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Había mucha seguridad en la excavación, y los periodistas solo podían pasar en pequeños grupos guiados y no en la cámara, que se consideraba demasiado frágil como para que gente no experta anduviera merodeando. Cuando todas las pruebas fueran sacadas del interior de la tumba, esta quedaría abierta al público, pero para eso faltaban meses.

Thomas seguía llevando sus credenciales falsas y, dado que los guardias parecían intimidados ante los documentos que no eran japoneses, le dejaron entrar sin demasiada minuciosidad. No había ni rastro del neozelandés.

Lo cierto era que había poco que ver en el exterior de la tumba propiamente dicha y la reunión informativa para la prensa la realizaba, sin duda alguna, personal que todavía no había terminado la carrera. El túmulo, al parecer, se conocía desde hacía cierto tiempo y por ello había sido debidamente separado con una cerca. Sin embargo, el primer descubrimiento que Watanabe y su equipo habían hecho cuando comenzaron con las excavaciones tres semanas atrás era que la tumba era considerablemente más grande de lo que habían sospechado en un primer momento. El túmulo visible había resultado ser solo la parte superior de la tumba, cuyo perímetro real se extendía más allá de la cerca en la que estaban reunidos en ese momento los periodistas.

La tumba, dijo su guía (una mujer menuda y de expresión seria que se había presentado como señorita Iwamoto), tenía ocho lados.

—Como pueden ver —dijo—, es bastante grande. Cada lado tiene casi treinta metros de largo, aunque están en su mayor parte enterrados bajo tierra, siendo solo visible la parte superior del túmulo. La mayoría de las tumbas del periodo Kofun se caracterizan por tener forma de ojo de cerradura, por lo que esta variante de ocho lados es bastante rara. A principios del periodo Kofun el cuerpo se enterraba en la parte superior del túmulo, pero, en tumbas posteriores como esta (que data del siglo VII d. C.), el cuerpo era enterrado en una cámara flanqueada por piedras bajo el túmulo. Se accedía a la cámara a través de este pasadizo —señaló—, llamados yokoana. Si vienen por aquí podrán ver que el yokoana estuvo en otro tiempo pintado, aunque resulta difícil discernir el tema de la pintura. Watanabe-sensei intentará determinar su contenido en el transcurso de su análisis.

Avanzaron en silencio junto a ella hasta la apertura flanqueada por piedras. En el interior habían colocado luces de trabajo, pero estaban apagadas y solo la entrada de la cámara interior de la tumba era visible.

—En este caso —dijo mientras señalaba a una caja expositora con la parte superior de vidrio que había sido colocada junto al pasadizo acordonado—, pueden ver algunas de las cerámicas que estaban enterradas con el muerto. También se encontraron en el interior espejos, cuentas, una espada y parte de un equipo para montar a caballo. Esos objetos están siendo analizados y por eso no están expuestos. Aquí también pueden ver algunos de los haniwa que se encuentran a menudo en los enterramientos del periodo Kofun, si bien su propósito aún no está claro.

Los objetos a los que estaba señalando eran cilindros de arcilla apoyados contra las paredes.

—En la tumba se encontraron cerca de doscientos, la mayoría lisos, pero algunos tenían figuras de hombres y animales.

—¿Es cierto que había animales vivos en el interior? —preguntó uno de los periodistas que parecía aburrido de tanta arqueología.

Thomas pensó que la señorita Iwamoto respondería en tono desdeñoso a aquel obvio intento por «disneylandizar» la historia, pero su rostro pareció iluminarse y rejuvenecer mientras respondía al periodista.

—Una familia de tanuki, un animal japonés similar al mapache, había estado viviendo en la cámara principal —dijo—. Son tan monos. Pero son animales traviesos. El equipo de Watanabe-sensei espera que no hayan dañado los restos.

—¿Dónde está la cruz? —preguntó Thomas. Estaba perdiendo la paciencia.

—Está siendo estudiada en el laboratorio de Watanabe-sensei. Será expuesta una vez hayan concluido los distintos análisis y pruebas.

Entonces, ¿qué demonios estoy haciendo aquí?, se preguntó Thomas. Se giró para marcharse pero se percató de que el previamente apático guardia de seguridad parecía ahora muy centrado. En él. Detrás de él estaba el estudiante universitario de rostro cetrino de la conferencia de prensa. Los dos se estaban acercando hacia él.

Tras lo que había pasado en Italia, Thomas estaba preparado para cualquier cosa. Lo peor que le podían hacer era pedirle que se fuera. Se cruzó de brazos.

—Discúlpeme, señor —dijo el estudiante—. ¿Podría decirme su nombre, por favor?

—Jenkis —contestó Thomas—. Peter Jenkins.

—¿Para qué agencia trabaja? —preguntó el estudiante mientras escudriñaba ostentosamente una tablilla con una lista de nombres. Su inglés era bueno. Mantuvo la mirada en la lista y su tono al hablar fue neutral.

—Estoy con el New Zealand Herald —respondió Thomas—. Me he dejado la tarjeta en la furgoneta.

El ayudante de Watanabe (cuya placa identificativa decía que se llamaba Tetsuya Matsuhashi) lo observó sin pestañear durante un instante y Thomas supo que no había colado.

—No aparece en la lista —afirmó. Lo dijo con tranquilidad, con amabilidad incluso, pero Thomas no tenía idea alguna de qué estaba pensando—. Todos los periodistas acreditados deben llevar sus papeles con ellos todo el tiempo. Me temo que tengo que pedirle que se marche.

Thomas se encogió de hombros. Tampoco había descubierto nada allí. Mientras se alejaba del corrillo de periodistas y del túmulo del enterramiento, el estudiante lo llamó.

—Y, señor Jenkins, el perímetro de seguridad se verá restringido en el futuro. Se trata de un lugar muy valioso y no queremos que nada se extravíe. Estoy seguro de que lo comprende.

—Claro —dijo Thomas—. ¿Dónde está el señor Watanabe?

—En su laboratorio, en la ciudad —respondió Matsuhashi, pero sus ojos se desviaron hacia la caravana aparcada en los límites del emplazamiento—. La arqueología no es todo glamur y trabajo de campo. Se dedica un montón de tiempo a hacer tediosas pruebas.

—¿Sobre los materiales de este lugar?

—Principalmente —dijo el estudiante—, pero es un hombre muy ocupado y no es el único emplazamiento que está estudiando.

—¿Algo del extranjero? —preguntó Thomas.

El rostro de Matsuhashi se oscureció.

—No por lo general —respondió. Pareció dudar, vacilar.

—Pero ¿y recientemente?

—Llegaron un par de cajas para él hará unas semanas —explicó Matsuhashi con tono de eficiencia—. Quieren contar con la opinión de un experto.

—¿De dónde?

—No lo sé. ¿Tiene algo en mente, señor…?

—Jenkins —completó Thomas con una sonrisa—. No, solo era curiosidad. ¿Ha visto el interior de las cajas?

—Supongo que se trata de cerámica del periodo Kofun —dijo Matsuhashi con la mirada fija en Thomas.

—Mi nombre no es Jenkins —le espetó Thomas de repente—. Es Knight. Mi hermano era sacerdote. ¿Lo conocía?

—¿Knight? —repitió Matsuhashi. Su rostro se asemejó en ese momento a una máscara de cerámica—. No, no lo conocía. Ahora, si no le importa…

Thomas asintió, sonrió y se marchó, seguro de que el estudiante seguía mirándolo y de que estaba mintiendo.

Cuando regresó al ryokan escuchó a Jim hablando en voz baja en su habitación y deslizó el panel. El sacerdote estaba arrodillado sobre el tatami junto a una mesa baja. Al otro lado de la mesa estaba arrodillada Kumi, apoyando su peso en las pantorrillas como hacían los japoneses. Había un vaso de vino del país junto a la mesa y un plato de pan tostado.

—La paz os dejo, mi paz os doy —estaba diciendo Jim—. No te fijes en nuestros pecados sino en la fe de tu Iglesia y que tu piedad nos libre del pecado y nos proteja de toda preocupación…

Alzó la vista y miró a Thomas.

—Misa —explicó—. Si quiere unirse es bienvenido…

Pero Thomas ya estaba negando con la cabeza y corriendo de nuevo el panel.