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14 de diciembre de 2035

Mónaco

El reloj marcaba las doce de la noche cuando el pitido del teléfono los despertó. George rugió antes de alargar el brazo y hacerse con el aparato que no dejaba de insistir en perturbar sus horas de sueño. Desde que un paparazzi lo reconoció en Roma, apenas contaban con tiempo para descansar en su huida. Fue una temeridad quitarse la boina, la fama de George como cantante pesaba demasiado y el descuido puso en alerta a sus enemigos.

—¡Mick ha desaparecido! —Ángel no pudo reprimir una voz nerviosa al otro lado del aparato—. Le he buscado por todas partes y no está. ¡No me lo explico!

George se despertó de repente, como si las palabras de su cuñado le propinaran un bofetón en la mejilla. Pulsó la tecla para proyectar la videollamada en la pantalla del ordenador que descansaba en la mesita de noche y alertó a Ángela con la mirada.

—Te escuchamos los dos. ¿Qué ha pasado?

—Un calamar gigante ha roto la pecera de la habitación de Mick a media noche. ¡Ha entrado tanta agua que de poco se inunda el complejo! —empezó a explicar Ángel—. Hemos contenido la filtración gracias a los sistemas de seguridad instalados por Ray. Ahora mismo unos buzos están recomponiendo el cristal desde el océano.

—¿No eran cristales irrompibles? —preguntó Ángela muy alterada.

—Eso creíamos. —Ángel le lanzó una mirada circunspecta a su hermana—. Mick afirmaba que Apophis era la responsable de la rotura, pero no había ninguna serpiente, te lo aseguro. —Afirmó con la cabeza para enfatizar sus palabras—. Se ha puesto a temblar. Tenía la mirada perdida y vidriosa, sin expresión. No paraba de decir que la serpiente iba a por él, que se quería meter dentro de su cabeza y que la única manera de evitarlo era pasar por el ritual. Por eso hemos salmodiado cuando nos lo ha pedido. ¿Cómo íbamos a imaginarnos que se iría?

—¿Irse? —Ángela sintió cómo el pánico se extendía por su interior como un dolor sordo que le impedía respirar con normalidad—. ¿Adónde se ha ido? Estáis en una isla, no puede haberse largado sin más. ¿No pueden habérselo llevado?

—No. —Ángel le aguantó la mirada con los ojos vidriosos—. Las cámaras de seguridad nos demuestran que Mick ha salido al exterior por su propio pie a las seis de la mañana.

Tanto Ángela como George estaban deshechos. Mick apenas tenía la agilidad necesaria para mantenerse en pie. ¿Cómo iba a sobrevivir solo?

—Estáis en una isla pequeña, Ángel —dijo George—. No puede ser tan difícil dar con él.

—En eso te equivocas —contestó—. Se ha ido en el helicóptero que nos trae las provisiones una vez al mes.

Ángela fijó sus ojos centelleantes de ira en la pantalla.

—¿Por qué no lo has detenido? Por dios, Ángel, sólo tiene doce años y está enfermo.

—El helicóptero de provisiones viene cada día 14 a las seis y media de la mañana-explicó Ángel—. Agustí lo ha recibido, ha ayudado a descargar y lo ha despedido a las siete en punto. ¡No podía imaginarse que Mick se había escabullido dentro! —Suspiró—. No hemos descubierto su desaparición hasta la hora de desayunar.

—¡Debemos encontrarlo cuanto antes! —exclamó Ángela fuera de sí—. Sin medicación el nanovirus ganará la batalla. ¿Cómo le inyectaremos el antídoto cuando lo encuentres?

—No lo sé, Ángela. —Su hermano se derrumbó—. Después del ritual lo hemos dejado descansando en otra habitación. Eran las cuatro de la madrugada, estábamos muy cansados y el agua se drenó por completo. ¡No podía imaginarme que se iría!

—Mick estaba bajo vuestra responsabilidad. —Ángela permitió que una hebra un poco más pesada se colara en su voz—. ¡Es un chico de doce años! ¿Cómo has permitido que pasara por el ritual?

Ángel bajó la mirada al suelo. Analizó la respuesta a esa pregunta varias veces, pero no encontraba un argumento convincente para serenar a su hermana.

—Ha sido algo extraño, la verdad —musitó al fin—. Agustí lo ha ayudado a llegar a la cámara acorazada y ha situado los cristales formando un rombo. —Suspiró y alzó la mirada a la cámara del teléfono—. Cuando lo hemos visto allí, con las manos alzadas y la mirada vacía, los salmos han surgido de repente, sin que nos paráramos a pensar en nada.

George se levantó de la cama y se puso a andar de un lado a otro.

—Mick es nieto de Marta y de Mick e hijo tuyo, Ángela —dijo, sin detener el movimiento—. Los tres poseéis el don de la clarividencia. No sería descabellado pensar que Mick también posee la capacidad de recibir las visiones. —Se paró un momento frente a la Webcam del ordenador que servía de cámara para la videoconferencia—. ¿Ha tenido alguna reacción extraña al acabar el ritual?

—La verdad es que todo ha sucedido muy rápido —contestó Ángel—. Al terminar, Agustí ha guardado los cristales y los ha vuelto a encerrar en la cámara acorazada. Estábamos tan cansados que no nos hemos parado a pensar en lo que acababa de ocurrir.

Se detuvo unos instantes mientras ordenaba los pensamientos que se arremolinaban en su interior sin describir una secuencia clara.

—Cuando lo he acompañado a la habitación, me ha dicho algo un tanto extraño —dijo al fin, acariciándose el mentón y frunciendo el entrecejo—. Me ha dicho que él era una pieza importante en el suceso del 13 de abril y que su obligación era la de detener a Apophis junto a tres personas más.

—¿Estaba alterado? —se interesó George.

—La verdad es que ahora que lo dices me parece muy desconcertante. —Ángel suspiró con la mirada perdida en los recuerdos de la noche—. Cuando me lo ha dicho, estaba extrañamente tranquilo, como si tuviera muy claro que me estaba contando la verdad.

George se mordió el labio inferior.

—Mick puede ver el futuro.

—¡Está enfermo! —Ángela lo miró echando chispas por los ojos—. No está en condiciones de pronosticar nada. ¿Acaso no te acuerdas de lo que me sucede cuando recuerdo el pasado?

—El pasado, tú lo has dicho. —George regresó a la cama—. Ángela, no has predicho nada del futuro como tu madre o como Nostradamus. Puede ser que necesites a Mick para eso.

Se sumieron en un tenso silencio. Ángela se tapó la cara con las manos para ocultar el llanto que cuajaba en sus ojos; George reinició la caminata por la habitación; Ángel permaneció frente a la cámara, con el semblante pálido.

El secreto de los cristales
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