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El hombrecito gris fue escoltado a la zona de la pagoda por dos guardias escoceses corteses, pero vigilantes. Llegaba más o menos al hombro de Jonnie. Iba vestido con un atildado traje gris. Tenía todo el aspecto de un ser humano, salvo que su piel era gris.

Angus lo miró.

—Ése es un jersey tejido en Escocia —manifestó Angus, suspicazmente.

—Lo sé, lo sé —adujo el hombrecito gris a través de su vocalizador de lengua inglesa—. Siento muchísimo no tener tiempo para una conversación social. ¡Debemos hablar de negocios ahora y a toda velocidad!

—Sobre su nave hay una luz que se enciende y se apaga —advirtió uno de los guardias.

El comunicador de sir Roberto, el chico llamado Quong, susurró a éste:

—Tiene una señal radial en la frecuencia de batalla que dice: «permiso local temporal». —Por supuesto, lo dijo en psiclo.

El hombrecito gris debía de tener muy buen oído, porque dijo en seguida:

—¡Oh, ustedes hablan psiclo!

Lo dijo también en psiclo, apagó el vocalizador y agrego:

—Entonces podemos pasarnos sin esto. A veces es inexacto…, interpreta mal cláusulas vitales y conduce a disputas.

Mientras hablaba, y, antes de que pudieran detenerlo, subió rápidamente al pedestal que había frente al panel abierto y miró dentro.

—¡Ah! Un panel de transbordo, ya veo. Sólo tienen uno.

Jonnie sintió como si de alguna manera los estuviera criticando.

—Podemos construir otros.

Quería decir «no trate de robarlo, porque podemos reemplazarlo bastante rápido».

Pero el hombrecito gris resplandecía de alegría. Bajó y miró rápidamente a su alrededor.

—Realmente debemos darnos prisa. ¿Hay aquí un representante autorizado del gobierno?

—Ése sería sir Roberto —dijo Jonnie, señalándolo.

—¿Tiene usted poder para firmar en nombre de su gobierno? —preguntó el hombrecito, resuelto.

Hubo una demora. Sir Roberto se llevó a su comunicador fuera del alcance de sus oídos y rápidamente se puso en comunicación con el jefe del clan Fearghus en Edimburgo. Se comunicaban en pali mediante sus respectivos comunicadores. El jefe del clan Fearghus dijo que no veía por qué no, porque ellos formaban el gobierno origina] y no había otro.

El hombrecito gris pidió:

—Por favor, grabe claramente su breve declaración, si no le importa. No debemos permitirnos irregularidades. Nada que no pueda sostenerse en una corte o litigio.

No les gustaba ponerlo en el aire, de modo que el jefe del clan Fearghus lo dijo en gaélico y lo grabaron.

El hombrecito gris estaba muy atareado. Cogió la grabación y dijo:

—¿Tienen ustedes dinero? Quiero decir, créditos galácticos.

Bueno: por lo general uno u otro tenía créditos galácticos que habían cogido de Tos cadáveres de psiclos como recuerdo. Pero la bolsa de Jonnie había quedado arruinada, Angus llevaba sólo su caja de herramientas y Roberto el Zorro nunca se había molestado en coger dinero. El comunicador Quong fue rápidamente hacia los guardias y regresó un momento después con un billete de cien créditos que el guardia dijo que sir Roberto podía guardarse.

—¡Oh, caramba! —dijo el hombrecito gris—. Tenemos tanta prisa que no he sido lo bastante explícito. Quinientos créditos es la cantidad mínima.

Jonnie sabía dónde había probablemente varios miles: en el equipaje de Ker. Pero eso significaba hacer todo el camino hasta el lago Victoria. Tenían una reserva de dos millones más, pero tampoco estaban allí.

Quong corrió hacia los pilotos. ¡Demonios! Los habían estado cogiendo a los pilotos que bajaban. Uno tenía un billete de quinientos créditos, seis los tenían de cien créditos… Sí, por supuesto, sir Roberto podía quedárselos.

—¡Ah, mil doscientos créditos! —exclamó el hombrecito gris. Había estado rellenando un formulario tamaño tarjeta—. ¿Y cuál es su título? —preguntó a sir Roberto.

—Jefe de guerra de Escocia.

—¡Ah, no! Pondremos simplemente: «Firmante debidamente autorizado y comisionado». Y aquí arriba pondremos: «Gobierno provisional del planeta Tierra». Fecha…, dirección, número de…; no, eso podemos dejarlo porque no tiene valor legal. Por favor, firme aquí abajo.

Sir Roberto firmó.

Mientras tanto, el hombrecito gris había sacado del bolsillo un pequeño anotador. Lo abrió y escribió «Gobierno provisional del planeta Tierra» dentro de la cubierta. Después, en la parte superior de la página siguiente, escribió: «C. 1 200» y sus iniciales y se lo tendió a sir Roberto.

—Éste es su libro-pase. Guárdelo en lugar seguro y no lo pierda. —Y se estrecharon las manos.

El hombrecito gris lanzó un largo suspiro. Después volvió a animarse. Dio vuelta a la solapa de su chaqueta gris y dijo algo en una radio-botón.

El guardia apostado fuera les dijo por el intercomunicador:

—Las luces superiores de su nave se han puesto azules.

Quong dijo:

—La señal de su radio dice ahora: «Conferencia local. No interrumpan».

El hombrecito gris les sonrió, frotándose las manos con pequeños movimientos rápidos.

—Ahora que es usted un cliente, puedo darle un consejo. Y mi primer consejo es que actúe rápido.

Estaba sacando un libro de su bolsillo interior. Ponía, en psiclo, «Libro de direcciones».

—Vayan a estas direcciones lo antes posible. Daremos prioridad a los beligerantes. El primero sería Hockner…, planeta hocknero…, coordenadas…, coordenadas… sí: Jardín de la Fuente, frente al palacio imperial… Las coordenadas básicas son… —dio una serie de números que Angus copió rápidamente. Estaban en el mismo orden que en el enorme libro de planetas que tenía Terl.

—¿Puede usted manejar un panel de mandos? —preguntó suspicazmente Angus.

El hombrecito gris sacudió vigorosamente la cabeza.

—¡Oh, no! ¡Cielos, no, y mucho menos construir uno! ¡Sólo tengo las direcciones!

Después observó que Angus estaba a punto de actualizar las coordenadas con un lápiz y papel.

—¡Buen Dios! ¿No tiene una computadora de coordenadas? Hacerlo a mano nos llevaría siglos. ¡No tenemos tiempo!

Levantó la solapa, pero antes de hablar miró a sir Roberto, pidiendo permiso:

—¿Puedo hacer que alguien de mi tripulación traiga una computadora? También necesitaré las cajas rojas. ¿Podría enviar un guardia para traerlo y volverlo a llevar? No explotará y yo estoy aquí.

Sir Roberto asintió, el hombrecito gris dijo algo en su radio de solapa y un guardia salió corriendo. El hombrecito gris esperó con bastante impaciencia, pero dio unas palmadas al costado del recinto del panel y sonrió.

—Muy ornamental. Habitualmente son tan aburridas, ¿sabe?

Un miembro de su tripulación, con uniforme gris, entró de prisa con el guardia y depositó una computadora bastante imponente en las manos del hombrecito gris, dejó una pila de lo que parecía ser cartón duro rojo y el guardia lo escoltó de regreso.

Con un rápido y ágil movimiento repetido de su mano, el hombrecito movía una palanca en el costado derecho de la computadora. Veían aparecer y desaparecer diferentes llaves.

—Esto es una computadora de coordenadas —dijo, depositándola frente a Angus—. Con estas llaves se introducen los tiempos exactos de disparo. Debe ser en el mismo momento en que aprieta el interruptor de disparo. Después la alimenta en estos botones de aquí, sin importar si «arroja», «arroja y recupera» o «intercambia». Y después sencillamente aprieta el universo y las ocho coordenadas básicas del momento cero en la mesa, en estas llaves de aquí. Es bastante simple. Puede guardarse ésta como regalo por haber abierto cuenta. Tengo varias. Ahora veamos. Imagino que podemos empezar a disparar en dos mil doscientos, sideral, base universo. —Y miró su reloj—. Eso será dentro de ocho minutos. Un lanzamiento requiere unos dos minutos. Tengo que hacer treinta. Recurriremos a las naciones civilizadas básicas y omitiremos Psiclo, que hace el veintinueve, pero agregaremos a lord Voraz… ¡Buen dios, espero que no esté en cama! Esto llevará una hora. Después esperaremos tres horas y haremos un «lanzamiento y recuperación». Esto llevará seis minutos cada uno… Les daremos tiempo para que no lleguen alterados y de mal humor…, lo que hace tres horas. De modo que en unas siete horas, más un tiempo de organización, deberían poder tenerlos aquí. —Estaba casi sin aliento. Cogió una pila de tarjetas que había sobre las cajas rojas y se las arrojó a sir Roberto—. Firme cada una al pie y yo rellenaré lo que falta. Vaya dándomelas a medida que las firme.

Sir Roberto leyó el formulario, listaba en psiclo:

Urgente

«Se le solicita respetuosamente que envíe un ministro autorizado, con poderes plenipotenciarios en todos los asuntos concernientes a relaciones políticas y militares con otras razas y con capacidad para negociar y concluir tratados. Se garantiza la seguridad de su persona y cualquier intento por guardarlo como rehén tendrá como resultado la inmediata revocación de los acuerdos y su suicidio instantáneo.

»aparezca a ________ horas en el lugar de llegada.

«Para:

»lugar de la conferencia:

Duración de la conferencia a juicio ministerial:

Nombre del planeta:

Atmósfera del planeta:

Temperaturas mínimas: _____________ Tipo de sol: ________

Gravedad del planeta:

Metabolismo de la raza:

Suministros alimenticios: Hay para su raza _________

No hay ____________

«Garantizado el regreso del emisario, a salvo y en buenas condiciones, con copias de las decisiones relevantes».

Recomendado ______________ (Inicial y sello)

Representante autorizado por el gobierno legal de este planeta

________________ (Firmado)

Todos los costes diplomáticos importantes corren a cargo de este planeta.

________________ (Firmado)

Sir Roberto se tomó un tiempo excesivamente largo para estudiarlo, o al menos eso pensó el hombrecito.

—Fírmelo, fírmelo —dijo—. Dos veces. Yo lo iniciaré, lo sellaré y lo rellenaré.

El hombrecito gris estaba reuniendo unas láminas de cartón duro. Las golpeaba en dos rincones diagonales y se transformaban en una caja roja bastante grande. En la parte superior de cada caja había una bomba de humo y luz y un pequeño gong, que sonaba sin cesar.

A toda prisa, el hombrecito gris cogió la primera tarjeta firmada por sir Roberto, la llenó velozmente, la inició, la selló y la metió dentro de la caja.

—¡Hockner! —dijo a Angus y fue trotando hacia el centro de la plataforma, dejó caer la caja y regresó rápidamente para empezar a trabajar con la caja siguiente.

Jonnie miró su reloj, cogió las coordenadas y marcas que Angus había sacado de la computadora y las apretó.

—¡Tiempo! —y apretó el botón dé disparo. La primera caja se estremeció un momento y desapareció.

—¡Tolnep! —exclamó el hombrecito gris—. Escalones delanteros de su Casa de Pillaje…

Angus trabajó en la computadora y Jonnie dispuso el panel de instrumentos. El hombrecito gris corrió a poner la segunda caja en la plataforma. En cuanto salió, Jonnie apretó el botón de disparo. La caja roja se desvaneció.

Dos comunicadores budistas vieron lo que sucedía y reemplazaron al hombrecito gris en sus carreras hasta la plataforma. El hombrecito iba quedándose sin aliento. Quong, el niño, observó que todas las tarjetas eran iguales, salvo por las direcciones, y lo ayudó a llenarlas, de modo que sólo tenía que iniciarlas, sellarlas y meterlas en una caja. El hombrecito gris se adaptó a ello y todo estaba listo para el disparo cuarenta minutos antes del momento de salida de la última.

Jadeando un poco, el hombrecito se apartó y los dejó seguir.

—¿Usted también conducirá la conferencia? —le preguntó sir Roberto.

El hombrecito meneó la cabeza.

—¡Buen Dios, no! Sólo estoy ayudando. Cuando lleguen, será asunto de ustedes.

Jonnie y sir Roberto se miraron. ¡Sería mejor que pensaran en algo, rápido! Seis horas y media después, estarían allí los ministros autorizados de veintinueve razas, que aparentemente controlaban unos cinco mil planetas distintos.

El hombrecito gris dijo algo en su solapa.

Un guardia habló por el intercomunicador:

—Las luces de su nave han cambiado. La azul pestañea más rápido y ahora se ha encendido también una roja, grande.

Un comunicador dijo a sir Roberto:

—El mensaje radial que se repite acaba de cambiar. Dice: «Zona de tregua local. La seguridad de sus propios representantes puede hallarse en peligro si se producen disparos, se encienden motores o hay un ataque. Mantenga la zona limpia en quinientas millas».

—¿No puede pedir una tregua general para el planeta? —preguntó sir Roberto.

—¡Oh, no! No podría hacer eso. Provocaría protestas…, sería usurpación de los poderes del estado. Lo siento. Su gente en otros lugares tendrá que resistir.

Sir Roberto fue a la sala de operaciones para enviar mensajes explicando lo que estaba sucediendo. Se sintieron animados. Informaron que la ferocidad del ataque no había disminuido. Resistían, pero a duras penas. Por alguna estúpida razón, informaban los pilotos que el enemigo había incendiado las ruinas de Londres.

Angus ya había preparado todos los disparos, pero el hombrecito gris dijo que podía hacer el resto y también, después, lo necesario para el «lanzamiento y recuperación», después de las tres horas de espera.

Un ingeniero chino y el jefe Chong-won estaban tratando de llamar la atención de Jonnie. Los vio y pasó el panel a Angus.

—Perdónenos —informó el jefe Chong-won—, pero se trata de la presa. El nivel del agua está bajando y ya se pueden ver las partes superiores de las entradas del generador. Mi ingeniero, Fu-ching, dice que dentro de cuatro horas no tendrán electricidad.

¡Y necesitaban seis horas y media!

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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