3

Verdaderamente, los hombrecitos grises comían.

Jonnie había quedado sorprendido al ver lo bien que el jefe había decorado la habitación principal del apartamento sobrante. Linternas de papel coloreado —con lámparas mineras dentro—; dos pinturas: una, de un tigre que avanzaba en la nieve; la otra, de un pájaro en pleno vuelo; mesas auxiliares para servir; la gran mesa central en la que estaban sentados tenía incluso un mantel.

El señor Tsung, después de que Jonnie se negara a ponerse un traje de satén verde, insistió en que usara una túnica de brocado de oro, y Jonnie se veía muy bien.

De alguna parte surgía una música muy baja, algo chillona. Los únicos sonidos eran ése, el tintineo de las fuentes que enviaba Chong-won y las mandíbulas de los hombrecitos grises.

Jonnie había tratado de invitar a Angus, pero éste había dicho que tenía que vigilar aquel giroscopio lunar. También había invitado a Stormalong, pero el piloto estaba mortalmente cansado y hacía pequeñas siestas en la sala de operaciones. Invitó al señor Chong-won y al señor Tsung, pero éstos se negaron diciendo que tenían que servir. De modo que los únicos comensales eran Jonnie y los hombrecitos. Jonnie pensó que era una lástima, porque había una increíble cantidad de comida. Y hasta el momento Jonnie no tenía con quién hablar. Los hombrecitos grises se limitaban a comer. ¡Y a comer y a comer!

La cena se había iniciado con tapas: rodajas de huevo duro, costillas asadas y pollo; los habían servido en trozos y los hombrecitos lo habían comido todo. Después habían Servido pastas variadas: panqueques, yat-ga-mein, fideos mun-yee, wantan, lo-mein, y en cantidades enormes. Y los hombrecitos grises lo habían comido todo. Habían servido grandes platos de pollo: pollo con almendras, pollo al cajú, pollo con champiñones y pollo con lichee. Y los hombrecitos grises lo habían comido todo. Después habían llegado los platos de carne: bistec mongol, bistec con algas, bistec con tomate y entrecot con chili de pimientos rojos. ¡También se lo habían tragado! Platos llenos de pato pekinés, cocinado de tres maneras. Cuando les llegó el turno, desaparecieron en sus gargueros. Ahora estaban dedicados a los platos de huevos: huevo con pollo fu-yung, preciosas flores de huevo y huevo con champiñones fu-yung.

Jonnie se preguntaba de dónde habrían sacado los ingredientes hasta que recordó que había habido mucha caza, incluyendo montones de aves en el lago, y que los chinos habían tenido tiempo de plantar y cosechar huertos, utilizando una zona protegida por el cable blindado de la presa, para mantener alejadas a las bestias.

Él mismo no había comido mucho. El señor Tsung le había explicado despectivamente que la mayor parte de estos platos eran cocina china sureña y que la verdadera cocina había evolucionado en el norte durante la dinastía Ching, cuando su familia se hacía cargo de las cosas. Debía prestar atención sobre todo al pato de Pekín y al bistec mongol. Jonnie lo había obedecido. Era comida muy buena. Por supuesto, no tan buena como el estofado dé venado de la tía Ellen, pero bastante aceptable. La enfermera le había mandado decir que no debía beber vino de arroz a causa de la sulfa, pero eso estaba bien… De todos modos, a Jonnie no le interesaba demasiado la bebida.

¡Esos hombrecitos grises estaban comiendo ellos solos el banquete preparado para treinta personas! ¿Dónde metían todo aquello?

Jonnie se tomó su tiempo para estudiarlos. Sus pieles eran grises y algo ásperas. Sus ojos tenían un color azul apagado, tal vez parecido al mar, y tenían párpados pesados. Sus cabezas eran redondas y calvas. Sus narices eran respingonas. Las orejas resultaban algo extrañas… Una vez más, recordaban más a agallas que a orejas. Tenían cuatro dedos y un pulgar en cada mano y las uñas eran muy puntiagudas. En realidad, se parecían bastante a hombres. La principal diferencia radicaba en sus dientes: tenían dos filas de dientes; la segunda, inmediatamente detrás de la primera.

Al verlos comer con tal voracidad, Jonnie trató de imaginar de qué línea genética provendrían. Le recordaban algo, y trató de descubrir qué. Después recordó un pescado que le había mostrado un piloto que pasaba por Victoria. El piloto se había quedado sin combustible en el océano índico y había saltado con la mochila propulsora. Mientras esperaba que lo rescataran, había sido atacado por esos peces. Cuando fue rescatado, había disparado contra uno de ellos y lo habían pictógrabado. Era bastante grande. ¿Cómo lo llamaban? Jonnie trató de recordar. Lo habían mirado en un libro humano. ¡Ah, un tiburón! ¡Ése era el nombre! Sí. Esos hombrecitos tenían una piel parecida, dientes parecidos. Tal vez hubieran evolucionado a partir de tiburones.

Finalmente llegaron al té. No era que los hombrecitos grises no pudieran comer más, sino que el jefe Chong-won se había quedado sin comida. Se sirvió el té y el primer hombrecito preguntó, con un leve tono de preocupación, si era té de «hierbas». Le aseguraron que era té verde común, algo que pareció aliviarlo.

Se echaron hacia atrás en sus asientos y sonrieron a Jonnie. Dijeron que era la mejor cena que habían comido en mucho tiempo, tal vez la mejor de todos los tiempos. Chong-won salió sigilosamente para contárselo al cocinero y complacerlo.

¡Bajo sus miradas, Jonnie pensó que ahora que habían terminado con toda la comida que había a la vista, iban a tratar de comérselo a él! Pero no, eran fantasías. En realidad, eran bastante agradables. Ahora tal vez pudiera descubrir qué querían realmente.

—¿Sabe —comenzó el primer hombrecito gris— lo que sucede con estas fuerzas hostiles?… Su problema aquí son sus defensas. Basura barata. Pero eso es cosa de Psiclo. Nunca gastan en una buena defensa. El personal era barato. Prefieren comprar media docena de hembras o una o dos toneladas de kerbango antes que armamento apropiado.

Miró a Jonnie como si estuviera a punto de decirle algo escalofriante.

—¿Sabe cuánto cuestan muchos de esos cañones antiaéreos que usan ustedes? ¡Menos de quinientos créditos! ¡Basura barata! ¡Ni siquiera disparan hacia arriba a una distancia de doscientos mil pies! Planta de ofertas, armamentos de oferta. Probablemente los compraron usados, de un excedente de guerra. Y algún ejecutivo puso el nuevo precio en el libro y se embolsó la diferencia.

—¿Cuánto costaría un cañón antiaéreo adecuado? —preguntó Jonnie, para mantener la conversación.

El hombrecito gris recién llegado pensó un momento. Después sacó un librito gris del bolsillo de su chaqueta y lo abrió. La página pareció agrandarse y la estudió con una pequeña lupa.

—¡Ah, aquí hay uno! Combinación repulsión superficie/espacio, cañón defensivo multicomputador: alcance máximo quinientas noventa y nueve millas, quince mil disparos por minuto, rastreo simultáneo de ciento treinta navíos o dos mil trescientas bombas, potencial destructivo A-trece (eso es penetración de nave capital), costo sin descuentos ciento veintitrés mil cuatrocientos setenta y cinco créditos más costos de envío e instalación. Ahora bien, unas baterías de esos cañones colocadas en torno a sus puntos fuertes hubieran podido hacer frente a todas las fuerzas combinadas o haberlos mantenido tan arriba que no hubieran podido soltar aparatos atmosféricos.

El primer hombrecito asintió.

—Sí, ése fue el principal problema. Los psiclos fueron poco previsores y solicitantes de créditos al mismo tiempo. Creo que nunca se ocuparon siquiera de la conservación de las defensas de este planeta.

Jonnie estaba de acuerdo con eso. Sentía que ahora que hablaba iba a descubrir algo sobre esos sujetos. ¡Haz que sigan hablando!

—Bueno: sólo aproximadamente —siguió Jonnie—, ¿cuánto cree usted que costarían unas defensas apropiadas para este planeta?

¡Había iniciado algo!

Ambos hombrecitos juntaron sus cabezas. El primero comenzó a sacar de su bolsillo toda clase de objetos pequeños, mirándolos y encontrando cosas. El recién llegado tenía en su dedo izquierdo un anillo grande y al comienzo Jonnie pensó que estaba simplemente jugueteando con él, pero no era así. Estaba haciéndolo girar y dándole golpecitos y del anillo empezaba a desenrollarse un hilo largo.

Estaban muy concentrados y sus voces murmurantes se mezclaban.

—… treinta sondas espaciales…, rayos de advertencia en sonda de mantenimiento…, quince bombarderos espaciales, con disparo automático ante aparatos no identificados…, costo de equipar aparatos terrestres con luces de identificación…, dos mil luces atmosféricas…, doscientos cincuenta Mark cincuenta de combate…, cuatrocientos tanques antipersonal de huida…, siete mil barricadas de camino antipersonal…, cien cables defensivos urbanos con puertas retractiles…, cincuenta aviones de búsqueda calor-color…, cincuenta aviones de superficie de destrucción de blancos…

Habían terminado. El recién llegado rompió el hilo y lo enmendó en el extremo y con un pequeño pop el hilo se expandió, transformándose en una hoja de papel como una cinta. Con un pequeño movimiento la envió frente al primer hombrecito gris. Éste la cogió, estudió las cifras y miró el extremo.

—Con repuestos y traslado —dijo—, serían unos quinientos mil novecientos sesenta y dos millones ochocientos setenta y ocho mil cuatrocientos treinta y un créditos en dos partes y a un interés anual del once, más unos doscientos ochenta y cinco millones seis estimativos para los salarios anuales de militares y mantenimiento, vivienda y equipos.

Le alcanzó a Jonnie la larga cinta y dijo:

—Esto es. Un sistema defensivo eficiente y económico. Toda mercancía de primera calidad. Durará cien años. ¡Ése es el tipo de cosa que deberían haber tenido! ¡Y todavía pueden tenerla!

¡Esto sobrepasaba en cuatrocientos noventa y ocho mil novecientos sesenta millones ochocientos setenta y ocho mil cuatrocientos treinta y un créditos lo que tenía la Tierra! Le hizo comprender lo mal que estaban. Ése era el momento de descubrir más cosas sobre esos dos.

—Aprecio mucho su información. Si me excusan, ¿qué son ustedes dos, caballeros? ¿Traficantes de armas?

Produjo el mismo efecto que si les hubiera arrojado una bomba. ¡Parecían tan sobresaltados!… Después se miraron y rompieron a reír.

—¡Oh, lo siento tanto!… —dijo el primer hombrecito—. Es tan terriblemente descortés de parte nuestra. Verá: somos muy conocidos en nuestras zonas respectivas. Y sabemos tanto sobre ustedes; de hecho los conocemos tan bien, que jamás se nos ocurrió que sería necesario presentarnos. Soy su excelencia Dries Gloton y estoy encantado de conocerlo, sir lord Jonnie Tyler.

Jonnie le estrechó la mano. Era una mano seca, bastante áspera.

—Y éste es lord Voraz —indicó su excelencia—. Lord Voraz, sir lord Jonnie Tyler.

Jonnie estrechó su seca mano y explicó:

—En realidad es sólo Jonnie Tyler, señoría. No tengo títulos.

—Preferimos dudarlo —adujo lord Voraz.

Su excelencia refirió:

—Lord Voraz es el director central, principal funcionario ejecutivo y lord del Banco Galáctico.

Jonnie pestañeó y después se inclinó.

—Aquí a Dries —dijo lord Voraz— le gusta llamarse el ejecutivo de grupos, pero es una especie de chiste bancario. En realidad es el gerente de sucursal del Banco Galáctico en esta zona. Habrá observado que una o dos veces invadí su terreno accidentalmente. Un gerente de sucursal tiene absoluta autoridad en su sector y está un poco celoso de sus prerrogativas —y rió, burlándose de su colega—. Su planeta está dentro de su zona y los acuerdos que se realicen son asunto suyo. Él es quien ha de hacer rendir beneficios a esta zona. Yo estoy aquí simplemente porque ha habido una reunión de emisarios. Éstos son tiempos…

Dries Gloton lo interrumpió bruscamente:

—No puede esperarse que su señoría conozca todos los aspectos del negocio del sector. Hace muy bien las cosas cuando se trata de los universos.

Lord Voraz volvió a reír:

—¡Oh! Realmente siento mucho haberlo preocupado. Cómo, si hemos estado buscando…

Dries volvió a interrumpirlo:

—Estamos aquí sólo para ayudar, sir lord Jonnie. A propósito: ¿no le gustaría abrir una cuenta? ¿Una cuenta personal? —preguntó, buscando lo necesario en sus bolsillos—. Podemos darle un número bajo y le aseguramos la más absoluta discreción.

De pronto Jonnie comprendió que no tenía dinero. No sólo en sus bolsillos; no tenía y jamás había tenido dinero. Incluso había regalado la moneda de oro. Supuso que tal vez le dieran un sueldo de piloto que entregaban a Chrissie, pero jamás lo había visto. Rápidamente, apartó sus aprensiones sobre Chrissie. Era mejor que se concentrara en la charla. Pero estaba hundido; no tenía un céntimo.

—Lo siento —dijo—. Tal vez después, si consigo algún dinero para depositar.

Los dos intercambiaron una mirada rápida, pero Dries concretó:

—Bueno: recuerde simplemente que no somos enemigos suyos.

—Creo que sería terrible tenerlos como enemigos —repuso Jonnie, siempre tanteando—. Esa flota no estaba dispuesta a irse hasta que usted habló con Snowl.

—¡Oh, eso! —dijo Dries Gloton—. El Banco Galáctico presta muchos servicios a sus clientes. Lo que vio allí eran simplemente servicios notariales. Necesitaban una huella de código notarial radial para confirmar y verificar que era una orden de conferencia válida. Por supuesto, no podía aceptar la palabra de ellos. Confían en el banco.

—¿Citar aquí a los emisarios fue también un servicio del banco? —preguntó Jonnie.

—Bueno, no… —empezó lord Voraz.

—Puede llamarlo así, si lo desea —siguió Dries—. A veces este tipo de conferencia se dispone como un servicio. Al Banco Galáctico le interesa que haya planetas civilizados haciendo pacíficamente sus negocios.

Jonnie no estaba satisfecho en absoluto, pero puso buena cara.

—Sin embargo, parece que esos emisarios le obedecen. Lo llaman «su excelencia» y llaman a lord Voraz «su señoría». ¿Qué hacen ustedes si no los obedecen? Ya sabe: si no vienen a la conferencia o no hacen lo que ustedes dicen.

La idea escandalizó a lord Voraz. Antes de que Dries Gloton pudiera detenerlo, exclamó:

—¡Impensable! ¡Cómo, el banco interrumpiría los préstamos, les cerraría el crédito! Sus economías se derrumbarían. Irían a la bancarrota. Su planeta podría ser vendido y arrancárseles de debajo de los pies. ¡Oh! Se lo pensaría muchas veces antes de…

Finalmente, Dries consiguió llamarle la atención e interrumpirlo.

—Ahora, su señoría —dijo suavemente—, sé que estos asuntos son muy importantes para usted, pero debemos recordar que éste es mi sector y que las cosas que conciernen a este planeta son asunto mío. Perdóneme. Creo que posiblemente sir lord Jonnie no sepa demasiado sobre el Banco Galáctico. Hace muchísimo tiempo que no hacemos una reimpresión de los folletos informativos. ¿Desearía saber algo más, sir lord Jonnie?

Decididamente, sí. Las palabras «su planeta podría ser vendido y arrancárseles de debajo de los pies» lo habían alertado.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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