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2 de abril de 2036

Machu Picchu

El tren procedente de Cuzco se acercaba al pueblo de Aguas Calientes. En ese reducto apartado de las montañas andinas, en pleno corazón de Perú, parecía que el progreso se hubiera estancado. El tren era anticuado, con vagones obsoletos que no habían adoptado las nuevas tapicerías autolavables, luces halógenas que no se abastecían de energía solar, ventanillas que se abrían manualmente y sin la tecnología que proporcionaba acceso a Internet a través de pequeños portátiles en las mesas.

George contemplaba el paisaje con semblante pálido. Durante la madrugada del día anterior un comando armado había asaltado el Bass con la intención de apresar a toda su familia, pero gracias a los poderes de su hijo capturaron a los malhechores y conservaron su puesto de mando. Sin embargo, las pesadillas que asaltaban a Mick a cada momento le dejaban sin aliento, ¿su destino era morir a manos de su hermana?

El paradero de Ingrid era un auténtico misterio. Los hombres que habían apresado en el Bass eran mercenarios a sueldo y carecían de información fidedigna sobre las personas que los contrataron.

Al llegar a la estación, despertó a Ángela, que dormitaba con la cabeza apoyada sobre su hombro. ¡Qué lejos quedaba su vida de cantante famoso! Ese pensamiento le abordaba constantemente, como si fuera un mantra que lo hiciera enfrentarse a todos los cambios que habían sacudiedo su vida en los últimos meses.

—¿Ya hemos llegado? —Ángela levantó la cabeza despacio, intentando reconocer el lugar por los sonidos y el olor que exhalaba. Se tapaba los ojos con unas enormes gafas que impedían descubrir su mirada ciega—. Parece que hubiéramos dado un salto en el tiempo —dijo, apeándose del tren con la ayuda de George—. No hay ruidos ni contaminación, y se respira un silencio pacífico.

Él le describió el pueblo turístico donde recalaron. Se dirigían a la estación de autobuses que los llevaría a la ciudad sagrada de los incas. El autobús era la única manera de llegar a su destino, el gobierno peruano se negó a adoptar los nuevos medios de transporte como modo disuasorio de las muchedumbres. El turismo constituía una parte importante de sus ingresos, pero una avalancha constante de gente en Machu Picchu podría ser perjudicial para las ruinas y, a la larga, para el propio turismo.

En el autobús atravesaron el paisaje selvático en una ascensión hacia el collado rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu en la vertiente oriental de los Andes Centrales, al sur de Perú. La carretera zigzagueaba entre la espectacular vegetación tropical donde confluía lo andino y lo amazónico. Parecía que el cómputo de las horas y los días careciera de sentido en aquel lugar tan apartado del progreso y de la civilización.

—Machu Picchu, —explicó una grabación en inglés que se reproducía por los altavoces perfectamente integrados en el techo del autobús—, es un nombre que procede del quechua sureño y que significa Montaña Vieja. Es la designación contemporánea que se da a una llaqta, antiguo poblado andino inca, de piedra. Las ruinas incas se encuentran a 2.438 metros sobre el nivel del mar y ocupan una extensión de aproximadamente 530 metros de largo por 200 de ancho, contando con 172 edificios en su área urbana...

Ángela dejó de escuchar. Llovía, lo notó a las primeras gotas sin necesidad de utilizar sus ojos estériles. El repiqueteo en el cristal se unía a un olor característico de la humedad llenando la naturaleza que los envolvía. El aroma entraba por las rendijas de ventilación disimuladas en el techo del autocar y se enredaba en sus fosas nasales dejando que su imaginación llenara los espacios que la ceguera le negaba.

La presencia de Gara en esos parajes no le pasaba desapercibida. Era una muchacha de piel morena, con unos penetrantes ojos oscuros que emitían brillos amarillentos y una boca ancha que escondía una voz dulce y sensual. Sus largos cabellos negros se mojaban con la copiosa lluvia que se ensañaba con el vestido de flores que apenas ceñía una figura redondeada. Caminaba zozobrando hacia la cima de la montaña, acompañando a aquel autocar de turistas que traqueteaba por la selva y destruía la paz del paraje con su ronroneo.

Al llegar a las impresionantes ruinas de la Ciudad Sagrada de Machu Picchu, George agarró el brazo de Ángela y la ayudó a descender del autocar. Ella mantenía un porte rígido, estático; casi le costaba respirar y andar. La tormenta se ensañó con ellos hasta que George logró abrir el paraguas portátil que compró en la tienda turística de Aguas Calientes. Pero a Ángela no le importó estar calada hasta los huesos, en su mirada vacía podía descubrir la orografía del lugar tal como fue en la antigüedad. Veía a través de Gara, quien la guiaba hacia el centro exacto de la energía del aire.

—¿Adónde vas? —George corrió tras ella, tapándola con el paraguas—. ¡Ángela! —la increpó—. ¡Quieres decirme qué te pasa!

Pero Ángela no podía contestar. Era como si la línea del tiempo se hubiera doblado y uniera a las dos mujeres en un marco atemporal. Ángela recuperó la vista a través de Gara. Gara sentía un nexo inexorable con una persona del futuro, de un futuro muy lejano.

—¡Alto! —insistió George cuando su pareja inició el ascenso por los 78 escalones de piedra labrada que conducían a la Intihuatana—. ¡Ángela!

La siguió sin dejar de llamarla. No entendía cómo podía avanzar tan segura de sí misma sin utilizar el sentido de la vista. Era como si conociera cada palmo de aquel paraje, cada pequeño recodo de la escalinata de la terraza en forma de pirámide de base poligonal. La escalera sur, la que eligió para acceder a la cima, estaba tallada en una sola roca.

—Por favor, Ángela, dime qué está pasando —suplicó—. Necesito saber que estás bien.

Pero ella no contestó, ascendía los peldaños con la misma posición ausente. Las gotas de lluvia le resbalaban por todo el cuerpo, mojándole los cabellos, la ropa, la piel. George intentaba cubrirla con el paraguas sin éxito. Los pies de Ángela parecían poseídos por una ingravidez que la ayudaba a avanzar muy rápido, como si no llegaran a apoyarse en el suelo antes de realizar un nuevo movimiento.

Llegaron a la cima en el mismo instante en el que un viento huracanado arrancó de la nada. Y la magia obró su milagro. Las ráfagas de aire borraron las nubes, justo en el lugar donde se encontraban ellos dos, condenado al resto de la ciudad a la tormenta.

- ¿Ves el dios Inti? —Gara alzó su brazo hasta unir su mano con la de Ángela—. La Intihuatana permite agarrarlo a la tierra y unir la lluvia con el aire que fluye de su punto energético. Es la iluminación que necesitan tus ojos cegados por el fuego. Agua, fuego, aire y tierra. Cuatro elementos unidos en una misma persona.

Ángela se adelantó hacia la piedra de la que sobresalía una especie de mini obelisco con los cristales preparados para colocarse en su lugar. Guiada por las manos de Gara, quien la acompañaba en su recorrido, localizó los vértices correctos. Tierra con tierra, fuego con fuego, agua con agua y aire con aire.

Los salmos brotaron de las dos mujeres presentes en el lugar mientras George distinguía la silueta de Gara recortada al lado de la de Ángela. Las dos mantenían las manos alzadas al cielo, con una posición rígida, estática, como si se hubieran solidificado en el lugar.

El rayo carmesí formó un rombo alineando los cuatro rubíes. Entonces la piedra emitió un rugido parecido al arrojo de un huracán y los cristales se deslizaron hacia el interior de los vértices, hasta que se quedaron incrustados en sus entrañas.

El aire se enredó en los cabellos de las dos mujeres. Era un viento fiero que les aplastaba la piel de la cara contra los huesos y levantaba ambas melenas creando nudos en ellas. George no podía moverse, estaba varado al pie de la colina, fuera del círculo de aire que rodeaba a Ángela y a Gara.

Cuando los salmos alcanzaron el cénit, las dos mujeres bajaron los brazos al suelo y el viento se unió en una columna que se concentró en la punta del monolito, fluyendo hacia las profundidades del universo.

El secreto de los cristales
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