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Cuando escuchó el «¡Alerta tres!» por la radio que llevaba en el cinturón, Jonnie se había deslizado fuera de su ataúd, enterrado junto a la plataforma y dentro de la cortina de blindaje atmosférico. Llevaba un traje antirradiación camuflado y una máscara de oxígeno bajo la pantalla facial. Su bolsa colgaba de un cinturón ancho. Iba armado con tres mazas, un puñal y un lanzallamas. Llevaba un par de cosas más para hacer frente a cualquier contingencia.
No había esperado que los brigantes estuvieran dentro de la plataforma. ¡Seis guardias y el general Snith! No se le había ocurrido que ni siquiera un brigante fuera lo bastante loco como para permitir que lo dispararan hacia Psiclo. ¡Dinero! Tenían montones de dinero en la plataforma.
Todos miraban a Terl. Terl acababa de apretar el botón de disparo y se daba vuelta. Los brigantes no habían visto a Jonnie a treinta pies de distancia y ligeramente detrás de ellos.
Bueno; no importaría. Jonnie empezó a encender el lanzallamas.
Y entonces vio un movimiento. Tenían algo en un bulto largo. Uno de los extremos estaba abierto. Tenían allí a alguien. ¿Un rehén que llevaban a Psiclo? Cabello gris, el fragmento de una capa.
¡Sir Roberto!
Jonnie tuvo que abandonar toda idea de utilizar el lanzallamas. ¡Mataría también a sir Roberto!
Terl caminaba confiada y fácilmente desde el panel hacia el centro de la plataforma. Los alambres temblaban. Se detuvo, anonadado. Un instante antes había visto lo que le pareció ser el animal, fuera. Junto al coche.
¡Y aquí estaba, dentro de la cortina blindada!
¿Se había apagado el blindaje? No, veía su temblor a través de la nieve. ¿Cómo lo habría atravesado el animal?
Cuando Terl estaba a punto de atacar, vio que el animal dejaba caer un arma como una vara larga que llevaba. La mano del animal fue hacia la bolsa que colgaba de su cinturón.
Jonnie sacó los contratos firmados por Terl. Los arrojó al centro de la plataforma, con sus sellos rojos brillando en la nieve caída. ¡Eran inconfundiblemente los contratos firmados por Terl!
Jonnie gritó lo más alto que pudo para que se le escuchara a través de las máscaras y placas faciales:
—¡No olvide registrarlos en Psiclo!
Terl quedó horrorizado. ¡Lo último que deseaba que apareciera en la plataforma de Psiclo eran esos contratos falsos! Empezó a dirigirse hacia ellos para recogerlos. Chocó con Snith en el preciso momento en que el general trataba de dar órdenes a sus arqueros. Agachándose, Jonnie cogió una bomba de berilio. Había tenido intenciones de arrojarla sencillamente sobre la plataforma. Estaba envuelta con una cuerda. El brillo dorado del metal, su tamaño y su forma hexagonal la hacían inmediatamente reconocible. La cuerda no era una mecha. La mecha estaba dentro, colocada en ocho minutos gracias a un reloj en la parte superior. En el fondo tenía una placa de acceso que estaba atascada a propósito.
Jonnie tocó el deflagrador que seguía teniendo. Dos flechas envenenadas pasaron silbando junto a él.
—¡Granada! —gritó Jonnie.
Arrojó directamente sobre Terl el peso de ochenta libras. Golpeo al psiclo y cayó a sus pies.
Una rápida visión de una granada encendida, su arma favorita, hizo correr a los brigantes.
En ese momento se escucharon fuera unos elefantes tunosos. Los brigantes golpearon contra la cortina atmosférica blindada y rebotó.
Terl echó una mirada a la bomba y cualquier idea sobre los papeles desapareció mientras el horror se transformaba en terror.
¡Era la bomba! Pero tenía una mecha de tiempo. ¿Cómo había hecho el animal para quitársela a Brown Limper, desenvolverla y cambiar la mecha en unos instantes?
Pero Terl sabía lo que tenía que hacer: ¡deshacerse de ella rápidamente!
Estaba a punto de recogerla cuando los brigantes cayeron hacia atrás, empujados por el retroceso de la cortina. Sabía que si la arrojaba, la bomba sencillamente rebotaría.
¡Los alambres zumbaban!
¡Terl sabía que tenía que sacar la placa de acceso, quitar el núcleo y hacerlo rápido! Luchó con ella.
Se puso en cuclillas y empezó a arañar la placa de acceso que había en el fondo. ¡Estaba atascada! Luchó.
Jonnie pasó corriendo junto a Terl. Tenía que rescatar a sir Roberto y llevarlo hacia el panel de instrumentos.
Había un brigante en el suelo, apoyado en una rodilla. Una flecha envenenada pasó junto a la cabeza de Jonnie.
Jonnie arrastró a sir Roberto, sacándolo de la larga bolsa. Sus manos y pies estaban atados y gritaba algo parecido a:
—¡Déjeme y sálvese!
Más allá de la cortina se había desatado el caos. Se escuchaban gritos de batalla escoceses y el rugido de elefantes en fuga.
El fuego golpeaba contra el lado opuesto del blindaje atmosférico. La nieve, aun dentro de la plataforma, empezaba a convertirse en lluvia. ¡Maldición!
Terl luchaba con la placa de acceso. No tenía cuchillo electrónico para cortar el metal. Estaba tratando de describir un círculo y cortarlo con las garras. En su frustración, rugía, aumentando el estruendo.
Dos brigantes atacaron a Jonnie. Éste soltó a sir Roberto, cogió una maza de su cinturón y golpeó dos veces. Cayeron.
Pudo arrastrar un poco más a sir Roberto. ¡El camino hacia aquel panel era muy largo!
Otro brigante se puso en pie. Jonnie arrojó la maza. Golpeó la frente del mercenario y su cabeza cayó hacia atrás en un ángulo extraño.
Snith estaba allá de pie, gritando y señalando a Jonnie.
Hiera de esa jaula, el ruido era ensordecedor. Un brigante se arrojó contra las piernas de Jonnie. Éste cogió otra maza y le aplastó la cabeza. Arrastró un poco más a sir Roberto. ¡Qué pesado era el escocés!
Snith estaba tratando de que los dos guardias que le quedaban dispararan. Las cuerdas de los arcos estaban demasiado mojadas. Sacaron las bayonetas y atacaron.
Jonnie arrojó una maza y uno de los brigantes fue catapultado hacia atrás. El otro se acercó. Jonnie sacó la última maza de su, cinturón. Esquivó la bayoneta y golpeó al brigante a un lado de la cabeza. La maza se le escapó de la mano.
Consiguió acercar un poco más a sir Roberto al panel. Estaba tratando de levantarlo en brazos para llevarlo.
Durante un momento, Jonnie volvió la espalda. El general Snith sacó una flecha envenenada de su bandolera y se lanzó hacia adelante.
El pesado golpe del cuerpo dio contra la bolsa de Jonnie. El general Snith levantó la flecha envenenada y la hundió en la parte superior del brazo izquierdo de Jonnie, atravesando el traje y metiéndola profundamente en la carne.
Jonnie cayó. Giró sobre sí mismo, sacando un puñal. Se incorporó y hundió el cuchillo en el corazón de Snith.
El dolor de la herida era salvaje. Jonnie agarró la flecha y la sacó de un tirón. Pero sabía que el daño estaba hecho. El fuego feroz que sentía en la herida era casi más de lo que podía soportar.
Apretó los dientes y reunió sus fuerzas. Habían dicho que era un veneno lento. Tal vez todavía tuviera tiempo de salvar a sir Roberto y el panel.
Cogió la empuñadura del cuchillo y trató de sacarlo del corazón de Snith. Estaba atascado. Miró a Terl.
El psiclo, delirante, hacía rasguños a la placa de acceso. Rompiéndose las puntas de las garras, estaba realmente perforando el pesado metal para hacer un círculo y quitar el núcleo.
Fuera había más silencio. En la radio que llevaba en su cinturón escuchó la voz de Dwight, que ordenaba:
—¡Diez segundos para retirarse!
Jonnie sabía que se hacía tarde.
Los alambres seguían zumbando.
Se obligó a concentrarse. Todavía tenía trabajo que hacer. Sentía que su corazón se aceleraba.
Pasó una mano por la axila de sir Roberto y lo arrastró. Llegó al panel. Sabía que allí había una bomba que tenía que desactivar rápidamente. Pero metió a sir Roberto bien adentro del panel de modo que la cúpula, al bajar, no le amputara los brazos o las piernas.
Echó una mirada al panel de instrumentos. El interruptor estaba levantado. Después del disparo tendría que bajar. Esperaba tener tiempo para decírselo a alguien.
Buscó su caja de control remoto. En su bolsa había vidrios rotos. Sentía el brazo como si estuviera ardiendo. ¡El vidrio roto era el de la ampolla de suero! No tenía suero.
El remoto se sacudió. No, era su mano que temblaba. Apretó el interruptor e hizo oscilar la grúa. No. Primero tenía que cortar el blindaje atmosférico. Experimentaba momentos de ofuscación. Su corazón latía más y más rápido.
¡La cortina blindada!… Se arrastró hacia la palanca y la cerró. De regreso en el panel, miró hacia arriba, a la cúpula. Hizo funcionar el remoto, colocando la cúpula exactamente encima de ellos, de modo que bajara bien. Apretó el interruptor para bajarla. Descendía demasiado lentamente. Los cables debían de estar helados. No podía hacer nada para evitarlo.
Sacó de su cinturón un hacha para los cables. Tenía que estar preparado para cercenarlos en el momento en que cesara el zumbido.
Jonnie perdió la noción del tiempo. Seguía escuchando el zumbido de los alambres.
Miró hacia Terl, allá en la plataforma. Aparentemente, el monstruo había conseguido abrir la placa de acceso. Estaba manipulando la bomba con grandes precauciones, extrayendo el pesado núcleo de metal.
De pronto Jonnie supo qué iba a hacer Terl. Iba a arrojarle ese núcleo ¡Atravesaría el aire como una bala! Lo atravesaría. Y de pronto vio algo más.
¡Brown Limper!
Corría hacia ellos con una metralleta Thompson en la mano. Había entrado por el extremo más alejado de la plataforma, donde había estado el blindaje atmosférico. Estaba tratando de acercarse a Jonnie a fin de no fallar el tiro.
La cúpula todavía no había bajado.
Ahora Terl tenía el núcleo en la pata. Iba a arrojárselo a Jonnie.
Se hizo el silencio. Sólo había humo, nieve que caía y el crujido de los cables que bajaban la cúpula. Jonnie señaló a Brown Limper.
—¡Terl, va a disparar! —gritó.
Terl se giró en redondo y vio a Brown Limper. Lo vio levantar la Thompson para apuntar. Un disparo arruinaría ese momento.
Terl tiró el núcleo con todas sus fuerzas. Golpeó a Brown Limper en el costado. Lo atravesó y llegó a su columna vertebral. La Thompson cayó al suelo.
Brown Limper se derrumbó en un convulsivo enredo de brazos y piernas, gritando:
—¡Maldito seas, Tyler! ¡Maldito seas! —Y se quedó quieto.
Los cables seguían zumbando.
Terl gritó a Jonnie:
—¡Todavía puedo ganar, cerebro de rata!
Estaba inmóvil, porque sabía que en ese momento era lo mejor que podía hacer.
A Jonnie le latía la cabeza. Su corazón estaba demasiado acelerado, pero pudo responder, y sentía que tenía que hacer que Terl se quedara allí, distraerlo.
—¡Esos ataúdes están llenos de aserrín! ¡Esta mañana, en tu dormitorio, los cambiaron! —gritó Jonnie.
Terl se giró para mirarlos.
—¡Y el oro nunca llegó a Psiclo! ¡Ésos también los cambiamos! —aulló Jonnie.
Terl abrió la boca para gritar.
La carga de la plataforma tembló; los ataúdes llenos de aserrín temblaron; los cadáveres de brigantes y Terl también temblaron. Y todo desapareció. La plataforma estaba vacía, limpia hasta de nieve.
El zumbido cesó. Jonnie cogió su hacha pequeña y golpeó con el filo los cables. No llegaron a partirse por completo. Golpeó dos veces más. Los cables se partieron.
Las cosas se oscurecían. No, era la cúpula. Los patines de avión adaptados a la parte inferior tocaron el metal. Jonnie cerró desde adentro la palanca de cerrojo que los adhería al metal sobre el cual se había asentado el panel de instrumentos.
Estaba muy oscuro.
Sintió que debía de haber perdido el sentido del tiempo y después pensó fugazmente que tal vez Terl hubiera prolongado el momento de su disparo.
Jonnie había tenido una pequeña lámpara de minero en la bolsa. Hizo un esfuerzo por alcanzarla. Su cuerpo estaba empezando a sacudirse como si todo en él estuviera demasiado tenso.
Una voz se dirigía a él: era sir Roberto.
—¡Rápido! Corte las ligaduras de mis manos.
Jonnie tenía el hacha. Se obligó a tantear buscando las manos de sir Roberto. El filo estaba embotado y la cuerda era resistente.
Después recordó, en un momento de pánico, que debía de haber una bomba de efecto retardado debajo de aquel panel. Haría pedazos a sir Roberto. Dejó caer el hacha y puso la mano en el costado del panel. Era terriblemente pesado. Sólo podía mover un brazo, pero apoyó su hombro en llamas contra el metal. Consiguió levantar el panel.
Buscó debajo de los bordes inferiores. Después un poco más arriba. Lo sintió. Estaba adherido. Trabajando con una mano, lo soltó y lo sacó. Dejó que el panel volviera a ponerse en su lugar. En la oscuridad, sacó la mecha.
Jonnie sintió que estaba desmayándose. Su corazón latía aceleradamente, cada vez más rápido.
Tenía una cosa más que hacer: el interruptor. La posición del interruptor.
Jonnie sentía como si sus nervios tensos fueran a hacerle pedazos.
—¡Sir Roberto! Dígales que el interruptor…, el interruptor tiene que estar abajo…, abajo para el siguiente…
El exterior de la cúpula estalló en un golpe tan violento que la plataforma se balanceó.
Era como si de pronto se hubieran producido doce terremotos al mismo tiempo. Como si el planeta hubiera estallado.
Jonnie se desmayó. Ya no pudo oír el caos exterior.