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En su pequeña cabina gris, el hombrecito gris suspiraba pacientemente. Bueno, no del todo paciente. Su indigestión no había mejorado y ahora esto.
Las cosas eran ya bastante molestas como para que esos militares se pusieran a pelear entre sí. Pero era un asunto militar, no político ni económico ni estratégico, de modo que estaba obligatoriamente fuera, como mero observador.
Ahora tenía cuatro rostros en sus pantallas separadas. Y si las cosas seguían así, tendría que pedir a su oficial de comunicaciones que sacara más pantallas de los almacenes y las pusiera en hilera. Esto hacía que la oficina pareciera atestada.
La cara del medio-capitán tolnepa parecía bastante enojada y se ajustaba todo el tiempo las gafas en forma agitada.
—Pero no me importa si lo sorprendió verme aquí. ¡No tengo noticia alguna de que nuestras naciones estén en guerra!
La cara del hawvin había tomado ese color violeta claro que baña a los hawvin cuando se sienten provocados. El casco cuadrado estaba muy hundido en la cabeza oval y doblada la antena del oído. Su boca sin dientes, pero de encías afiladas, estaba distorsionada en la actitud de quien está dispuesto a morder.
—¡Cómo va a saber quién está en guerra y quién no lo está! ¡Se encuentra por lo menos a cinco meses de cualquier base!
El superteniente hocknero que comandaba la nave en forma de estrella parecía algo arrogante con su monóculo y la excesiva cantidad de galones de oro. La cara larga, sin narices, reflejaba lo que pasaba por desdén entre su gente del sistema Duraleb.
El bolboda era simplemente horrible, como siempre, más grandes que los psiclos pero algo informes. Uno se preguntaba cómo se las arreglaban para manejar cosas…, tenían las «manos» siempre cerradas en puño. El alto cuello de su sweater se juntaba casi con una gorra exagerada. Los bolbodas consideraban que las insignias estaban por debajo de su dignidad, pero el hombrecito gris sabía que ése era el líder Poundon, comandante de la nave en forma de cilindro. Ciertamente, tenía una pobre opinión del resto, a los que consideraba decadentes degenerados.
—¡Muy bien! —espetó el tolnepa—. ¿Están nuestras razas en guerra o no lo están?
El hawvin dijo:
—No tengo información en ese sentido. Pero eso no significa que no lo estén. No sería la primera vez que una nave hawvin llegara pacíficamente a la estación, sólo para ser atacada por un entrometido tolnepa.
—¡Excelencia! —exclamó de pronto el tolnepa, incluyendo al hombrecito gris en la conversación—. ¿Tiene alguna información sobre una posible guerra entre tolnepas y hawvin?
Era una cuestión militar, pero podía bordear lo político.
—La nave correo que me encontré aquí no lo mencionó —dijo, cansado.
Tal vez alguno de la tripulación tuviera otra marca de píldoras digestivas. No, no lo creía. El Mello-gest era lo que se vendía esos días. Deseaba que terminaran de discutir.
—¡Ya lo ve! —silbó el medio-capitán tolnepa—. No hay guerra. Y, sin embargo, usted viene aquí y me abolla las placas en un asalto inmotivado…
—¿Realmente he mellado sus placas? —preguntó el hawvin, súbitamente interesado.
—Bueno —murmuró el superteniente hocknero—. Vamos a ver. Están totalmente apartados del problema del extraño interceptor. Si ustedes dos quieren irse a alguna parte y combatir, es asunto suyo, ¿no es así? Pero ¿quién y qué era el interceptor?
—No puede ser otra cosa que psiclo —refirió burlonamente el bolboda.
—Ya lo sé, muchacho —alegó el hocknero ajustándose el monóculo—, pero he mirado y no está en las listas de aparato militar psiclo. —Y puso frente a la pantalla un libro: Tipos de aparato militar psiclo conocidos. Por supuesto, estaba en psiclo. Todos ellos hablaban psiclo y toda su conversación cruzada se hacía en esa lengua, porque no hablaban las lenguas nativas de los otros—. Aquí no está.
El hawvin estaba contento de dejar caer el tema de su ataque al tolnepa, por sorprendido que hubiera quedado al encontrar allí una nave tolnepa.
—Nunca he visto nada igual.
El bolboda era más práctico:
—¿Por qué se desvió en el momento en que dejaron de disparar?
Meditaron en esto durante un rato. Después, el hocknero se ajustó el monóculo y prorrumpió:
—¡Me parece que lo tengo! Supuso que nuestra atención estaría distraída y que esta —y rió— batalla eliminaría a algunos de nosotros y él podría barrer con los restos dañados.
Hablaron de esto durante un rato. El hombrecito gris escuchaba cortésmente sus teorías militares. No era nada que le importase. Finalmente llegaron a la conclusión de que eso no era todo. El interceptor había subido, preparado para aprovechar las ventajas de la «batalla» y destruir lo que quedara cuando estuviera dañado.
—Creo que deben ser muy listos —dijo el hocknero—. Es posible que tengan otros interceptores preparados y esperando.
—Eso hubiera podido comérmelo de un solo bocado —repuso el hawvin.
—Y yo hubiera podido derribarlo de un solo puñetazo —enfatizó el bolboda—. Si fueran fuertes, hace días ya que hubieran subido y nos hubieran aplastado. No creo que sean psiclos y nunca oí hablar de ninguna raza que tuviera esa insignia de la antorcha. De modo que yo digo que son muy débiles. No sé por qué no bajamos y los barremos. ¡Como fuerza combinada!
Lo de la fuerza combinada era una idea nueva. Los otros tres siempre habían considerado a los bolbodas algo estúpidos, aunque fuertes, y lo miraron en sus pantallas con un comienzo de respeto.
—Ninguno de nosotros ha hecho nunca mella real en los psiclos —dijo el hocknero—. Pero a mí me parece que no son psiclos. Nave extraña, insignia extraña. De modo que posiblemente fuera el trabajo de una tarde el de bajar como fuerza combinada…
—Para abatirlos y dividir el botín —terminó el tolnepa.
Esto bordeaba lo político, de modo que el hombrecito gris inquirió:
—¿Y qué sucede si son ellos?
Eso era lo que había venido a averiguar. Lo pensaron. Finalmente llegaron a una conclusión unánime: operarían como fuerza combinada. Invitarían a cualquier recién llegado. Esperarían el regreso de la nave correo enviada por el hombrecito gris, aunque podía tardar meses. Si traía noticias de que lo habían encontrado en otra parte, esta «fuerza combinada» bajaría, destruiría el planeta y se dividiría el botín como recompensa por su tiempo. No hicieron especificaciones sobre la manera en que se dividiría el botín, porque cada uno de ellos tenía sus propias ideas sobre lo que sucedería cuando llegara el momento. Estuvieron de acuerdo con ese plan.
—¿Y qué si mientras tanto algo prueba que es él? —preguntó el hombrecito gris.
Violencia, violencia; estos militares no pensaban más que en la violencia y la muerte.
Bueno: decidieron, eso era más bien político, y tocarían de oído. Pero también en el caso de que lo fuera, probablemente tendría que ser barrido, de modo que también servía el mismo plan.
Era la primera vez que el hombrecito gris veía que los comandantes de naves tradicionalmente hostiles llegaban a un acuerdo firme sobre algo. Es que eran tiempos poco comunes.
Cuando apagaron sus pantallas visoras, el hombrecito gris cogió otra píldora de Mello-gest para aliviar su indigestión y después volvió a ponerla en el frasco.
Pensó que tenía que bajar a ver otra vez a aquella vieja mujer. Tal vez tuviera un antídoto contra el té de hierbas.