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20 de diciembre de 2035

Una isla del Pacífico

Elena llevaba quince días de cautiverio en la isla y empezaba a dudar de su lealtad a la causa. Desde que nació en 2006 en una pequeña localidad rural de Cataluña, sus padres le habían inculcado el ideario de Los Visionarios. A pesar de que la organización liderada por Ángel Ponsard pasó a la historia, Rocío se ocupó de mantener vivas las creencias que los llevarían a seguir luchando.

A los seis años la enviaron interna a una escuela perdida en medio de los Pirineos franceses a estudiar junto a su hermana y los hijos de los seguidores de Apophis que quedaban. Los profesores, grandes adeptos a las ideas de Rocío, presentaban a Ángel Ponsard como un mero peón en la verdadera misión de los descendientes de Ruth. El momento del impacto del meteorito se acercaba y ellos debían velar para que se cumpliera el destino de la humanidad.

Elena vivió sus veintinueve años de edad sin cuestionarse en ningún momento la razón que la impulsaba a seguir las órdenes de Rocío. Al salir de la escuela, se encaminó a la universidad de la mano de Los Visionarios, y al terminar los estudios entró a trabajar en una empresa de informática con la intención de servirlos lealmente. Cuando el mes anterior su hermana tomó partido por Ingrid, Elena la siguió con los ojos cerrados, como si su voluntad no le perteneciera.

En su actual situación no paraba de preguntarse la razón de todo aquel despropósito. En la isla la drogaron con una substancia no agresiva que la obligó a revelar los secretos más íntimos de su vida. Lo contó todo, cada instante de su historia, cada decisión, cada idea del pasado y, a medida que sus labios la verbalizaban, su mente procesaba los datos desde otro ángulo. Estar junto a Agustí y Ray, obligada a ubicar las cámaras de seguridad que controlaban a Ron, le reportó una nueva visión de la realidad. Ellos actuaban sin jefes ni presiones, con camaradería, sin miedo.

Elena se levantó de la cama. Estaba encerrada en una habitación confortable con vistas al fondo del océano. Contempló los animales marinos que nadaban tranquilos bajo el agua y las lágrimas aparecieron de repente, como si todos los años de oscuridad acabaran de eclosionar en un presente exento de obligaciones. Repasó sus sentimientos y sus creencias con objetividad por primera vez en su vida y se dio cuenta de que los razonamientos de Agustí eran los correctos. En el fondo no quería admitir que en esos pocos días de roce se había enamorado perdidamente del marido de su jefa y que, muy a su pesar, eso inclinaba la balanza de su lealtad. Caminó hacia el interfono que descansaba en la pared y pulsó el botón.

El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando Agustí abrió la puerta de la habitación. Estaba un tanto perplejo ante el comportamiento de Elena los últimos días. Al principio se mostraba tosca, agresiva e inflexible. Les costó dos días decidirse a suministrarle el suero de la verdad para descubrir la información que ocultaba. Al escuchar toda su historia, Agustí no pudo reprimir un sentimiento de pena por ella. Se había pasado toda la infancia encerrada en un colegio donde le inculcaron unos ideales preparados para crear adeptos, para luego saltar a las órdenes de Rocío, siempre a la estela de su hermana mayor.

—¿Querías hablar conmigo? —enarcó las cejas para enfatizar su desconcierto.

Con un suave movimiento de cabeza, Elena asintió.

—Necesito entender algunas cosas —anunció en tono neutro—. ¡Todo esto me sobrepasa! Llevo toda la vida creyendo que estaba en el bando correcto y han bastado unos días a vuestro lado para que dude de todo.

Agustí se sentó en una de las dos sillas que se apoyaban en el escritorio donde Elena se pasó los últimos días escribiendo los datos relevantes que se le ocurrían bajo los efectos de la droga de la verdad.

—Eso no es malo, Elena. —Agustí esgrimió un rictus tierno—. Dudar es necesario para decidir libremente.

—Eso es lo que me ha faltado durante toda la vida: libertad. —Le dedicó una mirada cargada de significado—. Pero tampoco puedo renegar de mis creencias de la noche a la mañana. No sé si estoy preparada para aceptar tu versión.

Agustí descubrió que sus ojos se demoraban en la masa rebelde de pelo caoba que caía ondulada hacia sus hombros.

—Yo no te pido eso. —Desvió la mirada a la ventana para esconder la realidad de sus sentimientos—. Solo quiero que escuches las dos posturas y decidas cuál es la correcta.

—Me llevaron a aquella fortaleza con seis años y sólo veía a mis padres en verano. Era un lugar lúgubre y oscuro donde los días pasaban entre obligaciones y deberes. Los profesores eran tan severos que no cabían los sentimientos. —Se lo quedó mirando, con los ojos encendidos—. Recuerdo cómo lo viví al principio, el dolor de verme separada de mis padres y encerrada entre esos muros exentos de cariño. Si desobedecías te metían en un agujero durante horas, sin atender a tus gritos ni lloros. Eso me convirtió en un monstruo sin consciencia ni decisión. Acaté sus enseñanzas como lo único real en esta vida y me doblegué ante la causa sin preguntarme nunca sobre sus cimientos.

—Te robaron la inocencia —dijo Agustí—. Igual que mi padre hizo con mi hermana. Son personas sin consciencia que se guían por unos ideales equivocados.

—¡No puede ser!

—Analiza sus enseñanzas. Cuando Apophis impacte contra la Tierra no habrá ningún lugar a salvo. La humanidad desaparecerá, y no acabo de entender la obsesión de Nicole o de Ingrid por consentirlo. ¿Qué ganan ellas?

—La salvación eterna. —Elena exhaló un profundo suspiro—. El renacer de una raza liderada por un visionario, una nueva era creada por ellos.

—¿Cómo? Los refugios que habéis construido no pueden proporcionaros alimentos ni luz ni energía. Si el meteorito causa una nube de polvo que envuelve el planeta la luz del sol no podrá llegar, entonces se destruirá todo rastro de vida conocida.

—Eso no es cierto. Tú inventaste un aparato que crea energía a base de piedras. En los refugios hay generadores que utilizan ese sistema, y las piedras seguirán existiendo. También se han creado invernaderos que ya funcionan desde hace años con cultivos de alimentos básicos. Además, tenemos reservas de carne para subsistir durante décadas.

—Pero tarde o temprano se acabarán.

—En la superficie habrá una glaciación. La mayor parte de los seres vivos desaparecerán, pero no te olvides de que hay algunos capaces de adaptarse a los cambios. Así que tendremos que cazar los que queden vivos o buscar los que se hayan congelado y estén en óptimas condiciones.

—¡Es una locura! Nicole quiere lo mismo que quería mi padre, son tal para cual. ¿Cómo se puede odiar tanto a la humanidad?

El secreto de los cristales
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