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Como jugador experimentado, aunque no siempre afortunado, el medio-capitán Rogodeter Snowl, de la Marina Espacial de Élite tolnepa, consideraba que sabía distinguir una cosa segura cuando la veía, aunque sus ojos no estuvieran muy bien últimamente.

Una semana atrás había descubierto una banda radial de ese planeta que los restantes miembros de las fuerzas combinadas no parecían haber percibido…, y que él no pensaba señalarles. Aparentemente, se llamaba «el canal de la Federación» y transmitía las novedades, órdenes e informaciones de unas criaturas llamadas «coordinadores». Se ocupaba de tribus. Como oficial de una marina que dependía sobre todo de la esclavitud para obtener dinero extra, sentía que cualquier cosa que tuviera que ver con la gente de allá abajo era tremendamente interesante. Éste era un comercio en el cual los tolnepas eran buenos; para el cual se encontraban bien preparados y que les gustaba.

Había dicho a las otras naves que realmente debían hacer guardia del otro lado del planeta y se había separado de ellos, tomando una posición en órbita que lo dejaba fuera de la vista. Dos días atrás había quedado sorprendido por todas las reglas de seguridad omitidas por estos esclavos potenciales. Charlaban en una lengua llamada «inglés», que su vocalizador conocía desde hacía siglos, y estaban haciendo preparativos para la visita de un notable.

Había sido demasiado tarde para hacer algo con respecto a la visita de ese notable a una planicie del norte, pero no lo bastante como para observarla. Quedó sorprendido al ver que se trataba del hombre del billete de un crédito, más fácil aún de identificar por un casco dorado.

La red de la Federación charlaba sobre la siguiente visita que pensaba hacer. Era una antigua ciudad de las montañas que llamaban «Lhasa». En ese punto, los coordinadores tenían que reunir gente para una recepción, hacer esto y aquello. A partir de allí fue fácil. Una búsqueda cuidadosa en esas inmensas montañas de allá abajo le mostraron movimiento de gente que convergía en una ciudad. El sitio estaba rodeado de montañas que lo protegían y se hallaba a gran altura. ¡Lhasa!

El medio-capitán Snowl hizo sus planes rápidamente, pero bien. Sin informar a los otros, capturar a ese notable, interrogarlo como sólo los tolnepas —y tal vez los psiclos— podían interrogar, conseguir la invalorable información, utilizar lo que quedara del notable para negociar una rendición planetaria y al demonio con compartir nada con el resto. ¡Capturar a la población, pagar sus deudas de juego y retirarse! Tenía el momento, el lugar y la oportunidad. ¡Debía actuar!

En su puente con forma de diamante, Snowl revisó la lista del oficial vigía de naves Vulcor y encontró un oficial a quien debía dos mil veintiún créditos. Era el doble-insignia Slitheter Pliss. Si esto fracasaba, era una deuda de juego que el medio-capitán no tendría que pagar. Pero no podía fracasar; se trataba de una acción demasiado habitual.

Llamó al puente al doble-insignia Pliss, le dijo exactamente qué había que hacer, sacó de su profundo sueño a dos marineros, autorizó el uso de una lancha pequeña de choque y puso en funcionamiento el secuestro.

Era un día claro, hermoso, y Jonnie entregó los controles al copiloto alemán. Jonnie estaba fascinado con aquellas montañas. Nunca había visto los Himalayas. ¡Impresionante! Algunas montañas tenían cinco millas de altura y había unas pocas de seis. Eran montañas muy definidas, con nieves, glaciares y vientos, valles profundos y ríos helados. Y había muchas.

Estaban volando en un curso sudoriental y a mucha altura. Iban sólo un poco por encima del sonido, porque se hallaban adelantados con respecto a su horario de llegada. Era muy cómodo no escuchar el pesado rugido de los motores. Las orejeras del casco eran a prueba de ruidos, mucho más que los cascos de cúpula habituales. Era extraño volar sin ruido. Tal vez el coronel tenía razón; tal vez realmente dañara los oídos.

El copiloto había localizado un inmenso pico a su derecha. Estaban en la ruta correcta. Jonnie se distendió; había sido toda una visita. Después de un rato se interesó en el rifle de asalto que le habían dado. Lo habían puesto en el suelo, a sus pies. ¡Un rifle cromado! Se preguntó si también habrían cromado el interior del ánima… Si era así, sería peligroso disparar con él. No, no lo habían cromado de modo que estaba bien. Volvió a armar el fusil y practicó un poco con el cerrojo. Después puso una carga y, practicando con el cerrojo, hizo pasar un cargador sin disparar. Todo funcionaba bien Ajustó el cargador y revisó los otros. Funcionaban. Probó el equilibrio apuntando a un pico. Era necesario practicar un poco con las miras y lo hizo.

No escuchó al copiloto, que trataba de decirle que pronto aterrizarían y quedó sorprendido cuando miró para abajo y vio Lhasa. Estaban sobrevolándola.

¡Qué ciudad tan impresionante debió de haber sido alguna vez!… En la falda roja de una montaña se levantaba la inmensa ruina de un palacio. Era tan grande que sobrepasaba la montaña. Justo debajo había un gran espacio abierto y había otras muchas ruinas en torno a lo que debió haber sido un parque. Toda la ciudad se hallaba en una especie de cuenco rodeado de altas montañas.

Sí, y allí había un pequeño grupo de gente esperando en el extremo lateral del parque. La mayoría de ellos llevaban pieles; otros tenían vestidos amarillos. Había mucho lugar para aterrizar y Jonnie dejó que el copiloto hiciera descender la nave sobre la parte superior de un revoltijo de piedras que habían sido un edificio alguna vez. El inmenso palacio antiguo se elevaba a su derecha, la multitud estaba a unas cien yardas frente al avión y había otra ruina a doscientas yardas, por detrás.

Jonnie desabrochó su cinturón de seguridad y abrió parcialmente la puerta.

La gente estaba allí, de pie. Tal vez doscientas personas o más. No se adelantaron. No lo ovacionaron. ¡Oh! Bueno, pensó Jonnie, no se puede ser popular en todas partes.

El portafusil del AK 47 se enganchó en el cuadro de mandos y él levantó el arma, abrió la puerta por completo y saltó a tierra. Lo habitual era que el copiloto pasara al asiento del piloto, y Jonnie echó una mirada hacia arriba. El alemán estaba sentado allí, mirando hacia adelante.

Jonnie volvió a mirar a la gente. Nadie se adelantó. Nadie se movió. ¡Extraño! Allí estaban, del otro lado del parque, a unas cien yardas. Distinguía a tres coordinadores. Ellos también estaban allí parados, como si hubieran echado raíces.

Tenían el aspecto de personas a quienes se está apuntando con un arma.

Su instinto de cazador lo hizo girar y mirar hacia el avión y más atrás, hacia las ruinas que había a doscientas yardas.

Tres figuras corrían hacia él, con los rifles de asalto bajos. Eran grises; tenían el tamaño aproximado de un hombre; usaban grandes máscaras faciales. ¡Tolnepas!

Disminuían rápidamente la distancia. Estaban sólo a setenta y cinco yardas.

Jonnie inició un movimiento para empuñar su revólver del cinturón y advirtió que llevaba el AK 47. Se puso en cuclillas, preparó el arma y disparó una ráfaga contra las figuras.

Se detuvieron, como si estuvieran sorprendidas. Después, siguieron corriendo hacia él, agachadas.

Las balas de AK 47 no las habían detenido.

¡Tolnepas! ¿Qué sabía de ellos? Hacía pocos días que había leído el manual psiclo. ¡Los ojos! Eran medio ciegos y no veían nada sin sus máscaras.

Manoteó buscando la palanca de tiro único.

Se habían diseminado: el más cercano estaba ya a cincuenta yardas, el más lejano a unas sesenta.

Jonnie se dejó caer sobre una rodilla y apuntó. Disparó a la máscara del que estaba más lejos. Luego pasó al segundo y apuntó. Disparó.

Le había llevado demasiado tiempo.

El que iba en cabeza estaba casi encima suyo.

¡Los colmillos!

¡La máscara!

No había tiempo para disparar.

Jonnie se levantó de un salto y encajó la culata del AK 47 en la cara del tolnepa. Completó el movimiento con un golpe del cañón.

El tolnepa no cayó, pero vaciló.

Colmillos envenenados; no debía acercarse demasiado.

Jonnie saltó hacia atrás, pasando el rifle a la mano izquierda, y sacó su revólver explosivo del cinturón.

Disparó y disparó concentradamente. Los disparos dieron con el tolnepa en el suelo.

Jonnie se acercó, disparando todavía. La pistola explosiva estaba literalmente hundiendo al tolnepa en el suelo. El polvo enturbiaba la visión.

No tenía puesto el revólver en «llama», pero la fuerza de los disparos habían desmayado al tolnepa. La máscara estaba resquebrajada y los extraños ojos estaban empañados y giraban. Era evidente que se hallaba inconsciente.

¡Los otros! ¿Dónde estaban los otros? Uno corría hacia el alto palacio en ruinas, evidentemente incapaz de orientarse. El otro regresaba hacia algo que había entre las ruinas de un edificio. Jonnie veía la brillante nariz de una pequeña nave que sobresalía del lugar donde estaba oculta, en una cavidad de pedruscos.

¡Ése estaba tratando de regresar a la nave!

Jonnie saltó a la cabina y sacó un rifle explosivo de un anaquel, arrojando dentro el AK 47.

Otra vez en el suelo se arrodilló, se afianzó y disparó un solo tiro, bien dirigido, hacia el tolnepa que procuraba volver a su nave. No produjo ningún efecto.

Jonnie pasó los interruptores a «llama» y «máximo». El tolnepa ya se había metido en las ruinas, estaba casi en su avión.

Jonnie apuntó y apretó el gatillo.

¡El tolnepa se levantó en una columna de fuego!

Volviéndose hacia el otro, Jonnie apuntó y disparó. Hubo un relámpago cuando el cerrojo funcionó y después un estallido de fuego cuando el rifle del tolnepa explotó.

Jonnie miró la nave. Aparentemente, ya no había nadie. Miró al tolnepa que estaba a sus pies. Por las insignias debía de ser un oficial.

Sacando del avión una cuerda salvavidas, Jonnie ató al tolnepa en una apretada sucesión de lazos y nudos y ató el extremo a su espalda. No llevaba rifle, sólo un revólver. Los tiros disparados por Jonnie lo habían roto, pero lo tiró lejos. Después arrastró al tolnepa lejos del avión. ¡Buen Dios, era muy pesado! Tocó la «carne» del tolnepa. Era como hierro. Parecía humano, pero era tan denso que no era sorprendente que el AK 47 no hubiera funcionado. Las balas habían rebotado, sencillamente.

Sintió que la situación estaba dominada. Había sucedido demasiado rápido para que los tres aviones escolta pudieran hacer algo y estaban allá arriba, volando en círculo. Supuso que habían estado muy detrás suyo como para ver la carga de los tolnepas.

Jonnie volvió a mirar en torno y quedó sorprendido. La gente seguía parada allí, a cien yardas del avión, inmóvil. Nadie se había adelantado. Miró su avión. El copiloto alemán también seguía allí sentado, mirando hacia adelante.

Jonnie entró y cogió la radio local.

—¡No bajen! —ordenó a los otros pilotos.

Aquella nave allá. ¿Estaba a punto de incendiarse o estallar o…?

Jonnie empuñó el rifle explosivo y, haciendo un amplio rodeo, se aproximó.

Realmente la habían escondido bien. Habían usado un profundo receso entre las piedras, metiendo la nave dentro hasta que quedaba invisible desde el aire. Tal vez habían descendido en marcha atrás.

Se aproximó ágilmente. En la nariz tenía montado un cañón explosivo. Era de un brillante color plateado; tenía la forma de un diamante. Llevaba una cúpula, ahora echada hacia atrás, que la cubría para hacerla hermética. Tenía lugar para tres y en la parte trasera una especie de lugar para carga.

Manteniendo las distancias, Jonnie la empujó con el cañón del rifle explosivo. No estalló. Se meció con facilidad. Era sorprendentemente ligera para llevar seres tan pesados.

Apoyó la mano en el costado para subir. La nave vibraba; había algo que estaba funcionando.

Echó una mirada al panel, donde parpadeaban varias luces. Los controles eran absolutamente extraños. No tenía idea del alfabeto al que pertenecían esas letras. No sabía qué clase de poder tenía, más allá de las generalidades del manual psiclo, que informaban que funcionaba con «energía solar».

Era mejor no tocar esos controles. Podía despegar.

Echó una mirada a la multitud. Seguían allí parados, clavados en el lugar.

Durante un instante, él también se sintió como clavado en el lugar, pero tal vez fuera sólo una reacción al combate.

¡Había algo encendido en esta nave! Siguió la vibración con la palma de la mano. Lo que pensó que era un cañón era mucho más que eso. Tenía dos cañones, uno encima del otro. El superior tenía una mancha luminosa en la «boca».

La sensación de letargo aumentaba.

Bueno: cualquier cosa que se moviera había de tener una u otra forma de potencia. ¿Dónde estaba el cable? Debajo del panel encontró uno muy grueso. Conducía a un acumulador.

En la parte trasera de la nave había un rollo de cuerda y Jonnie la ató al cable que estaba encima de la conexión del acumulador. Retrocedió, se afianzó y tiró.

El cable se desprendió del acumulador.

Hubo una feroz lluvia de chispas.

De inmediato sucedieron tres cosas. El aparato dejó de vibrar. El letargo que Jonnie sentía desapareció y la gente se derrumbó. Cayeron al suelo y se quedaron allí. Jonnie ató el cable lejos del acumulador, para que no volvieran a ponerse en contacto, y corrió hacia la multitud.

Al pasar junto al avión, vio al piloto alemán que bajaba torpemente. Dijo algo, pero Jonnie no lo oyó.

Al llegar junto a la gente, encontró a un coordinador que luchaba por ponerse de rodillas. Otros se movían, sentándose con aire aturdido. El lugar era una confusión de banderolas caídas, instrumentos musicales y objetos que debían de haber participado de la celebración preparada.

La boca del coordinador se movía y Jonnie pensó que el escocés debía de haber perdido la voz. No escuchaba nada de lo que decía. Se volvió y vio que uno de los aviones de la escolta había aterrizado. No lo había oído.

De pronto comprendió que era el maldito casco de Iván. Desató la mentonera y se quitó de las orejas los inmensos protectores.

—¿…y cómo llegó aquí? —preguntó el coordinador.

—¡Volando! —dijo Jonnie, algo malhumorado—. ¡Ése que está ahí es mi avión!

—¡Hay una criatura en el suelo! —advirtió el coordinador, señalando al tolnepa maniatado—. ¿Cómo llegó aquí?

Durante un momento, Jonnie se sintió algo exasperado. Todo este tiroteo y estas carreras…, y de pronto comprendió: nadie había visto nada de lo que sucediera.

La gente estaba confusa y turbada. Los tres jefes tribales se acercaban saludando, preocupados. Habían «perdido la cara». Habían planeado una hermosa recepción —mire las banderas, los instrumentos musicales, los regalos—, y él ya había aterrizado. De modo que, por favor, perdone…

El coordinador trataba de contestar las preguntas de Jonnie. No, no habían visto nada extraño. Se habían reunido allí poco después del amanecer para esperar y allí estaba él y su horario estaba desfasado ahora y debían de ser las nueve de la mañana… ¿Qué? ¿Las dos de la tarde? No, eso era imposible. ¡Muéstreme su reloj!

Deseaban empezar la recepción en aquel mismo momento, aunque no se encontraban del todo bien. Jonnie pidió al coordinador que esperaran un poco y se puso a la radio.

En el comando local dijo a los aviones que había en el aire que vigilaran cualquier nave en órbita. Después pasó a la banda planetaria de pilotos, sabiendo bien que los visitantes podían oírlo. Llamó a sir Roberto en África.

—Los pajaritos trataron de cantar aquí —observó. No tenían un código y en verdad lo necesitaban, pero estaba inventándoselo—. Todo está bien ahora, pero nuestro amigo Iván necesita un cielo raso en su nuevo agujero. ¿Entiende?

Roberto el Zorro entendió. Sabía que Jonnie deseaba que enviara protección aérea a la base rusa y dijo que lo haría en seguida.

—Que nuestra banda toque el Lamento de Swenson —dijo Jonnie. No había ningún lamento escocés con ese nombre. Silencio planetario radial, por favor. Si los visitantes sabían que él estaría allí, era que estaban controlando las conversaciones descuidadas—. Tal vez yo toque una o dos notas del Lamento de Swenson.

Apagó. La situación era mucho más peligrosa de lo que había creído. Para toda la gente que habitaba el planeta.

Sólo que él había estado «sordo». Y había podido actuar. En consecuencia, aquel cañón de boca de campana debía de haber estado emitiendo con tal intensidad, que producía una parálisis total. De modo que así los tolnepas se dedicaban a su tráfico de esclavos.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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