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Cuando llegó el correo, habían terminado la instalación de un telescopio radio.
Angus, con la cara roja a causa del sol a la altura del lago y luego del viento y la nieve en la cumbre del cercano monte Elgon, estaba muy orgulloso de sí mismo. Los pilotos alemanes y suecos, ocupados en algo más que el entrenamiento dirigido por el implacable Stormalong, habían ayudado a encontrar e instalar los enormes globos reflectores y reóstatos desde los picos hasta la mina.
Ahora que tenían las frecuencias, decía Angus, pronto escucharían todo lo que se dijeran los monos que estaban allá arriba. ¡Los tendrían incluso en las pantallas!
El oído de Jonnie percibió la llegada del avión por encima de las nubes. Agradeció a Angus y los pilotos y dijo que lo habían hecho muy bien, y que sí, que tal vez ahora sabrían algo más sobre las intenciones de sus visitantes.
Glencannon había tomado a su cargo el traslado de los discos desde América. Enviaban una copia de todo al doctor Mac Dermott, quien la escondía en una profunda bóveda subterránea y los originales se le enviaban a Jonnie en África.
Glencannon tenía muchas noticias. Pattie había estado gravemente enferma durante semanas, pero Chrissie la cuidaba y había esperanzas. Chrissie le enviaba su amor y decía que había encontrado una hermosa casa vieja cerca de Castle Rock y algunas de las esposas de los jefes la estaban ayudando a encontrar muebles de verdad en las ruinas. Enviaba su amor y ¿cuándo regresaría Jonnie? Castle Rock estaba rodeado ahora de tal batería antiaérea que sólo volar cerca de allí lo ponía a uno nervioso.
¿Dunneldeen? ¡Oh! Estaba haciendo trabajar duramente a los nuevos reclutas, pero ya no se presentaban tantos como antes. La mayoría de los operarios de máquinas estaban ya entrenados. Ker estaba muy bien y le enviaba unas máscaras nuevas que había hecho, que se adaptaban mejor a la cara y le pedía que no lo denunciara por robar material de la compañía, ¡ja, ja! Y había también algunas cartas personales para sir Roberto. Y aquí estaba el último conjunto de ya sabes qué.
Jonnie bajó a los subsuelos y puso los discos. Ahora tenían el lugar bien dispuesto. Observando a las hembras psiclo (aunque no las dejaban manejar nada de importancia vital), habían aprendido el uso de algunas de las máquinas de oficina que antes habían ignorado y podían copiar discos y hacer primeros planos de sectores con una exactitud que no habían creído posible. Tenía gabinetes de archivo y en general podían hacer «hablar» los discos con mucha mayor claridad.
¡Terl! Estaba sentado allí, haciendo ecuaciones de fuerza. Incomprensible. Las ecuaciones no se equilibraban y no tenían ningún sentido. Estaba llenando con ellas páginas y más páginas. Seguían sin tener nada que ver con el teletransporte.
Jonnie estuvo a punto de pasar rápidamente por encima de algo vital. Retrocedió. Las fotografías mostraban a Terl poniéndose en pie, acercándose a un gabinete y abriendo otro doble fondo. Sacó una inmensa hoja de papel, tan grande que se necesitaban tres visores para abarcarla. El papel era muy viejo y estaba atado hasta así romperse manchado y borroso.
Terl lo desplegó, lo miró y después meneó la cabeza. Pasó una garra a lo largo del lado norte del gran depósito, hacia el sudoeste de la mina americana. Asintió.
Después arrugó el papel y lo tiró al canasto de los papeles. Escribió algunas cifras de longitud en pies y otras de voltaje y después volvió a sus ecuaciones, y ecuaciones fueron durante los dos días siguientes. Y eso era todo cuanto había en los discos.
Tenerlo completo demandó una hora de remiendos con tres canales diferentes de visores. Pero Jonnie reconstruyó el inmenso trozo de papel e hizo media docena de copias.
Se titulaba Instalaciones de defensa del planeta número 203 534. Jonnie sabía ya que éste era el nombre psiclo de la Tierra.
Mostraba cada mina, cada depósito, cada batería y cada… ¿qué? Un pequeño símbolo que había alrededor de cada central y debajo de cada cable de potencia, desde depósitos a minas y a sucursales de minas. Jonnie no tenía idea de lo que significaba ese símbolo.
Pero había allí un dulce con el cual no había soñado nunca. Marcada con toda claridad, había una plataforma de disparo de transbordo.
Comparó la masa psiclo de lugares numerados con un mapa humano de la antigüedad. La segunda plataforma se encontraba a lo largo de una central eléctrica que una vez se había llamado «Kariba», en un país que se había llamado primero «Rhodesia» y después «Zimbabwe».
La plataforma estaba marcada como «punto de recepción de armamento defensivo en una emergencia». Evidentemente, si se destruía la mina principal, Psiclo podía enviar otra fuerza o el comando psiclo en el planeta podía solicitar tropas o al menos informar a la oficina central.
Sintiendo renacer sus esperanzas, aunque algo desanimado por la antigüedad del mapa y el trato de que Terl lo había hecho objeto, Jonnie hizo preparar un avión de combate de la marina, llenándolo de escoceses. Roberto el Zorro subió a toda prisa. Cuando estaban a punto de cerrar la puerta, llegó el doctor Mac Kendrick con un botiquín. Jonnie envió el avión a toda velocidad hacia el sur.
Estaba sólo a unas mil millas de distancia y sólo los llevó treinta y cinco minutos localizar la inmensa central, el lago y la gigantesca instalación. A cierta distancia al sudeste de lo que, según veían, se había llamado «cataratas Victoria», encontraron las mayores cascadas del planeta. ¡Era un país espectacular!
Como la zona estaba marcada como «muy defendida», Jonnie se aproximó cautelosamente. Era otra mina subsidiaría cuya existencia no habían sospechado.
Encontraron el complejo a cierta distancia hacia el este y desembarcaron un pelotón con rifles de asalto y munición radiactiva para que realizara una aproximación cautelosa. Media hora más tarde llegaba el informe por la radio de la mina. El lugar estaba desierto y no era muy distinto del que había en la selva Ituri, al norte, dijo el jefe del pelotón.
El mapa no mostraba la segunda plataforma en la mina, pero estaba bastante cerca del inmenso depósito. Hicieron subir a bordo al pelotón y Jonnie empezó a recorrer la zona.
Árboles, árboles y más árboles. Se trataba de una meseta alta, no de una planicie abierta. Había sectores donde los árboles habían sido derribados por las manadas de elefantes.
Había montones de pequeñas colinas. Todo estaba recubierto por la vegetación, salvo unos pocos claros.
Recorriendo el lugar, seguidos por las miradas de elefantes y búfalos, Jonnie buscó sin descanso. Ya había descubierto que una cosa era mirar en un mapa y otra muy distinta estar en el terreno, y volvía a experimentarlo.
Una y otra vez estudió el mapa, mientras Stormalong, desde el asiento del copiloto, seguía volando por encima de las copas de los árboles. Finalmente, Jonnie sacó unos compases y midió cuidadosamente la distancia desde el borde del depósito y después, llevando el avión a ese punto y recorriéndolo a la velocidad de un caballo al paso, llegaron al centro de lo que debía haber sido el sitio. Stormalong arrojó una bomba de humo para marcarlo y ahuyentó a un par de elefantes.
Era una especie de cuenco en el suelo cuyos bordes se levantaban unos doscientos pies alrededor del centro. Era como un cráter y posiblemente lo habrían hecho con una explosión. Tenía un diámetro aproximado de unos mil pies.
El cuenco mismo estaba tan tapado de vegetación, que no se veía lo que había adentro. Pero mientras el humo blanco se rizaba en su ascenso, Jonnie descubrió la verdad.
Tal vez hacía siglos que los oficiales de seguridad de la compañía en el planeta no prestaban atención al mantenimiento de las elaboradas defensas planetarias. No era sorprendente que Terl hubiera tirado el mapa. Parecía tan decepcionado, que Roberto el Zorro trató de animarlo:
—No sabremos realmente nada hasta que miremos más de cerca.
Pero era realmente un lugar salvaje, descuidado desde hacía siglos.
Jonnie descendió en el borde superior del cráter y, acompañados de hombres con rifles dispuestos a ocuparse de las posibles fieras, personas con hachas empezaron a abrirse camino hacia el fondo.
—Tengan cuidado por aquí —advirtió el doctor Mac Kendrick—. En esta zona había un insecto llamado mosca tse-tsé, que producía la enfermedad del sueño. Además en el agua había un gusano que se metía en la corriente sanguínea. No tengo demasiadas medicinas, pero usen redes y no se metan en el agua.
—Perfecto —asintió Jonnie. Era todo lo que necesitaban.
Se abrieron paso hacia el centro del cuenco. Pasaron tres veces junto a uno de los postes de transbordo, antes de verlo. Recorrieron el lugar en varias direcciones y localizaron otros dos. El cuarto fue sencillo.
Jonnie cogió una pala y empezó a cavar en el humus. Esperaba que la máxima de la compañía de «no recuperar nunca nada» resultara cierta en ese caso. Después de atravesar dos pies de hojas muertas y humus, tocó la plataforma.
Las hachas iban eliminando árboles y arbustos. Encontraron la base de hormigón de la cúpula de operaciones y después, finalmente, la propia cúpula, cabeza abajo y a cierta distancia.
¡No había cuadro de instrumentos!
Finalmente encontraron cables dentro de la base de hormigón. Como era característico de los psiclos, seguían estando bien aislados después de librarlos de moho.
A Jonnie lo sorprendió la ausencia de cables de tensión. Tenía que haber cables de tensión que salieran de la central. Había un canal de potencia marcado en el mapa y también aquel garabato que no podía identificar.
Empezaba a faltar luz. Hubieran querido continuar, pero Mac Kendrick los obligó a ascender. Pasaron la noche escuchando el barritar de los elefantes, el rugido de los leones y toda la cacofonía de una jungla muy viva. Pero la noche fue bastante fresca, porque esa meseta era alta.
Por la mañana hicieron una trinchera en zigzag y encontraron el cable de tensión, poniendo mucho cuidado en no cortarlo. Iniciaron otra trinchera y encontraron la misma línea que iba bajo tierra hasta la lejana mina.
Y había otro cable que no pudieron identificar y acompañaba a la línea de tensión.
Abriéndose paso a través de la vegetación, se acercaron a la inmensa central. Realmente era monstruosa. Parecía intacta. Los vertederos funcionaban. Había señales de que cerca de allí habían aterrizado psiclos y de que habían entrado y salido por la puerta de acceso hacía poco tiempo.
Jonnie nunca había estado dentro de una de esas centrales. Vibraban de potencia brutal, absoluta. El trueno del agua y el alto gemido de los generadores apagaba cualquier otro ruido.
Suponía que era la habitual conversión psiclo. Era sumamente vieja y había unos fragmentos del equipo humano original, que habían sido dejados de lado, que eran aún más viejos.
Angus encontró el tablero y las palancas. Era un compartimiento vasto, alto, colocado en un recinto de control distinto. Sólo dos de las manijas estaban limpias y no necesitaron el pequeño mechón de pelo psiclo para adivinar que éstos habían ido para cerrar la potencia.
Pero ¿qué eran aquellas otras palancas? Consiguieron unos sacos de minero y empezaron a limpiar el panel, cuidando de no provocar cortocircuitos. Había letras psiclos, una fila que ponía «Estadio de fuerza uno», «Estadio de fuerza dos», «Estadio de fuerza tres». Una segunda fila ponía: «Transbordo uno», «Transbordo dos», «Transbordo tres».
Ansiosamente, Jonnie siguió frotando con un saco minero, poniendo cuidado en revisar cualquier grieta.
—Están codificados por colores —trató de decirle a Angus, pero era imposible hablar en ese lugar. Salieron.
—Terl está trabajando con ecuaciones de fuerza —indicó Jonnie a Angus y sir Roberto—. Hay algo en el lado norte del depósito americano que creo que debe querer. Los garabatos en este mapa deben tener que ver con la fuerza.
Envió a Angus de regreso al recinto del control de potencia y colocó algunos escoceses a lo largo de la línea subterránea, conectando a todos mediante radios mineras.
—¡Cierra el estadio de fuerza uno! —señaló por radio a Angus. El efecto fue más drástico y espectacular de lo que habían sospechado.
¡Se desató el infierno!
A lo largo de la línea de garabatos del mapa, en torno al cráter, se levantaron los árboles, se partieron, volaron por el aire, se estrellaron contra el suelo.
Era como si hubiera estallado una bomba.
Un minuto después seguían cayendo troncos, hojas y ramas.
Sir Roberto corría para ver qué les había sucedido a los observadores. ¿Habían muerto? ¡Sus radios habían enmudecido!
Les llevó una hora desenterrar a los escoceses. Uno había quedado inconsciente, el resto estaba magullado y con algunas heridas. Eran seis los perjudicados.
Mac Kendrick los reunió, estudió los daños y empezó a aplicar antisépticos y esparadrapo. Jonnie se acercó a ellos desde el depósito. Aquello parecía un puesto de primeros auxilios después de la batalla. Para entonces, el que estaba inconsciente había vuelto en sí. Había volado por el aire. Jonnie les pidió disculpas.
El escocés que se había desmayado estaba sonriendo.
—¡Una cosita como ésa no puede arruinar a un escocés! —bromeó—. ¿Qué fue?
Eso. ¿Qué había sucedido?
—¿Hice algo malo? —preguntó la voz de Angus por la radio.
Los escoceses se lo estaban tomando a risa, de modo que Jonnie dijo:
—¡Creo que hiciste algo bueno!
Ahora estaban fuera de la zona.
—¡Vuelve a cerrar ese interruptor! —repuso Jonnie.
Parte de los árboles desarraigados se conmovió y después se quedó quieta. Cautelosamente, Jonnie empezó a caminar hacia el cuenco. ¡Pero no pudo abandonar la zona del depósito!
Avanzó en línea recta, pero no pudo seguir. ¡No podía atravesar el aire que tenía delante!
Tiró una piedra, pero rebotó. Volvió a probar, con más fuerza. El mismo resultado.
Hizo que Angus volviera a abrir la palanca. ¡No había barrera! La hizo cerrar: ¡barrera!
Durante las dos horas siguientes, abriendo y cerrando la primera y segunda hileras de palancas y arrojando piedras, descubrieron que el deposito estaba rodeado por una pantalla protectora. ¡El cuenco tenía una pantalla en torno a su parte superior y estaba completamente aislado!
Incluso dispararon tiros, que se desviaron.
En el estadio dos el aire se volvió algo tembloroso y Angus informó que los medidores de potencia estaban más bajos. En el estadio tres se produjo un extraño olor eléctrico en el aire y las mediciones totales de la potencia de la central descendieron.
Defensa y más defensa. Una plataforma de transbordo que operara en ese cuenco no podía ser interferida por ningún ataque. Ni de los lados ni de arriba. Lo mismo sucedía con la central.
El monto de potencia bruta necesaria para operarla era una gran parte de la potencia total de la inmensa central y Jonnie supuso que cambiaban estadios de rendimiento para rechazar un ataque severo y que lo aligeraban al estadio uno cuando necesitaban potencia para el transbordo.
Jonnie hizo que pusieran trampas en las entradas para el caso de que los visitantes de las alturas bajaran para echar una mirada. Y a comienzo de la tarde se fueron a casa.
Una lucecita de esperanza. No era mucho, pero era una lucecita, le dijo Jonnie a Roberto el Zorro durante el viaje de regreso.
Jonnie dijo que deseaba que sir Roberto se hiciera cargo de la zona africana por el momento, porque él tenía otras cosas que hacer en otra parte. Instruyó al canoso jefe de guerra sobre la situación en que se hallaban: estaban amenazados por un posible contraataque de Psiclo; los visitantes de allá arriba estaban esperando algo…, no sabía qué, pero estaba convencido de que terminarían por atacar; la escena política americana era una amenaza menor, pero no por eso menos real, aunque por el momento tenían que dejarla estar. Según dijo Jonnie, lo que resolvería sus problemas sería controlar el teletransporte o por lo menos un cuadro de mandos; con eso podrían operar con mayor amplitud, pero parecía ser el secreto más celosamente guardado por los psiclos y no había muchas esperanzas.
El principal problema, según Jonnie, era proteger lo que quedaba de la raza humana. Ya no eran muy numerosos y cualquiera de las dos cosas —un ataque de los visitantes o un contraataque de Psiclo— podía terminar para siempre con ellos como raza. En cuanto aterrizaran, Jonnie se iría a Rusia para comenzar a ocuparse de este punto.
Y terminó pidiendo a sir Roberto que tomará ciertas medidas locales de protección que pasó a describirle.
Roberto el Zorro dijo que se sentía honrado y se ocuparía de todo. Estas cosas eran fáciles de hacer, pero ¿le importaba mucho a Jonnie lo que sucediera con los visitantes que descendieran?
Jonnie dijo que no y sír Roberto sonrió.