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Jonnie había estado en coma durante tres días.

Lo habían llevado a la antigua base militar subterránea de las Montañas Rocosas, donde los filtros de sal podían colocarse inmediatamente en su lugar si se materializaba un contraataque del planeta Psiclo.

El complejo hospitalario era muy extenso. Estaba construido con azulejos blancos, apenas deteriorados. Los rusos habían limpiado todo y el pastor había enterrado los cadáveres pulverizados.

Quince de los escoceses heridos estaban allí, incluidos Thor y Glencannon. Estaban en un ala de habitaciones distinta de la de Jonnie, pero de vez en cuando se los escuchaba, en especial cuando el gaitero mayor les daba un concierto vespertino. El doctor Allen y el doctor Mac Kendrick ya habían dado de baja a cinco de ellos porque estaban razonablemente bien y ciertamente demasiado inquietos e impacientes como para mantenerse ociosos mientras sucedían tantas cosas en otra parte.

Chrissie había estado constantemente junto a la cama de Jonnie y se levantó cuando entraron el doctor Mac Kendrick y Angus Mac Tavish. Parecían enojados el uno con el otro, y Chrissie esperó que se fueran pronto. Mac Kendrick puso una mano en la frente de Jonnie y se quedó mirando la palidez cenicienta de su rostro. Después se volvió hacia Angus haciendo un gesto expresivo, que quería decir «¿lo ye?». La respiración de Jonnie era superficial.

Tres días antes Jonnie se había despertado, susurrándole a Chrissie que mandara venir a alguien. Siempre había un guardia escocés en la puerta, con el rifle de asalto bloqueando la entrada de los que deseaban visitarlo, que eran muchos. Chrissie lo había hecho entrar y se había quedado mirándolo, preocupada, mientras Jonnie susurraba un largo mensaje para Roberto el Zorro y el guardia lo tomaba con un pictógrabador colocado cerca de sus labios.

El mensaje había consistido en instrucciones al efecto de que si aparecía otro bombardero de gas en el cielo, podrían probablemente detenerlo haciendo descender sobre su lomo treinta aviones de reconocimiento con patines magnéticos y colocando sus motores en las coordenadas inversas, de modo que los motores del bombardero se quemaran. Chrissie no comprendió el mensaje, pero sí comprendió que era demasiado cansado para Jonnie. Había vuelto a caer en coma, y cuando el guardia regresó para decir que sir Roberto enviaba su agradecimiento y haría lo que le indicaba, Chrissie lo trató bastante mal.

Fue el mismo guardia quien dejó entrar al doctor Mac Kendrick y a Angus y Chrissie se prometió que hablaría con él. Mac Kendrick, sí. ¡Angus, definitivamente no!

Mac Kendrick y Angus salieron y el guardia cerró la puerta.

—Mire —dijo Mac Kendrick, arrastrando a Angus por las habitaciones cercanas—. Máquinas, máquinas, máquinas. Una vez éste fue un hospital muy bien equipado. Esas cosas grandes que hay allá… las he visto en un antiguo libro, se llamaban «máquinas de rayos X». Era una materia llamada radiología.

—¿Radiación? —preguntó Angus—. ¡No, señor, no con Jonnie! La radiación es para matar psiclos. ¡Usted está chiflado!

—Esas máquinas permiten mirar en el interior del cuerpo y descubrir lo que anda mal. Son invalorables.

—¡Esas máquinas —repuso Angus, enojado— funcionaban con electricidad! ¿Por qué cree que iluminamos este lugar con lámparas de minero?

—¡Usted debe hacerlas funcionar! —dijo Mac Kendrick.

—Aun si lo hiciera, veo ahí que tienen tubos. El gas que hay en esos tubos tiene más de mil años. ¡No podemos conseguir más y tampoco podríamos meterlo en los tubos si lo tuviéramos! Está usted chiflado, hombre.

Mac Kendrick lo miró furioso.

—¡Hay algo presionando en su cerebro! No puedo meterme allí sencillamente con un escalpelo. No puedo adivinar. ¡No con Jonnie Mac Tyler! ¡La gente me mataría!

—Usted quiere ver el interior de su cabeza —dijo Angus—. Bueno, ¿por qué no me lo dijo? —Y Angus se alejó murmurando cosas sobre la electricidad.

Le dijo a un piloto que había de reserva en el helipuerto que necesitaba llegar rápido al complejo. Los pilotos eran pocos y los tenían de un lado para el otro. Estaban todo el tiempo saliendo hacia todos los rincones del mundo; tenían una especie de línea aérea internacional que estaban empezando a visitar una vez por semana cada uno de los grupos de hombres que quedaban. Estaban transportando coordinadores de la Federación mundial, jefes y líderes tribales a tanta velocidad como les era posible. Estaban entrenando nuevos pilotos, pero en ese momento tenían sólo treinta, más dos en el hospital. De modo que un pedido informal, aunque fuera de parte de un escocés, incluso de un miembro de la fuerza de combate original, no tenía muchas posibilidades de ser atendido. El viaje desde la base subterránea al complejo se hacía generalmente con coches de superficie.

Angus le dijo que tenía que ver con Jonnie y el piloto preguntó por qué no lo había dicho antes, lo empujó dentro de un avión y anunció que esperaría su regreso.

Con gran decisión, Angus fue al sector del complejo donde tenían a los psiclos prisioneros. Una pequeña zona del antiguo nivel de dormitorios había sido arreglada para que circulara gas respiratorio y allí estaban los psiclos «no reconstruidos», bajo vigilancia severa. Había ahora alrededor de sesenta, porque ocasionalmente traían otros de minas lejanas, cuando se rendían pacíficamente. Terl estaba cautivo en otra parte.

Angus se puso una máscara de oxígeno y el guardia escocés lo dejó entrar. El lugar tenía poca luz y los inmensos psiclos estaban sentados por ahí en actitudes de desesperación. No se acostumbraba entrar allí sin estar vigilado por un guardia. Los prisioneros esperaban un contraataque psiclo y no eran demasiado colaboradores.

El ingeniero escocés localizó a Ker y lo sacó de su apatía. Le pidió que le dijera si sabía de algún equipo minero que permitiese ver a través de objetos sólidos. Ker se encogió de hombros. Angus le dijo para qué lo necesitaba y Ker se quedó sentado un rato, con sus ojos ambarinos pensativos. Después, de pronto, quiso asegurarse de para quién se necesitaba la información y Angus le dijo que era para Jonnie. Ker estaba haciendo girar entre sus garras una diminuta banda de oro. De pronto se puso en pie de un salto y pidió que Angus le diera una escolta y una máscara.

Ker bajó a los talleres y sacó de un almacén una extraña máquina. Explicó que se usaba para analizar la estructura interna de las muestras minerales y para encontrar grietas cristalinas dentro de los metales. Le enseñó a Angus a manejarla. Se pone el tubo de emanación debajo del objeto que se va a examinar y se leen los resultados en la pantalla superior. Había también un lector de papel que mostraba los metales en aleaciones o rocas. Trabajaba en una longitud de onda que él llamaba campo de emanación de sub-protones y éste era intensificado por el tubo inferior. Los rayos pasaban por la muestra y se leían en la pantalla superior. Siendo un objeto psiclo, era bastante grande, y Ker se lo llevó hasta el avión que esperaba. Un guardia escoltó a Ker de regreso y Angus volvió a la base militar.

La probaron con unos gatos que tenían y que estaban diezmando la población de ratas, y los gatos parecieron después lo bastante contentos. La pantalla mostraba muy bien el perfil del cráneo. La probaron con uno de los escoceses heridos que se ofreció como voluntario; encontraron un trozo de piedra en su mano, a causa de una herida sufrida en la mina. Él también pareció encontrarse bien después.

Hacia las cuatro de esa tarde la usaron con Jonnie y a las cuatro y media tenían una fotografía tridimensional y un papel de sondeo. El doctor Mac Kendrick, muy aliviado, se lo señaló a Angus.

—¡Un trozo de metal! ¿Lo ve? Una astilla justo debajo del agujero del trépano. ¡Bueno! ¡Lo prepararemos y con un escalpelo lo sacaré en seguida!

—¿Metal? —se extrañó Angus—. ¿Escalpelo? ¿Con Jonnie? ¡No, señor! ¡No se atreva a tocarlo! ¡Vuelvo en seguida!

Con el papel danzando detrás de él, Angus cargaba contra los hermanos Chamco apenas quince minutos más tarde. Ellos trabajaban en una cúpula con gas respiratorio del complejo, tratando laboriosamente de ayudar a Roberto el Zorro a poner las cosas en orden otra vez. Angus metió el papel debajo de sus sólidos huesos nasales.

—¿Qué metal es ése?

Los Chamco lo examinaron.

—Daminita ferrosa —dijeron—. Una fuerte aleación de soporte.

—¿Es magnética? —preguntó Angus.

Ellos dijeron que sí, que por supuesto lo era.

Hacia las seis de la tarde Angus estaba de regreso en el hospital. Tenía una pesada bobina eléctrica que acababa de hacer y que llevaba asas.

Angus mostró a Mac Kendrick cómo guiarla, y éste resolvió cuál era el mejor camino para sacar la astilla con el menor daño posible al tejido.

Pocos minutos después tenían el ancho trozo en las manos, retirado por el magneto.

Más tarde los hermanos Chamco, mediante un análisis más detenido, lo identificaron como un trozo de montante del patín de un avión de combate «que tiene que ser muy resistente y muy liviano».

Jonnie no había estado lo bastante consciente como para contarle a nadie lo que había hecho en el bombardero y Chrissie había echado al historiador cuando trató de averiguarlo. De modo que era algo misteriosa la manera en que un trozo de montante pudo haberse metido en la cabeza de Jonnie.

Pero fuera lo que fuese lo que le habían hecho, Chrissie estaba muy aliviada. La fiebre había bajado, su respiración mejoraba y tenía mejor color.

A la mañana siguiente salió del coma, sonrió un poco a Chrissie y a Mac Kendrick y cayó en un sueño natural.

La radio planetaria no tardó en difundir la noticia. ¡Su Jonnie estaba fuera de peligro!

El gaitero mayor dispuso sus gaitas y tambores en torno al complejo, desde donde transmitía la noticia a los trabajadores. Se encendieron hogueras allí y en otras muchas partes del mundo y un coordinador que se encontraba en los Andes transmitió la noticia de que algunos pueblos que había encontrado allí habían declarado que sería un día de celebración anual y preguntaban si podían ir a rendir homenaje. Un piloto que estaba con su avión en las montañas de la Luna, en África, tuvo que pedir ayuda a los dos coordinadores y jefes de la pequeña colonia para obtener espacio para despegar, porque el campo estaba atestado de gente jubilosa. Los operadores de radio del complejo tuvieron que doblar los turnos para poder manejar el tráfico de mensajes que llegaban como resultado del anuncio.

Roberto el Zorro daba vueltas por ahí sonriendo a todo el mundo.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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