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El niño yacía sobre el suelo manchado de sangre, con la cabeza echada hacia atrás.
Jonnie había estado seguro de que estaba muerto. Nadie podía recibir tal cantidad de balas de ametralladora en medio del cuerpo (y de un cuerpo pequeño) y vivir.
Se sentía muy mal. Se arrodilló junto al niño destrozado. Iba a levantar el cuerpo y pasó una mano bajo su cabeza, levantándola ligeramente.
¡Hubo un pequeño suspiro!
Los ojos de Bittie se abrieron, temblorosos. Estaban empañados por el shock, pero vio a Jonnie y lo conoció.
Bittie movía los labios. Un susurro ligerísimo. Jonnie se inclinó para escucharlo.
—No…, no fui un escudero muy bueno…, ¿eh…, sir Jonnie?
Después empezó a derramar lágrimas que corrieron por sus mejillas.
Jonnie reaccionó, incrédulo. El chico creía que había fracasado.
Jonnie trató de explicárselo, de hablar. Pero no podía. Estaba tratando de decirle: no, no, no, Bittie. Fuiste un gran escudero. ¡Me has salvado la vida! Pero no podía hablar.
El shock comenzaba a desvanecerse; la parálisis que mantuviera a raya al dolor se desvaneció.
De pronto, la mano de Bittie, que se había alzado para coger la muñeca de Jonnie, se contrajo en un espasmo de agonía. El cuerpo se retorció. La cabeza de Bittie cayó a un costado.
Estaba muerto: no había latido ni aliento ni pulso.
Jonnie se quedó largo rato allí sentado, llorando. No había podido hablar, decirle a Bittie lo equivocado que estaba. No era un mal escudero. Bittie, no. ¡Jamás!
Después de un tiempo, Jonnie levantó al niño en sus brazos y descendió la colina. Lo dejó dulcemente en el asiento del coche de superficie.
Regresó, cogió el cadáver del ruso, lo llevó al coche y lo metió allí.
Windsplitter lo había visto a distancia y se acercó, y también los otros caballos se aproximaron, pasado su terror.
Jonnie puso al niño muerto en su regazo y condujo muy lentamente hacia la Academia. Los caballos, al ver que iba despacio, lo siguieron. El pequeño cortejo atravesó la planicie.
Les llevó mucho tiempo hacer el viaje. Finalmente, Jonnie se detuvo junto a la trinchera donde los sesenta y siete cadetes habían librado la última batalla tanto tiempo atrás. Se quedó allí sentado, sosteniendo el cuerpo de Bittie.
Un cadete centinela los había visto aproximarse. Poco después los cadetes empezaron a salir de los edificios. Corrió el rumor y salieron más. Desde una ventana superior, el maestro vio la multitud congregándose en torno al coche y salió. Dunneldeen, Angus y Ker se adelantaron.
Jonnie salió del coche con el niño muerto en sus brazos. Quería hablarles y no podía.
De pronto, varios camiones llenos de rusos se detuvieron y éstos saltaron a tierra, uniéndose a la multitud.
Varios cadetes corrieron a la armería y regresaron con rifles de asalto y bolsas llenas de municiones y empezaron a distribuirlos a los hombres que miraban en dirección al complejo.
Entre ellos se levantaba un murmullo furioso.
Varios cadetes corrieron de regreso a sus habitaciones para coger sus armas personales y regresaron, abrochándose cinturones y cargando recámaras.
De vez en cuando, el trueno de las montañas atravesaba la planicie y un viento airado y frío soplaba en torno a la gente.
Llegó un camión lleno de rusos que venía del comando y se detuvo en medio de una lluvia de polvo. Los rusos gritaban y señalaban hacia el complejo, tratando de decir lo que sucedía allá en ese momento. Nadie los entendía.
Un coche pequeño llegó a toda prisa desde Denver, levantando terrones de tierra al detenerse bruscamente. Salió de él el oficial piloto a cargo de los vuelos de reconocimiento. Llevaba en la mano una tira de fotografías que ondeaba al viento y se abría paso por entre la gente, tratando de decirles que eso había llegado después de un vuelo, tratando de mostrar lo que había sucedido. Había arrancado las imágenes y los discos de la máquina y se había puesto en camino.
Finalmente, un coordinador consiguió hacerse oír. Para entonces había comprendido lo que el camión de los rusos viera en el complejo.
—¡Los brigantes están allá, todos muertos! ¡Un comando entero!
—¿Está ese psiclo llamado Terl todavía vivo? —gritó alguien.
La multitud rugió, enojada. Varios se adelantaron para ver si se veía a Terl en las fotografías.
—Todavía vive —gritó el coordinador de los rusos, que había conseguido la información por los del camión.
La multitud se movió y algunos empezaron a meterse en los camiones rusos. Un oficial ruso había alineado a sus hombres y éstos, por su orden, revisaban sus rifles.
El coronel Iván, que se había detenido junto a Jonnie, contemplaba, paralizado por el sentimiento de culpa, el rostro del niño muerto.
—¡El psiclo muere! —dijo.
Finalmente, Jonnie había logrado dominarse. Siempre con el niño en brazos, subió al techo del coche de superficie. Los miró desde allí y todos hicieron silencio para oírle.
—No —ordenó Jonnie—. No, no deben hacer nada ahora. En los sistemas estelares del universo que nos rodea hay un peligro mucho mayor para nosotros que el de los brigantes. Estamos librando una batalla peligrosa. Una batalla más grande. Hemos cometido un error y el resultado ha sido la muerte de este niño inocente. He matado a su asesino; no podemos deshacer el error. Pero debemos continuar. En aquella trinchera que hay allá murieron sesenta y siete cadetes librando la última batalla de la invasión psiclo hace más de mil años. La primera vez que vi esa trinchera, concebí mi primera esperanza. No es que hayan perdido, sino que lucharon contra toda esperanza. No murieron en vano. Estamos aquí y volvemos a luchar. Ustedes y los pilotos controlen los cielos de la Tierra. En los tiempos venideros le pediré algo a uno u otro de ustedes. ¿Me responderán?
Todos lo miraron sorprendidos. ¿Suponía acaso que podían no hacerlo? Después hubo una unánime exclamación de asentimiento. Se necesitaron minutos para que volviera a restablecerse el silencio.
—Ahora el dejo —dijo Jonnie—. Voy a llevar a este niño a Escocia, para que lo entierre su gente.
Jonnie bajó del coche.
El piloto, cuyo transporte de metal habían preparado los rusos, lo señaló ahora al coordinador. Cargaron los caballos de Jonnie. Encontraron el equipo de Stormalong en el coche de superficie y lo llevaron al avión.
Los rusos se ocuparon del cuerpo de Dmitri Tomlov para llevarlo a casa.
Jonnie trepó a la cabina del enorme transporte, siempre sosteniendo a Bittie.
Antes de cerrar la puerta, miró a la multitud y manifestó, lenta y claramente:
—No es el momento de la venganza —y agregó un amargo y ácido— ¡todavía!
La multitud asintió. Comprendían. Más tarde las cosas serían completamente distintas.
El inmenso avión se elevó y giró en el cielo gris, descolorido por la tormenta.
Disminuyó de tamaño y desapareció.