8
—¿Quién es usted? —preguntó Terl.
No tenía dificultad alguna para ver la figura de pie a la sombra del poste. Era una noche de luna muy brillante y clara, tan brillante que hasta los picos nevados de las Rocosas resplandecían.
Lars Thorenson, obedeciendo a una demanda de Staffor, había llevado al recién llegado hasta la caja. Lars se había apartado totalmente del entrenamiento como piloto después de intentar una «maniobra de combate» tan imposible que lo hizo estrellarse, arruinó un avión y se rompió el cuello. Lo habían nombrado «asistente de lenguas» del Consejo. El collarín de yeso que usaba no interfería con su lengua. Se le había dicho que llevara al recién llegado a la jaula, cortara la electricidad, distribuyera radios mineras y después se retirara, sin radio. Lars era muy concienzudo con respecto a sus obligaciones: había aceptado el nombramiento con la condición de que podría difundir el fascismo entre las tribus, lo que hacía muy feliz a su padre y a él mismo. ¡Este recién llegado había llenado el coche de hedor! De pronto Lars recordó también que debía decirle al cadete que estaba de guardia que se fuera a dar un paseo, de modo que se apresuró a buscarlo para decírselo.
Terl miró al visitante, esperando que su desprecio por ese animal no se notara a través de su máscara o por el sonido de su voz. Lo sabía todo sobre el general Snith, de los brigantes. Como oficial de seguridad, de combate y oficial político de este planeta, estaba muy bien informado sobre esta banda. Como todos los oficiales de seguridad que lo habían precedido, Terl había aceptado la situación de un grupo humano en la selva lluviosa que no podía ser alcanzado ni observado y que había establecido una relación simbiótica con los psiclos. Los brigantes habían mantenido a raya a las otras razas y habían entregado cientos de miles de bantúes y pigmeos a la sucursal minera. La única atracción que tenía ese lugar era que ocasionalmente se podía comprar un ser humano para torturarlo. Sí, Terl no sólo lo sabía todo sobre ellos, sino que él personalmente había manejado el asunto de su traslado aquí. Terl había convencido a ese Staffor de que lo que necesitaba era un verdadero cuerpo de tropas, fiable, para ese lugar. Staffor había estado de acuerdo…, no se podía confiar en esos escoceses, eran demasiado astutos y traicioneros. Tampoco había que usar cadetes, que parecían sentir una admiración condenable y mal orientada por ese Tyler.
Los brigantes habían llegado pero Staffor parecía tener problemas para negociar con ellos, de modo que Terl había sugerido que le enviaran al jefe.
—¿Quién es usted? —repetía Terl en la radio minera. ¿Hablaría psiclo esa criatura, tal como le habían informado?
Sí, las palabras que siguieron eran psiclo, pero un psiclo hablado como si la criatura tuviera la boca llena.
—El asunto es, ¿quién mierda se supone que es usted? —dijo el general Snith.
—Soy Terl, el jefe de seguridad de este planeta.
—¿Y qué hace entonces en una jaula?
—Es un puesto de observación que mantiene alejados a los humanos.
—¡Ah! —dijo Snith, comprensivo. (¿A quién demonios creía estar engañando este psiclo?)
—Tengo entendido —dijo Terl— que ha tenido ciertas dificultades para llegar a un arreglo. (Imbécil. ¡Te saco de una jungla y no adviertes mi poder!)
—Es por la paga atrasada —explicó Snith. Parecía bastante natural estar hablando por radio con un psiclo. Nunca había hablado de otra manera con ellos. De modo que tal vez esta entrevista fuera lógica, después de todo. Este psiclo tenía buenos modales.
—¿Paga atrasada? —preguntó Terl. Podía comprender que alguien se preocupara por eso, pero pensaba que para los humanos se trataba de cambiar ingredientes explosivos por gente.
—Fuimos contratados por el banco internacional —continuó Snith. Conocía sus leyendas y sus derechos y era muy bueno comerciando. Muy bueno de verdad—. A cien dólares diarios por hombre. No nos han pagado.
—¿Cuántos hombres durante cuánto tiempo? —preguntó Terl.
—En números redondos calculo mil hombres por, digamos, mil años.
La velocidad de cálculo de Terl le dijo que eran treinta y seis mil quinientos por hombre y año; o sea treinta y seis millones quinientos mil al año para todos los hombres; y treinta y seis mil quinientos millones en total. Pero hizo una prueba.
—¡Cómo! —exclamó con voz estrangulada—. ¡Eso es más de un millón!
Snith asintió gravemente.
—¡Exacto! Y no quieren aceptarlo.
Este psiclo sabía bien cuándo estaba atrapado. Tal vez pudiera hacer negocios con él, después de todo.
Terl sabía lo que deseaba saber. ¡Ese trozo de mierda no podía resolver un problema aritmético simple!
—Me ha dicho que fueron contratados por el banco internacional para tomar Kishangani en el Alto Zaire y después Kinshasa, para derribar el gobierno y esperar que llegaran los representantes del banco a negociar para el pago adecuado de los préstamos. ¿Es correcto?
Snith no había dicho nada de todo eso. No con tanto detalle. Las leyendas eran algo vagas. Pero de pronto comprendió que estaba hablando con alguien que realmente conocía el negocio.
Terl siempre conocía su negocio. Ni siquiera se había molestado en revisar nada de eso. Era un chiste entre jefes de seguridad y lo había sido durante más de mil años en este planeta. Habían obtenido los detalles de un mercenario prisionero, adecuadamente interrogado durante varios días. Había constituido un delicioso material de lectura.
—Pero sus ancestros —continuó Terl, impávido— sólo capturaron Kishangani. Nunca consiguieron capturar Kinsnasn.
Snith había tenido vagas noticias en ese sentido, por ejemplo había alimentado la esperanza de que no se planteara. Sus antepasados habían sido interrumpidos por la invasión psiclo. No estaba seguro de lo que vendría ahora.
—Verá —explicó Terl—, el banco internacional fue absorbido. —Y esperó que el cerebro de mierda se tragaría estas mentiras evidentes—. El Banco Galáctico, ubicado en el Sistema Gredides lo compró.
—¿Sistema Gredides? —barbotó Snith.
—Ya sabe —dijo Terl—. Universo ocho.
Hasta ahí era cierto; es decir, la localizador) del Banco Galáctico. Endulza siempre las mentiras con una pequeña verdad.
—¡Ah! —prorrumpió Snith, totalmente desconcertado. Lo mejor que podía hacer era mantenerse vigilante. Este psiclo podía enredarlo; había pasado antes. Se mantuvo alerta.
—Y le alegrará saber —mintió Terl— que se hizo cargo de todas las obligaciones del banco internacional, incluida la de ustedes.
Este rápido giro mareó a Snith.
—De modo que como uno de los agentes del Banco Galáctico (¡ay, si sólo lo fuera!), estoy autorizado para darle la paga atrasada. Pero sus antepasados sólo hicieron la mitad del trabajo, de modo que se les dará sólo la mitad de la paga. Eso serían quinientos mil dólares —continuó, mientras se preguntaba qué sería un dólar—. Estoy seguro de que resultará aceptable.
Snith salió de su desconcierto. ¡No había esperado que le diesen nada!
—Sí —dijo lentamente—, creo que podré persuadir a mis hombres de que lo acepten.
¡Mierda! Eso sería diez dólares por hombre y el resto para él. ¡Una fortuna!
—¿Hay algún otro problema? ¿Alojamiento? ¿Le han encontrado alojamiento?
Snith dijo que sí, que les habían dado todo un «serburbio» de la ciudad, una milla cuadrada de viejas casas y edificios en las afueras. Mal reparadas, pero verdaderos palacios.
—También deberían insistir en que les dieran algunos uniformes —dijo Terl. Estaba mirando a esa inmunda criatura cubierta con sus pieles de mono, las bandoleras con flechas envenenadas y un diamante en una gorra de cuero con un pico—. También tendrían que limpiarse, peinar su pelambre. Tener un aspecto más militar.
¡Esto era una crítica desenfadada! Snith se puso de muy mal humor. Él estaba limpio y pulido y lo mismo su unidad. ¡Sus veinte comandos, de cincuenta hombres cada uno, perfectamente dirigidos y entrenados al máximo! (Se moderó, esperando que no notaran que en estos días sólo había treinta y cinco por comando, siendo lo que era la situación alimenticia).
—¿Y la comida? —preguntó Terl.
Snith quedó sorprendido. ¿Podría leer su mente este psiclo?
—¡La comida es mala! —notó—. Hay muchos cadáveres en esas casas, pero son tan viejos y están tan secos que no se pueden comer. ¡En un contrato futuro debería haber una cláusula sobre la mejora de la comida!
Tardíamente, Terl recordó que estos brigantes eran reputados caníbales, hecho que había disminuido su comercio con la mina a lo largo de los siglos. Severamente, dijo:
—¡No puede haber una cláusula semejante! Todo su plan podía fracasar si soltaban por ahí a estas criaturas. En el momento en que trabajaba con el proyecto del filón, sus estudios le habían permitido aislar algunos datos de los libros chinko que indicaban que estos animales humanos tenían peculiares objeciones contra el canibalismo. En un tiempo había considerado la posibilidad de utilizar a los brigantes para su proyecto del oro, pero estaban muy lejos y además podían alborotar a causa de la escasez de comida, debida a la poca cantidad de vida humana que había en estas partes.
—Mientras dure este contrato —dijo Terl—, tendrían que conformarse con comer ganado.
—Tiene un gusto extraño —dijo el jefe brigante. Estaba dispuesto a conceder este punto. Su brigada había tenido que comer una espantosa cantidad de búfalo de agua, mono y elefante. Pero ser demasiado complaciente no resultaría. ¡Había que ser un negociante duro!—. Pero si la paga es buena, está bien.
Terl le dijo que él mismo tenía intención de regresar a Psiclo muy pronto y que realizaría personalmente el trámite de recoger su paga atrasada en el Banco Galáctico y devolverla allí. Y que mientras tanto debían contratarse como centinelas y fuerza militar de este complejo y del Consejo.
—¿Traerá de regreso la paga atrasada? —preguntó Snith—. ¿El medio millón?
—Sí, le doy mi palabra. ¿La palabra de un psiclo? Snith dijo:
—Yo y seis de mis hombres, elegidos, iremos con usted para asegurarnos de que lo hace.
Aunque Terl no sabía si el gobierno imperial querría interrogarlos —el gobierno imperial desearía un hombre importante, enterado—, aceptó rápidamente. ¿A quién le importaba lo que le pasara a Snith una vez ejecutado su plan?
—Por supuesto, y bien venidos —asintió Terl sonriente—. Siempre y cuando me ayuden todo lo que puedan hasta que nos vayamos. ¿Algo más?
Sí, había algo más. Snith sacó una cosa de un bolsillo y se aproximó ansioso a la jaula. La dejó entre los barrotes un tiempo sin electricidad y se retiró, como había de ser. Terl arrastró su cadena y cogió el objeto.
—Quieren pagarnos en eso —dijo Snith—. ¡Está impreso de un solo lado y creo que es falsificado!
Terl lo llevó más cerca de una de las luces de la jaula. ¿Qué era esto? No podía leer ninguno de los caracteres.
—¡Dudo que pueda leer esto! —sugirió.
—¡Oh, sí, puedo! —dijo Snith. No era verdad, pero alguien se lo había leído—. Dice que es un crédito y es legal para el pago de todas las deudas. Y alrededor del retrato, pone «Jonnie Goodboy Tyler, el conquistador de los psiclos».
Eso era lo que lo había alterado realmente, que se dijera que los psiclos habían sido conquistados.
Terl pensó rápido.
—¡Ciertamente, es una falsificación y además una mentira!
—Eso pensé —dijo Snith. Siempre trataban de engañarte. Sus antepasados lo habían sabido muy bien. Engaña antes de que te engañen, solían decir cuando hablaban de negocios.
—Pero le diré lo que voy a hacer —repuso Terl por la radio—. Como para que sepa para quién está realmente trabajando, acepte esto y no diga nada, y cuando lleguemos al Banco Galáctico yo le pagaré en efectivo.
Eso era justo. Ahora sabía para quién estaba trabajando. Tenía sentido, era muy correcto. Pagado por un grupo, pero trabajando para otro. Después de todo, este psiclo era derecho.
—Está muy bien —dijo Snith—. A propósito, conozco al hombre del retrato.
Terl miró más de cerca. La luz era mala. ¡Mierda, parecía su animal! Trató de recordar si alguna vez había oído su nombre. Sí, recordaba vagamente las extrañas palabras. ¡Sí, era el maldito animal!
—Ese pájaro llegó deslizándose y barrió un comando mío —dijo Snith—. No hace demasiado tiempo. Los atacó sin siquiera saludarlos; los aniquiló. ¡Y después robó sus cuerpos y un camión lleno de mercancías!
—¿Dónde?
—En la selva. ¿Dónde si no?
¡Ésas eran noticias! ¡Su inteligencia le decía que esta criatura del retrato había estado visitando tribus! ¡O tal vez así era como visitaba tribus! Probablemente fuera así. Terl sabía que él mismo lo haría de ese modo. ¡Ah, bueno, sabía que Staffor se sentiría muy, muy feliz de enterarse! El animal no estaba donde se creía que estaba y hacía la guerra a tribus pacíficas. Staffor era un discípulo político con muchas condiciones. Ahora haría de él un discípulo militar con muchas condiciones. De la manera estúpida, que era la única posible.
Pero al negocio. Puso el billete otra vez entre los barrotes, se retiró y Snith lo recuperó.
—De modo que hemos aclarado lo del contrato y puede seguir negociando —dijo Terl—. Instálese y dentro de pocas semanas, o incluso antes, estará cumpliendo con su deber aquí. ¿Correcto?
—Correcto —asintió Snith.
—Y como premio —continuó Terl—, convenceré a ciertas partes interesadas de que lo autoricen a matar al animal que lo ofendió.
Eso estaba muy bien. Y Snith fue conducido de regreso a la vieja ciudad por el cumplidor Lars, que soportó el hedor en nombre de la difusión del credo del fascismo y su gran líder militar: Hitler.