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10 de abril de 2036
Puerto de Barcelona
Las maniobras de atraque se prolongaron más de lo previsto debido a la intensidad del temporal. El Bass necesitó ayuda logística de la torre de control para maniobrar sin que la corriente lo arrastrara contra los buques que permanecían en los amarres.
Una niebla compacta cubría la parte marina y se adentraba hacia las profundidades del Mediterráneo, impidiendo la visibilidad a los tripulantes de la nave. Gracias a los radares sónicos, a un sistema de visión antiniebla y a la colaboración de los técnicos de tierra, avanzaron lentamente hacia el amarre.
En el interior del barco todos se preparaban para tomar tierra y acompañar a Ángela y a George en los días previos a la llegada de Apophis. Los cataclismos alrededor del mundo sembraban muerte y terror con su desbordada virulencia. La desesperación se adhería en la piel de la población, que apenas era capaz de intuir la desgracia que se cernía sobre ellos.
Llovía. El viento aullaba sombrío sobre los adoquines del puerto, donde un regimiento de soldados se preparaba para proteger a los tripulantes del barco. Entre las sombras los acechaban cinco mercenarios armados hasta los dientes que tenían órdenes precisas que cumplir. Y no iban a amedrentarse ante nadie.
Los primeros en descender de la pasarela cubierta fueron Ángel Ponsard y sus hijos, escoltando una camilla donde un chico, al que los esbirros reconocieron como Mick Harris, reposaba inconsciente. Detrás caminaban Mar Noguera, su marido Ron, su hija Cristina, Ray Jons y su mujer. Se abrigaban con gabardinas largas hasta los pies y capeaban el temporal con unos anchos paraguas que resultaban inútiles ante el aire huracanado que lanzaba ráfagas inclinadas. La mujer y el hijo de Orsson les venían a la zaga; ambos chorreaban y desafiaban la tempestad con pasos grandes y poderosos. Cerraban la comitiva Agustí Ponsard, su hijo Guillermo, Elena, el doctor y una camilla donde Carla, la hija de Ingrid y Agustí, se debatía entre la vida y la muerte.
En un movimiento rítmico, que más bien se asemejaba a una coreografía de danza que a un gesto militar, los soldados cerraron filas alrededor de cada uno de los recién llegados, protegiéndoles con sus vidas.
Los Visionaros, que se ocultaban en lugares estratégicos, se prepararon para iniciar el plan de ataque concebido por sus superiores. Sacaron los seguros de sus armas, las apoyaron contra su hombro y el dedo acarició el gatillo. Era importante colocar al enemigo en un sitio concreto.
Cuando restallaron los primeros disparos, los soldados respondieron con diligencia, disparando sus armas de manera controlada. Ningún proyectil podía alcanzarles al ir cubiertos con un traje antibalas de pies a cabeza, así que no dudaron ni un instante en ceñir un poco más el círculo para proteger a la familia Noguera. Los disparos se alternaron mientras el regimiento se movía en bloque hasta un punto estratégico donde estuvieran a resguardo de las balas.
Mientras se sucedía el fuego cruzado, nadie reparó en la arqueta que se abría bajo una de las camillas, justo en medio del círculo, ni en una figura de hombre que se deslizaba hacia arriba y se ocultaba bajo la cama portátil. Permaneció escondido mientras hacía un análisis de la situación con unos prismáticos de visión nocturna regulables. No tardó en cerciorarse de que estaban todos tan abstraídos con los tiros que nadie repararía en su cometido.
Sin salir de su escondrijo disparó dardos a las piernas de los protegidos. Contenían una droga inventada por Ingrid que atontaba a las víctimas y las confundía, como si su percepción de la realidad se difuminara entre ensoñaciones que ocultaban lo que sucedía a su alrededor. Los soldados se concentraban en los disparos y los Noguera quedaron a merced del esbirro, quien se levantó con agilidad, agarró al doctor Orsson y al hijo de Ingrid y se los llevó por los túneles del alcantarillado sin despertar sospechas.