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Aquel día se estaba tornando muy extraño. Thomas había cubierto toda la gama posible de emociones, desde el impacto por la muerte de su hermano, pasando por la extrañeza que le provocaba abordar los restos de su vida hasta la ira y humillación por la pelea con aquel hombre que había dicho llamarse Parks. En ese momento estaba incluso más desconcertado, más a la defensiva y más indignado, pero también estaba asustado.

—No se andan con tonterías con lo del terrorismo —dijo Jim una vez se hubieron marchado—. Ya no.

Tenía razón. En un pasado no demasiado remoto esa noche habría sido objeto de miles de comentarios socarrones acerca de lo absurdo de las preguntas de aquellos hombres, pero no en ese momento, no cuando en esos momentos todo el país se estremecía cada vez que alguien dejaba una bolsa desatendida. Thomas murmuró su irritación y exasperación ante todo aquello, pero lo cierto era que estaba muy alarmado.

Ambos hombres rondaban los cincuenta años de edad, llevaban trajes sobrios y eran muy cautos. Uno de ellos, un tipo con los ojos entrecerrados que se había presentado como Kaplan, parecía tenso, siempre mirando a su alrededor, un muelle físico y mental. El otro fue el que habló la mayor parte del tiempo. Su nombre era Matthew Palfrey y sonreía todo el tiempo, como para tranquilizarle, pero lo cierto era que conseguía lo contrario. Quizá esa era la idea.

Le habían preguntado por las «simpatías» de su hermano, si su sensibilidad religiosa le había llevado a relacionarse con líderes religiosos fuera del catolicismo. Le preguntaron si Ed tenía amigos o compañeros de ascendencia árabe y si guardaba un ejemplar del Corán en su habitación. Le preguntaron si había tenido acceso a sumas importantes de dinero o si había recibido alguna vez adiestramiento con armas, una cuestión tan fuera de lugar que en cualquier otra circunstancia Thomas se habría echado a reír. Le preguntaron cuánto sabía acerca del paradero de su hermano en los últimos seis meses y si Ed había sufrido lo que ellos llamaron «una crisis de fe». Thomas recordó el «De Profundis!» de la postal con su deje de desesperación, pero negó con la cabeza.

A continuación, muy educadamente, llamándole siempre «señor» de esa manera con la que algunos agentes intentan reforzar la impresión de que son ellos los que tienen el control, empezaron con Thomas. Habían observado en él un historial de «opiniones disidentes» y «creencias contraculturales». ¿Se había acercado a gente que defendía el uso de soluciones violentas a los asuntos que le eran más cercanos? ¿Había estado alguna vez en Oriente Próximo? ¿Se relacionaba con gente que sí había estado allí?

Todo aquel encuentro había sido surrealista, y en un par de ocasiones Thomas había deseado (de nuevo) echarse a reír, pero había otra parte de él que quería que la tierra se lo tragara hasta que se marcharan de allí, aunque no podía decir si eso se debía a que temía por él mismo o por las cosas en las que podía haber estado implicado su hermano.

Pero era imposible que Ed tuviera algo que ver con terroristas. Completamente imposible.

¿Lo sabía con certeza? ¿Conocía algún detalle importante acerca de su hermano durante los últimos seis años?

La única vez que rió fue cuando se pusieron en pie para marcharse y él, armándose de una actitud desafiante que no sentía, quiso saber qué había provocado tan absurdo interrogatorio.

—Lo lamento, señor —dijo Kaplan—. Eso es información clasificada.

Y ni siquiera entonces la risa de Thomas había sonado verdadera, porque si el mundo se había desviado hacia el terreno de semejantes clichés televisivos, sí que debía estar preocupado. Y mucho.

—¿Cómo murió mi hermano? —preguntó.

—Eso sigue siendo investigado.

—Entonces, ¿no van a decirme nada? —dijo.

—No se nos permite dar ningún detalle en este momento —dijo Palfrey, el del rostro sonriente.

—¿Descubriré algo más si cojo un vuelo a Manila?

Solo estaba siendo displicente para intentar ponerlos a prueba y ver hasta dónde estaban dispuestos a llegar, aunque también sabía que estaba sin trabajo, por lo que un viaje a Filipinas era poco probable, pero no imposible. Le pareció intuir cierta vacilación antes de que el otro hombre hablara.

—No le dejarán entrar en el país —afirmó Palfrey.

Thomas lo miró.

—Y si lo hicieran —dijo el otro sin el más leve atisbo de emoción—, nosotros iremos a recogerlo en cuanto ponga un pie aquí.

—Y, señor —añadió Palfrey—, le aconsejo que no hable de este asunto con nadie. La investigación sigue en curso.

Qué era exactamente lo que estaban investigando o a quién, no lo mencionaron.