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2 de febrero de 2036
BASS
Ángela suspiró al descender del helicóptero que los había traído al Bass. Vivía en tensión desde que una semana atrás Mick los llamó a Calella para informarlos de su última visión. El chico sabía que Rocío les descubriría y enviaría a un esbirro para seguirlos hasta el Bass. Lo vislumbró en una de aquellas secuencias proféticas que tanto lo asaltaban últimamente. Mick le describió a su madre el aspecto del hombre que iría tras ellos, su vestimenta, el coche que conducía, incluso el sistema de vídeo que lo conectaba con su jefa.
Por suerte Mick les avisó a tiempo para preparar un dispositivo de escape y capturar a su perseguidor. Pero el viaje hasta Zúrich para recuperar los cristales de la caja de seguridad y los posteriores cambios de destino para llegar al barco resultaron pesados y tensos, siempre atentos a si los volvían a descubrir.
Ángela y George abrazaron a su hijo con emoción. Mick estaba medio encorvado sobre la muleta, con un color gris enfermizo en la piel que pregonaba a gritos su estado de salud.
—¡Mamá! ¡Papá! —exclamó el chico con emoción—. ¡Os he echado de menos!
Tenía la boca torcida debido a la parálisis de la mitad izquierda de la cara y las palabras le salían atropelladas.
—Estoy tan contento de veros —insistió Mick con los ojos húmedos—. Cuando tuve la visión y descubrí las intenciones de ese tal Randolph, un poco más y me da un infarto. ¡Quería encontrarnos a todos y matarnos!
George ayudó a su hijo a caminar hasta la cubierta interior.
—Todo ha salido bien —le dijo—. Tenemos los rubíes, el dinero de tu abuela y nuestras conjeturas sobre la razón de esta locura.
El chico lo miró con cara de sorpresa, como si no calibrara por primera vez la existencia de un porqué a los sucesos.
Llegaron al comedor del Bass en unos minutos. Allí estaban Ángel, Agustí, Elena, Ray, Mar y Ron. Cristina y el doctor Orsson tenían prevista su llegada al día siguiente.
El comedor era una gran estancia rectangular rodeada de cristales con vistas al exterior que por todo mobiliario exhibía una mesa de mármol blanco y varias sillas negras de piel a su alrededor.
Tras saludarse efusivamente, Ángela les resumió la carta que descubrieron en Calella y las conclusiones a las que llegaron gracias a sus investigaciones.
—Si lo he entendido bien —dijo Ángel—. Mamá podía ver el futuro a pesar de que siempre lo negó. —Ángela asintió con la cabeza—. ¿Por qué lo ocultó? Es absurdo, nosotros ya sabíamos que ella poseía esa capacidad.
Su hermana se mordió el labio inferior.
—Fue un intento para que yo recapacitara. —Cerró los ojos un instante y volvió a abrirlos—. Pero no creo que eso sea lo importante a tratar aquí —dijo, desviando la mirada hacia la bolsa que llevaba George—. Hemos recuperado dieciséis de los veinte cristales originales. —Los colocó en cuatro hileras sobre la mesa—. Ocho estaban escondidos en los obeliscos, cuatro los tenía Ingrid y nosotros contábamos con cuatro más. Solo nos faltan los que están en posesión de Nicole.
—Como ya sabemos gracias a George, Nicole se sometió a una operación de cirugía estética que la convirtió en Rocío Ortiz, una mujer con nacionalidad mejicana, casada con Domingo Ortiz, uno de los narcotraficantes más buscados. —Mar miró un momento a George, quien asintió para corroborar sus palabras—. Tras toda una vida escondida en una hacienda de México, en un lugar cercano a Chiapas, sufrió un infarto y despareció del hospital donde la ingresaron. La localizamos a mitades de enero en Montenegro y se nos escapó.
George suspiró antes de asentir compungido.
—No he hablado con mi madre en dos meses... He intentado ponerme en contacto con ella en varias ocasiones, incluso he llamado a Domingo. Pero ha sido inútil, tampoco él me coge el teléfono.
—Ingrid también intentó localizarla sin éxito varias veces para matarla —apostilló Elena—. ¡Parece mentira! Es su madre. —Suspiró y le apretó la mano a Agustí por debajo de la mesa—. Estaba furiosa con ella y con su prima Emily, a la que vosotros conocéis como Inés. —Le dedicó una mirada circunspecta a Ángel.
Se quedaron unos instantes en silencio.
—¿Qué le habéis sacado al desgraciado que contrató mi madre para seguirnos? —preguntó George.
Mar jugueteó un poco con el pelo.
—Nada —replicó nerviosa—. La verdad es que tu madre se sabe cubrir bien las espaldas. Da las órdenes a través de emails muy difíciles de rastrear y mantiene a sus acólitos al margen de su localización. —Carraspeó—. Lo único que sabía ese tal Randolph era que la evacuación a los refugios está prevista para el día 13.
—Nosotros hemos llevado a los chicos del internado a un lugar seguro —apostilló Agustí—. El comando tiene a los guardias para interrogarlos, pero estamos en las mismas que con el croata, tienen información muy limitada.
En el exterior se escuchó el graznido de una gaviota.
—¿Qué hay de los refugios? —preguntó Ángela—. ¿Y de Ingrid? ¿Y de los hombres que capturasteis con ella?
Agustí exhaló un profundo suspiro.
—Ingrid está en su camarote medio loca —apuntó, con una expresión sombría—. A ratos vuelve atrás en el tiempo y pregunta por nosotros, como si no hubiera pasado nada, pero tiene otros momentos en los que recuerda sus maldades.
—¡No está loca! —Mick se exaltó—. Ya te lo he explicado, tía Ingrid está luchando contra la serpiente, no quiere que la posea. —Contrajo todos los músculos de la cara en un rictus de contrariedad—. La única manera de ayudarla es hacerla pasar por el ritual, pero las consecuencias pueden ser imprevisibles.
Ángela abrazó a su hijo cuando descubrió su ojo útil vidrioso.
—No pude hacerlo —sollozó Mick—. Fui yo solo al camarote con cuatro cristales y no fui capaz de hacer lo único que podría librarla del sufrimiento.
—Ella te inyectó el nanovirus que te matará si no encontramos un antídoto. —Ángela lo consoló con pequeñas caricias en el pelo—. Es normal que mostraras reticencia.
—Pero si mi abuela Nicole consigue poseerla se hará más fuerte —replicó Mick—. Y no podemos permitir que eso suceda.
—Está bien, hijo —Ángela lo apartó un poco de ella y lo miró a los ojos—. Mañana te acompañaré al camarote y lo haremos juntos, entre todos estaremos preparados para controlar la reacción de Ingrid.
Ron se frotó la frente.
—En cuanto a sus amigos —dijo—, los llevamos junto a Isaac a una cárcel federal acusados de varios delitos. —Se mordisqueó las uñas—. Tras un interrogatorio en toda regla, obtuvimos una información similar a la que ya nos proporcionó Elena.
Ángela asintió con la cabeza antes de escuchar las palabras de Ray.
—Ahora conocemos la ubicación de los refugios, cuáles controla Ingrid, cuáles Nicole, y sus características. —Ray hizo una pausa para recuperar el aliento—. La semana pasada envié un email a todos los seguidores de Ingrid explicando que ya nadie iría a los refugios, que estábamos equivocados en cuanto a Apophis y que no se preocuparan, que no impactaría contra la Tierra. Les ordené a todos los simpatizantes de la causa que se presentaran el día 13 de febrero en un lugar apartado del que informaríamos tres días antes para permitirles viajar sin prisas. Además, les pedí a los hombres que custodian los refugios de Ingrid que doblaran sus esfuerzos por protegerlos de Nicole.
—Isaac sabía dónde estaban los refugios. Emily, a quien vosotros conocéis por Inés, es muy desconfiada y nunca me lo contó. —añadió Elena—. Son lugares enormes construidos bajo tierra, parecidos a una ciudad. Tienen pequeñas dependencias para que sus habitantes vivan con intimidad, con baños comunes y una única cocina de grandes dimensiones. En todos ellos se instalaron los sistemas energéticos inventados por Agustí para proporcionar calor y electricidad. Hay huertos regados con el agua de ríos subterráneos y expuestos a unos generadores que imitan la luz solar. También instalaron laboratorios para que la próxima generación de humanos sea alterada genéticamente y se adapte al medio.
—¡Están locos! —Ángela, a pesar de conocer las intenciones de sus enemigos, no pudo reprimir sus palabras—. ¿Cómo deciden quién va a ir allí?
—Hay una lista confeccionada —contestó Elena—. Pero ahora ha cambiado todo, Rocío solo controla tres refugios y supongo que ha reducido los nombres a la capacidad de esos tres.
—Necesitamos capturarlos a todos si queremos evitar una resurrección de su causa en el futuro —inquirió Ray.
Mar se recolocó en la silla y carraspeó.
—Los cuerpos de la ley de todos los países están informados de la situación —explicó—. Se han construido unas instalaciones carcelarias en medio del desierto de Arizona para albergar a los hombres y mujeres que lleguen tras la citación del email. ¡Esos locos deben acabar sus días entre rejas!
—Se han creado varias alas —añadió Ray—. En una de ellas están instalados los niños del internado. Debemos convencerlos a todos de la realidad antes de dejarlos en libertad si no queremos que se conviertan en una amenaza.
—¿Qué va a pasar con los que vayan a los refugios de mi madre? —preguntó George, intrigado.
Ray esbozó una amplia sonrisa.
—He conseguido hackear los ordenadores que requisamos en el internado con ayuda de Elena. —Le guiñó un ojo a la chica—. Y mi nuera Mar se ha encargado de enviar a varios grupos de asalto para hacerse con el control de los refugios sin levantar sospechas.
—Capturaremos a todos los que lleguen allí y los trasladaremos a Arizona —añadió Mar.
Se quedaron un instante en silencio. Acababan de despejar varias incógnitas y todos sabían que llegaba el momento de encarar la recta final de su aventura.
—Deberíamos decidir nuestro próximo destino —dijo Ángela con marcado nerviosismo—. Queda poco más de dos meses para la fecha de colisión, debemos activar los puntos de energía y evitar que se salgan con la suya.
Acarició los cristales que estaban sobre la mesa. Emitían un leve cosquilleo que se introducía por su epidermis, se fundía con el torrente sanguíneo y le producía una sensación extraña en todo el organismo.
—Tenemos los dibujos que nos pediste. —Agustí señaló una carpeta en una esquina de la mesa—. En todos ellos pintaste una serpiente dentro de un rombo en la esquina inferior derecha.
Ángela estaba abstraída. Se frotaba los dedos de la mano derecha, con los que acarició las gemas en forma piramidal, en ellos se iniciaba el incontenible cosquilleo que le subía de los pies a la cabeza y se precipitaba vertiginosamente sobre sus pensamientos. Fue como si acabaran de enchufarla a la corriente y reiniciaran un sistema olvidado en su mente.
Miró otra vez los cristales que se alineaban en cuatro hileras de cuatro sobre la mesa, formando un cuadrado, la misma forma geométrica que, mirada desde otra perspectiva, se convertía en un rombo.
—Tierra, fuego, agua y aire —dijo en un susurro—. Los cristales son emisores de cuatro tipos de energía.
Sus compañeros la miraban sin entender su reacción. Estaba quieta, con los ojos vítreos, las manos levantadas sobre las gemas y una expresión ausente.
Ángela sintió cómo el vacío se extendía por su interior, necesitaba desterrar los pensamientos, dejar la mente en blanco para descubrir el secreto de los cristales.
—Tierra, fuego, agua y aire —repetía como un mantra mientras desplazaba las palmas abiertas sobre los rubíes, a unos tres centímetros de ellos, para empaparse con la energía que desprendían.
Era como si sus sentidos se llenaran con la esencia de aquellos cristales que poseían la consciencia elemental de su cometido. La ausencia de pensamientos se convirtió en una blancura donde los cuatro elementos se sobreponían.
—Tierra, fuego, agua y aire...
Empezó a tocar cada una de las gemas con las manos, lentamente, sin prisa. Dejó que la energía que emitían penetrara por su piel y la llenara con una exhalación cálida. Poco a poco, fue distinguiendo las cualidades de cada una de ellas.