4
Por el cielo nocturno, desde dirección norte, corriendo mucho más velozmente que su propio sonido, un avión se aproximaba a Kariba. Al comienzo parecía sólo otra estrella.
Sonó el intercomunicador de la batería antiaérea: el avión era amigo y pedía permiso para aterrizar.
Jonnie salió a ver cómo descendía. Se abrió la puerta y alguien bajó. Su rostro era una mancha blanca en la oscuridad. Jonnie miró más de cerca: vendajes…, alguien con la cara totalmente vendada.
Un dedo señalaba la barba de Jonnie.
—¡Queda perfecto!
¡Era Dunneldeen!
Se abrazaron felices. Después Dunneldeen empujó a Jonnie hacia la luz y lo miró.
—¡Perfecto! ¡Alguien te ha cortado la mitad de la barba! ¡Y la mitad de la mía se ha quemado! ¡Conciértame una cita con tu barbero!
—¿Te derribaron? —preguntó Jonnie, mirando con cierta ansiedad la serie de vendas de la cara.
—¡Bueno, chico: no es necesario ponerse insultante! —protestó Dunneldeen—. ¿Qué bolboda, drawkin u hocknero podría derribar al as de los ases? No, Jonnie, fue cuando ayudaba a combatir el fuego. No es una quemadura demasiado grave, pero ya conoces al doctor Allen. No está contento a menos que te haya envuelto como a un inocente bebé.
—¿Cómo están las cosas allá? —preguntó Jonnie.
—Mal. Apagamos el fuego, pero eso es todo. Dwight y Thor están tratando de abrir túneles en las laderas. Hay muchas esperanzas, pero eso es todo cuanto puedo decirte. Dime: ¿regresó ese hombrecito gris? ¿Aquélla es su nave?
—¿Estuvo en Edimburgo?
—Sí. Dio una vuelta molestando a todo el mundo con sus preguntas. Se ponía en el camino de todos. Y entonces pareció conseguir lo que buscaba y se fue a toda prisa a Aberdeen. ¡Casi lo derriban! Estaba buscando al rey…, ya sabes, el jefe del clan Fearghus.
—¿Cómo está el jefe?
—Bueno: es un hemofílico. Ya sabes: una vez que se corta no para de sangrar. Siempre le digo que se mantenga alejado de las guerras…, ¡son una cosa muy mala para la salud! De todos modos, lo encontramos fuera, lo llevamos a toda prisa al hospital de Aberdeen y le han hecho transfusiones. Este hombrecito gris trató de entrar a verlo y por supuesto los ayudantes lo echaron. Pero entonces arrinconó al doctor Allen. Parece que este tipo —dijo, señalando la nave, con sus luces resplandecientes— ha estado recogiendo libros y bibliotecas por todas partes. La pictografía. Consiguió que el doctor Allen le dijera qué le pasaba al jefe, lo miraron en un montón de libros y el doctor Allen descubrió que había un compuesto llamado vitamina K que coagulaba la sangre, sintetizaron un poco y…, ¿quieres creerlo? ¡La hemorragia se restañó! El jefe se está recuperando. ¿Qué es ese hombrecito gris? ¿Un médico?
—No —dijo Jonnie—. Es el gerente de una sucursal del Banco Galáctico. ¡Más tarde te contaré más, pero estaba allí asegurándose de que este planeta tiene un gobierno!
—Bueno: de todos modos fue muy amable de su parte —indicó Dunneldeen.
Jonnie se alegraba por el jefe, pero comenzaba a sentirse acosado por los banqueros. No dijo a Dunneldeen que estaban a punto de arruinarlos.
—¿Has visto a Stormalong?
Dunneldeen movió la cabeza.
—Vamos a buscar a sir Roberto. Está en ese avión, muerto para el mundo.
Y realmente lo estaba. Chamuscado, con la piel gris en aquellos lugares en los que no estaba negra de hollín, con las manos destrozadas y las ropas en jirones abrasados, sir Roberto parecía exactamente lo que era: un anciano que hacía días que estaba en el infierno, sin descanso.
Trataron de levantarlo y llevarlo, pero el viejo jefe guerrero era un hombre muy pesado, en especial cuando estaba profundamente dormido. Consiguieron una vagoneta minera y lo llevaron al hospital.
Jonnie llamó a la enfermera y ésta examinó a sir Roberto. No tenía heridas, excepto en las manos. Le dio una inyección de complejo B, y ni siquiera se movió al sentir penetrar la aguja.
De pronto apareció el señor Tsung con su familia y comenzaron a organizar las cosas. Al rato estaban bañando a sir Roberto, recortando las zonas chamuscadas de su barba y su cabello, para que quedaran mejor. Luego lo metieron en la cama. ¡No abrió los ojos en ningún momento!
Jonnie regresó al hospital donde había dejado a Dunneldeen y lo encontró sentado en una silla, profundamente dormido, mientras la enfermera le cambiaba el vendaje. Las quemaduras no lo desfiguraban. La barba sí que estaba arruinada. Jonnie detuvo a la enfermera antes de que pusiera los nuevos vendajes y llamó a la hija del señor Tsung, que llegó con sus tijeras y cortó la barba del escocés como la de Jonnie.
Jonnie había tenido la esperanza de que Dunneldeen pudiera reemplazarlo en operaciones mientras él iba en busca de Stormalong, pero Dunneldeen no estaba en condiciones de hacer nada, salvo dormir. Lo dejó al cuidado de la familia Tsung y entonces lo bañaron y lo acostaron.
¡Edimburgo debía de ser un infierno!
Jonnie llamó a Rusia. En aquella vieja base tenían varios miles de personas. Con humo o sin él, habría algunos que pudieran hacer algo. Allí había doscientos cincuenta chinos provenientes del norte; también estaban los siberianos y los sherpas. Tinny transmitió algunos de sus mensajes: el resto de los monjes, la biblioteca budista, la biblioteca china y esas cosas estaban a salvo. Tuvo que salir corriendo a dar estas noticias a Chong-won y al señor Tsung. Era muy tarde tanto en Tashkent como en Edimburgo, pero Jonnie empezó a apresurar a la gente.
La pregunta más vital del momento era: ¿dónde estaba Stormalong? ¿Dónde estaba Mac Adam? Lo único que pudieron sacar a Luxemburgo fue una chica que decía algo como: «je ne comprends pas», y con toda seguridad no estaba hablando de Stormalong ni del banquero escocés. ¿Iba a tener que ocuparse solo él del problema de la ejecución de la hipoteca?