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El Destructor del Sello observó la pantalla de su móvil y respondió al tercer tono.

—¿Sí?

—Aquí Peste. Tenemos un problema.

—Estoy al tanto de la situación.

—¿En qué demonios estaba pensado? Le dije que esto ocurriría.

El Destructor del Sello miró por la ventana. Se había figurado una respuesta así por parte de Peste. Guerra siempre estaba en su lugar. Muerte hacía lo que se le ordenaba que hiciera y Hambre… bueno, ¿quién sabía lo que le podía rondar por la cabeza? Pero Peste siempre cuestionaba a posteriori, se entrometía, se mostraba desafiante. El Destructor del Sello supuso que era inevitable cuando se trataba de mano de obra contratada (si bien costosa), pero aun así llegaba a resultar en ocasiones tedioso.

—El proyecto avanza según lo planeado —dijo—. Si es necesario trabajará junto a Guerra.

—¿Y si decido eliminar el cabo suelto de una vez por todas?

—Esa no es su decisión.

—Eso no es lo que he preguntado —opuso Peste.

—Es la respuesta que necesita tener.

Después de que Peste hubiera colgado, el Destructor del Sello consideró sus opciones. Knight había seguido hasta el momento con vida porque había parecido más útil o menos peligroso dejarlo correr sin rumbo cual pollo descabezado. Pero si estaba encontrando el rastro, pronto podría convertirse en un lastre. El Destructor del Sello, pragmático convencido, no quería más cadáveres de lo estrictamente necesario, pero pronto la muerte de Thomas Knight sería inevitable. Era también una cuestión de servir al bien mayor.

El teléfono seguía en su mano. Marcó un número y, mientras lo hacía, pensó en las instrucciones que le daría a Guerra.