Parte 13
1
En la sala de conferencias empezó a oírse una música. Era una música lenta, digna. Impactante. Impresionante. Los emisarios miraron a su alrededor con cierto interés, preguntándose qué iba a suceder. Hasta ahora ésta había sido una conferencia mortalmente aburrida en un planeta aparentemente aburrido que ni siquiera tenía vida nocturna o mujeres que danzaran o cantaran para servirlos. La conferencia se había iniciado como si hubiera algo urgente e importante que tratar. Ni siquiera una ronda a las salas de fiesta, para conocerse. ¡Hasta entonces, nadie había intentado sobornarlos! Por el contrario, una cháchara menor, aburrida, que convenía a los combatientes de este único universo e incluso sólo a un sector. Bonita música. Apropiada para funciones reales, pero no tanto para una conferencia.
Un hombre inmenso entró por la puerta. Tenía unos seis pies y medio de altura y estaba desnudo hasta la cintura. Llevaba una faja escarlata, tenía piel amarilla y la cabeza afeitada. (Era uno de los mongoles que había entre los chinos). Eso en sí mismo no hubiera sido demasiado interesante, pero sus músculos estaban tensos como por el esfuerzo de llevar algo sobre su cabeza que parecía realmente muy pesado. Pero por lo que podían ver, no llevaba nada. Allí estaban sus brazos y sus manos que parecían agarrar algo, los protuberantes músculos de la espalda y los bíceps. Aunque caminaba siguiendo el ritmo de la música, había incluso un ligerísimo temblor en sus piernas. Pero no veían que estuviera llevando nada.
El hombre subió a la plataforma y con gran cautela puso la hacha en el suelo. Escucharon incluso un ruido. (Era una mesa electrónica usada por los psiclos para el trabajo electrónico diminuto que requería luz desde todos los ángulos. La habían aserrado para bajarla y rociado con un pulverizador de lentes que eliminaba la luz en un ciento por ciento, de modo que no reflejaba nada). Acomodó la nada con sumo cuidado.
Hubo cierta conmoción en la audiencia, mientras los emisarios se estiraban y miraban, divertidos e interesados. El comunicador que actuaba como anfitrión (tenía una radio minera en el oído) dijo:
—Tienen ustedes la formal promesa de este planeta, riesgo de satisfacer grandes indemnizaciones, de que en esta sala de conferencias no entrará ningún objeto dañino, letal o destructivo.
Varios emisarios rieron. Estaban bastante regocijados. Era un buen chiste no poner nada en la plataforma y después decir que era inofensivo. Los divirtió bastante.
Pero estaba sucediendo algo más. El inmenso mongol se había retirado. Al ritmo de la majestuosa música, dos niños chinos bellamente ataviados, de rostros impasibles, bajaron por el corredor. Cada uno de ellos llevaba un deslumbrante cojín de satén rojo con asas de oro y sobre cada cojín había un libro. Solemnemente, de uno en uno, se aproximaron al anfitrión, que cogió los dos libros y los puso sobre la mesa hasta entonces invisible, con los títulos de los lomos hacia el público.
De modo que había algo sobre la plataforma. Una mesa invisible. Nuevo interés. Los que tenían mejor vista podían leer los títulos: uno era un Diccionario de la lengua psiclo; el otro, Leyes intergalácticas por tratados de las naciones gobernantes.
Pero lord Schleim, con sus débiles ojos tolnepa, ni siquiera intentaba leer. Estaba tenso y retrocedía. ¡Teatro! Lo presionaban con pantomimas. ¡Ah, bueno! ¡Arrinconaría a quien fuese y lo mordería hasta matarlo con los colmillos de su ingenio! ¡Al demonio con la teatralidad! Eso no cambiaría nada.
Los dos niños se retiraron majestuosamente, llevándose los cojines ahora vacíos.
De pronto, la música se interrumpió.
Hubo un retumbar de tambores.
El anfitrión se puso en pie e hizo su anuncio con una voz fuerte y sonora por encima de los tambores:
—¡Señores de todos los planetas! ¡Señores de los grandes y poderosos reinos de dieciséis galaxias! ¡Le presento ahora a lord Jonnie, quien representa el espíritu de la Tierra!
Un conjunto de trompetas lo interrumpió y sonó por encima de los tambores. Las notas claras, penetrantes, se elevaron en el aire.
Jonnie apareció por el corredor. Caminaba lenta, pesadamente, dominante, como si pesara mil libras. Iba vestido de negro y plata y llevaba una clava de plata. Pero no era plata; lo parecía, pero cuando le daba la luz, al mínimo movimiento, destellaba con cegadores colores.
Llegó a la plataforma, subió, se colocó detrás de la mesa y se volvió.
En ese instante un reflector de minero que había encima de la puerta se encendió. Jonnie permaneció allí, en negro y plata, pero como una llama de color vivo.
No habló. Con los pies separados, no oculto por la mesa, sostuvo la clava de plata entre las dos manos y sencillamente los miró con una expresión severa y hasta desdeñosa. Dominante.
Esto impresionó bastante a los emisarios. Aun cuando estaban acostumbrados a la pompa y tendían a valorarla, los sorprendió esta exhibición. Pero había algo más.
¡La bestia del casco! Parecía viva. El truco de la luz, el juego del metal plateado que relampagueaba, los carbones rojos de los ojos, fuera lo que fuese, parecía vivo. ¿Estaba usando una bestia alada viva en su casco?
Lord Schleim no quería saber nada con todo esto. Por desdicha, se había producido un ligero error que le venía muy bien. Cuando una palabra significaba varias cosas en psiclo, se necesitaba un ligero cambio de inflexión o tono para dar una acepción diferente. En psiclo, la palabra «espíritu» también podía significar «mente», «ángel» o «demonio», y aunque el comunicador había usado la inflexión correspondiente a «espíritu», lord Schleim decidió interpretarlo de otra manera.
El tolnepa se paró de un salto.
—Señores y augustos emisarios —dijo con un siseo ácido—, desafío a este demonio a que nos demuestre que tiene derecho a hablar. No hemos visto credenciales. No…
—Señor —le interrumpió Jonnie—, no le he oído bien. ¿Qué dijo?
Lord Schleim se giró hacia él. Empezó a hablar salvajemente:
—He dicho…
—¡Ah, sí, sí, sí! —continuó Jonnie, haciendo un gesto con la mano—. Le pido perdón, señoría. Era simplemente su detestable acento tolnepa. Muy provinciano. ¿Lo entienden ustedes, señorías?
Rieron. Era verdad que lord Schleim tenía un poco de acento, debido probablemente a sus colmillos y a tener que sisear. Los tolnepas eran realmente bastante rudos; tenían sólo un planeta, que estaba bastante alejado del centro de las cosas.
—¡Demonio! —siseó lord Schleim.
—Ta, ta, ta —dijo Jonnie—. Nada de violencia en una reunión como ésta. Estoy seguro de que ni yo ni los dignos emisarios de esta reunión desean que sea expulsado.
Entonces, antes de que lord Schleim pudiera contestar, sucedió algo más. La vara, que había estado dando golpecitos en la palma de Jonnie, apuntó repentinamente en dirección a los pies de lord Schleim. Le habían colocado un pequeño rayo de luz que relampagueó. Se utilizaba para señalar polvo en una mina y producía un rayo de luz delgado como un lápiz, como un indicador.
Jonnie adoptó una expresión incrédula. Después giró la cabeza a un lado como para ocultar una carcajada. La luz se apagó.
Lord Schleim miró hacia abajo. Tuvo que estirarse porque tenía una pequeña panza. ¿Qué había visto ese diablo?
Y lord Schleim lo vio. ¡Sus botas! En lugar de usar sus resplandecientes botas verdes, escamosas, las adecuadas, llevaba unas botas azules gastadas y bastas. Botas azules sucias. ¡Su valet en el apuro por ponerlo en evidencia, su estúpido y maldito valet le había colocado las botas equivocadas! ¡Oh, cuando llegara a casa…, haría perforar al zoquete! ¡Peor! Lo haría arrastrar por las calles para que los niños lo mataran a mordiscos.
Pero Jonnie estaba hablando a los emisarios:
—Debo pedirles perdón, señorías. Les ruego que disculpen mi descortesía por llegar tarde. Pero estoy seguro de que me comprenderán cuando les diga que estaba buscando un punto de la ley. —Y los miró de manera agradable y deferente, colocó la vara en la mesa invisible y golpeó la tapa del libro de leves.
(¡Los modales y frases de los viejos discos de instrucción chinko le venían muy bien ahora! Al comienzo, cuando entró, se sentía rígido y poco natural, artificial y afectado, pero de pronto le pareció que había estado haciendo esto durante toda su vida).
—Nadie —continuó— podría esperar que unos señores tan nobles, con tan altos títulos y credenciales, soportaran un, viaje desagradable o converjan en un planeta tan insignificante para arreglar las diferencias menores de una disputa en un planeta retirado.
Los delegados se incorporaron, Esto era más razonable. Esto era lo que habían estado pensando todo el tiempo. ¡Escuchen, escuchen!
Sir Roberto estaba estupefacto. ¿Qué pensaba hacer este chico? ¿Decía que la guerra no era importante? Sus plazas fuertes derrumbándose, sus amigos muriendo, ¿y él decía que no era importante? Miró a los dos hombrecitos grises. Estaban allí sentados, sonriendo; su expresión era algo ausente, pero sonreían. Antes no sonreían y sir Roberto sabía que Jonnie no había hablado con ellos, de modo que no sabían más que él. Pero tuvo que reprimirse para no saltar y gritar que ésta era una guerra importante. Había un punto a favor: estos emisarios, con sus joyas y sus ropas resplandecientes, sus extraños rostros y antenas, estaban asintiendo y se preparaban para participar en una verdadera conferencia.
—No —continuó Jonnie—, sería un insulto para los poderosos estados que ustedes representan, hacerlos venir para algo tan trivial como hablar de piratas.
Lord Schleim empezó a deslizarse en su silla para ponerse en pie. Estaba a punto de ordenar a aquel diablo que se sentara y obligarlo a modificar su lenguaje, cuando vio aquellos ojos otra vez fijos en sus botas. Pero no fue realmente la mirada a las botas lo que detuvo a lord Schleim. Con su astucia diplomática, comprendió que ese diablo podía caer en una trampa preparada por él mismo. Era sencillo probar que las naves atacantes tolnepas tenían sus órdenes, que eran naves y oficiales autorizadas de la fuerza tolnepa. De modo que era mejor dejar que el diablo siguiera hundiéndose por ahora. Pronto podría morder. ¡Después de todo, ese tipo no era un oponente importante!
—Representantes tan regios de reyes y gobiernos —continuó Jonnie— son los que deberían convenir en los puntos reales de los tratados y la ley intergaláctica… Corríjanme si me equivoco, por favor. Y con respecto a esto, nadie puede desafiar o cuestionar su destreza.
—Escuchen, escuchen. Es verdad. Naturalmente. Tiene razón. ¡Por favor, continúe!
Los emisarios, todos excepto los combatientes, estaban erguidos, interesados. Y los representantes de las fuerzas combatientes empezaron a tener un aspecto intranquilo. Todos menos lord Schleim, que comenzaba a sentirse confiado… Ese diablo iba a cavarse un agujero. Lord Schleim tenía un problema: cada vez que el diablo se movía la luz relampagueaba en sus botones, y los tolnepas tenían que usar filtros para ver el espectro ordinariamente visible, de modo que cada rayo de luz de un botón superaba la capacidad del filtro y estaba entrándole dolor de cabeza. Deseaba que apagaran aquella luz con la que enfocaban a esa criatura.
Jonnie proseguía:
—La definición de la categoría de «pirata» como opuesta a la definición de «fuerza militar» es un problema fundamental. Estoy seguro que de vez en cuando, aun en las fuerzas militares mejor organizadas, pagadas y reguladas, elementos de naves o incluso naves mercantes se han amotinado o perdido su camino o se han vuelto piratas, desafiando la benigna y responsable autoridad de sus propios gobiernos.
¡Oh, sí, había muchos casos! Precisamente, el mes pasado, en estos tiempos conflictivos, un escuadrón de naves espaciales se había amotinado en Oxentab. Había infinidad de ellos en la historia. Un problema antiguo, acordaron los emisarios. Se habían escrito infinidad de historias sobre ello. Prosiga.
—De modo que —continuó Jonnie— para proteger la autoridad legítima como la representada por ustedes —rostros complacidos, salvo los de los combatientes— y para poder realmente enfrentarse a la piratería cuando se produce, es preciso aclarar la definición. Y esto sólo puede hacerlo un cuerpo augusto como éste, en forma de tratado formal.
Buena idea. Correcto. Justo. Los combatientes estaban muy melancólicos, salvo lord Schleim, que ahora estaba seguro de que aquel diablo sería vencido muy pronto.
Jonnie abrió el diccionario psiclo en un lugar señalado.
—Sabemos que la lengua psiclo es un compuesto de muchas lenguas, incluso las suyas propias, y de hecho no fue un lenguaje engendrado sólo por psiclos. Es una lengua universal porque ha sido tomada de muchos universos, y ésa es la única razón por la cual lo hablamos de manera tan generalizada.
Eso era verdad. Verdadera erudición. Los psiclos lo obtenían todo de otros, incluso el lenguaje. Ni siquiera debería llamarse «psiclo». Los emisarios hablaron de ello.
—Este diccionario —continuó Jonnie— es el libro standard, reconocido, ¿no es así? —Y lo levantó.
—Sí —asintieron.
Jonnie apoyó el libro y leyó:
—Dice así: «Pirata: el que ataca el comercio o las comunidades o planetas en un velero o nave espacial o grupo de naves que no están sometidas a las normas de un gobierno planetario nacional; también cualquier comandante o miembro de la tripulación de tales naves».
Exacto, exacto. Eso era un pirata. Pero lord Schleim se sentía muy pagado de sí mismo. Sentía que ya lo tenía. Podía ver con claridad qué camino quería tomar. Sería un juego de niños destruir aquellos argumentos y después proceder a las conversaciones de rendición. ¡Qué caída para el demonio! Toda nave tolnepa estaba bajo las órdenes directas del gobierno tolnepa. Totalmente legal.
Jonnie se había vuelto hacia el libro sobre leyes intergalácticas.
—Sin embargo, según los tratados, de los cuales está compuesta la ley intergaláctica, tenemos una definición distinta. Con el permiso de ustedes la leeré: «Artículo doscientos treinta y cuatro millones trescientos cincuenta y dos mil seiscientos setenta y ocho. Basado en los tratados de Psiclo versus Hawvin, firmado en Blonk; Psiclo versus Camchod, firmado en Psiclo, un pirata se definirá a partir de ahora como alguien que felonamente roba o explota minerales». —Jonnie golpeó el libro y rió ligeramente—. ¡Creo que sabemos a causa de quién, cómo y por qué se ha introducido esa definición incorrecta!
Rieron. A nadie le gustaba mucho Psiclo y un psiclo era capaz de someterse a cualquier cosa para proteger los intereses de Psiclo.
—Por tanto —prosiguió Jonnie—, creo que este augusto cuerpo debería definir «pirata» y «piratería» en colaboración con sistemas y planetas y, después de la adecuada deliberación, dejar sin efecto los tratados que lo prohíben.
Sir Roberto gimió. El muchacho estaba proponiendo días de deliberación sobre cosas podridas como los tratados cuando el planeta estaba siendo hecho pedazos por un asalto brutal, indudablemente conducido por ese tolnepa a través de su radio oculta. Pero sus gemidos quedaron ahogados en medio del general asentimiento.
Ahora Jonnie se había apartado de los libros. Cogió la clava y se dio unos golpecitos en la palma.
—Creo, en mi humilde opinión —no tenía aspecto humilde—, que debemos trabajar sobre esto ahora con el objeto de poder saber si los oficiales y tripulación de la flota tolnepa van a ser vaporizados individualmente como piratas o sencillamente fusilados como los militares a los que se somete a un consejo de guerra.
Lord Schleim se irguió con un grito:
—¡Basta! —Y miró a su alrededor a los otros combatientes. Estaban sentados detrás de él y no decían nada; parecían aturdidos. Después advirtió que el diablo había dicho «tolnepa» y no «fuerzas conjuntas».
Cuando lord Schleim formuló su protesta, escupió veneno. ¡El diablo había ido demasiado lejos! En un momento lord Schleim fulminaría sus argumentos, pero había otra cuestión anterior.
—¡Está eligiendo las honorables fuerzas tolnepas para hacer sus venenosas insinuaciones! —dijo Schleim, enfurecido—. ¡Éste es claramente un caso de prejuicio y este cuerpo debe desestimarlo como tal! Hay otros combatientes. Solicito que estas dos declaraciones sean eliminadas de los registros como parciales, tendenciosas y un insulto intencional a las fuerzas planetarias tolnepas.
Jonnie le sonrió tranquilamente, miró las botas del tolnepa y después su cara adornada con colmillos.
—Esa conducta sibilina no rectificará los errores. Su conducta es un insulto para estos señores. ¡Compórtese!
—¡Exijo una respuesta! —gritó Schleim.
Jonnie suspiró, tolerante:
—Muy bien; la tendrá usted. Es mi opinión que los hawvin, bolbodas, drawkin, jambitchow y hockneros fueron básicamente obligados a cooperar con los tolnepas, probablemente mediante declaraciones falsas. Desde que por su propio testimonio sabemos que sus naves superan con mucho las de ellos, y desde que, como usted dice, su principal oficial comandaba la fuerza llamada conjunta, y cuando resultó muerto fue sucedido por otro tolnepa que es ahora el oficial principal, parece muy evidente que fueron obligados a cooperar en este ataque por el superior poder de fuego de la flota tolnepa. De modo que no podemos considerar culpables a estas otras razas o fuerzas. Y no los acusamos. Son sólo víctimas, y en mi opinión no puede considerárselos de ninguna otra manera cuando apliquemos la palabra «pirata» en una definición clarificada.
¡Ése era el momento! Lord Schleim sabía cuándo las frutas estaban maduras. Destrozaría a ese diablo. Se deslizó y se irguió en toda su altura. Asumió la grandeza de la dignidad.
—Sus argumentos, demonio, caen en las rocas y se derrumban como polvo en la hierba. El almirante tolnepa, el capitán y todas las naves y tripulaciones tolnepas jamás actuaron más que bajo las órdenes del gobierno central tolnepa. ¡De modo que basta de cháchara sobre «piratas» y déjenos seguir con el asunto de la rendición!
El sabor del triunfo y la victoria era dulce como veneno en la boca del tolnepa. Ahora todo terminaría pronto.
Sir Roberto gimió.
Vio que los dos hombrecitos grises miraban al suelo, nerviosos. ¿Se arrepentían tal vez de haberlos ayudado?