Nota final y agradecimientos
EL QUINTO DÍA es, claro está, una obra de ficción, aunque algunos de los elementos de la historia están basados en hechos verídicos, y considero que podría resultar de interés para los lectores conocer cuáles son esos elementos.
El pez, el centro de la historia, es una invención mía, pero el uso que se hace en el libro del fósil viviente, el celacanto, y los detalles del reciente descubrimiento del Tiktaalik roseae son todo lo precisos que he sido capaz de plasmar. Estoy en deuda con Peter Forey (otrora en el museo de Historia Natural de Londres) y Susan Jewett (de la Smithsonian Institution) y me siento en la obligación de puntualizar que la «escama de Florida» que supuestamente se envió a la Smithsonian Institution en 1949 es casi con total seguridad un mito. No obstante, las figuras de peces de plata como las de la novela existen, y su origen sigue siendo objeto de debates.
Los lugares en los que la narración tiene lugar y los objetos relacionados con estos son todos reales, salvo unas pequeñas excepciones. Pompeya sí tiene un «cuadrado mágico», de discutida importancia, y la Casa del Bicentenario de Herculano tiene la marca de un crucifijo en la pared de una habitación de la planta superior. Nunca se ha descubierto cruz alguna que encaje con esa sombra y la mayoría de los arqueólogos del paleocristianismo se mostrarían de acuerdo con Deborah en que el crucifijo no se convirtió en elemento central del cristianismo hasta considerablemente después. Las imágenes de ese extraño pez encontradas en los lugares que presento en el libro son todas ciertas (pueden ver algunos ejemplos en mi página web), si bien la idea de que hacen referencia a una especie desconocida hasta la fecha es pura invención mía. La descripción de Paestum es fiel, a excepción de la segunda tumba del nadador, que me la inventé.
El cimitero delle Fontanelle existe y, aunque en la actualidad esté cerrado al público, se planea que vuelva a abrirse pronto. Estoy especialmente agradecido a Claudio Savarese y Fulvio Salvi del Museo del Sotosuolo por enseñármelo durante una visita reciente y a Larry Ray por contestar a mis preguntas posteriores. En mi página web colgaré imágenes del Fontanelle y de otros lugares de mi libro. La leyenda del Capitán forma parte de la tradición popular del Fontanelle, al igual que la creencia de que en ese cementerio se celebran reuniones de la mafia. La leyenda del cocodrilo de los pasadizos bajo el Castello Nuovo también es auténtica, aunque historias como esa abundan en multitud de lugares.
Tras haber vivido un par de años en Japón y visitarlo posteriormente varias veces, gran parte de los datos en los que he basado esas partes del libro provienen de mi memoria, aunque le agradezco a Masako Osako su buena disposición a proporcionarme la información de aquellos aspectos que había olvidado o en los que estaba equivocado.
Estoy en deuda con C. Loring Brace del museo de Antropología de la Universidad de Michigan por su asesoramiento en la datación y clasificación racial de los huesos; a Janet Levy de la Universidad de Carolina del Sur, por su ayuda en los usos arqueológicos del polen; y a C. T. Keally por su ayuda referente a la arqueología japonesa, escándalos recientes incluidos, y también por ayudarme a crear mi propio escándalo ficticio. También a mi hermano, Chris, por su ayuda referente a la monitorización por satélite.
Mi percepción del catolicismo deriva en gran parte de mi propia experiencia, a pesar de que he sido afortunado por poder hablar con franqueza con varios sacerdotes a la hora de preparar el libro. Estoy especialmente agradecido a mi viejo amigo el padre Edward Gannon y al sacerdote Philip Shano, S. J. Otro viejo amigo, Jonathan Mulrooney, me introdujo en la extraordinaria obra del padre Teilhard de Chardin, por lo que le estoy profundamente agradecido.
Es mi intención publicar imágenes, vínculos e información relevante de estos temas en mi página web (www.ajhartley.net), página en la que los lectores podrán contactar conmigo si tienen algún comentario o pregunta que hacerme.
Un libro como este requiere de muchas aportaciones y ayuda, y me gustaría agradecer especialmente a aquellos que vieron los borradores iniciales y que me ayudaron a hacer que el libro sea como es, especialmente a mi mujer, Finie; a mis padres, Frank y Annette; a mi hermano, Chris; y a mis amigos Edward Hurst, Ruth Morse y Bob Croghan. También quiero agradecérselo a mi agente, Stacey Glick, y a mi editora, Natalee Rosenstein, sin cuya ayuda nada de esto sería posible.
A. J. Hartley (noviembre de 2006)