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13 de diciembre de 2035

Selva africana

En la pantalla del ordenador rezaba un tiempo limitado a 12 días para que Ingrid se cobrara la vida de Ron. Era su regalo de Navidad.

Cristina ya estaba totalmente recuperada del tiro que sufrió en el hombro y se pasaba las horas encerrada en su habitación rastreando posibles soluciones al problema. No podían entregar a Ray, Agustí, Ángela y George a cambio de la vida de su padre, pero tampoco se resignaba a dejarlo morir.

Mar se volvió irritable, como si los últimos acontecimientos se hubieran llevado su serenidad para convertirla en un manojo de nervios. Las únicas que mantenían la compostura eran la agente Alice y Cristina.

El mismo día en el que Ray encontró la amenaza en la página de la Ryan, Cristina tomó la decisión de indagar a fondo cualquier dato sobre la familia de Nicole Cooper, una persona que desapareció con su muerte fingida en la prisión. Pero, a pesar de sus esfuerzos y los de Ray desde la isla, no había más que ausencia de datos en referencia a Nicole, alias Rocío Ortiz, o a su hija Dolly, alias Ingrid Stein.

En la isla, Ray sometió a la informática capturada a innumerables interrogatorios con resultados nada alentadores. Elena Guix se mantuvo firme en el mutismo. Apenas pronunció cuatro palabras seguidas y todas fueron para insultar a sus raptores.

Cristina se desperezó en la silla y se frotó los ojos enrojecidos tras tantas horas atenta a la pantalla del ordenador. Unas bolsas amoratadas bajo los ojos dejaban en evidencia las pocas horas que dedicaba al descanso, y la palidez de su piel era tan extrema que parecía pedir a gritos el aire exterior. Exhaló un profundo suspiro antes de volver a centrar la mirada en la grabación. Analizó varias veces cada minúsculo detalle de la habitación donde tenían a su padre para intentar ubicar la escena, pero nada la ayudaba a localizar su emplazamiento.

—Deberías descansar un poco. —Alice acababa de entrar.

—Ha de haber algún indicio que nos ayude a rescatar a mi padre. —La mirada de Cristina se demoró en la masa rebelde de pelo rubio que colgaba lacio a los dos lados de las dulces facciones de Alice.

Lo que en un principio nació como una alianza para ayudar a Ron se había convertido en el reconocimiento fugaz de un sentimiento mutuo que cobraba fuerza a medida que los días avanzaban en el calendario.

Alice llevaba demasiados días apaciguando sus sentimientos al entremezclarse con la culpa de dejarse llevar en un momento tan crítico. Cristina se preguntó por enésima vez si tenía derecho a enamorarse en mitad de una situación tan desesperada.

Apartó la mirada de Alice para volver a fijarla en la pantalla y, al encontrarse con el cambio en la escena, dio un brinco en la silla a la vez que su corazón bombeaba el triple de sangre.

—¡Mira, Alice! —inquirió—. ¡Papá se está despertando!

Los ojos de Ron parpadearon varias veces. Los dedos se movieron presas de espasmos.

—Voy a buscar a tu madre —le dijo Alice—. Y a avisar a Ray. ¿Hay alguna manera de comunicarnos con tu padre?

—No lo creo. —Cristina negó con la cabeza—. Pero quizás Ray pueda acceder a la cámara de alguna manera y enviar algún tipo de señal a papá.

El secreto de los cristales
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