Parte 11
1
Por primera vez en lo que había sido un año horrible y agotador, el hombrecito gris estaba verdaderamente interesado. La esperanza, que le había sido extraña en los últimos tiempos, luchaba por surgir en su pecho. Todavía era débil, pero estaba allí.
No sentía realmente interés por el descomunal estallido que habían visto y apenas se molestó en mirar la inmunda masa rodante de violentas nubes que se levantó por encima de la tierra.
Era esa huella momentánea en su pantalla. ¡Un disparo de teletransporte! Una huella que no había esperado ver otra vez.
Su reacción inmediata fue comprobar si alguna de las mentalidades militares de las naves vecinas había visto la huella. Escuchó ansiosamente su charla.
—Ha sido evidentemente una explosión nuclear —indicó el bolboda.
Para él todo quedó explicado. Adelantó su rostro belicoso como desafiando a alguien a contradecirlo.
El medio-capitán tolnepa hizo inmediatamente la proposición de bajar y realmente «barrer el lugar».
El hawvin especulaba con la posibilidad de que la situación fuese política y trataba de complicar en ella al hombrecito gris. Pero éste permanecía impasible: estaba esperando a ver qué sabían los otros.
Quien resumió la situación fue el súper-teniente hocknero.
—¡Me parece que olvidan lo principal! —dijo—. Los informes anteriores hablaban de una partida que se desvanecía en esa zona. Es evidente que lo que acabamos de ver es la culminación de una guerra política de superficie. Y yo diría que ahora el gobierno ha cambiado de manos. Como sabemos, la escena política era inestable. Antes una clase sacerdotal se había hecho cargo del planeta; aquellos tipos amarillos con túnicas. Pero han perdido, tal vez, y fueron arrinconados en aquel templo en su hemisferio sur. Ahora —continuó—, algún grupo militar ha eliminado la antigua capital del planeta con armas nucleares. Con dos revueltas distintas en los últimos meses, el clima político es muy inestable y creo que es el momento de realizar un ataque concertado.
—¡Sí! —aprobó el bolboda—. ¡Deberíamos bajar y aplastarlos!
El comandante jambitchow rió ligeramente:
—Me temo que no podrán contar conmigo, gentiles señores. Al menos por el momento. ¿Han mirado allá, aquella estribación del pico de la montaña…; la que está al oeste de la capital?
Hubo un silencio y después se escucharon exclamaciones de sorpresa.
Empezaban a verse quince aviones de combate y también transportes de marines.
—¡Era una emboscada! —masculló el medio-capitán.
—¡Bah! —dijo el bolboda—. ¡Su capacidad de fuego no puede compararse siquiera con una de nuestras naves importantes!
—Pueden hacer bastante daño —advirtió el jambitchow con su voz cadenciosa.
Hubo un momento de calma. De pronto, una cara ocupó la pantalla visora del hombrecito gris. Era Roof Arsebogger, del Colmillo de media noche, llamando desde la nave Capture tolnepa.
—Excelencia —canturreó el reportero—, ¿podríamos aprovecharnos de este momento de calma para pedirle sus opiniones personales sobre la situación general?
El hombrecito gris nunca perdía la calma. Todo lo que dijo, y esto con voz serena, fue:
—Salga de mi pantalla.
—¡Oh, sí, señor, su excelencia! Por supuesto, señor, su excelencia. ¡Inmediatamente, señor!
Y el rostro manchado desapareció.
El hombrecito gris hizo una mueca de disgusto y volvió a sus reflexiones sobre los otros. Tarde o temprano llegarían a alguna conclusión e iniciarían alguna acción conjunta. Hasta ese momento nadie había mencionado la huella de teletransporte. Ninguno de ellos llegaba a una conclusión lógica. ¿Estaría cada uno de ellos ambicionando el dinero de la recompensa y manteniendo al resto en la oscuridad? Escucharía. Escuchar siempre era un buen método.
La fuerza conjunta había comenzado a moverse y estaba cambiando de posición en la órbita de modo de mantener su posición por encima de la zona. En el cielo se veían relámpagos del arranque de los motores y por los canales se oían los murmullos de los mandos internos de las naves. Estaban preparándose.
Fue el hawvin quien finalmente expresó lo que debía de estar en la mente de todos: las recompensas.
—¡He estado pensando que podrían ser ellos y no saberlo! Aquí hay un informe sobre un psiclo grande que caminaba en torno a una plataforma de disparo hoy más temprano.
—Bueno: si era un psiclo, ¿no cree que lo habría sabido? —preguntó el comandante jambitchow.
Esto provocó la intervención del superteniente hocknero:
—Si el imbécil no lo sabía, no quiero decir que no pudiera serlo de todos modos.
—Pero si lo fuera —dijo el hawvin—, lo sabría. Y no lo sabía, de modo que no es.
Intervino entonces el cuarto-almirante, golpeándose pensativamente un diente.
—Como ahora existe la posibilidad de que sea él…
Otros rostros lo miraron en sus pantallas, incapaces de comprender cómo había llegado a esta conclusión.
—… bueno, no veo ninguna razón para seguir esperando. Sencillamente debemos saquear el lugar y después irnos. Pero, por otro lado —continuó el cuarto-almirante en una brillante muestra de lógica, si son ellos, entonces constituyen un enorme peligro para nosotros y deberían ser atacados. De cualquier manera, los saqueamos, nos dividimos el botín y después nos vamos.
—¿Y el dinero de la recompensa? —preguntó el jambitchow.
—Bueno —dijo el cuarto-almirante—: Nos enteraremos mejor con un interrogatorio intensivo de los prisioneros resultantes. Como comandante en jefe de esta fuerza conjunta…
Hubo protestas inmediatas. Estaban de acuerdo en que en cualquier caso debían atacar, limpiar el lugar e irse. ¡Pero no estaban de acuerdo en que el cuarto-almirante fuera su comandante en jefe! Esto produjo un pésimo efecto al cuarto-almirante Snowleter. Llevando a bordo a Roof Arsebogger, quería dar la mejor imagen posible. Este desacuerdo no se correspondía con su intención y lo ponía de mal humor.
La lucha que siguió consumió un tiempo considerable y el hombrecito gris volvió a estudiar la escena que se desarrollaba abajo.
Había localizado un pequeño convoy que iba a toda prisa hacia el sur. Estaba dividido en dos partes. La sección más pequeña, que iba delante, iba por lo que debía de haber sido una antigua carretera. La segunda era mayor y conducía casi a la misma velocidad. A primera vista podía parecer que la segunda perseguía a la primera. Pero ahora se habían reunido sin luchar en la ribera de un río. Debían de pertenecer todos al mismo grupo.
La corriente era de deshielo primaveral y, poco tiempo después de la llegada de la primera sección, colocaron bombas de agua y se vieron enormes chorros de agua. Estaban lavando sus vehículos y a sí mismos.
La acción le resultaba desconocida, de modo que consultó algunos libros de referencias. ¡Radiación! La manera de librarse de la contaminación era usar copiosas cantidades de agua. Las partículas podían eliminarse con agua, debido a su peso. Entonces, eso había sido una explosión nuclear. A través de las épocas, los psiclos habían suprimido sin remordimientos a cualquiera que procurara usar esas armas. Era un capítulo casi olvidado de la guerra antigua.
El hombrecito gris hizo que su oficial de comunicaciones mejorara la imagen de su pantalla visora. Allá abajo había niebla y estaba nublado y era algo difícil ver. La ciudad que había al norte había empezado a arder furiosamente: un resplandor bajo las nubes de humo. El viento venía del sur y, aunque esto dejaba más limpia la zona del río, había mucha interferencia. ¡Ah, era ese cable de potencia de la vieja mina! Hacía que la pantalla saltara y distorsionara la imagen.
El grupo que había junto al río empleó cierto tiempo en organizarse. ¿Qué eran? ¿Refugiados? ¿Los restos de una fuerza atacante?
Y entonces lo vio: debajo de aquella cúpula que habían levantado con una grúa había un panel de teletransporte.
Empezó a revisar la situación. No sabía por qué o cómo, pero esa lucha y aquella explosión estaban relacionadas con el teletransporte.
Uno u otro de los comandantes de las naves que lo rodeaban pedirían su consejo en un momento u otro. Contestaría sin comprometerse. Por una vez, no los ayudaría. Esperaba y rogaba para que no vieran aquel panel allá abajo.
Aparentemente, el grupo tenía algunos heridos y los cuidaba y durante cierto tiempo su atención no estuvo puesta en la seguridad. El panel estaba a la vista, claro como el día.
Finalmente llegaron seis aviones de combate y aterrizaron. Además de estos aviones, el grupo tenía una fuerte cobertura aérea.
De pronto, el superteniente hocknero preguntó:
—¿No era un panel de teletransporte lo que pasaron del remolque al avión? Voy a retroceder para encontrar la imagen.
El hombrecito gris se hundió. No deseaba que la vieran. Había esperado que, de verla, no la reconocieran. Esperanza vana.
—¡Lo es! —dijo el hocknero.
Allá abajo, los llevó bastante tiempo cargar. Algunos de los aviones de combate estaban bastante vacíos; dos se encontraban muy cargados. El hombrecito gris calculó las capacidades. Sí, dos aviones de combate podían encargarse de toda la partida.
Ahora los comandantes conversaban con entusiasmo. Algunos habían visto fotografías de paneles como ése. Había una creciente excitación, una creciente esperanza de repartirse los doscientos millones de créditos de recompensa.
Después, el grupo de abajo abandonó los remolques y bombas, una grúa y lo que parecían dos ataúdes. Los seis aviones de combate despegaron.
Y entonces hicieron una cosa muy desconcertante y confusa. En lugar de ponerse en formación ordenada, empezaron a cruzarse y hacer círculos. ¡Ni siquiera en la pantalla visora podía distinguirse entre uno y otro avión!
Cuatro de los aviones volvieron a aterrizar. Pero ¿qué cuatro? ¿Cuáles eran los que llevaban carga?
Los comandantes hablaron mucho de esto. Estaban haciendo retroceder las imágenes, buscando marcas de identificación. Con esta estática resultaba imposible.
De pronto, el hocknero lo resolvió. Dos de los aviones, con sólo una pequeña parte de la cobertura aérea adicional, partieron a poca velocidad —sólo unas mil millas por hora—, siguiendo un curso nordeste. Los otros cuatro y la cobertura aérea restante, que era la más abundante, se quedaron en el río.
—¡Es un cebo! —exclamó el superteniente—. ¡Desean que sigamos a ese grupo que va al nordeste!
Observaron, vigilando el curso del grupo que iba hacia el nordeste. Pasaría por este lado del poste y, a menos que se detuviera antes, iría hasta esa pagoda del hemisferio sur. A esa velocidad, llegarían allí en nueve horas.
Como para confirmar las sospechas del hocknero, los cuatro aviones de combate restantes y la cobertura aérea iniciaron de pronto un rumbo ligeramente hacia el noroeste. Viajaban a dos mil millas por hora.
Una rápida extrapolación de su curso señalaba como único destino posible una antigua mina cerca de un lugar que se había llamado «Singapur».
—Eso lo confirma, muchachos —dijo el hocknero—. Aquí hay un informe que habla de una intensa actividad en esa zona y de la construcción de una especie de plataforma. ¡Están llevando el panel a «Singapur»!
El cuarto-almirante trató de disentir. Como oficial principal tenía derecho a ser obedecido. Explicó que debía ser la pagoda. La razón de su convencimiento era que odiaba todas las religiones. Las personas religiosas eran fanáticas, desestabilizaban los gobiernos y había que aplastarlas. Evidentemente, se trataba de una revuelta religiosa y tenían pruebas de ello. Una orden religiosa había alterado el gobierno del planeta y ahora robaba un panel. Este planeta era El planeta y ordenaba que enfilaran hacia el objetivo de la pagoda.
Su orden no lo consiguió. La fuerza combinada inició un movimiento controlado, todos detrás del grupo que se dirigía a Singapur.
Pero la poderosa nave capital Capture, de clase Terror, no los siguió.
Impulsado a la acción independiente por la presencia de Roof Arsebogger y por un odio invencible hacia todas las religiones, el cuarto-almirante Snowleter orientó su poderosa nave, con la panza llena de aviones de combate, hacia Kariba.