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—Está fuera de mi jurisdicción —dijo Cerniga—. Es territorio peligroso. CIA. NSA. Quién sabe qué más.

—Tan solo te estoy preguntando si puedes hacer algunas averiguaciones —dijo Deborah.

—¿Por los viejos tiempos?

Deborah contuvo la respiración mientras juzgaba el tono de Chris. La última vez que habían hablado había sido al final de un caso en el que ella le había ayudado, pero la manera en que habían terminado las cosas nada tenía que ver con la causa judicial en sí. Antes de que llegara el fin de la causa judicial, él había estado bastante tiempo pensando que ella era un irritante grano en el culo, y probablemente tuviera razón. Pero al final se había ganado su respeto, y eso era con lo que Deborah contaba en ese momento.

Por los viejos tiempos.

No sabía si él estaba sonriendo, así que fue una apuesta arriesgada responder de la manera en que lo hizo:

—Sí, algo así.

Se produjo una pausa en la que lo oyó suspirar profundamente. Deborah había ganado.

—Felicidades por el ascenso, por cierto —dijo.

—Sí, claro —dijo Cerniga, y en esa ocasión Deborah sí lo oyó sonreír—. Volveré a llamar.

Conforme el sumergible se fue acercando, quedó claro que lo que parecía una pared rocosa y empinada era en realidad una masa ondulada de afloramientos rocosos irregulares que se extendían como si se tratara del esqueleto de la isla, y lo que en un principio había parecido sólido estaba lleno de huecos y cavernas en forma de tubo que se habían creado por la caída de lava ardiendo al mar. Las partes de roca líquida que habían entrado en contacto con el agua fría se habían endurecido, pero el núcleo caliente había seguido fluyendo, creando enormes conductos de piedra que se extendían hasta el relieve oceánico.

—No es de extrañar que no sepamos qué vive aquí —comentó Parks—. Combine la complejidad de la red de cuevas con el hecho de que la única manera de acceder se encuentra a casi ciento cincuenta metros bajo el mar, en un lugar situado en el culo del mundo y poblado principalmente por terroristas. No me extraña que no se haya encontrado antes.

Thomas tenía montones de razones para que no le gustara Parks antes de meterse en el sumergible; la mayoría de ellas guardaba relación con los encuentros que habían tenido antes de formar aquella profana alianza. Había pensado que, mientas su pacto pareciera real, mientras sus objetivos fueran los mismos, no tendría problema en hacer caso omiso de su previa hostilidad, pero no era el caso, y no solo porque Thomas no le hubiera perdonado que lo abandonara en el o-furo. Era más sencillo que todo aquello. A pesar de que a veces le parecía divertido y no podía evitar admirar su serenidad, a Thomas no le gustaba Parks, y cuanto más tiempo pasaba con él más le molestaba y hería aquel desparpajo y confianza, y la arrogancia con la que desechaba todo aquello que no le interesaba. Todo lo que decía parecía pensado y estudiado para irritar u ofender, y el hecho de que no fuera premeditado (porque Parks nunca tenía en cuenta lo que los demás pensaban) lo hacía incluso peor.

—El descubrimiento del pez tetrápodo aquí tendrá tal repercusión —comentó— que todos se olvidarán de que esta jungla atrasada era conocida porque los idiotas cristianos y musulmanes se lanzaban cocos los unos a los otros.

—Está deseándolo, ¿no? —dijo Thomas—. Ser el que ilumine al mundo. ¿De eso va su búsqueda?

—¿Qué quiere decir?

—Tiene que haber algún motivo para su numerito de capitán Ahab.

—¿Se refiere a alguna tragedia personal? ¿Alguna pérdida insoportable que me hizo darle la espalda a Dios? —preguntó Parks—. Sí, mi perrito murió cuando tenía tres años. Nunca lo superé. ¿Cómo Jesús pudo dejar que ese pequeño…?

—Vale, vale —le interrumpió Thomas—. Lo capto.

—No es necesario perder un bebé para ver que el universo carece de una inteligencia controladora —explicó Parks—. Que el mundo está en manos de los avariciosos, los crueles y los estúpidos. Si existe un Dios, debió de quedarse dormido después de que los hombres aparecieran en la tierra.

—¿Es eso lo que les enseña a los chicos de Berkeley? —dijo Thomas. Tenía una habilidad especial para hacer saltar a la gente.

Parks lo miró con dureza.

—Lo ha averiguado, ¿verdad? —preguntó con un deje de irritación que acabó tornándose en un aire desdeñoso—. Si uno no quiere estar en una clase de ciencias, lo que tiene que hacer es no matricularse en ella.

—Pero no lo descartaron por enseñar evolución en la universidad —dijo Thomas, uniendo los puntos mientras hablaba—. No es posible.

—Entonces no lo sabe —concluyó Parks, contento consigo mismo. Thomas esperó—. La enseñanza de la evolución era lo que hacía —dijo Parks—. Dentro de lo que creía que estaba protegido por la libertad de cátedra.

—¿No era así?

—Había una chica —dijo Parks—, Jessica Bane. Muy guapa; sonreía y decía «Por favor» y «Gracias, profesor». Comenzó a venir a mi despacho a hablarme del diseño inteligente. Le dije lo que pensaba y lo usé como tema para mis clases durante un par de semanas. Lo siguiente que supe era que me rechazaban por acusaciones de intolerancia religiosa.

Thomas se retractó un poco.

—¿Por qué no recurrió?

—¿Y pasarme el resto de mi vida caminando sin poder sobrepasar la línea de la corrección política y la sensibilidad cultural? —le contestó—. Por favor. Tengo una carrera y una trayectoria que labrarme. No puedo hacerlo en aulas llenas de imbéciles que quieren que sus profesores de ciencias den clase con la Biblia en las manos.

—¿Le han dicho alguna vez —preguntó Thomas— que para ser alguien que solo siente desprecio por la religión, tiene un complejo de Dios tremendo?

—Bueno, al menos uso mis poderes para algo bueno —dijo riendo. Unió sus manos en modo angelical.

—Me recuerda a Watanabe —dijo Thomas.

—¿A ese? Ese no es un científico. Es un personaje de poca monta con ínfulas de estrella que pensó que podría inventarse las reglas por el camino.

—De eso trata el complejo de Dios, ¿no? —adujo Thomas—. Al final se creen que están por encima de la ley.

—¡Oh, eso tiene gracia! —exclamó Parks— viniendo del Señor de las Noticias de la Fox.

Thomas abrió la boca para responderle, pero no tenía nada que decir, así que se sintió momentáneamente aliviado cuando Parks dijo:

—¿Quiere callarse ahora? Esto hay que hacerlo con cuidado.

Estaba maniobrando el sumergible para acceder por la entrada de la cueva, que solo era un par de metros más ancha que este. Las luces iluminaron la caverna pero no mostraron nada, porque el tubo de piedra ascendía y giraba a la izquierda.

—No podemos entrar —señaló Thomas—. Es demasiado estrecho.

—No vamos a ver nada si nos quedamos aquí —objetó Parks.

—Entonces busque una cueva más ancha.

Parks suspiró, pero maniobró el sumergible. Este se desplazó a la izquierda, ascendió un par de metros, ignorando otras dos cavernas que no eran mucho más grandes que la primera. La tercera era más grande, pero tampoco mucho más.

—Yo digo que entremos —afirmó Parks—. El túnel probablemente se haga más ancho, al menos en algunos tramos. La roca fundida que haya entrado en contacto con el agua se habrá ido enfriando más rápido, por lo que la apertura será la parte más estrecha.

—Pero, si parte de la roca se solidificó en el interior del tubo, el conducto estará bloqueado.

—Entonces tendremos que asegurarnos de que tengamos espacio para girar y salir —dijo Parks mientras ajustaba la posición del sumergible para que su morro bulboso y translúcido apuntara directamente al pasadizo de roca—. ¿Cree que tendríamos que haberle comprado algo de cenar? —dijo Parks con una mirada lasciva.

—Tan solo vaya despacio —dijo Thomas.

El motor runruneó y el sumergible amarillo entró con cuidado por el tubo de piedra.