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Enrique Rodríguez intentaba discernir qué era lo que había visto. Estaba repantingado en su tienda de campaña dentro de la mosquitera, maldiciendo el maldito calor y la maldita selva y toda aquella maldita misión, cuando apartó la vista de su cómic y había mirado la pista de aterrizaje. El cuarto avión estaba a punto de despegar tras muchas complicaciones, después de lo que cual él volvería al trabajo para acondicionar el lugar para su regreso. Dalton, el oficial al mando, había salido corriendo del tráiler de control, agitando los brazos como un loco y gritando, y entonces alguien había salido del tráiler tras él: el chaval, el bicho raro al que llamaban Specs.
Rodríguez había retomado su lectura, pero entonces había alzado la vista de nuevo y Dalton había desaparecido y el chaval estaba en cuclillas de espaldas a él, haciendo rodar algo hacia la maleza tras el tráiler. Rodríguez se había agachado cuando el chico se había girado y había comenzado a mirar a su alrededor de manera furtiva. Finalmente había regresado al tráiler mientras se limpiaba la mano con la parte trasera de los pantalones.
Rodríguez no sabía qué hacer. Estaba cómodo donde estaba y cualquier cosa que tuviera que ver con el chico le irritaba. Dalton también le irritaba, la verdad, siempre curioseando en lo que estaba haciendo, quejándose de las joyas que llevaba, amenazando con análisis de sangre y Dios sabe qué más porque él no iba andando por ahí como si tuviera un palo metido por el culo. Aun así, era extraño. Uno de los dos (o los dos) andaba metido en algo y eso significaba que había algo que merecía la pena, aunque fuera información. En un lugar como aquel, conocer según qué informaciones podía proporcionar muchas ventajas. Salió de su tienda de campaña a las luces tenues de la pista de aterrizaje.
Levantó una mano cuando pasó delante del avión y uno de los encargados del despegue (Piloski probablemente) le gritó y le hizo gestos para que se apartara de allí. Rodríguez rodeó el avión con tranquilidad. Todavía no estaban listos para despegar.
Se supuso que lo mejor sería echar un vistazo al tráiler antes de comenzar a husmear por la selva: asegurarse de que el chaval estaba ocupado. El tráiler era estrecho y carecía de ventanas, y se accedía a él por una rampa con barandilla. Rodríguez intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada, y estaba completamente seguro de que eso iba contra el reglamento. Permaneció allí en la oscuridad durante unos instantes, pensando, y entonces escuchó disparos en el interior. Echó a correr hacia la pista de aterrizaje agitando los brazos como el idiota de Dalton.