el de comando. Hablaban en pali, que él no comprendía.

Había una tercera estación, dirigida por un oficial escocés, que controlaba el tráfico enemigo.

En el extremo de la habitación, donde había algunos escritorios, estaba Glencannon, inclinado sobre una pila de fotografías. Jonnie les echó una mirada. Parecían la secuencia de una batalla aérea. ¿La que había librado cuando mataron al suizo? Glencannon tenía también otra pila, aparentemente recién tomadas. Eran del inmenso monstruo que tenían sobre la cabeza.

Glencannon parecía estar muy agitado y sus manos temblaban. Aparentemente no se había recobrado de aquella experiencia como correo, porque Stormalong no lo había hecho volar. Cuando Jonnie le habló, no contestó.

El tablero de operaciones no tenía buen aspecto, porque Jonnie no podía contribuir con nada. Se preguntó cuánto tiempo podrían resistir los lugares no protegidos por cable blindado. Edimburgo era especialmente vulnerable. Sintió preocupación por Chrissie. Esperaba que estuviera a salvo en un refugio, bajo Castle Rock. Sir Roberto contestó a su pregunta. Sí, allá estaban todos en refugios, El lugar estaba protegido principalmente por batería antiaérea, Dunneldeen se ocupaba de los aviones que trataban de entrar; la batería, de las bombas.

Jonnie pensó que lo mejor que podía hacer era ocuparse de la batería antiaérea que tenían allí. Nunca había visto los cañones psiclo en acción. No tan de cerca.

Salió. El jefe Chong-won había desaparecido, ocupado en otras cosas. Por todas partes había familias chinas sentadas con sus niños y un perro ocasional. Parecían algo cansados, algo preocupados. Algunos de los niños lloraban. Pero los padres sonreían ampliamente, se levantaban y se inclinaban cuando Jonnie pasaba. Esto le hizo esperar que su confianza estuviera justificada.

La salida del cuenco era un pasaje subterráneo curvo por debajo del cable, de modo de no tener que apagar éste cada vez que alguien entrara o saliera. Las curvas eran para evitar que entraran los fragmentos de bomba.

Fue hasta el primer emplazamiento de cañones antiaéreos. El cañón estaba protegido. Los dos artilleros llevaban traje de batalla ruso, a prueba de balas. Un oficial escocés lo vio y salió de un agujero.

—No tenemos bastantes —notó el escocés, señalando el cañón—. No podemos cubrir el lago. Es todo lo que podemos hacer para proteger este cuenco.

Jonnie se aproximó al cañón. Tenía miras computerizadas que apuntaban a cualquier cosa movible. Lo que había que hacer era apretar un gatillo y el cañón calculaba la velocidad y la dirección de un objeto en movimiento, ponía en su camino una bomba explosiva, encontraba el siguiente objeto y repetía la acción.

Miró hacia arriba. Había un avión enemigo a unos doscientos mil pies, apenas visible. Jonnie sabía que el alcance de este cañón era unos cincuenta mil pies menor; aparentemente, el enemigo también lo sabía.

Ese avión dejaba caer bombas.

El cañón tiró cinco veces, rápidamente. Cinco bombas explotaron en el aire, golpeadas por el cañón. Las explosiones que se produjeron arriba llegaron hasta ellos.

—Las que se escuchan aterrizar caen en el lago —explicó el oficial escocés—. Están más allá de nuestro sector. Y por supuesto las que caen lejos, en la selva. Con ésas no nos molestamos.

Jonnie miró hacia los árboles. A siete u ocho millas de allí había un gran incendio. No, eran tres incendios distintos. Todo animal en cincuenta millas a la redonda había abandonado el sitio. El búfalo africano que tenían los sherpas había muerto antes, a causa de las bombas. Bueno; los árboles no arderían por mucho tiempo. En ese momento estaban bastante mojados.

Volvió a mirar el cañón. ¡Qué estragos hubiera podido hacer una de estas cosas durante el ataque a la mina del año anterior, si no hubiera sido una total sorpresa! Y si los jefes de seguridad como Terl no hubieran descuidado las defensas de la compañía.

Otra bomba cayó en una colina a unas diez millas de distancia e incluso desde allí podía verse la lluvia de humo y trozos de árbol. Aquella nave de combate dejaba caer bombas muy pesadas. Si una de ellas golpeaba ese cono, no sabía si la pantalla atmosférica resistiría.

Regresaba hacia la entrada cuando vio salir a Glencannon. Estaba abotonándose un pesado traje de vuelo. No tenía comunicador ni copiloto. Caminaba hacia un avión rodeado de bolsas de arena. Jonnie pensó que debía haber recibido órdenes especiales y no lo detuvo.

Glencannon se metió en el avión, un Mark 32 muy blindado que había sido preparado para vuelo a gran altitud.

Cuando Jonnie entraba en el pasaje, Stormalong apareció corriendo.

—¡Glencannon! —gritó Stormalong. Pero el piloto había despegado.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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