5
—Dijo que su nombre era Parks —repitió Thomas por segunda vez en pocos minutos.
—¿Y ese pez de plata es lo único de lo que está seguro que falta?
El policía que se había presentado como el agente Campbell parecía aburrido, como si lo hubieran mandado a perder el tiempo para nada. Ahora que la indignación inicial había mermado, Thomas no podía culparlo.
—Sí —contestó—. No tuve oportunidad de echar un vistazo a los papeles antes de que llegara…
—¿Cree que era algo valioso?
—Probablemente no. Supongo que depende del material con el que estaba fabricado. Si era de plata, como mucho valdría unos doscientos dólares.
—¿Podría describir el pez, señor? —pidió el policía dejando escapar un suspiro mientras garabateaba con un bolígrafo negro en una libreta.
—Entre ocho y diez centímetros de alto, tenía una forma curiosa, las escamas talladas al detalle… no sé qué más.
—¿Forma curiosa? —puntualizó Campbell.
—Un tanto rudimentaria. Cola gorda, aletas grandes y toscas.
—¿Y era solo un pez? Quiero decir, ¿no era un recipiente o algo así? ¿Se abría?
—No lo sé.
—¿Cree que era algo simbólico? Ya sabe, como era sacerdote.
—¿Simbólico? —preguntó Thomas—. ¿A qué se refiere?
—Ya sabe, como esos peces de metal que llevan algunos tipos en los coches. El pez de Jesús.
El policía hizo un bosquejo en la libreta. Una sola línea que se giraba hasta hacer la forma de una hoja y una cola abierta. Thomas observó el dibujo. Le recordó a una banda de Moebius o a la parte de una doble hélice.
—No lo sé —contestó Thomas con sinceridad—. No había pensado en ello. Parecía diferente a ese. Más realista.
—Echaremos un vistazo a las casas de empeño locales —dijo el policía—. ¿Y llevaba una espada? ¿Como Robin Hood o uno de esos tipos de El señor de los anillos? ¿Una espada «espada»?
—Una espada corta, sí —respondió Thomas—. Como la espada de los legionarios romanos, si es que eso le dice algo.
—No —dijo Campbell—. ¿Y le golpeó con eso?
—No, con una especie de guante que llevaba. Era de metal. Pesaba una tonelada.
—Qué extraño —comentó el policía.
—Eso pensé yo —respondió Thomas. Había esperado algo más de la respuesta del policía.
—¿Algo más? —dijo Campbell—. ¿Llevaba un caballo o similar?
—No —dijo Thomas, sonriendo a su pesar.
—¿Está seguro?
—Creo que nos habríamos dado cuenta si hubiese estado en la planta de arriba.
—De todos modos —dijo el policía—, mírenlo por el lado positivo. Si hubiese ido en serio… quiero decir, si hubiese sido un verdadero matón, los habría disparado. Tan solo los golpeó con un guante, ¿ven? El lado positivo.
—Estoy extasiado con todo este episodio —dijo Thomas.
—Bien —concluyó el policía sonriendo mientras se guardaba la libreta—. Si lo ven de nuevo, llámennos. Preguntaré por ahí, pero…
Se encogió de hombros.
—Mejor no espero sentado —dijo Thomas.
—No, salvo que no tenga otra cosa mejor que hacer.
—Gracias —dijo Thomas respondiendo al policía con la misma sonrisa—. Ha sido de gran ayuda.
—Y todo en un día de trabajo, señor.
De camino a la salida se encontraron con Jim, que pasaba con una caja llena de documentos. Thomas le presentó al policía.
—Jim, este es el agente Campbell —dijo.
Jim asintió de manera enérgica y apartó la mirada, pero la mirada del policía siguió fija en él, y su otrora ironía se evaporó.
—Hola de nuevo, padre —dijo Campbell.
—¿Se conocen? —preguntó Thomas. Jim seguía sin mirar al policía.
—Oh, nos conocemos desde hace mucho tiempo —dijo Campbell—. ¿No es eso cierto, padre?
Jim no respondió y el policía se marchó sin decir nada más.