5
El hombrecito gris había seguido al grupo hacia la zona de Singapur. Había dado instrucciones al capitán de su nave para que no se pusieran en el camino de los aparatos militares, porque éstos tendían a ser impetuosos y proclives a los accidentes, para no hablar de los disparos mal calculados. De modo que llegaron algo tarde a la escena y la batalla ya había comenzado.
No era en absoluto difícil localizar la mina: era un cono brillante de fuego defensivo, con sus cañones disparando hacia arriba y convergiendo sobre un blanco tras otro. Estaba a bastante distancia al norte de la antigua ciudad destruida, y justo al norte de la mina había una presa hidroeléctrica. El cañoneo era bastante intenso y perturbaba sus infrarrayos, impidiendo por el momento una inspección más detenida de lo que tenían allá abajo.
El hombrecito gris no se consideraba un gran especialista en temas militares y tenía que revisar cosas que un militar hubiera comprendido de inmediato. Deseaba obtener la velocidad máxima y mínima que le proporcionaría un lugar seguro desde donde observar y era bastante trabajoso identificar aquellos cañones. Finalmente lo obtuvo: «Perímetro de defensa local, aparato antiasalto computerizado y cañón con predetonación y proyección de rayo atmósfera no-atmósfera; capacidad de fuego de quince mil disparos por minuto, máximo ciento setenta y cinco mil pies, límite mínimo seguro, dos mil pies; artilleros dos; cañones y pantallas manufacturados por Armamentos Tambert, predicham; computadoras, por Armas Intergalácticas, psiclos; Costo C. cuatro mil doscientos diecinueve de flete en plataforma predicham». ¡Vaya, vaya, qué cañones tan baratos! Pero eran de la Minera Intergaláctica: «Beneficio, beneficio en primero y último lugar; siempre beneficios». ¡No era sorprendente que tuvieran problemas! Era de esperar que tuvieran cañones orbitales.
De modo que era seguro permanecer a doscientas millas de altura en la medida en que no se pusieran en el camino de los aparatos que salían de las naves mayores, no atmosféricas, que se mantenían a trescientas cincuenta millas de altura. Dijo a su capitán y pidió después a sus comunicadores que enfocaran los rayos con gran precisión sobre lo que parecía ser una plataforma de disparo allá, debajo del cable de blindaje.
La vio casi en seguida y sintió esperanzas. ¡Era un panel de instrumentos! ¡Un panel de transbordo cerca de la plataforma! Había incluso hombres alrededor, como si estuvieran operándolo.
Vigiló cuidadosamente sus pantallas en busca de una huella de teletransporte. Miró bastante rato. No había ninguna. Se sorprendió de que los militares en sus naves guerreras no notaran esta ausencia. Tal vez no supieran que esa huella indiscreta existía. Tal vez tuvieran pantallas visoras diferentes. Pero lo más probable era que nunca hubieran visto una porque estaban siempre disparando y uno no puede disparar…
El hombrecito gris suspiró. No era un detective y la evidencia que tenía tan clara delante de él le había pasado inadvertida. Aquellos hombres de allá abajo no podían estar usando un equipo de transbordo. Tenían incluso sus propios aviones en el aire. Y cualquiera de esas cosas, aviones o disparos, impedirían el uso del teletransporte. El propio equipo volaría en pedazos a causa de las distorsiones.
Los militares habían empezado a prestar atención a la presa del lago y estaban tratando de arrojar bombas dentro para cortar el suministro eléctrico de la mina. Esto daba un respiro a la propia mina y el hombrecito gris investigaba aquel panel. Miró las huellas minerales resultantes. ¡Carbón!
Esto lo explicaba. Esa cosa de allá abajo era un panel quemado. ¡Era tan decepcionante!
Se apartó y miró durante un rato. Los aviones de la fuerza conjunta no estaban teniendo demasiado éxito con la presa del lago debido al blindaje atmosférico que la rodeaba y ahora prestaban atención a los aviones de cobertura. Se había trabado una batalla encarnizada y vio volar en pedazos dos aviones de combate jambitchow.
Hizo elevar más su nave. Hacia el sur, los bombarderos de la fuerza conjunta habían empezado a arrojar bombas en las antiguas ruinas desiertas de Singapur. Se inició un incendio. Después otro. Le asombraba la mentalidad militar, que podía bombardear una ciudad indefensa y sin valor militar, pero que podía contener un botín que tanto valoraban. Siempre solían hacerlo.
Su indigestión estaba molestándolo otra vez. Eran tiempos terribles. No parecía haber ninguna clase de esperanza.
Sabía que en el septentrión había una base que el hombre había llamado alguna vez «Rusia» e hizo que el capitán de la nave fuera hacia allí.
Una de las naves guerreras de la fuerza atacante escupía aviones sobre esa base. Eran transportes de personal. El hombrecito gris observó una fuerza de unos quinientos marines hawvin desplegándose en las planicies frente a la base. Detrás de una barrera de fuego, empezaron a avanzar. Parecía casi que la base no estuviera defendida. Ningún disparo respondió a los de la fuerza atacante. Ésta se acercó más y más a la base. Se encendieron algunos fuegos. Después la fuerza empezó a ascender la ladera de una montaña hacia lo que debía ser un punto de defensa subterránea. La fuerza estaba a menos de cien yardas, escupiendo fuego.
De pronto, el suelo estalló.
¡Minas! El terreno estaba en llamas.
Se vieron relámpagos de rifles explosivos provenientes de la base. La fuerza atacante se retiró a toda prisa hacia la aldea. Los oficiales gritaban y reagrupaban a sus marines. Pero habían dejado más de cien muertos o heridos frente a la base.
La fuerza atacante se reagrupó y avanzó.
Por las puertas del hangar de la base surgieron aviones que acribillaron a la fuerza asaltante.
El hombrecito gris no había visto huellas en sus pantallas. En realidad, no había esperado verlas, con todos esos disparos.
Como no estaba muy lejos del curso orbital que tenía en ese momento, pidió al capitán de su nave que pasara por encima de la mina americana a una altura de cuatrocientas millas.
Esto llevó un rato y el hombrecito gris echó una pequeña siesta. Un timbre le avisó de que la sobrevolaban y se volvió hacia sus pantallas.
Muy bajo, la mina aparecía totalmente destruida. Los camiones y bombas abandonados seguían junto al río. ¡Qué escena tan desoladora, tan estéril!… La cúpula que había cubierto un panel seguía allí, todavía colgada al gancho de una grúa, pero daba vueltas.
La ciudad que había al norte seguía ardiendo.
Su indicador mineral mostraba que la zona estaba inundada de radiación.
Pidió al capitán de su nave que cambiara de órbita para pasar sobre Escocia.
Tenía intención de detenerse y mirar si la vieja mujer había regresado, pero en ese momento los sensores recogieron calor más allá del horizonte y después hubo una imagen clara de una nave guerrera drawkin. Miró sus mapas. No eran muy buenos, porque se trataba de páginas de libros escolares, pero identificó fácilmente la ciudad. Era «Edimburgo» y estaba ardiendo.
Su radio crepitaba y el comunicador la ajustó. ¡Qué impresionante tumulto! Parte del ruido era drawkin y el hombrecito gris no entendía la lengua, pese a que controlaban veinte planetas. Era una lengua de sonidos histéricos. Podía ponerle un vocalizador porque tenía los circuitos léxicos en alguna parte, pero serían simplemente órdenes a los pilotos. De la otra lengua había escuchado mucho últimamente. Era una lengua suave, reflexiva. Había estado incluso manipulando una tabla decodificadora de frecuencia para tratar de captarla, pero sin resultado.
Sin embargo, no necesitaba entender la lengua. Los hechos físicos eran bastante claros. Se estaba desarrollando una dura batalla.
Miró hacia abajo por la mirilla. Por encima de la ciudad había un gran promontorio. De él surgía fuego antiaéreo. La roca estaba rodeada por un mar de fuego a causa del incendio de la ciudad.
Un bombardero drawkin explotó en el aire y cayó para agregar sus gotas de fuego verde a las llamas color naranja de la ciudad incendiada.
Allí no había huellas de teletransporte posibles. Eso era seguro.
Se sentía muy deprimido, hasta triste. Pensó en sí mismo. ¿Acaso las tensiones del último año lo estaban haciendo emocional? ¡Seguramente no! Y, sin embargo, aquella anciana del norte de Escocia, en especial cuando descubrió que se había ido, habían inspirado un sentimiento. Y aquí estaba, sintiendo un poco de ansiedad por saber si no estaría allá abajo, en medio de las llamas.
Todo esto era insólito en él. Muy poco profesional.
Pensó que lo mejor que podía hacer era dormir una pequeña siesta para así despertarse con las ideas más claras, menos confusas y borrosas. ¡Qué año tan terrible había sido aquél!
Fue a su cabina y se echó. Y parecieron haber transcurrido sólo unos momentos cuando despertó con todo claro y brillante frente a él.
La danza cruzada que habían hecho aquellos aviones de combate terrestres. ¡Qué tonto había sido! Por supuesto, no era un táctico en cuestiones militares, pero hubo de haberse dado cuenta mucho antes. El grupo que había partido a toda velocidad hacia Singapur era el cebo. El panel quemado también lo era.
Fue a su pequeña oficina gris y consiguió una repetición muy eficaz de aquella «danza de aviones», siguiendo con bastante exactitud el curso del grupo real. Sí, con aquel curso llegarían a la pagoda en el hemisferio sur del planeta.
Dio sus órdenes al capitán de la nave y allá se fueron, hacia la luz.
Llegó justo a tiempo para ver la muerte del Capture.
Esto lo sobresaltó.
No estaba seguro de cómo había podido ocurrir. ¿Una nave capital de clase Terror estallando en órbita?
Con una palabra de precaución al capitán, para que se apartase, el hombrecito gris miró la inmensa nave desintegrándose al atravesar la atmósfera y golpear la presa. Miró durante un rato para ver si ésta cedía. Llegó a la conclusión de que podía estar dañada, pero por el momento resistía. Una enorme cantidad de agua se precipitaba por el canal del río, en una corriente arrolladora. Pero allá abajo no había nada.
Con sus pantallas visoras, telefotografió la propia presa. Sí, había daños. En el costado izquierdo, más abajo, se escapaba bastante agua. En apariencia se trataba de un agujero grande.
Se había producido una lucha importante. Los bosques ardían. Sí, y allá iba un escuadrón de aviones del Capture, lanzándose hacia el horizonte con la esperanza de ser recibidos por alguna nave tolnepa de la zona de Singapur. Debían de haber estado fuera cuando explotó el Capture. Probablemente no lo conseguirían. No tenían el alcance suficiente. Terminarían cayendo en el mar.
Pero era mejor vigilar esa pagoda. Ya no había aviones a su alrededor. Sus infrarrayos no captaban nada, salvo música religiosa, que ahogaba las voces.
Desde respetuosa distancia escudriñó sus pantallas. No tuvo que esperar mucho.
¡Una huella de teletransporte!
¡Sí, sí, sí! Retrocedió.
Sintió renacer sus esperanzas.
Después sintió que era demasiado bueno para ser verdad. Se sabía que en aquellos casos en que se habían capturado paneles, habían disparado una vez y después se habían roto. Nunca volvían a disparar.
Parecía haber pasado mucho tiempo desde que había comenzado a esperar.
Allí estaba otra vez.
La habían disparado dos veces. ¡Dos veces!
Sintió alegría. Después encontró un momento para asombrarse ante sí mismo. ¿Sentimiento? ¿Ansiedad? ¿Y ahora alegría? ¡Qué poco profesional! Ocúpate de los negocios urgentes.
¿Cómo podía comunicarse con ellos?
El canal radial estaba lleno de un barboteo tranquilo, aparentemente religioso. ¿Qué hablarían allá abajo?
Cogió un vocalizador. Lo puso en transmisión y lo colocó frente al micrófono. Pero ¿qué idioma? Tenía varios en el banco del vocalizador. Uno llamado «francés»… No, ése estaba totalmente muerto. ¿Y el «alemán»? No, nunca lo había escuchado en sus canales. «Inglés». Empezaría con el inglés.
Murmuró dentro del vocalizador y éste dijo: «Estoy pidiendo permiso para atravesar sus líneas. Mi nave no está armada. Puede apuntar sus cañones sobre ella o sobre mí. No tengo intenciones hostiles. Una entrevista entre nosotros puede ser beneficiosa para ambos. Estoy pidiendo permiso para atravesar sus líneas. Mi nave no está armada. Puede apuntar sus cañones sobre ella o sobre mí. No tengo intenciones hostiles. Una entrevista entre nosotros puede ser beneficiosa para ambos».
El hombrecito gris esperó. Apenas se atrevía a respirar. De la respuesta dependían muchísimas cosas.