Parte 16

1

Andrew Mac Adam y el barón Von Roth colocaron en el suelo, de su lado de la mesa, pilas de papeles y portafolios, estrecharon brevemente las manos de Dries Gloton y lord Voraz y se sentaron.

Jonnie pestañeó. ¡Mac Adam y el barón llevaban trajes grises! Estaban hechos con un tweed muy caro y la fibra brillaba, pero eran trajes grises.

Los cuatro se quedaron sentados un rato, sólo mirándose. A Jonnie le recordaron unos lobos grises que había visto una vez, avanzando y retrocediendo con los ojos vigilantes, los dientes preparados, midiéndose antes de sumergirse en una lucha de gruñidos y zarpazos, que los conduciría a la muerte.

Y era una lucha a muerte, porque si Mac Adam y el barón perdían, ése sería el fin de la gente de este planeta y todo lo que les era querido. No tenía la menor idea de lo que habían estado haciendo Mac Adam y él barón, y cuando escuchó a Mac Adam disparar el primer tiro, lo hizo con un sentimiento de desolación.

—¿Están seguros, caballeros, de que no podrían darnos un poco más de tiempo? —preguntó Mac Adam—. ¿Digamos un mes más?

Dries mostró su doble hilera de dientes.

—¡Imposible! Han esperado hasta el último momento. No puede haber más demora.

—Los tiempos son malos —recordó el barón—. Hay problemas económicos en todas partes.

—Lo sabemos —asintió lord Voraz—, pero no puede usarse como excusa. Si fueran ustedes incapaces de pagar deudas justas y cumplir con sus obligaciones, hubieran debido decirlo hace días, ahorrándonos esta espera. No comprendo qué estaban haciendo.

—Estaba interrogando a miembros abandonados de la tripulación de las naves que se han ido —explicó Mac Adam—. Fue algo difícil encontrar un oficial de cada una de las razas que atacaron el planeta.

—Y ellos le dijeron que había problemas económicos —murmuró Dries—. Podrían muy bien firmar la renuncia al planeta ahora y terminar con esto. —Y empujó hacia sir Roberto un formulario que éste no llegó a coger.

Mac Adam cogió el formulario y lo dejó caer.

—Descubrí que esos oficiales no deseaban volver a su casa. Habían sido reclutados, en realidad obligados a entrar en el servicio. Algunos pensaban que al volver se verían obligados a tomar parte en revoluciones o guerras civiles y no deseaban disparar sobre su propia gente. Otros pensaban que si regresaban les darían de baja y pasarían a engrosar las multitudes de desempleados que se mueren de hambre y a veces provocan disturbios en las calles de muchas capitales.

—Esto no es nuevo —repuso lord Voraz—. Durante todo el año pasado ha habido inquietud. Ésa es la razón de que estos emisarios estén planeando guerras de conquista…, para desviar la atención de la gente. Hubiera podido preguntármelo a mí. Yo se lo hubiera dicho.

—Esto no cambia nada —cortó Dries—. Le aconsejo rendir sin resistencia el planeta. Porque nada le gustaría más a algunos de estos emisarios que comprar este planeta y montar una expedición militar para sacárselo a ustedes de las manos. Las naves que había allá arriba no son nada comparadas con las que podrían enviarse contra ustedes. De modo que si quisiera…

El barón fijó en él una mirada penetrante como una bayoneta.

—Habiendo recogido todos los datos posibles localmente, fuimos a verlo con nuestros propios ojos —dijo.

Jonnie se puso tenso. ¡Ah, de modo que ésa era la causa de todos aquellos disparos! ¡Esta pareja había estado viajando por todas partes! Había observado débiles marcas dejadas en sus rostros por las máscaras respiratorias. ¿Habrían hecho algo más, además de viajar?

—¡Hay caos económico! —añadió el barón—. Cuando la Compañía Minera Intergaláctica dejó de entregar metales, la escasez provocó una subida me teórica de los precios. Las fábricas han cerrado. La gente está sin trabajo y se rebela. Para distraerlos, los gobiernos planean guerras impopulares. Para conseguir metales para la construcción de armas, están sacando a la gente sus coches e incluso las ollas y pucheros de las amas de casa.

Dries se encogió de hombros.

—Esto no es nuevo y no tiene nada que ver con su balance impagado. ¿Va a firmar esto el emisario de la Tierra o recurrimos…? —Y dejó la amenaza sin formular.

Durante un instante, el aire pareció cargarse de electricidad.

Los pálidos ojos grises del barón se fijaron en Dries Gloton:

—Tiene usted graves problemas, su excelencia.

El gerente de sucursal se encogió de hombros.

—Los problemas internos del banco no tienen relación con el pago que están obligados a hacernos.

El barón Von Roth se volvió hacia sir Roberto.

—Aquí su excelencia comprometió su sucursal en unos préstamos personales muy poco prudentes a los altos ejecutivos de los planetas Psiclo, Torthutm y Tun, del sistema Batafor, y en préstamos aún mayores a los gobernantes regentes psiclo de dieciséis planetas poseídos por Psiclo en cuatro sistemas estelares cercanos. Estos préstamos tenían como garantía bienes raíces en el propio Psiclo.

—¿Cómo descubrió eso? —le espetó Dries—. ¡Es información bancaria confidencial!

—Un empleado rencoroso, a quien usted echó a la calle —señaló el barón—. Los bienes raíces de Psiclo se transformaron en humo y los deudores han muerto. Un riesgo bancario poco prudente. Los psiclos eran conocidos por su mala fe.

—Los depositantes pueden presionar al banco —informó Voraz, en defensa de su gerente de sucursal—. Pero eso no cambia su empréstito…

—Por supuesto que pueden presionar —recalcó el barón—. El ingreso de beneficios básico del Banco Galáctico provenía de transferencias de fondos para los planetas psiclo. No de préstamos, sino del alto porcentaje que cargaba el banco por manipular esos fondos. Y sin esas transferencias de planetas de regencia, su excelencia, sus bancos de regencia tuvieron que despedir a su gente y cerrar las puertas. La sucursal bancaria principal en Balor, su propia oficina, ha despedido a casi todos. De modo que ésa es la razón por la que están presionándolo, sir Roberto —continuó el barón—. Dries pensó que la única manera que tenía de evitar la bancarrota era recuperar la Tierra. Es el único planeta de cualquier universo por el cual la Intergaláctica debía dinero. Pensó que si podía subastar el planeta, aunque sólo fuera por un poco de efectivo, podría evitar la situación de insolvencia total.

—¡Buscar la paja en ojo ajeno no le quitará la viga del suyo! —balbució Dries—. ¡Lo mejor que pueden hacer es firmar; de otro modo, se hundirán ustedes también! —Este repaso de los conflictos del año anterior estaba poniéndolo nervioso—. ¡Paguen y paguen ahora! —Y recogió el formulario y lo puso frente a sir Roberto.

El papel crujió como una ametralladora.

Mac Adam se estiró y amablemente empujó el brazo de Dries, obligándolo a volver a apoyarlo en la mesa.

—Más tarde llegaremos a eso.

El hombrecito gris temblaba. No recordaba haber estado nunca tan alterado. Había sido un año terrible. ¿Qué querían hacer esos tipos? Si no tenían el dinero, ¿por qué se retrasaban? Se echó hacia atrás. No importaba. El resultado sería el mismo. ¡Que divagaran!

—Tomemos ahora el banco central, en las Gredides —prosiguió el barón—. Fuimos allí, al universo uno. La ciudad capital, Snautch, resultó dañada por el coletazo del transbordo, y también las otras capitales de los dos planetas selachee. Todas las plantas superiores de los bancos resultaron muy perjudicadas.

—Pueden reconstruirse —dijo lord Voraz.

—La explosión derrumbó los enormes carteles del Banco Galáctico, que pueden verse por encima de todos los centros financieros de cada capital, y siguen allí colgando, rotos. Se puede ver lo que ponen, pero eso es todo.

—Se los puede volver a colgar —murmuró suavemente lord Voraz.

—¡Pero ustedes no lo han hecho en todo un año! —insistió el barón, como una taladradora—. Ahora bien, los tres planetas selachee dependían de la banca. Esos bancos afectaban a millones y millones de seres. Cuando ustedes perdieron el teletransporte, quedaron incapacitados de llegar a los otros quince universos, con o sin viaje espacial. Tienen ustedes millones de selachees inmovilizados en sucursales de esos universos, en bancos tan arruinados como el de su excelencia, y no pueden llevarlos a casa. Las familias y parientes están convencidos de que no volverán a ver a sus padres, hermanos o hijos. Frente a las puertas de los bancos hay multitudes amotinadas. ¡Gritan muy fuerte y piden sangre! Lord Voraz se encogió de hombros: —Los guardias bancarios son fuertes.

—¿Y cómo les pagarán? —preguntó el barón—. El ingreso de su banco no provenía de los préstamos, sino de las transferencias de fondos psiclo. En el momento en que Psiclo y la Minera Intergaláctica fueron voladas, ya no hubo afluencia de fondos. Empezaron ustedes a arruinarse y a prescindir de empleados. Usted sabe por Dries que muchas de sus sucursales han tenido que cerrar sus Puertas.

—Hemos tenido dificultades económicas antes —repuso lord Voraz.

El barón se acercó más a él:

—Pero no tan mala como ésta, lord Voraz. Todos los seres de todas partes odiaban a los psiclos. Cuando su lord Loonger, cuyo retrato llevan en los billetes, hizo un trato con los psiclos hace un par de cientos de miles de años, para manejar sus finanzas, no permitió que ningún psiclo se sentara en el consejo de dirección del banco.

—Hubiera perjudicado la reputación del banco —opuso lord Voraz—. Una actitud razonable. La gente hubiera dicho que era un banco psiclo.

—¡Ah, sí! —exclamó el barón—. ¡Pero entonces los psiclos insistieron en que a partir de allí, y para siempre, las reservas del banco se guardarían en bóvedas en Psiclo! ¡Y han desaparecido!

Lord Voraz cerró por un momento sus pesados párpados. Se pasó la mano por la cara, y después aceptó:

—Es verdad. Esto sigue sin alterar el hecho de que es usted un deudor.

—¡Por supuesto que lo altera! —prorrumpió el barón—. Ustedes son insolventes. ¡Y si no encuentran rápido bienes que los respalden, se hundirán!

—¡Muy bien! —prosiguió lord Voraz—. ¡Pero esto sólo prueba el hecho de que debemos recuperar este planeta!

—Este único planeta no va a salvarlos —contestó Mac Adam.

Suavemente, el barón preguntó:

—¿Por qué no conquistan sencillamente algunos de los viejos planetas mineros o planetas de regencia de psiclo? Hay más de doscientos mil por allí.

—¡Oh, vamos! —gruñó lord Voraz, horrorizado—. ¡Una Cosa es desprestigiar nuestro crédito y exponer nuestros problemas, pero otra muy diferente es sugerir que el banco podría comprometerse en empresas corsarias a las cuales no tiene derecho!

—¡Buen Dios! —exclamó Dries, escandalizado—. ¡Todos esos planetas fueron adecuadamente pagados! ¡Es imposible comprometerse en un robo!

—¡Sus títulos estarían en disputa! —explicó lord Voraz—. Expondría al banco a guerras y el banco no es una organización militar. Cualquiera que tocase esos planetas terminaría ante el tribunal. ¡No tenemos títulos! ¡Debo decir qué saben ustedes muy poco sobre la ley intergaláctica que gobierna a las naciones!

—¡Oh! Yo creo que sí sabemos —repuso Mac Adam—. ¿Han leído alguna vez la carta imperial y real psiclo a la Compañía Minera Intergaláctica?

—¡Exhaustivamente! —dijo lord Voraz—. No se pueden hacer negocios con una compañía que no archiva una carta de cesión. Esta carta fue entregada hace trescientos dos mil novecientos sesenta y un años atrás por el rey Ditch de Psiclo. Bueno: hay o había una copia de esa carta en la pared de todo complejo central de la Intergaláctica. La ley lo exige. He leído…

El barón arrojó sobre la mesa una copia de la carta.

—Debería leer la letra pequeña —sugirió, y giró el papel para que Voraz pudiera leerlo, aunque éste no se molestó en hacerlo porque lo conocía casi de memoria.

—Observe esta cláusula —señaló el barón—. «Número ciento nueve En ausencia de un director o directores, el jefe de un planeta poseído por la mencionada Compañía Minera Intergaláctica tendrá capacidad para tomar resoluciones y estas resoluciones nos comprometerán».

Lord Voraz se encogió de hombros.

—Por supuesto. Por entonces sólo tenían un planeta adicional y su jefe era un príncipe real. En ese momento, los directores no querían ser molestados con negocios. No veo…

—Pero es una cláusula valida —adujo el barón.

—Claro, claro —aceptó Voraz—. Pero ustedes están sólo retrasando.

—Y ahora, esta otra cláusula —indicó el barón—. «Número ciento diez. En momentos de emergencia y/o amenaza a la compañía y en especial en tiempos de desastre, el jefe de un planeta puede disponer de la propiedad de la compañía». Observe que esto no está limitado ni cualificado en ningún sentido.

—¿Y por qué debería estarlo? —preguntó lord Voraz—. Era el mismo príncipe de la sangre. De otro modo, no tomaría un trabajo fuera de casa. Tenía miedo de una interrupción en las comunicaciones o las revoluciones palaciegas. Hubieran podido dejarlo allá, con la garra llena de cuentas de la compañía. Era el príncipe Sco.

—Pero usted está de acuerdo en que éstas son cláusulas válidas —dijo el barón.

—¿Cuándo recuperaré este planeta? —inquirió Dries, fatigado—. ¡No hay nada en esa carta que les permita escaparse de pagar cuarenta billones de créditos!

Lord Voraz lo corrigió:

—Cuarenta billones novecientos sesenta mil doscientos diecisiete millones seiscientos cinco mil doscientos dieciséis créditos galácticos.

—De modo que en esta carta real no hay nada inexacto —insistió el barón.

—¡Por supuesto que no! —exclamó lord Voraz.

El barón Von Roth y Mac Adam se miraron y rompieron a reír, sobresaltando a los otros dos.

Mac Adam buscó entre los papeles que tenía junto a la silla y sacó un grueso paquete de documentos.

—Esto fue firmado ante testigos once meses antes de la destrucción del planeta Psiclo.

Tiró el paquete sobre la mesa, donde aterrizó haciendo un ruido parecido al de un tiro de cañón.

Estaba cubierto de sellos y resplandecía con sus enormes lazos rojos oficiales y los discos escarlatas y dorados.

¡Era el contrato de Terl!

Vendía la totalidad de la Compañía Minera Intergaláctica, con sus equipos, bienes, planetas y cuentas.

Mac Adam puso encima otro documento.

—He aquí la declaración hecha por el último jefe del planeta de que se trata de un contrato válido y verdadero y agrega el traspaso de la compañía. Fue firmado hace apenas pocos días.

Otro papel se agregó al montón.

—Y aquí está el recibo y pone «pagado en su totalidad».

Dries y lord Voraz miraron los papeles, boquiabiertos. En todas sus vidas llenas de acontecimientos, jamás se habían encontrado tan sorprendidos. Pasaron los segundos. Después, al unísono, comenzaron a revisar el montón de papeles. Leyeron, buscaron puntos débiles.

Finalmente, lord Voraz dijo, espantado:

—Es realmente válido. Veo incluso que fue asignado por el gobierno legal de este planeta al Banco Planetario Terrestre como pago de empréstitos. Totalmente regular. Resistiría cualquier tribunal de justicia.

Pero Dries movió la cabeza:

—Para ser legal y, en consecuencia, resultarles útil para evitar perder el planeta, tendría que ser registrado y archivado en el Hall de la Legalidad de Snautch.

—Pero lo está, lo está —dijo dulcemente el barón, sacando una copia de archivo del Hall de la Legalidad de su bolsillo y depositándola en la mesa—. ¡Totalmente registrado desde hace tres días! En realidad, fue lo primero que hice cuando conseguí abrirme paso entre la multitud.

Dries se había recuperado del golpe.

—Esto puede darles planetas y equipo. Pueden darle incluso ventajas subsidiarias, con las cuales solicitar préstamos. Sin embargo, el banco se tomaría su tiempo para conceder el préstamo. Y no estaríamos dispuestos a prestar después de haber quedado impagado otro préstamo. Este documento demuestra simplemente que ahora reconocen realmente la deuda. Tendré que solicitar efectivo inmediato…

—Ya volveremos sobre eso —manifestó el barón—. Lord Voraz, ¿cuánto diría usted que vale el Banco Galáctico? Ya sabe: bienes y pasivo según su último balance.

Voraz se puso nervioso.

—¡No tenemos ninguna obligación de mostrar nuestro balance bancario! ¡En especial en medio de una conversación con un deudor!

—Usted tiene una copia de un balance realizado hace unas dos semanas —insistió el barón.

Voraz pareció a punto de ahogarse.

—¿Han estado hurgando en mis carpetas?

—¡Ach, gott, no! —negó el barón—. No había razón para hacer eso. Me dijeron que tenía una hoja de balance. En cualquier caso, aquí hay una copia de su oficina de cuentas. —Y sacó la enorme copia, muy tabulada, de su montón de papeles, poniéndola sobre la mesa—. Contando todos los edificios, bienes raíces que posee y cuentas actualmente en funciones y restando las cuentas, los impuestos que falta pagar y todo eso, me parece que el valor es aproximadamente de mil billones de créditos.

—No tenían derecho a darle esto —protestó Voraz—. Pero admito que es correcto. Aproximadamente.

—Siempre y cuando pasemos por alto el hecho de que están a punto de ir a la quiebra —murmuró Mac Adam.

—¡El banco podría liquidarse por esa suma! —añadió Voraz.

—Si pudieran llegar a las sucursales de otros universos, cosa que no pueden hacer —dijo Mac Adam.

El barón movió la mano con aire divertido.

—Pero nos sentimos generosos, ¿eh, Andrew? —Y sonrió a Jonnie—. ¿No es verdad?

Jonnie miraba fijamente la escena. Era como contemplar una corrida de toros.

—Nuestros dos amigos no parecen ser muy generosos —bromeó Mac Adam, señalando a los hombrecitos grises.

—Pero seremos grandes —aseguró el barón—. Voraz, usted necesita desesperadamente alguien que lo respalde, necesita bienes visibles. Sin ellos, tendrá que abandonar ¿verdad?

Voraz lo miró, malhumorado; después bajó la cabeza.

—Verdad —aceptó.

—Nosotros queremos sacarlo del apuro —indico Mac Adam—. ¿No es verdad, Jonnie?

Jonnie se encogió de hombros. Déjalos seguir adelante. Esta lucha continuaba.

Voraz paseó la mirada de Mac Adam al barón, muy alerta.

—De modo que el Banco Planetario Terrestre le ofrece comprar las dos terceras partes del Banco Galáctico —dijo el barón.

—¿Qué? —exclamó Voraz—. ¡Ése es un interés de control! ¡Controlarían el vasto imperio del Banco Galáctico! —Y pensó un momento—. ¿Y con qué?

El barón sonrió:

—Lo compraremos con el valor en planetas equivalente a dos tercios del valor de su banco. —Y sacó otro papel de entre los que había junto a él—. Dejando pendiente una evaluación posterior, puede decirse que un planeta vale un mínimo de sesenta billones de créditos.

—Para ser honesto, la mayor parte vale más —señaló Voraz.

—Entonces tendría los bienes —dijo el barón—. Podría respaldar su moneda con reservas que ahora no tiene. Los psiclos nunca les dejaron poseer planetas, pero ahora pueden. Les entregaremos once planetas que valen sesenta billones de créditos por la posesión de dos tercios del Banco Galáctico, con su activo, su pasivo y todo.

Lord Voraz vacilaba. Pero no había dicho que sí.

Mac Adam se echó cómodamente hacia atrás.

—Y pondremos ciento noventa y nueve mil novecientos ochenta y nueve planetas y todos los bienes de la compañía en un fideicomiso manejado por el Banco Galáctico. Esto le devuelve sus beneficios por transferencia de fondos. Eso le permite alquilar derechos mineros. ¡Eso salva su banco con toda seguridad!

—Esperen —dijo lord Voraz, y todos pensaron que rechazaría la oferta—. Ustedes tomaron sus listas de planetas de la tabla de coordenadas de disparo de la Intergaláctica. Esta tabla no incluye los planetas con reserva minera. Para vender a la Intergaláctica todos los planetas posibles y para sangrar a la compañía, había un decreto imperial según el cual la Compañía Minera Intergaláctica tenía que poseer cinco planetas por cada uno que explotara realmente. En el Hall de la Legalidad hay una lista de otro millón de planetas, con sus coordenadas, que no han sido explotados por la Intergaláctica. Me temo también que Dries nunca les dio el verdadero contrato de compra de este planeta. Ustedes siguen hablando de él en singular, pero incluye otros nueve planetas de este sistema y todas las lunas, mencionadas al pasar porque no se consideran valiosas. Hay también soles y nebulosas y constelaciones. Es obvio que hay una gran cantidad de propiedad de la Intergaláctica sobre la cual ustedes no saben nada. ¿Nos permitirían hurgar e incluirlos también en el fondo en fideicomisoo manejado por el banco?

Mac Adam sonrió:

—¿Le parece bien, barón? ¿Le encuentras algún inconveniente, Jonnie?

Jonnie lo pensó. Aquí había evidentemente alguna cosa que estaban pasando por alto. Pero no vio nada erróneo en lo que hacía el Banco Planetario Terrestre.

Tendiendo la mano a lord Voraz, Mac Adam dijo:

—Estamos de acuerdo.

Voraz se esforzó por aclarar las cosas. Con la mano tendida ya, la retiró.

—Este trato debe ser ratificado por una reunión del directorio del Banco Galáctico.

El barón rió:

—Bueno: organicemos una. Según su estatuto, se los puede convocar en cualquier lugar de los dieciséis universos.

—¡Ah, un momento! —dijo lord Voraz—. Hay otros doce miembros del directorio. Selachees ricos, influyentes, que están…

—Muertos de miedo —señaló el barón—. El estado del banco y los disturbios los han convencido de que si él banco se hunde, perderán sus propiedades y fortunas personales. ¡De modo que pensaron que ésta era una gran oferta!

Voraz quedó boquiabierto.

—¡Pero no pueden tener una reunión de directorio a mis espaldas!

—¡Oh, no lo hicieron! —exclamó el barón—. Han delegado sus poderes en mí, de modo que puedo votar en su lugar. —Se inclinó y cogió otro paquete de documentos—. Aquí están.

Lord Voraz los miró. Reconoció los sellos personales. Habían sido registrados en el Hall de la Legalidad.

—Por tanto —quiso saber el barón—, ¿tendría usted a bien, como presidente, convocar una reunión del Banco Galáctico en seguida y proponer que el Banco Planetario Terrestre compre dos tercios del Banco Galáctico?

—Habrá que mecanografiar la resolución —contestó Voraz—. Convengo en la reunión. Tengo incluso mis sellos, pero…

—Aquí está la resolución, mecanografiada —indicó el barón—. Me alegro muchísimo de que convoque la reunión, porque me ahorra el problema de regresar a Snautch y hacer que lo despidan…

De pronto, Voraz rió:

—¡Son ustedes un par de anguilas! ¡Esto fue mecanografiado por mi secretaria! ¡Reconozco sus iniciales!

—Exacto, exacto —asintió el barón—. Una muchacha encantadora. ¡Está tratando de salvarlo y también sus trabajos! Y ahora firme aquí como presidente del directorio y presidente…

—Espere —dijo Voraz, súbitamente sobrio y preocupado—. Todo esto está muy bien, pero hay tres cosas que podrían arruinar este trato y a todos nosotros…

—¡La primera —interrumpió Dries— es cómo consigo mi dinero, en efectivo y ahora mismo, para pagar esta hipoteca!

—¡Oh, eso! —dijo Mac Adam, y cogió un montón de papeles de una yarda de largo—. Éste es el resumen hecho por su banco de las transferencias de la Minera Intergaláctica. Pone que el día noventa y dos del año pasado había ciertos fondos de la Intergaláctica en proceso de transferencia. Fueron enviados al banco para su posterior retransmisión, pero por supuesto el banco en ese momento no estaba en condiciones de retransmitir nada. Pagos por metales, salarios… Todo está aquí. Siguen en su banco y es dinero de la Inter galáctica. Cuando estábamos en Snautch abrimos una cuenta para el Banco Planetario Terrestre. Veamos: el total de fondos recibidos y no traspasados de doscientos mil planetas en el mes pasado fue de doscientos billones cuatrocientos treinta y ocho mil novecientos setenta y un millones cuatrocientos treinta y ocho mil seiscientos créditos. Ese dinero es nuestro. Reste de allí la hipoteca y todavía nos quedan unos ciento sesenta y ocho billones. —Y Mac Adam revisó su montón de papeles—. Aquí está nuestra carta de autorización y aquí está el recibo para que lo firme, Dries.

El hombrecito gris estaba allí sentado, mudo. Estaba tratando de captar el hecho de que era solvente. No había creído poder recobrar más de diez billones en una venta forzada. Se incorporó y cogió una pluma para firmar el recibo.

Lord Voraz lo detuvo.

—Todo eso está muy bien —gruñó con voz preocupada—, pero hay otros asuntos. —Y se volvió hacia Jonnie—. ¿Puede usted perdonarnos por tratarlo como a un empleado, sir lord Jonnie? Es muy cierto que no podemos operar sin equipos y paneles de transbordo. Estamos aislados. Solíamos realizar los negocios del banco en los equipos psiclo, usando las cajas del banco. ¡Nos cobraban mucho, pero enviar un despacho por viaje espacial podía costamos cincuenta mil créditos y llevaba muchísimo tiempo! ¿Va a ayudarnos con esto?

—Eso es cosa de Jonnie —dijo Mac Adam—. Nosotros, en el banco, no somos dueños de nada de eso. Jonnie, podemos hacerle un préstamo a bajo interés y ayudarlo a crear una planta manufacturera. Una compañía aparte, que sea suya. ¿Qué le parece?

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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