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4 de noviembre de 2035
La Cerdaña
La sombra se alejó corriendo, acompañada por la ráfaga de balas asesinas que Mick disparaba sin tregua. Maldijo para sus adentros, reconociendo la victoria de aquellos desalmados. ¡La habían desarmado! Le dolía el brazo izquierdo debido al roce de un proyectil y tenía el traje desgarrado.
Temblaba de rabia cuando llegó al coche y se deshizo del disfraz en dos movimientos rápidos. El fracaso de la misión la condenaría a lidiar con la cólera de Rocío, con sus miradas frías y letales, con sus reproches. Y la sombra no quería enfrentarse de nuevo a esa sensación de derrota que le producía descubrir la decepción en la cara de su madre.
—¡Mierda! —escupió la palabra al parabrisas, como si el cristal pudiera resquebrajar su frustración.
Condujo a gran velocidad por la carretea para alejarse lo máximo posible de Ángela Harris y sus amigos. La casa de Ray estaba a las afueras de un pueblo francés de pocos habitantes, no muy alejada de Llivia, lo que la obligó a transitar por una carretera oscura y solitaria.
A lo lejos las sirenas de los coches de policía y la ambulancia ululaban a toda potencia. Tras la explosión, algún vecino alertó a las fuerzas de seguridad, que ahora se acercaban al centro neurálgico de la pelea.
Repasó frenéticamente la sucesión de acontecimientos que habían acabado por desbaratar su plan y la llevaron al coche sin nada para ofrecerle a su madre. Los cuatro habitantes de la casa habían saliedo a buscarla antes de que llegara, parecía como si la presintieran, como si desde el primer momento supieran que estaba ahí.
¿Cómo averiguaron que había una bomba en el coche? Quizás su madre había subestimado las capacidades de Ángela.
La mirada de reproche de Rocío se coló entre sus pensamientos para asestarle un golpe doloroso. Estaba segura de que su madre no escucharía ninguna de sus excusas y volvería a mostrar su decepción. También sabía que cuando le explicara que George estaba con Ángela, Rocío no reprimiría un ataque de cólera de dimensiones impredecibles y ella sería el objeto de esa cólera.
¿Acaso George no sabía a quién ayudaba? ¿Se había vuelto loco? ¿Los estaba traicionando? Sacudió la cabeza varias veces para desembarazarse de la sensación de impotencia y frustración que la invadían lentamente. ¡Lo había tenido a tiro! ¿Qué le impidió disparar contra George? ¡Ahora tendría a su madre en su lugar!
Tras recorrer unos treinta kilómetros encontró un pequeño recodo donde apagar el motor y quedar oculta bajo la copa de un árbol. No podía posponer más la conversación con su madre, pero tampoco deseaba admitir su fracaso.
—¡Joder! —gritó descargando un sonoro puñetazo en el salpicadero.
Toqueteó la pantalla táctil del ordenador de a abordo con una fuerte aceleración de sus sentidos. Su madre nunca le demostraba cariño, amor o ternura, era una mujer dura e inflexible, con una manera especial de asumir la maternidad. Y la sombra temía sus reacciones.
En menos de cinco minutos la cara de Rocío Ortiz llenó la pantalla con su magnetismo. El liderazgo de los Visionarios se lo ganó gracias a esa presencia ecléctica que imponía respeto.
—¿La tienes? —preguntó sin preámbulos—. ¿Tienes a Ángela?
Un tic involuntario se disparó en el párpado derecho de la sombra.
—Me esperaban —se disculpó tragando saliva—. ¡Sabían que iba a ir! He puesto la bomba en el coche para evitar que me siguieran y he rodeado la casa para entrar por la terraza, tal como planeamos. Cuando estaba a punto de forzar la puerta he escuchado la explosión del coche y he corrido hacia allí. ¡Eran cuatro! ¡Y no han tardado en desarmarme!
—¡Has vuelto a fallar! —Rocío lanzó ráfagas por los ojos—. Eres demasiado débil para afrontar una misión tan importante. Se acabó, te ordeno que vuelvas a tu casa hasta que contacte contigo.
Una corriente de ira poseyó a la sombra de repente, como si tantos años temiendo a aquella mujer acabaran de explosionar en una rabia implacable. No podía amedrentarse otra vez ante su presencia ni permitir que la hiriera de nuevo.
—Ni te atrevas a colgarme. —bramó con un tono de voz despiadado—. ¿Quieres saber qué me ha detenido? ¿Por qué han logrado que bajara la guardia? —hablaba a cuchilladas— ¡George estaba con ellos! ¿Me oyes, mamá? Tu querido George, el futuro líder de la causa, estaba con ellos. Y cuando lo he tenido a tiro he dudado, porque yo sí tengo sentimientos. —Apretó los labios en un gesto dolor—. Él me ha desarmado con ayuda de Ángela y el chico ha intentado matarme. ¿Acaso no te importa cómo estoy?
La cara de Rocío se ensombreció al descubrir la implicación de su hijo con los Noguera, pero tantos años combatiendo contra los sentimientos habían creado a una persona fría que era capaz de autocontrolarse en las peores situaciones.
—Deja de lloriquear y enfréntate a que eres un absoluto fracaso para la causa. —Pellizcó las sílabas con el deseo de dañar a la sombra—. ¡Y haz el favor de obedecerme! ¿Acaso crees que me voy a tragar esa mentira acerca de tu hermano? ¿Que una infamia así va a evitar que te mire con desprecio? ¡Tu hermano es incapaz de aliarse con el enemigo!
La sombra se acercó a la pantalla para que su madre se fijara en sus facciones encendidas. Rocío acababa de rebasar el límite, un límite que llevaba años rozando.
—¡No lloriqueo! No voy a hacerlo nunca más. —Bramó con fiereza—. Mírame, mamá, mírame por última vez porque a partir de este instante no voy a obedecerte más. Puedes creer lo que quieras acerca de tu querido George, siempre has demostrado tus preferencias, pero ahora ya nada me podrá detener. ¡Voy a reunir todos los cristales! ¡Y voy a ser quien permita la llegada de Apophis! ¡La salvación eterna será mía!