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Thomas, ensimismado en sus pensamientos, bajó a trompicones por Cardo IV en dirección hacia la salida. Si su hermano había estado trabajando en la simbología de los primeros cristianos y su presencia en Pompeya y Herculano, ¿qué podía haber descubierto o hecho que lo hubiese puesto en peligro? La cruz de la habitación de la planta de arriba parecía perfectamente ortodoxa, al igual que la inscripción del «Padre nuestro» (si es que era eso) en el «cuadrado mágico» de Pompeya. Quizá fuese material de interés para historiadores y demás, pero en ningún caso podría tratarse de un descubrimiento para ellos. Fue deambulando con desgana de casa en casa, por thermopolia y termas con sus mosaicos de divinidades marinas y peces de aspecto extraño.

En el exterior del recinto se detuvo un segundo para ver si podía divisar desde allí a la hermana Roberta. Su estancia en la casa del Bicentenario había socavado gran parte de su entusiasmo por estar solo. El hábito marrón de Roberta tendría que resaltar en un kilómetro a la redonda a pesar incluso de los grupos de turistas y autobuses llenos de niños de las escuelas locales. Estaba escudriñando la calle que tenía ante sí cuando un hombre salió de un edificio situado a pocos metros enfrente de él. Iba mirando un libro mientras caminaba y tenía la cabeza agachada, pero había algo en aquel pelo rizado y en aquella perilla…

¡Parks!

El hombre que había asaltado la habitación de Ed en Chicago, el hombre que había escapado de Thomas y Jim blandiendo una espada…

Thomas se metió a toda prisa en la entrada de la casa más cercana.

Una parte de él quería enfrentarse a ese hombre, acorralarlo entre esa gente para que no pudiera hacer otra cosa que confesar. Pero tan pronto como se le pasó la idea por la cabeza supo que no conseguiría nada y que echaría a perder lo que parecía ser la única ventaja que Thomas había conseguido hasta el momento. Miró de nuevo a la calle. Parks seguía allí, mirando su libro. Llevaba colgada del hombro una bolsa de nailon grande, lo suficientemente grande como para llevar un arma.

Otro motivo para mantener las distancias.

Thomas se guareció de nuevo en la casa y, para mayor seguridad, entró en la siguiente habitación, donde había un mosaico deslumbrante en la pared, una especie de altar con Neptuno y Afrodita en vivos tonos azules y verdes. Cuando miró de nuevo hacia la calle, Parks se estaba alejando a paso resuelto. Thomas lo siguió, permaneciendo cerca de las entradas de las casas, presto a guarecerse tras las diminutas sombras que el abrasador sol permitía.

No podía ser una coincidencia. Parks lo estaba siguiendo o (al igual que Thomas) estaba volviendo sobre los pasos de Ed.

En Decumanus Inferior, que bisecaba la parte excavada de la ciudad, Ben Parks (o como quiera que se llamara en realidad) giró a la izquierda. Thomas, que se mantenía a unos treinta metros de distancia de él, aceleró el ritmo. El otro hombre se detuvo en la calle y le dio la vuelta al libro. Estaba siguiendo un mapa.

Entonces no conoce el lugar mucho mejor que tú.

A continuación reanudó la marcha. Estaban acercándose a los límites de la excavación por el sudeste. Por encima de él, Thomas pudo ver la rampa por la que había accedido al emplazamiento. Parks atravesó algunas ruinas laberínticas apuntaladas con andamios, un movimiento que lo situó justo al borde de la excavación.

Thomas echó un vistazo a su mapa.

¿Adónde demonios va?

Cuando alzó la vista, Parks había desaparecido.

Thomas corrió al punto donde lo había visto por última vez. A su izquierda estaba lo que su mapa llamaba Palestra, un enorme espacio abierto con una columnata en el lado noroeste y un espacio ceremonial con una mesa de mármol que podría haber sido un altar. Justo encima estaba la pared rocosa de la excavación de la antigua ciudad clásica con las casas de la ciudad moderna justo encima, y tras él había varias excavaciones en dirección descendente. No había ni rastro de Parks.

Thomas soltó una palabrota y siguió moviéndose alrededor de la zona, mirando sin cesar a su alrededor. Según el mapa, se encontraba justo a la izquierda de algo que (ahora que lo estaba mirando) formaba una cruz en el terreno con una línea de puntos. Thomas miró a su alrededor en busca de alguna estructura de tamaño considerable que se le hubiese pasado desapercibida, pero solo estaba el precipicio de piedra que se alzaba hasta la rampa de entrada. Miró de nuevo el mapa. De acuerdo con la escala de este, el edificio en forma de cruz debería ser grande: cuarenta y cinco o cincuenta y cinco metros de largo.

Entonces, ¿dónde está?

Caminó un poco más, preguntándose por qué la cruz estaba señalada con una línea de puntos. ¿Significaba eso que eran solo cimientos, que quizá pertenecían a un asentamiento anterior? Quizá, pero eso no le servía para saber adónde había ido Parks.

Entonces lo vio. A su derecha, delante de él, había una entrada rectangular y oscura en la zona inclinada, apuntalada a ambos lados con lo que a todas luces parecían soportes de hormigón.

Se dirigió con cautela hacia la entrada. En esa zona no había muchos turistas y era extrañamente silenciosa, razón por la que probablemente se sintió de repente vulnerable. Todavía podía irse. Marcharse y esperar a que Parks volviera a hacer acto de presencia en otro lugar populoso.

Lo cierto era que a Thomas nunca le había gustado la oscuridad ni los sitios cerrados donde no se podía ver quién compartía las sombras con uno. Al poco tiempo siempre comenzaba a sentir como si le faltara el aire…

No.

Ed había señalado ese lugar en sus anotaciones y en ese momento Parks también estaba metiendo sus narices. Tenía que ver qué había dentro.

En el interior no había ni rastro de Parks.

Era mucho más grande de lo que se había temido, y era frío y oscuro: una cueva, aunque Thomas dudaba que siempre hubiese sido así. La roca que tenía sobre él era toba volcánica, del color gris moteado que la lava adquiría al enfriarse. En el año 79 d. C., ese lugar había sido un espacio abierto al igual que las calles del exterior. Pero, a diferencia de las calles y las casas, esa parte no había sido despejada debido a las construcciones que tenía encima, por lo que las excavadoras habían excavado al nivel del terreno antiguo, abriendo una cueva en lo que otrora había sido una soleada extensión.

Pero ¿una extensión de qué?

Resultaba difícil responder a eso. No había luz artificial. El túnel avanzaba por el interior mientras el techo de la roca se elevaba hasta formar una bóveda irregular, y allí, en el centro, había un cuadrado acordonado con un mosaico blanco y negro que se extendía a lo largo de varios metros. Había una extraña escultura de bronce, quizá una fuente, ya verduzca, y resultaba difícil determinar sus rasgos con tan poca luz, aunque parecía serpenteante y con muchas cabezas. El mosaico estaba gris del polvo, aunque Thomas pudo distinguir un ancla, un hombre que parecía bucear en el agua y un extraño pez con unas aletas delanteras de gran tamaño.

Miró con los ojos entrecerrados el contorno de la cruz sobre el mapa. ¿Podría haber sido una piscina?

Y entonces Thomas escuchó pisadas en la tierra pedregosa a sus espaldas. Alguien estaba entrando en el túnel.

Se volvió.

Era Parks.

Thomas se adentró más en la cueva, consciente de que solo había una entrada. Estaba atrapado en la oscuridad.