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Dwight se levantó cautelosamente desde detrás del borde del barranco. Llevaba un traje antirradiación camuflado y una máscara de aire detrás de la placa facial de vidrio emplomado.

Cuando Terl entró por primera vez en la zona de la plataforma, Dwight acercó la radio minera al vidrio de su máscara y dijo:

—¡Primera alerta!

Se había elegido a Dwight como oficial de la fuerza al aire libre, porque se podía confiar en que seguiría las órdenes exactamente, sin desviaciones y porque además, como uno de los jefes del equipo minero del filón, sabía manejar hombres.

Desde poco después de medianoche habían estado tendidos en los ataúdes de plomo enterrados a intervalos alrededor del perímetro de la plataforma. Estos ataúdes habían sido colocados allí hacía mucho por Ker y los cadetes, durante la noche, mientras tendían el cable blindado. Los habían cubierto con tierra y ahora a la tierra se había agregado una capa de nieve.

Meterse allí la noche anterior no había sido complicado. Los guardias brigante, borrachos de whisky como todas las noches de los últimos dos meses, no habían advertido nada.

Dwight era algo supersticioso. Todo había ido casi demasiado bien Jonnie estaba dentro de la zona del cable atmosférico, enterrado en un ataúd exactamente al borde de la plataforma de disparo El fuego que proviniera de fuera no lo alcanzaría; esto lo habían comprobado. Pero la idea de que Jonnie estaba allí adentro, solo con esas bestias salvajes, asustaba a Dwight. Había intentado convencer a Jonnie de que permitiera a otro hacerlo, pero Jonnie había dicho que no, que no arriesgaría a nadie a ese peligro. Alguien tenía que estar allí dentro para interrumpir el cable blindado, utilizar un control remoto para completar la acción de la grúa y bajar una cúpula blindada encima del panel, para protegerlo. La grúa no podía hacer pasar la cúpula por el blindaje atmosférico, a menos que estuviese interrumpido. Había algo sobre la posición de un interruptor que había que determinar en el momento del disparo y podía cambiar automáticamente al detenerse el zumbido. Y alguien tenía que cortar los cables del panel. Dwight quería meter tres hombres…, pero Jonnie respondió que si eran muchos no entrarían en la cúpula con el panel de instrumentos.

Ahora Terl caminaba hacia el panel. Dwight dijo:

—¡Alerta dos!

La tercera alerta llegaría cuando Terl apretara el botón de disparo. La acción debía comenzar cuando estuviera en el centro de la plataforma y los alambres hubieran empezado a zumbar.

Dwight y su equipo tenían sólo un minuto y medio para hacer todo el trabajo. En África lo habían ensayado una y otra vez, pero nunca se sabía lo que podía suceder.

Los copos de nieve hacían que la visibilidad fuese sólo esporádica. Pero veía lo que necesitaba ver. ¡Dios mío, había una enorme cantidad de brigantes! Formaban una línea sólida en torno al perímetro de la plataforma, dando las espaldas al cable de ionización de atmósfera. Parecían muy voluminosos con sus chaquetas de búfalo. Protegían las cuerdas de sus arcos, pero sus bandoleras centelleaban con las flechas envenenadas.

El doctor Allen les había dirigido un discurso sobre esas flechas. El veneno era lento pero mortal. Hacía que el sistema nervioso funcionase cada vez a mayor velocidad hasta que producía la muerte. Había conseguido un suero antídoto. Les había dado a todos una pequeña inyección, pero afirmó que, de todos modos, cualquier herida requeriría rápido tratamiento. Cada uno de ellos llevaba una pequeña ampolla de suero. Dwight esperaba que funcionase.

Después vio que había siete brigantes sobre la plataforma. ¿Sena aquel el que llamaban general Snith? ¿Y un escuadrón? No habían contado con eso. ¡Qué estúpido debía de ser Snith para permitir que lo enviaran a Psiclo! ¿Y Jonnie? No habría contado con eso al hacer los planes. ¿Sería demasiado tarde para que Dwight hiciera algo? Sus órdenes eran muy claras: no hacer nada más que su trabajo.

Tenían a alguien más en la plataforma, atado. ¿Quién era? ¡Dios mío, el plan de Jonnie no resultaría! ¡Estaría allí prácticamente indefenso! Dwight apretó los dientes. Tenía órdenes de hacer solamente su trabajo. Lo haría. Pero sentía desesperación por Jonnie. La tribu brigante, allá junto a la morgue, era ruidosa. No constituían un problema. Dwight volvió su atención a Terl. El psiclo apretó el botón de disparo.

—¡Alerta tres! —gritó Dwight en la radio minera. Las armas que usarían no interferirían con el disparo. Las habían probado. También tenían armas nucleares por si después aparecían psiclos en la plataforma.

Terl caminó hacia el centro de la plataforma. Se detuvo. Se había iniciado el zumbido, que se escuchaba ya por encima de los gritos y el viento. Dwight escuchó la voz de Jonnie en su encierro. Eso no estaba programado.

Dwight haría su trabajo.

—¡Acción! —ladró en fa radio.

Treinta escoceses abrieron las tapas de los ataúdes. Veinticinco de ellos encendieron sus deflagradores; uno se preparó para correr en busca de la grúa; cuatro se reunieron para formar una reserva.

¡Fuego! Formando un anillo exterior y apuntando a los brigantes reunidos, veinticinco lanzallamas rusos escupieron su mortal rocío naranja.

Como veinticinco mangas, el infierno rugiente irrumpió entre los brigantes.

—¡Por Allison! —llegó el grito de batalla escocés.

—¡Por Bittie!

—¡Escocia para siempre!

Dwight apretó el botón de un altavoz que había colocado. Era la grabación de una carga de elefantes furiosos, un sonido que aterrorizaría a los brigantes.

Los mercenarios se echaron hacia adelante, tratando de poner en funcionamiento sus arcos. Las hoces de las llamas arruinaron las cuerdas. Los brigantes preparaban las bayonetas para atacar.

La tribu, junto a la morgue, gritaba, contribuyendo al estrépito. Se volvieron y corrieron con todas sus fuerzas hacia la planicie, tropezando entre sí mientras intentaban la huida.

Un escocés disparaba su lanzallamas. Un grupo de brigantes se lanzaba contra él, bayoneta en mano.

—¡Cubran a Andrew! —ladró Dwight.

Los escoceses que había a ambos lados del lanzallamas tensaron sus arcos. Andrew había sacado un claymore. Derribó al oficial brigante y después cayó.

Dos de los que quedaban de reserva se abrieron paso con hachas y liquidaron a los brigantes, que apuñalaban a Andrew.

Dwight echó una mirada al reloj. Faltaban cincuenta y ocho segundos.

Los lanzallamas atacaban sin cesar a los brigantes. Sus chaquetas de búfalo y los trajes de piel de mono eran bolas de fuego. Intentaron otra carga.

Dwight trató de ver por entre las llamas y la nieve. La grúa. ¡Para entonces ya tenía que estar en movimiento!

Sí, el operador había llegado. Uno de la reserva lo protegía con un lanzallamas.

Habían enterrado la cúpula para el panel, con el cable ya agregado. Era evidente que se había helado. Estaba hecha con el blindaje de un tanque fuera de uso. El fondo estaba equipado con patines de avión que sé adherirían al metal sobre el cual se colocaría el panel, sellándolo.

Dwight veía la parte superior de la grúa moviéndose. El operador la hacía balancearse para poder sacar la cúpula del suelo. Allí venía Se levantó, se balanceó. El operador la equilibró.

Los brigantes se lanzaban sobre la grúa; los escoceses que estaban en el lugar les dispararon con un rugiente lanzallamas.

El operador balanceaba fríamente el panel para ponerlo en posición No podía ir más allá de la pantalla blindada atmosférica. Dwight vio al operador pasando los controles a remoto. Jonnie tenía el remoto en el ataúd y tendría que hacer el resto si conseguía cortar la corriente del cable blindado.

Dwight trató de ver qué estaba sucediendo en la plataforma. Copos de nieve, humo y rugientes parábolas de llamas salvajes se lo impedían. Estaba seguro de que Jonnie necesitaba ayuda. Apretó los dientes y se limitó a hacer su trabajo.

Aquí y allá, en la longitud del perímetro, se habían apagado algunos lanzallamas. ¿Estaban cambiando las cargas? No. Los brigantes que estaban a su alcance eran piras. Un humo negro y grasiento se levantaba de la nieve blanca.

Dwight miró el reloj. Tenían tiempo. El momento en que debía ponerse a cubierto era cuando Jonnie apagara el cable y la cúpula empezara a descender. Allí estaba, con órdenes de protegerse en el ataúd.

Los escoceses continuaban su limpieza con lanzallamas. Dos de la reserva colocaban rápidamente a Andrew en su ataúd. Metían de prisa apósitos para heridas debajo del traje antirradiación.

Un brigante se levantó de entre una pila de cadáveres. Tenía una bayoneta. Atacó.

Le arrojaron un puñal que lo hirió. Un lanzallamas escupió fuego y cayó hacia adelante, girando.

El operador de la grúa había salido de ésta y corría hacia el agujero donde estaba su ataúd.

—¡Diez segundos para retirarse! —señaló Dwight en la radio.

De pronto todo quedó en silencio, salvo por el crepitar de las llamas y el viento. Entre las filas de brigantes no se movía nada, salvo humo y pequeñas lenguas de fuego. Allison y Bittie habían sido vengados.

Los restos en fuga de la tribu estaban en la planicie, corriendo todavía.

El humo era muy espeso. Dwight no podía ver lo que sucedía en la plataforma.

Por la radio le llegaban, transmitidos, números. Un número era la señal de que un hombre estaba de regreso en su ataúd de plomo y había bajado la tapa desde dentro. Dwight los controlaba. Todos informaron, excepto Andrew, y sabía que lo habían colocado dentro de su ataúd. Dwight esperaba que no resultara ser su ataúd definitivo No conseguía ver la plataforma a causa del humo.

Miró la grúa.

Los cables vibraban todavía. Antes del retroceso debían estar todos a cubierto, había dicho Jonnie.

Dwight miró el reloj. La cortina blindada no había desaparecido. La parte superior de la grúa no había empezado a moverse.

Estaba en una agonía de indecisión, pero no podía meterse dentro de esa jaula con el blindaje atmosférico todavía funcionando, deseaba desobedecer las órdenes. Sabía que Jonnie tenía problemas porque la cortina no se había interrumpido a tiempo.

Pero había sido elegido porque obedecía las órdenes. Se había terminado el tiempo. El zumbido había casi finalizado. Dwight se arrastró de regreso a su agujero, se metió adentro y cerró la tapa.

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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