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Algo perdido en la cama de doce pies de Char, un poco tenso en ese complejo vacío, lleno de ecos, Jonnie esperaba el regreso de Ker. Se estaba naciendo muy tarde y se preguntaba a qué se debería la tardanza. Estaba leyendo para pasar el tiempo.
Al preparar las maletas, Char había tirado por allí cosas que no le interesaba llevar de regreso a Psiclo y una de ellas era una Historia de Psiclo para niños, proveniente tal vez de los años escolares del propio Char, porque debajo de la cubierta se veía un garabato inmaduro: «Libro de Char. Tú lo robaste, así que devuélvelo», y debajo, «¡O te destrozo!». Bueno; Char ya no destrozaría a nadie. Hacía ya bastante tiempo que había muerto en manos de Terl.
Como Ker había mencionado minas, subterráneas, a Jonnie le interesó saber que la totalidad de la Ciudad Imperial de Psiclo y la zona que la rodeaba eran un laberinto de pozos y galerías profundos y desiertos. Hacía trescientos mil años, Psiclo había agotado los minerales de superficie y había desarrollado técnicas de seminúcleo. Algunos de los pozos tenían una profundidad de ochenta y tres millas y en algunos casos quedaban a media milla del núcleo líquido. ¡Qué espantosamente calurosas debían haber sido esas minas! Sólo podía trabajarse mediante máquinas, no mediante seres vivos. El laberinto era tan extenso que de vez en cuando provocaba el hundimiento de algunos edificios de la superficie.
Cuando Ker regresó, estaba leyendo sobre «La primera guerra interplanetaria para terminar con la carencia de mineral». Ker tenía un aspecto algo grave, aun detrás de su máscara.
—Dunneldeen ha sido arrestado —dijo.
Según relató Ker, Dunneldeen había llegado en un avión de combate a la puesta del sol y había ido a buscar un dormitorio y la cena. Al salir del comedor, dos hombres vestidos con pieles de mono y bandoleras salieron de entre las sombras y le dijeron que estaba bajo arresto. A cierta distancia había un escuadrón de esos mismos hombres.
Habían llevado a Dunneldeen en un coche de superficie conducido por Lars hasta el gran edificio del Capitolio, el que estaba en la ciudad en ruinas y tenía la cúpula pintada. Le llevaron a empujones a la «sala de justicia» y el jefe superior del planeta empezó a acusarlo de una larga lista de crímenes, como interrumpir los proyectos del Consejo, provocar la guerra, etc., y después lo había mirado más de cerca y había dicho: «¡Usted no es Tyler!». Había llamado al capitán de guardia y se había producido un altercado. Después ese jefe superior hizo prometer a Dunneldeen que no incitaría a Escocia a entrar en guerra por esto y lo había soltado.
Dunneldeen había regresado a la Academia después de sacarle el coche a Lars y estaba bien. Ker había tenido que esperar para darle el mensaje y Dunneldeen había dicho que advirtiera a Jonnie.
—Esto significa —terminó Ker— que esperaban que vinieras y están vigilando todo el lugar. Tenemos que trabajar rápido, ser cuidadosos y sacarte de aquí tan pronto como podamos.
Jonnie y Angus comieron un bocado de la comida que les había traído Ker y después dedicaron cuatro horas al sueño. Ker había vuelto a su antigua habitación y dormía con la máscara puesta porque en la mayor parte del complejo no había circulador de gas respiratorio.
Antes del amanecer estaban de nuevo en pie, trabajando rápido. Ker tenía otro disco de martilleo y golpeteos y lo puso. El tipo de trabajo que estaban haciendo no sonaba como el que debían hacer.
Lo que tenían que hacer era «plantar ojos» y transmisores de imagen de modo que no pudieran ser vistos o detectados.
Atacaron la cúpula de vidrio emplomado y perforaron «agujeros de bala» en los lugares adecuados, meditando en el problema de que pudieran quedar cubiertos si se corrían las persianas. La parte superior de estas cúpulas de nivel superior estaba mucho más coloreada que los lados, de modo que los detectores (Ker los llamaba «lectores») tenían que estar muy arriba.
Además había que camuflar los «agujeros de bala»; es decir, hacerles pequeñas grietas del grosor de un cabello para que pareciera que habían sido disparadas desde el exterior. Como medida prudente, hicieron otros en otras cúpulas de modo que la situación pareciera más general, en lugar de limitarla a las oficinas de Terl.
Metieron lectores y transmisores en los agujeros. Después repararon los agujeros con «parches de burbuja» de una sola faz, transparentes. Pusieron más pegamento reparador de cristales en las «grietas».
Cada lector tenía en la parte frontal un iris emplomado y estaba dentro de una caja de plomo. El resultado era el de un agujero groseramente reparado por obreros descuidados. Cada uno de los agujeros enfocaba una parte distinta de la zona de trabajo de ambas habitaciones.
—No hará nada con eso —repuso Ker, sonriendo—. Tendrá miedo de que se escape el gas respiratorio y entre aire.
Cuando terminaron con los lectores de la cúpula ya era de tarde. Los probaron con la sonda y los receptores. Eran ciegos e indetectables para la sonda y leían todo lo que estaba en su camino con la pantalla corrida.
Se tomaron un breve descanso para almorzar y quitaron el disco que los atormentaba. De pronto se escuchó más ruido afuera.
Ker fue hacia la puerta y le quitó el cerrojo. Lars recibió un soplo de gas respiratorio y retrocedió. Exigió que Ker saliera y hablara con él de inmediato.
—Está interrumpiendo nuestro trabajo —dijo Ker, pero salió al vestíbulo.
—¡Es usted un descarado! —masculló Lars, temblando de cólera—. Me dio un puñado de porquería que tenía polvo radiactivo.
¡Me metió en un lío! Cuando se lo mostré a Terl esta mañana, empezó a estallar al acercarse a su máscara respiratoria. ¡Usted lo sabía! ¡Estuvo a punto de morderme!
—¡Está bien, está bien! —contemporizó Ker—. Limpiaremos bien todo antes de meter una cantidad importante de gas respiratorio.
—¡Ésas eran balas radiactivas! —gritó Lars.
—¡Muy bien! —adujo Ker—. Entraron por la cúpula. Las encontraremos todas. ¡No se excite tanto!
—Trata de meterme en líos —reiteró Lars.
—Usted manténgase alejado —sugirió Ker—. Destruye los huesos humanos, ¿sabe?
Lars no lo sabía. Retrocedió y se fue.
Cuando Ker volvió a entrar y cerró la puerta, Angus preguntó:
—¿Eran realmente balas radiactivas?
Ker rió y empezó a meter su comida por la máscara. Jonnie se sorprendió. Ker era el único psiclo que había visto que podía mascar kerbango con la máscara puesta y ahora estaba comiendo comida goo y hablando.
—Era flíter —explicó Ker, riendo—. Es un compuesto que produce chispas azules cuando le dan los rayos del sol. Puse un poco en las balas. Es inofensivo. Un juguete de niño —y reía aún más. Después suspiró—. Había que explicar los agujeros de bala, de modo que teníamos que «encontrar» algunas. Pero este Terl… es tan listo que a veces parece tonto.
Jonnie y Angus se unieron a su risa. Imaginaban a Terl viendo las chispas cuando Lars le tendía los «descubrimientos» que había hecho Ker y la luz del sol provocando las chispas azules. ¡El convencimiento de Terl de que el mundo lo perseguía debía haber estado a punto de hacerle atravesar el muro trasero de la jaula! ¡Debía haber pensado que los desechos de su máscara respiratoria estaban encendiendo uranio!
Ahora estaban haciendo el trabajo del conducto y martilleaban y golpeaban realmente. El asunto consistía en introducir lectores con iris emplomados por las entradas y salidas del conducto que rodeaba la habitación, de modo que no pudieran ser vistos y que, sin embargo, pudieran, desde las oscuras profundidades de los ventiladores, leer una porción exacta de la habitación de trabajo. Los conductos necesitaban realmente un trabajo especial. Aunque Ker era enano, podría, sin embargo, doblar una plancha de hierro como si fuera de papel.
Ker arregló las cosas de modo que los lugares en que los conductos entraban y salían de la habitación tenían aspecto frágil. Si se los tocaba parecían estar a punto de partirse y caer, pero en realidad las terminaciones estaban soldadas.
Instalaron los lectores en estos conductos, se aseguraron de que los iris funcionaban, colocaron todo en su lugar y encendieron las bombas del circulador. Para entonces era el atardecer, pero siguieron trabajando. Hacia la una de la mañana habían terminado un sistema circulador operativo.
Sentían que estaban quedándose sin tiempo, de modo que no se detuvieron. Ahora tenían el problema de centralizar las transmisiones de todos los lectores y conseguir que pasaran a la Academia, a millas de distancia.
Ninguno de estos lectores podía ser activado y elegido desde una distancia mayor a unos cientos de pies. Todos tenían diferentes secuencias que los mantenían separados y esto significaba un sistema de alimentación voluminoso.
Jonnie trabajó un poco más en la sonda y puso en ella un remoto para encender y apagar, que se apagaría con la caja de alimentación de muchos canales. Ésa era la parte más sencilla. No había que tener ondas radiales en el aire con la sonda en funciones.
La parte complicada era lograr que la transmisión llegara a la Academia. Lo solucionaron utilizando ondas de superficie. Éstas difieren de las ondas aéreas porque sólo pueden trasladarse por el suelo. La «antena» transmisora es una vara metida en la tierra, y la «antena» que recibe, otra. Necesita una longitud de onda distinta, de modo que no había peligro de que alguien la detectara. Como las ondas de superficie no eran utilizadas normalmente por los psiclos de la Tierra, se necesitó una acelerada fabricación de componentes para convertir una radio normal en onda de superficie.
Era el final del año y todavía estaba oscuro cuando Angus y Ker salieron ruidosamente en dirección a la Academia para instalar los receptores y grabadores: una unidad en un lavabo, otra en una cabina telefónica inservible y la tercera debajo de un azulejo suelto en la parte frontal del altar de la capilla.
Mientras tanto, Jonnie enterraba el alimentador fuera de la cúpula, en el suelo. Tenía preparada la excusa de estar «buscando cables de tensión», pero no la necesitó. Todo el mundo dormía. Metió dentro cartuchos de combustible como para que funcionara durante medio año o más, la envolvió en una tela impermeable, la enterró en el agujero metiendo la antena de superficie y volvió a colocar el césped. Nadie podría detectar que se hubiera siquiera tocado la hierba…, su habilidad de cazador para preparar trampas le era muy útil.
Otra vez dentro, lo revisó todo. Los iris emplomados trabajaban sin fallos. Los lectores estaban en funciones. Se encendían y apagaban en el alimentador. Los dejó funcionar para que Angus y Ker, que estaban en la Academia, pusieran sus grabadores en conexión.
Jonnie se ocupó de colocar y soldar en su lugar los escritorios y el tablero de dibujo. ¡Ningún cortador molecular rasguñaría siquiera estas soldaduras!
A las ocho de la mañana, Angus y Ker entraron como si su jornada acabara de comenzar. Cerraron la puerta y dirigieron amplias sonrisas a Jonnie.
—¡Funciona! —exclamó Angus—. Te vimos trabajando y leímos incluso el número de serie de la soldadora. ¡Tenemos en la pantalla los quince lectores! —Y tendió la mano—. ¡Aquí están los discos!
Los pusieron. ¡Podían ver incluso el granulado del material; cómo sería entonces con los números!
Lanzaron un suspiro de alivio.
Después Angus cogió del hombro a Jonnie y señaló la puerta.
—Hasta aquí necesitábamos tu capacidad y tus ideas, pero a partir de ahora sólo tenemos que convencer a Terl. Cada minuto que permanezcas aquí es un minuto de más.
Ker ya estaba colocando la sonda en el lugar en que la habían encontrado, arreglando el gabinete.
—Cuando me encargué de este trabajo y sospeché que venías —dijo mientras trabajaba—, puse combustible en un avión. Es el que está exactamente frente a la puerta del hangar… Los dos últimos números de la serie son el nueve y el tres. Todo está esperándote. ¡No nos quieren a nosotros, sino a ti!
—Montar el resto sólo nos tomará cuarenta y cinco minutos o una hora —expuso Angus—. Tú te vas de aquí y es una orden de sir Roberto… hacer que vayas a casa en el momento en que puedas.
Para entonces Ker había vuelto a cerrar la puerta del gabinete y golpeaba en un rincón para dar la apariencia de ajetreo.
—¡Adiós! —dijo enfáticamente.
Sí, era verdad. Ellos podían terminar lo que faltaba y no corrían peligro. Pero también era cierto que había que completarlo. Se prepararía y se quedaría junto al avión.
—Cuando esté todo listo, bajen a decírmelo —ordenó.
—¡Tú vete! —dijo Angus.
Jonnie les dirigió un saludo y salió. Cerraron la puerta detrás de él. Recorrió el pasillo hacia la habitación de Char para coger su equipo. Eran las ocho y veintitrés minutos de la mañana. Ya eran dos horas demasiado tarde.