21
Steve Devon alzó la vista de la pantalla de su portátil, que mostraba un vídeo casero de baja resolución en una ventana de cinco centímetros. A continuación, echó la cabeza hacia atrás y se rió con deleite.
—¡Sí! —dijo por el móvil—. Lo estoy viendo ahora mismo. ¡Ha sido increíble!
—Acabo de verlo, ¿sabes? —dijo su hijo—. Fue igual que lo que dicen los entrenadores cuando hablan de ver bien la bola. Podía verla, desde el montículo del lanzador hasta el home. Tan pronto como salió de sus manos la pude ver. ¿Es una locura o qué?
—Supongo que a veces pasa —dijo Steve, sin dejar de sonreír mientras le daba otra vez al botón del play del RealPlayer—. Estoy muy orgulloso de ti, Mark. Hace un mes no habrías podido batear esa pelota. ¡Y ahora mírate! Tu postura es muy buena, tu concentración. Todo. ¡Uau! Mira esa bola. A juzgar por la cara del lanzador parece como si hubiesen cancelado las Navidades por siempre jamás.
—Me sentí bastante mal por él —dijo Mark.
—Ya tendrá su día —dijo Steve—. Este era el tuyo. Lo has hecho muy bien, hijo.
—Gracias, papá.
—Pásame a mamá, ¿quieres?
—Claro. Te quiero, papá.
—Y yo a ti, Mark. Y, ¿Mark?
—¿Sí?
—Disfrútalo. Te lo has ganado.
—Gracias, papá.
Se escuchó un clic y algunas voces de fondo, y después la voz de una mujer.
—¿Es impresionante o no?
—Es genial —dijo Steve—. Gracias por mandármelo.
—Lamento que no pudieras verlo. Ha sido el primer partido que te pierdes.
—Bateará más la próxima vez.
—Te echamos de menos —dijo contenta, pero también con ternura.
—Yo también —respondió—. Oye, he estado pensando. ¿Quieres que reserve una semana en el apartamento? Solos los tres.
—Es una gran idea. ¿Cuándo crees que podrás?
—Debería estar en casa a mediados de semana. Para finales de mes como muy tarde…
El móvil que tenía en el otro bolsillo sonó.
—Espera un momento —dijo—. Es de la oficina. Te llamo ahora mismo.
—Vale —dijo ella—. Te quiero.
Colgó y sacó el otro teléfono. Pulsó la tecla verde del teléfono.
—Aquí Guerra —dijo.
—Tengo al contacto de las armas en la otra línea —dijo el Destructor del Sello—. ¿Qué necesita?
—Una Heckler & Koch Mark 23. Y un revólver Taurus 415 de cinco disparos con una pistolera de tobillo.
—¿Eso es todo? ¿No quiere su equipo?
El jinete del caballo rosillo rió.
—Si no puedo hacer este trabajo yo solo, tendrá que plantearse reemplazarme.
Tan pronto como el Destructor del Sello colgó, Guerra volvió a pulsar el botón verde del otro teléfono.
—Hola, cielo. Soy yo de nuevo. Sí, acerca de lo del viaje a la playa…