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7 de febrero de 2036

BASS

Ángela llevaba cinco días inconsciente cuando despertó en mitad de la noche totalmente desorientada. Las olas mecían el Bass con un ronroneo suave, impactando contra el casco de manera lenta y sosegada. Los días de tormenta habían quedado atrás, ahora las estrellas resplandecían en un universo despejado y capitaneado por una inmensa luna llena que pendía sobre el barco.

Los últimos recuerdos con los que contaba la astrofísica terminaban en el momento en el que recolocó los cristales sobre la mesa formando una hilera vertical de cada uno de los elementos: tierra, fuego, agua y aire. Fue una experiencia única. Como si cada una de las gemas fuera capaz de desprender la esencia del elemento al que representaba y en su interior se arremolinara la fuerza de cada uno de ellos. Ángela sintió un terremoto recorriendo su cuerpo al tocar la tierra, las llamas quemando sus venas al tocar el fuego, un huracán contra su endeble cuerpo al tocar el aire y el discurrir del líquido por su interior al tocar el agua. Luego sintió un chispazo que la tiró al suelo.

Miró en derredor para ubicarse. No tardó en reconocer el contorno de un camarote que le era totalmente desconocido, pero la secuencia de hechos se sintonizó en su mente y entendió que estaba en el Bass.

Tras desperezarse, se levantó de la cama en la que George dormía apaciblemente a su lado y caminó lentamente hasta la ventana abierta al cielo.

—¿Ángela? —gruñó George—. ¿Eres tú? —Se incorporó y abrió la luz.

Ella se giró asintiendo con la cabeza, intentando recuperar las visiones que la asaltaron durante los días de inconsciencia.

—He visto algo importante que no consigo recordar. —Regresó a la cama y se sentó—. Lo único que tengo claro es que deberíamos mirar los dibujos en busca de alguno que represente el elemento tierra. —Suspiró—. Estoy segura de que debemos seguir el orden en el que coloqué los cristales sobre la mesa a la hora de activar los puntos de energía. Es importante hacerlo bien si queremos restablecer el equilibrio.

George se levantó con muestras evidentes de sueño y abrió uno de los cajones de la cómoda que decoraban la pared colindante con la puerta del camarote.

—Los tengo aquí —le dijo, recuperándolos—. ¿Quieres echarles un vistazo ahora?

Ángela asintió por toda respuesta.

—Estoy segura de que la respuesta está aquí. —Fue distribuyendo los dibujos por la cama—. Estas cinco pinturas son el camino hasta la cueva de Eva, la misma donde debemos colocar los últimos cristales, los que están en poder de tu madre.

George desvió la mirada un segundo.

—No seré capaz de hacerle daño si llega el caso, ni a ella ni a Dolly, o Ingrid, tal como tú la conoces. —Una lágrima se deslizó rebelde por la mejilla.

Ángela lo abrazó con ternura, reconfortándolo.

—Están trastornadas, George. —Lo acarició—. Ellas piensan que sus ideas son las correctas, que deben aniquilar la humanidad.

—No son tan malas —replicó él sin convicción—. Durante muchos años yo escuché los razonamientos de mi madre e intenté adoptar sus ideales, pero nunca llegué a comulgar del todo con ella. —Se soltó de los brazos de Ángela—. ¡No lo entiendes! Yo soy parte de Apophis, una de sus cabezas, y solo uno de nosotros tres podrá sobrevivir. Y yo no podré deshacerme de las otras dos, no seré capaz de apretar el gatillo. ¡Suerte que Dolly está detenida en Arizona! Quizás así ya no represente una amenaza y no debamos deshacernos de ella. —Suspiró profundamente—. ¡Ojalá sea capaz de reconocer sus errores!

Ángela lo atrajo hacia ella otra vez.

—Cuando llegue el momento, lo afrontaremos juntos, te lo prometo, pero ahora debes mirar las cosas con perspectiva. Tu madre os ha destrozado la vida a tu hermana y a ti. —Él se reveló contra sus caricias—. Tu hermana gemela está medio loca por culpa de su obsesión. Intentó poseerte y se valió de ti para utilizar sus poderes. ¡Deberás aprender a distanciarte de ella!

—Puedo sentir cómo crece su poder, su maldad, su fuerza. —dijo él, sin apartar los ojos de los dibujos—. ¡Mi madre cada vez es más fuerte!

—Estás a salvo —le dijo Ángela—. Cuando Mick te sometió al ritual en Londres recibiste el poder de mi estirpe. Ella no podrá poseerte.

—¿Y Dolly? Está medio loca, tú lo has dicho. —La miró con profundidad—. Pero es mi hermana y no la podía dejar en ese estado. Por eso la hice pasar por el ritual y se la llevaron a Arizona.

Ángela inspiró muy fuerte por la nariz y soltó el aire lentamente por la boca.

—Tu hermana se ha vuelto un monstruo sin consciencia —dijo compungida—. Ha matado a mucha gente y ha infectado a Mick. ¿No lo ves? Si se erige contra nosotros no nos quedará otro remedio que deshacernos de ella. Y no habrá servido de nada salvarla.

Un silencio sepulcral se instaló entre ambos, como si aceptar el peso de las palabras pronunciadas en aquel camarote equivaliera a aceptar la imposibilidad de salvar a Ingrid-Dolly.

—A mí me salvó pasar por el ritual —dijo George de repente—. No os he hecho daño ni he cambiado de forma de pensar. Estoy contento de haber perdido la conexión con mi madre. Quizás Dolly...

Ángela negó un par de veces con la cabeza.

—Ella no es como tú. Dolly, o Ingrid, decidió convertirse en una asesina, en cambio tú te has unido a nosotros y has luchado contra la posesión de tu madre. —Gesticulaba con las manos para enfatizar sus palabras—. Incluso cuando tu madre logró que te unieras a ella en el avión para poseer a Carla tuviste remordimientos.

—No acabo de entender cómo lo hace. —George empezó a recuperar la compostura—. Al principio nos necesitaba a Dolly y a mí, pero ahora es capaz de utilizar su poder en soledad.

—Ha aprendido a dominar sus dones y los ha aumentado con el ritual. ¡No olvides que ella tiene los cuatro cristales que faltan!

George se frotó los ojos para deshacerse de las últimas lágrimas que los humedecían y volvió a recorrer con la mirada los cinco dibujos que alfombraban la cama.

—Vamos a centrarnos en los puntos de energía. —propuso para cambiar de tema—. Por muchas vueltas que le demos no evitaremos lo que ha de pasar.

Miraron cada uno de los dibujos con atención, en busca de alguna pista que les indicara cuál de los cinco se refería al elemento tierra.

—Están fechados por detrás —expuso George—. Quizás los dibujaste por orden.

—No, estoy segura de que en ellos ha de haber algún detalle que nos indique a qué elemento van referidos. —Ángela no dejaba de examinar los trazos imprecisos que emborronaban los lienzos—. Recuerdo cuando pinté cada uno de ellos, incluso podría describirte el lugar y la hora exacta. Es como si con solo mirarlos pudiera regresar a ese instante concreto. Emanan un tipo de energía parecida a la de los cristales.

George los recorrió con las manos, imitando a Ángela, y la miró extrañado.

—Yo no noto nada.

—Es como si al pintarlos les transmitiera un paraje del pasado que custodian hasta que yo lo abra. —Lo miró con las pupilas brillantes—. Pero antes de eso necesitamos encontrar la secuencia correcta: tierra, fuego, agua y aire.

George no respondió, se quedó con la mirada fija en los dibujos.

—¡Es facilísimo! —dijo, agrandando los ojos—. ¡Los colores predominantes te dan la respuesta!

Ángela comprendió en ese instante la lógica infantil con la que había distinguido los cuatro elementos.

—¡Tienes razón! —Cogió uno de los dibujos—. Mira, en este domina el marrón, está claro que solo puede referirse a la tierra. —Lo colocó en el lado izquierdo. —Y, si te fijas bien, aquí puedes distinguir un vértice. —Entre varias pinceladas de tonos marrones se diferenciaban claramente dos líneas negras que formaban un ángulo recto, que, al ubicar el lienzo en posición vertical, apuntaban a la izquierda.

Ambos sintieron cómo la adrenalina se dispersaba por su organismo a una velocidad vertiginosa. El corazón alcanzó un bombeo inusual de sangre al acelerarse por la emoción que los embargaba. Era como reconstruir un puzzle que acechaba entre los dibujos desde la infancia de Ángela y ahora se revelaba como una información importante.

—Éste es el único que puede referirse al fuego. —George situó un dibujo con varios trazos rojizos en la parte superior—. Mira, lo pongo en posición vertical y también nos muestra el vértice hacia arriba.

Las manos de Ángela ya rescataban el que contenía la mayor concentración de azules. Acomodado en la esquina derecha, justo delante del que representaba la tierra, siguió con las manos las líneas que marcaban el ángulo que apuntaba a la derecha.

—Y este completa el rombo. —George relacionó el que exhibía el blanco como color predominante con el aire.

Ángela se quedó absorta con el único dibujo que se quedó fuera del rombo. Estaba formado por la combinación de los cuatro colores en las esquinas y en el centro solo se distinguían pinceladas negras que formaban una onda sinuosa. Fue como si esa línea ondulada saliera del dibujo y se proyectara en tres dimensiones. Ángela podía sentir el mal que emanaba de ella. El corazón le latió a un ritmo desenfrenado y el estómago se le agarrotó hasta dejarla paralizada. Los oídos le zumbaron, produciendo un agudo silbido que aumentó hasta hacerse insoportable. Podía escuchar la amenaza de la lengua bífida entre los labios de la víbora.

—¡Ángela! —repetía George asustado.

El cuerpo de Ángela estaba estático, como un muro de piedra. Los músculos tensos mostraban el grado de nerviosismo al que estaba sometida.

Como si una musa oculta acabara de susurrarle al oído cómo proceder, George le arrancó de los dedos aquella pintura a Ángela y la colocó en el centro del rombo que formaban el resto de lienzos.

—Si dejamos libre a la serpiente se desata el vacío, el caos. —Ángela seguía con la mirada fija en el dibujo del centro—. Los cuatro elementos y la serpiente son un todo que debe estar unido para mantener el equilibrio cósmico.

George adoptó un rictus de incomprensión mientras Ángela levantaba las manos hacia el techo e iniciaba una serie de salmos bisílabos. La astrofísica puso los ojos en blanco, la expresión de su cara era impasible, como si estuviera fuera de su cuerpo.

Un flujo carmesí se inició entre sus dedos, que bajaron lentamente hasta acariciar la pintura que representaba la tierra. La luz se apagó de repente, condenándolos a la iluminación parcial de la energía que se escapaba de las manos de Ángela al entrar en contacto con los trazos. Era como si se produjera una simbiosis entre ambos flujos energéticos: uno que emanaba de la pintura y otro que procedía de los dedos de Ángela.

Una retahíla de salmos se moduló en el camarote como si fuera una música silbante que envolvía el lugar en la bruma del misterio. Ángela se desplomó sobre la pintura ralentizando su latido cardíaco a una pulsación cada tres segundos.

El secreto de los cristales
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