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Terl ronroneaba. ¡Era el día en que se trasladaría a su oficina!

Había habido algunos momentos malos. Esa mañana había enviado a Lars para asegurarse de que no había una trampa tendida…, era mejor que volara Lars a volar él mismo.

En general, el complejo había estado en cierta confusión. El general Snith había llegado para ocuparse de los cadáveres del comando asesinado y había peleado con un par de sus oficiales, aparentemente a causa de los lugares a ocupar en el comedor. Pero Snith había resuelto todo eso, Eran veintiocho cuerpos y dieciocho comandos en activo. De modo que había encontrado la genial solución de entregar un cuerpo a cada comando, dos para la mesa de los oficiales, seis para las mujeres y los niños y dos para su propia mesa. Así que el problema estaba resuelto.

El decimotercero comando había limpiado el lugar y el quinto comando se ocupaba del servicio: todo muy sereno y militar. Todos eran muy corteses con Terl y era evidente que sabían quién era el jefe.

Pero inmediatamente después de recuperada la serenidad, apareció Lars gritando para decirle a Terl que en el lugar había una trampa. Y lo peor era que no tenía idea de cómo se desarmaba una trampa. Sabiendo que haría bien en no dejar sueltos en ese lugar a los brigantes (lo impregnarían de hedor y probablemente lo harían estallar), tendría que ser Terl quien se ocupara de desactivarla.

Estaba justo dentro del hueco del escritorio. Sabiendo que una trampa explosiva podía tener otra debajo, para estallar cuando se sacara la de arriba, se había tomado mucho trabajo para quitarla.

Cuando la hubo desarmado, estaba a punto de tiraría cuando vio que había pelos pegados en ella. ¡Eran pelos psiclo, grises, pertenecientes a las muñecas! La pelambre de Ker era color naranja. Y alguien se había roto la punta de una garra al empujar el explosivo plástico para pegarlo a los bordes: era una punta demasiado grande como para pertenecer a Ker.

Al oír hablar la primera vez de esta trampa, Terl supuso que sería cosa del animal. Según lo que había oído, el animal se había quedado atrás después que los otros se hubieron ido, y probablemente había plantado la trampa.

El hecho de que el animal no se hubiera acercado a matarlo después de barrer a aquel comando, preocupaba a Terl. Era la segunda o tercera vez que el animal había tenido la posibilidad de matarlo y no lo había hecho. Espeluznante. Antinatural. De modo que imaginó que el animal, habiendo plantado la trampa, pensó que todo estaba bajo control.

Estos fragmentos de pelambre y la punta de la garra cambiaban el panorama. Una vez más, el animal ni lo había matado ni había intentado hacerlo. Conducta sumamente anormal. Sin embargo, Terl terminó por llegar a una conclusión. Terl lo había maltratado tanto, que el animal le tenía miedo. ¡Ésa era la respuesta adecuada!

Terl se quedó tranquilo con esto hasta que comprendió que habían sido los psiclos que estaban en el dormitorio bajo los que se habían deslizado hacia allí para plantar la trampa.

Inmediatamente exigió su asesinato. No los quería por allí. Pero Lars le había dicho que esa misma mañana se habían llevado a los treinta y tres, con una guardia de cadetes, y los habían embarcado hacia el otro lado del mar…, y aquí estaba el pedido de comida goo, kerbango, gas respiratorio, etc., para probarlo. De modo que Terl se sobrepuso a su miedo y empezó a recoger los artículos que tenía en la jaula, como el diccionario y viales de gas respiratorio. Después salió de ella para siempre y regresó a su oficina.

¡Qué alivio estar protegido del sol y el aire de este maldito planeta!

Cerró la puerta con llave, encendió el circulador de gas respiratorio y pronto pudo quitarse la máscara. ¡Qué maravilla!

Terl miró a su alrededor. Habían sacado algunas cosas. No había grabadores de vuelos de reconocimiento. ¿Y quién los quería? Nada de contacto radial. ¿Y qué? Los intercomunicadores del complejo, mudos. ¿A quién le importaba?

Pero el lugar estaba preparado para trabajar. Le pareció que había una mesa mal colocada, trató de moverla y descubrió que estaba soldada al suelo. ¡Y con soldadura blindada! ¡Ajá! Alguien quería que esa mesa estuviera exactamente en ese lugar. ¡Ja, ja! De modo que por eso el animal se había quedado. ¡El lugar estaba lleno de micrófonos!

No se habían llevado sus ropas. Más tarde se vestiría y volvería a ser civilizado, pero en ese momento necesitaba sus botas verdes de vestir. Allí estaban. Había incluso polvo en el suelo, en torno a ellas, y no las habían movido ni una pulgada. Levantó la bota derecha, la puso del revés, retorció el talón y cayeron las llaves del gabinete.

Regresó a la habitación donde estaba la oficina principal. ¡Ajá! Habían tratado de forzar los gabinetes. Allí estaban las marcas e incluso había una puerta ligeramente doblada. Pero Terl sabía que no se podían forzar los gabinetes de seguridad. Los abrió todos. ¡Todo estaba donde lo había dejado! Mejor que mejor.

Cogió el detector de micrófonos y lo inspeccionó. Lo encendió. ¡Y en seguida, un zumbido! ¡Las luces se encendían! ¡Demonios, ese lugar estaba realmente lleno de micrófonos!

Durante una hora, Terl no hizo más que sacar micrófonos. Micromicrófonos, cámaras de botón, scanners. Todo en lugares muy ocultos, todo enfocado a cero en las zonas clave de trabajo.

Había treinta y uno. Había estado arrojándolos sobre el escritorio a medida que los encontraba. Volvió a contarlos. Treinta y uno. ¡Ah, ese animal había estado ocupado! ¡Y era estúpido! Terl apostaba a que habrían sacado del complejo todos los otros detectores.

Finalmente, se puso una túnica. Alguien había pegado a la pared una caja llena de bloques de kerbango y la estaba mirando. Estaba a punto de ceder a la tentación cuando pensó: «¡Una pasada más!», y volvió a encender el detector. ¡Gimió!

Durante quince minutos buscó incesantemente. Y después lo encontró. Era un micro metido en el diseño del botón superior de la túnica. Lo llevaba encima.

Treinta y dos.

Revisó el resto de sus ropas. No había más.

Pensó que lo mejor que podía hacer era mirar dentro de los conductos. No respondían al detector, pero ¿quién sabe? Pero cuando trató de afianzarse sobre una silla cogiéndose del marco del conducto, lo sintió flojo. ¡Basta con eso! Podía dejar entrar aire al lugar. Un trabajo chapucero, pero ¿qué podía esperarse?

Volvió a inspeccionar el lugar. Cuando vio el estante de repuestos se puso a reír. Había una gran variedad de todo tipo de componentes, cada uno con una gran etiqueta, encima de la caja. Y una de las cámaras de botón que había encontrado escondida en un artefacto eléctrico, había sido enfocada hacia allí. ¡Animal estúpido!

Después comprendió que debían de haber plantado una unidad alimentadora para dar potencia a los micrófonos y transmitir.

Se puso una máscara y llamó a Lars. Recorrieron los pasillos arriba y abajo. ¡Allí estaba! Una unidad alimentadora completa, con sus cables, justo dentro de un armario empotrado para guardar los aparatos contra incendios. Lo sacó y lo apagó. Una cosa así podía funcionar durante medio año.

¿Y los grabadores? Debía haber transmisores para los grabadores. A pocos cientos de pies. Regresó, cogió una radio minera, encendió el alimentador y muy pronto encontró el grabador. Justo al lado de la parte interior de la puerta del garaje, por donde podía pasar cualquiera para poner y sacar los discos sin demasiado riesgo. ¡Estúpido animal!

Apagó la cosa y se la llevó. ¿A quién le importaba que hubiera otros? Ahora estaban ciegos, porque no tenían micrófonos para alimentar o grabar.

Feliz, regresó a su oficina, la cerró y volvió a controlarla con su detector. Un hermoso silencio. Ninguna luz, perfecto. Finalmente gozaba de un espacio privado.

Se puso unos pantalones y unas botas. Abrió un cazo de kerbango y se echó hacia atrás en la silla, gozando del confort.

A casa, hacia la riqueza y el poder. Allí era donde iba ahora. Y esta vez pondría una trampa tal que el animal desaparecería si se acercaba a ella.

Después de casi una hora, pensó que lo mejor era ponerse a trabajar.

Pero lo primero era lo primero. Tenía que calcular cuánto tiempo tenía para hacer este trabajo. Y después iniciar la construcción de un arma tan letal que la compañía no la usaba nunca, salvo en la extrema emergencia de la destrucción de un planeta. Después de dispararla, este lugar sería sólo un borrón en el cielo.

Fue hacia los gabinetes y abrió un doble fondo.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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