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13 de abril de 1439

Machu Picchu

Gara llegó a la futura ciudad sagrada tras caminar junto a sus compañeras durante cuatro días por los senderos estrechos que trepaban por la montaña. El grupo lo componían seis mujeres custodiadas por tres hombres fuertes que debían escoltarlas hasta el lugar donde recibirían sus enseñanzas. Ellas eran las acallas destinadas a servir al Inca y al Willac Uno (sumo sacerdote), y debían recibir la formación pertinente, apartadas del resto de su gente, en un lugar sagrado donde el tiempo parecía detenerse.

Salieron de Llactapata cuatro días atrás. El gran dios Inti (el sol) les acompañó durante la mayor parte de la caminata que pasaba por los centros ceremoniales de Sayacmarca, Phuyupatamarca (la ciudad de las nubes) y Wiñay Wayna, siguiendo una senda que ascendía por la selva tropical. La cortina de arbustos de bambú se mezclaba con el musgo y las lianas de los árboles. La nieve en los picos era parte de la escenografía mientras atravesaban varias lagunas y recibían trombas de agua en momentos puntuales en los que las nubes decidían irrumpir y deshacerse completamente sobre la tierra.

Del futuro emplazamiento de la ciudad sagrada, un istmo entre dos montañas y dos fallas geológicas, emanaba una energía especial, como si todo el lugar presintiera la magia que se escondía en ese punto geodésico.

Gara respiró el aire denso y compacto que presidía los días en aquel pico andino donde sentía una energía que se internaba por su riego sanguíneo. El primer soplo le removió los largos cabellos negros, el segundo se enredó en su piel levantando el vello que cubría su cuerpo.

Cuando sus escoltas les enseñaron el recinto y las dejaron solas para que pudieran descansar, Gara se escabulló para inspeccionar de cerca el sitio donde el aire agrupaba su arrojo. Ella provenía de una larga lista de Garas, unas mujeres que descendían de una primera que vino de otra tierra.

Su antepasada transmitió a su nieta la historia de su viaje desde su lugar de nacimiento hasta allí, en busca del centro energético del aire. Ella era una mujer con el don de la profecía gracias a unos cristales en forma piramidal que su abuela utilizó para despertarlo en su interior. Sabía que debían pasar varias generaciones hasta que el punto energético les fuera revelado. Y entonces, la Gara que portara una marca en forma de rombo en el punto mismo en el que empieza la espalda, sería la responsable de erigir un monumento con cuatro vértices que designara ese descubrimiento.

La actual Gara presintió desde niña su papel, sabía que ella culminaría la misión desde que su abuela le contó la historia de su estirpe. Fue como si su marca de nacimiento se encendiera y le proporcionara la certeza de que así sería.

En ese instante, recorriendo la vasta explanada que se alargaba sobre uno de los picos más altos de los Andes, sintiendo las arremetidas del viento contra su cara, supo que estaba a punto de llegar al sitio exacto donde en el futuro una mujer de su linaje despertaría la fiereza del elemento aire para evitar una hecatombe. La emoción la recorría, como si una corriente eléctrica se propagara por su interior y encendiera unas cosquillas en su torrente sanguíneo.

Ascendió por una pequeña colina que se encontraba en la parte de la ciudadela destinada al culto religioso. Se sentía imbuida por una extraña sensación, como si el viento que se levantó le susurrara palabras. Podía escuchar el murmullo anunciador de los pasos que debía dar para alcanzar la cima, vocablos de otro tiempo que se unían para formar frases con un significado oculto.

Llegó a una planicie muy alta, donde el rugido del viento se convirtió en un sinfín de ráfagas intensas que la empujaban hacia atrás. A Gara le costaba caminar erguida, el vendaval le enganchaba los ropajes a la piel, le aplastaba la cara, le impedía dar pasos largos. Sin embargo, la chica desafió las inclemencias y avanzó zozobrando hacia el lugar de donde emanaban las palabras bisílabas.

La vista era magnífica, el sol presidía el cielo y las horas de luz todavía tardarían en consumirse. Gara levantó los brazos al universo, adoptando los salmos que brotaban del aire, dejándose llenar con la energía que fluía en aquella ubicación.

Un torbellino ensortijó todas las ráfagas. Era un pequeño ciclón que giraba alrededor de Gara, acompañándola en los cánticos. Ella se quedó inmóvil, con los ojos vítreos y la magia envolviéndola, como si penetrara por su epidermis y la llenara por dentro de un hálito especial.

Bajó los brazos a la altura del pecho y los mantuvo en posición horizontal. De ellos salió un rayo carmesí que impactó contra el torbellino y lo serenó. Las ráfagas de aire se dispersaron lentamente, tiñéndose de otros colores, dibujando una ciudad sagrada, unas construcciones que perdurarían a lo largo de la historia.

Justo en el lugar donde Gara se encontraba, el aire trazó una mole de granito compacta. Con ráfagas huracanadas talló la piedra, dándole una forma de prisma, con cuatro vértices que señalaban los puntos cardinales y debían contener los cristales para despertar la energía del aire.

El secreto de los cristales
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