26

Thomas desayunó en la terraza que había en la última planta del Executive. Eran las nueve y solo había otro comensal, un estadounidense con aspecto atlético y trajeado que conversaba en inglés con un camarero que llevaba una camisa hawaiana. El camarero asentía y sonreía mucho, pero no parecía estar enterándose demasiado.

Thomas echó un vistazo al bufé de panes empaquetados, crackers y cosas untables (fundamentalmente mermeladas, Nutella y quesitos).

—Tiene que venir antes para pillar las cosas buenas —dijo el americano—. Pero aun así, tampoco tienen huevos ni beicon. Sin embargo, el café es bueno.

En ese momento el camarero se materializó.

—¿Capuchino, expreso? —preguntó.

—Capuchino —respondió Thomas—. Grazie.

Prego —contestó el camarero mientras volvía a su zona de trabajo, empotrada en el bucle de la escalera en espiral que conducía a las habitaciones.

—Al parecer, los italianos no deben desayunar —dijo el estadounidense sin que nadie le hubiera preguntado nada—. Es extraño, porque el resto de la comida es jodidamente buena. El desayuno es como una fiesta de té organizada por una niña de ocho años. Así que hágase una idea.

Thomas sonrió y se sirvió un poco de zumo y un trozo de bizcocho de ciruelas envasado.

—¿Está aquí por negocios? —dijo el estadounidense.

—De vacaciones —dijo Thomas.

—Hombre con suerte —dijo el otro—. Brad Iverson —dijo tendiéndole la mano—. Ordenadores. Pero no me dedico a la venta, así que quédese tranquilo.

—Thomas Knight —dijo Thomas mientras se tragaba su renuencia a tener conversaciones triviales—. Profesor de inglés.

—¡Uau! —dijo Brad—. Tendré que cuidar mi gramática.

—Yo no me preocuparía por ello —dijo Thomas.

—Me resulta familiar. ¿Ha estado aquí antes?

Thomas negó con la cabeza.

—Es mi tercera vez en seis meses —comentó Brad—. Todavía no he visto ni una maldita cosa en Nápoles que me haga desear venir aquí de vacaciones. Supongo que usted tendrá sus motivos.

—Supongo que sí —dijo Thomas.

—No me interesa demasiado la cultura, la historia, esas cosas. Me resultan aburridas. ¿No estuvo aquí en enero?

—No —respondió Thomas con paciencia—. Es la primera vez que vengo.

—¡Ah! —dijo Thomas—. Me recuerda a alguien… había un tipo al que me encontré un par de veces en un pequeño restaurante que había yendo para el puerto: la Trattoria Medina. Un sacerdote. Podía haber sido su hermano.

Lo dijo sin darle importancia, como una mera forma de hablar, pero hizo que Thomas se quedara helado.

—Podría ser —dijo—. Mi hermano estuvo aquí ese mes.

—¿Me está tomando el pelo?

—No —respondió Thomas—. ¿De qué estuvieron hablando?

—Ya sabe —dijo Iverson—, del estudio de la Biblia y esas cosas.

—Sí —dijo Thomas decepcionado, aunque tampoco estaba muy seguro de qué era lo que se había esperado.

—Una vez estaba con ese tipo japonés —dijo.

Thomas se levantó de la silla.

—¿Japonés? —dijo—. ¿Está seguro?

—Sí, ¿por qué?

—Estuve viviendo allí —dijo Thomas, como si se tratara de una mera coincidencia.

—Escuche —dijo Iverson mientras miraba su reloj—. Debo irme. Estaré aquí un par de días más. Quizá podamos tomarnos una cerveza algún día. Ya sabe, estadounidenses en el extranjero…

—De acuerdo —dijo Thomas mientras Iverson le daba una palmadita en la espada y se marchaba.

¿Iba a conseguir algo de interés de Brad? Parecía poco probable, pero tenía tan pocos caminos abiertos que tendría que continuar con ello. Sin duda merecía la pena indagar en el hecho de que Ed pudiera haber estado relacionado con alguien de Japón. Mientras tanto, tenía que concertar otra reunión. Para hacerlo, tendría que ganarse primero a su informante y no lo conseguiría si seguía mostrándose obstinado, si seguía transmitiendo todo pensamiento escéptico que se le pasara por la cabeza, todo enfado que sentía. Tendría que ser sutil.

A kilómetros y años de distancia, creyó oír reír a su ex mujer.