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El Destructor del Sello a duras penas si podía contener su ira.

—¿Cómo puede no saber dónde se encuentra? —preguntó.

—Yo estaba vigilando el hotel —dijo Guerra—. Inicialmente estaba con Peste y después lo cogió Hambre.

—Y los esquivó a ambos —dijo el Destructor del Sello.

—Sí, señor. Metimos un dispositivo de localización en su equipaje —dijo Guerra—, pero todo apunta a que ha dejado sus pertenencias en el Executive.

—No es muy profesional, ¿no le parece? —dijo el Destructor del Sello—. No vigilar bien a un profesor de instituto.

—No, señor. Lo lamento, señor.

El Destructor del Sello se frotó la frente y cerró los ojos. Tres de ellos desplazados al lugar y Knight escapa.

—¿Y cree que puede haberse ido de Nápoles?

—Sí, señor.

—¿Y existen motivos para pensar que lo sabe?

—Hambre no ha podido confirmar lo que le dijo el sacerdote anciano, pero su presencia en el Fontanelle da a entender que estaba buscando algo. Creemos que cabe la posibilidad de que los papeles que el sacerdote destruyó fueran señuelos para librarse de Thomas.

—Ahora mismo todo es un tanto confuso —dijo el Destructor del Sello. Guerra jamás lo había oído tan irritado—. Y la tapadera de Peste ha quedado descubierta. ¿En qué estado se encuentra Hambre?

—Tiene algunos cortes y contusiones, nada serio.

—Me refiero mentalmente.

Guerra vaciló. ¿Cómo se suponía que podía expresarse en palabras el estado mental de un lunático?

—Está enfadado, señor —dijo—. Quiere venganza.

—Bien —dijo el Destructor del Sello—. Cuando encuentren a Knight quiero que le suelten la correa a Hambre. A Peste también. Estoy seguro de que estará deseando demostrar su valía.

—Sí, señor —dijo Guerra.

—¿Y usted?

—Por supuesto, señor.

—¿Está su equipo listo?

Guerra vaciló.

—No es un poco prematuro hacerlos intervenir, ¿señor?

—No desde donde estoy sentado —dijo el Destructor del Sello—. Tan solo asegúrese de que están listos.

—Sí, señor.

—¿Cómo tienen pensado localizar a Knight?

—Podemos seguir vigilando los lugares que frecuentaba —dijo Guerra—, pero si ha abandonado la zona tendremos que tomarle la delantera a la policía. Estamos controlando sus frecuencias de tráfico y mantenemos vigiladas las estaciones de trenes locales y el aeropuerto.

—Todo eso suena un poco desesperado —dijo el Destructor del Sello—. Y, si la policía llega a él antes, eso sería terrible para nosotros, ¿no cree?

—Sí, señor —dijo Guerra—. No obstante, existe otra opción, señor.

—¿Que es…?

—Knight se llevó el móvil de Peste.

—¿Hay algo que pueda averiguar con el móvil?

—No, estaba limpio.

—¿Funciona el GPS?

—Sí, señor. Pero todavía no lo ha encendido. En el momento en que lo haga, lo tendremos.

—Asegúrese de que así sea —dijo el Destructor del Sello—. No necesito explicarle a usted (ni a su gente) la importancia de terminar con esto ya. Si hubiésemos silenciado a Knight antes habríamos atraído demasiada atención. Pero la decisión de dejarlo andar a su aire ha resultado… poco segura. No me importa quién de ustedes lo haga, o cómo, pero tienen que poner fin a esto inmediatamente. ¿Está claro?

—Sí, señor.

Así que lo único que necesitaban en ese momento era que Knight hiciera una llamada: una llamada a cualquiera. El Destructor del Sello sonrió para sí. Tenía cierta, ¿qué? ¿Ironía? No. Simetría. Eso era. Recordó como si fuera ayer cuando le dio el mismo modelo de móvil al padre Edward Knight.

—Lo necesitará, allá donde va —le había dicho al sacerdote con una sonrisa.

Y así había sido, en cierto modo. Sin el teléfono nunca habrían logrado sus coordenadas de una manera tan precisa ni habrían dado con él. Y ahora su hermano…

Móviles, pensó mientras sonreía con añoranza. ¿Qué haríamos sin ellos?