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Los rusos lo habían llevado sano y salvo a la pequeña sala de reuniones y se habían sentado allí una vez más.
Dries Gloton ronroneaba casi mientras verificaba la redacción y las firmas del cheque de transferencia de los fondos de la Intergaláctica a su banco. No era el cheque más grande del que hubiera oído hablar, pero sí el más grande que jamás habían depositado en su sucursal. Y no era sólo un cheque. Significaba solvencia, reapertura de puertas en los sectores menos importantes de la oficina, empleados que recuperaban su empleo. En realidad, no tenía por qué verificarlo. Sabía que era bueno, pero le gustaba leerlo.
Con un gesto ampuloso, acercó el cheque y con gesto experto lo firmó. Después cogió los papeles de la hipoteca y en letras grandes escribió por encima: «Pagado en su totalídad».
Bueno: eso recompensaba los ansiosos meses de espera.
Puso el cheque en lugar seguro, en su bolsillo, y con un alegre giro envió hacia Mac Adam el recibo y los papeles.
—Nuestro asunto ha terminado. Es un placer negociar con ustedes.
Pero al soltar la mano de Mac Adam, Dries vio que lord Voraz seguía sentado allí, mirando ausente la mesa. Por un instante, Dries se sintió alarmado:
—¡Su señoría! ¿Algo va mal?
Voraz se volvió hacia él. Ignorando la presencia de Jonnie a causa de la preocupación. Voraz dijo:
—¿No ha comprendido usted lo que ha hecho?
—¿Préstamos de especulación? —preguntó Dries—. Los nobles tratarán de obtener dinero para comprar esas acciones cuando bajen. Pero eso es una pequeñez. Esos préstamos estarán bien.
—No, no —dijo Voraz—. Usted no ve lo que está haciendo con esos nobles y a sus gobiernos. No, usted no lo ve. Déjeme explicarle. Proporcionando amplio empleo y dando al hombre de la calle la posibilidad de tornar dinero prestado, está creando una clase trabajadora independiente. En el futuro, no tendrán que estar por ahí de pie, con la gorra en la mano. Serán financieramente independientes. El estado dependerá de ellos como mercado y ya no podrá desdeñarlos. Y se harán grandes negocios bancarios con esa clase trabajadora.
—No veo nada de malo en ello —adujo Dries—. Con todo el dinero que nos deberán esos gobiernos, tendrán que hacer lo que el banco les diga.
—Precisamente —repuso Voraz—. Y el banco tendrá que decirles que presten cada vez más atención a la clase trabajadora, porque allí residirá su principal interés. Esos nobles y sus gobiernos tendrán cada vez menos poder. En la práctica se desvanecerán como clase especial.
—¡Ah! —exclamó Dries, recordando sus días de escolar—. Banca social.
Jonnie se acomodó en su silla. Estaba algo cansado y deseaba que terminaran.
—Se llama «democracia social» —dijo—. Funcionará en la medida en que haya muchas fronteras nuevas y espacio para expandirse. Pero las tenemos y dentro de unos miles de años alguien pensará otra cosa.
Ahora Voraz miraba a Mac Adam y al barón.
—¿Saben lo que acaba de hacer? ¡Durante ese corto rato allí, en aquella habitación, liberó a más gente de la que las revoluciones han liberado en toda la historia!
—Sé que nos ha dado el poder de controlar a esos nobles —dijo Mac Adam—. ¿Terminamos el acuerdo bancario de modo que podamos clausurar la conferencia?
Voraz salió de su abstracción y cogió un papel.
—Esto menciona un segundo acuerdo.
El barón volvió a la vida.
—Se trata de lord Loonger.
—Sí —asintió Voraz—. ¿Cuánto hace que ha muerto? Doscientos…
Escuchen —interrumpió el barón—: Los psiclos son el pueblo más odiado que han visto los universos. Hace unos doscientos mil años, vuestro lord Loonger los salvó con el banco. En la actualidad ese no es un acto muy popular.
—Ya lo creo que no —dijo Voraz.
—La definición de dinero es «una idea respaldada por confianza» —indicó el barón—. ¡A su dinero no le ayuda nada llevar estampada la cara de lord Loonger!
Jonnie se agitó de pronto; tuvo una premonición basada en lo que había sucedido con el dinero de la Tierra. Estaba a punto de hablar. La enorme mano de sir Roberto le tapó la boca, silenciándolo.
Durante el último minuto, Dries había estado mirando a Jonnie. Sin sacarle los ojos de encima, dijo:
—Su señoría, ¿se le ha ocurrido a usted que este joven podría ser en parte selachee? —Y en su voz no había el menor rastro de humor.
Jonnie los miraba furioso por encima de la gran mano de sir Roberto. No iba a luchar con sir Roberto, pero realmente taladraba a los demás con los ojos.
—Son sus ojos —señaló Dries—. Tiene gris. Y otro color, sí, algo parecido al mar, pero mírelos: ¡son grises!
—Veo lo que quiere decir —dijo lord Voraz—. Se parece a un selachee.
—Tengo varias pictógrabaciones suyas —añadió Dries—. Desde muchos ángulos. Podemos hacer que ese pintor Rensfin las utilice y haga un retrato idealizado. Con el casco en color. Hay una tinta especial que puede hacer brillar los botones. Y podemos poner el casco a todo color, en tres dimensiones. Pero ¿qué leyenda habría que poner? ¿«Jonnie Goodboy Tyler, conquistador de los psiclos»?
—No, no —se opuso lord Voraz.
—¿El que consiguió la libertad desde la misma guerra? —repuso el barón.
—No, no —repitió Voraz—. La palabra «libertad» molestaría a los nobles y esa gente. Esto tenemos que decidirlo de una vez para siempre, comprende, porque reimprimiremos la moneda y retiraremos las emisiones viejas de todas partes. En la parte inferior tenemos que agregar: «Respaldada por los bienes del Banco Planetario Terrestre y la Minera Intergaláctica», o algo así. Podemos hacer el retrato un poco más grande en la parte central. Pero la redacción… —y se detuvo.
Mac Adam resplandeció.
—Allí tenemos que poner lo que hizo. En la parte de atrás el pintor tendría que poner una escena de la explosión de Psiclo y en la leyenda podemos poner «Jonnie Goodboy Tyler» y justo debajo «quien llevó la felicidad a todas las razas».
—¡Exacto! —exclamó lord Voraz—. No lo limita a la mera destrucción de Psiclo. Pero realmente no es todo lo que hizo. La gente se enterará. Su popularidad no crecerá sólo en las estrellas, sino en todas las estrellas y planetas de dieciséis universos.
Lord Voraz se irguió y acercó el acuerdo. Anotó las palabras que irían en el billete y después se arremangó, levantó la pluma con un floreo y firmó los acuerdos.
Todo había terminado. Los hombrecitos grises se pusieron en pie. Eran todo sonrisas. Sir Roberto soltó al reacio Jonnie y todos se estrecharon las manos.
—¡Creo que podemos trabajar muy bien juntos! —dijo lord Voraz a Mac Adam y el barón—. ¡Es una manera de hacer las cosas que es cara a mi corazón!
Rieron. Los hombrecitos grises juntaron sus papeles y se fueron.
—¡Hurra y uff! —prorrumpió Mac Adam, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Estamos libres y volamos como los pájaros! —Y miró a Jonnie—. ¡Gracias en su mayor parte a usted, muchacho!