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—¿El nombre Beta Analytics le dice algo? —le preguntó Thomas.

—Sí —contestó Deborah—. Es un laboratorio de Florida. El museo utilizó una vez sus servicios cuando el CAIS en Atenas estaba colapsado de trabajo. Son rápidos.

—¿Qué tipo de pruebas realizan?

—Datación radiocarbónica. ¿Por qué?

—Entonces Watanabe estaba intentando determinar la época de algo. ¿Qué significa BP?

Before Present —dijo Deborah—. Es una escala de tiempo para determinar si un acontecimiento ocurrió en el pasado. Aunque realmente quiere decir «antes de 1950».

Entonces los números eran años contados hacia atrás desde 1950, más/menos 75.

—De acuerdo —dijo Thomas—, escuche esto.

Fue a mirar la columna de datos, pero en ese momento el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo de repente.

—Un segundo —le pidió a Deborah mientras ponía el teléfono en el escritorio—. ¿Sí? —dijo por el móvil.

Era Jim.

—Watanabe ha metido a Kumi en su coche. Puede que sepa quién es.

Thomas se puso en pie de un salto y se dirigió hacia la maltrecha puerta, cuando se le vino encima. Le golpeó en toda la cara y Thomas cayó hacia atrás, mientras Matsuhashi irrumpía en la habitación y se abalanzaba directamente contra él. La luz azulada de la pantalla del ordenador destelló brevemente junto con la hoja que blandía en la mano, y el móvil de Thomas salió despedido cuando los dos hombres chocaron.

Thomas estaba completamente sobrepasado por la situación. Matsuhashi era más joven, más fuerte y más diestro en peleas. Incluso sin el cuchillo habría sido demasiado para él. El estudiante lo sujetó con facilidad, se sentó a horcajadas sobre él, le sujetó los brazos con una mano y una rodilla, de modo que la mano que blandía el cuchillo le quedaba libre. Thomas no tenía con qué defenderse, salvo con su voz.

—Es demasiado tarde, Matsuhashi —le dijo en un tono innecesariamente alto.

El japonés miró el teléfono del escritorio, vio que estaba descolgado y lo colgó con una mano. A continuación cogió el móvil que se le había caído a Thomas, se lo guardó en el bolsillo y se dirigió al teléfono del escritorio. Marcó un número sin apartar la vista de Thomas.

—Está en un serio problema —indicó casi con tranquilidad.

Thomas se incorporó y se sentó, confuso.

—Y usted —dijo.

—Lo dudo —sonrió.

—Se lo dije —añadió Thomas—. Lo sé todo.

El estudiante paró de hablar y colgó el teléfono. Su expresión era difícil de interpretar, pero había algo, bajo el aparente entretenimiento de la superficie… ¿El qué?

¿Curiosidad? ¿Temor?

Quizá.

—Su jefe debería guardar mejor sus archivos y documentos —dijo Thomas mientras movía la muñeca sobre la que Matsuhashi se había arrodillado.

—¿Qué es lo que cree que sabe? —dijo el estudiante—. Si es interesante, quizá no le entregue a la policía.

¿La policía? Dadas las circunstancias, Thomas estaría más que contento con una detención por allanamiento. Pero había algo raro en todo aquello. Quizá Matsuhashi no lo sabía.

Y quizá quiera saber lo que has encontrado antes de rajarte el pescuezo.

—Ya le he dicho a mi amiga lo que he descubierto —dijo.

—No, no lo ha hecho —le rebatió Matsuhashi—. Calculé detenidamente mi entrada.

—Sabe lo suficiente como para hacer unas preguntas un tanto embarazosas —dijo Thomas.

—¿Acerca de qué? —Estaba comenzando a enfadarse, creyendo que Thomas tan solo intentaba engañarle.

Thomas señaló con la cabeza a los documentos que había sobre el escritorio.

—Resultados de dataciones radiocarbónicas —dijo.

—¿Y? —dijo Matsuhashi—. Hacemos pruebas de ese tipo todo el tiempo.

—¿En huesos europeos? —dijo Thomas. Era su oportunidad. La garganta se le tensó y notó cómo la boca se le resecaba.

—Esas pruebas todavía no se han realizado —dijo Matsuhashi—. Los huesos de la tumba están siendo preparados para las pruebas. Lleva su tiempo.

—No me refiero a esas pruebas, las que hará públicas a los medios. Me refiero a las que ya ha hecho.

—¿De qué está hablando?

—Compruébelo usted mismo —respondió Thomas—. Pruebas ya realizadas, cuyos resultados fueron enviados diez días antes de que se descubriera el enterramiento Kofun.

Matsuhashi se lo quedó mirando. Cogió los documentos lentamente del escritorio, con un ojo fijo en Thomas, y los estudió minuciosamente. Su rostro se ensombreció y entonces se quedó helado. Cuando alzó la vista todo el cuerpo parecía temblarle, estremecerse con una energía nerviosa. Parecía desesperado, presa del pánico y, cuando habló, se mostró desafiante.

—Podría ser cualquier resultado. Si está sugiriendo algún tipo de fraude…

—No son cualquier resultado —dijo Thomas—. Tienen que ver con dos cajas de huesos viejos importados, robados más bien, de Italia. Como la cruz de plata. Watanabe trajo consigo los huesos, pero no quiso meter los que no fueran lo suficientemente antiguos. La datación con carbono 14 lo revelaría con demasiada facilidad, y la mayoría de los huesos del Fontanelle son del Renacimiento y posteriores. Tenía que hacer una criba para encontrar los fragmentos más antiguos, así que los envió aquí y mandó hacerles pruebas para saber qué huesos eran lo suficientemente antiguos como para ponerlos en la tumba Kofun.

Matsuhashi no dijo nada, no lo estaba mirando. Estaba mirando los papeles con los ojos a punto de salírsele de las órbitas.

—Solo los huesos de cerca de mil años de antigüedad con respecto a la fecha presente serían lo suficientemente antiguos —explicó Thomas—. Esos son los que metió en la tumba.

Matsuhashi no alzó la vista. Estaba comprobando una y otra vez los números, hojeando la lectura de los gráficos, buscando algún error.

—Los otros datos —dijo Thomas señalando a las páginas con la fórmula y los resultados en milímetros— son de un sistema para determinar el origen racial de los huesos basado en mediciones, ¿estoy en lo cierto?

El estudiante asintió con tanta rapidez que Thomas apenas si se percató.

—Así que Watanabe escogió los huesos que eran lo suficientemente antiguos como para encajar en el periodo Kofun —dijo Thomas—, y luego hizo que midieran sus características craneofaciales para asegurarse de que fueran sin duda alguna europeos antes de enterrarlos.

—No es posible —objetó Matsuhashi sin alzar la vista—. Es un gran hombre. Y eso no puede hacerse.

—Deje que hable con mi amigo —pidió Thomas—. Creo que mi mujer está en peligro.

Pero Matsuhashi no parecía escucharle. El cuchillo seguía firmemente sujeto en su mano.

El coche aumentó la velocidad.

—¿Vive aquí? —dijo Kumi mientras observaba por la ventanilla un bosque de bambú alto y grueso como un poste telegráfico.

—Sí —se limitó a decir Watanabe.

No le creía. Las cosas habían ido tan bien hasta la llamada telefónica, pero después ella había notado que Watanabe se había encerrado en sí mismo. No la miraba, respondía solo con monosílabos cuando ella le preguntaba algo de manera directa y no hacía ya ningún intento de seducirla.

Sal del coche…