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13 de abril de 6013 a.C.

La cueva de la laguna

María se alejó por el bosque con una tristeza que le constreñía el alma. Se giró un par de veces, despidiéndose del paraje que consideraba su hogar. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas pálidas y enjutas. Durante más de 17.000 años aquel lugar constituyó el enclave donde se asentaba su familia, la conocedora de un secreto milenario que podría cambiar el rumbo de la historia. Sin embargo, ella sabía que era el momento de sellar la cueva y expandirse por el mundo. Sus descendientes deberían seguir los pasos trazados en un pasado lejano y dedicarse a preparar el fin del ciclo de ciclos.

Gara, Piros y Arena se agruparon junto a su hermana mayor, Huy. Juntas siguieron a María, su madre, y se adentraron en el follaje que iniciaría su nuevo rumbo. Lejos quedarían sus juegos cerca de la cueva donde una laguna mágica y misteriosa les despertaba sueños de gloria. Y la distancia borraría las danzas que plasmaron en una gruta cercana. Eran unos bailes especiales, donde una vez cada año se reunían nueve mujeres de su clan y rodeaban a su padre en unos movimientos ondulantes que transmitían el lenguaje de los salmos de una generación a otra. Las representadas en negro constituían las mujeres maduras de la familia; las de rojo eran las jóvenes iniciadas que debían aprender a venerar la tradición.

Las chiquillas, unas trillizas nada comunes en aquella época, y la hermana mayor, no lograron reprimir las lágrimas. Sabían que tras la muerte de su abuela debían acatar su voluntad, pero aquella misma mañana, cuando enterraron su cuerpo cerca de la localización de la cueva de la laguna y sellaron la entrada con un montón de piedras colocadas estratégicamente, el desconsuelo se despertó en sus corazones infantiles.

Por su abuela sabían qué se esperaba de ellas; la anciana confió los doce cristales a Huy. La conversación se forjó cuatro lunas antes de que la abuela falleciera, al cobijo de la hoguera en una noche fría y lluviosa.

Entre susurros ahogados la moribunda les contó la historia de la primera Eva, quien fundó dos estirpes enfrentadas que debían luchar hasta el fin del ciclo de ciclos. Antes de la separación de sus hijas, Eva les contó sus sueños proféticos a cada una por separado. María, la hija que recibió el rombo en su espalda, fue una mujer bondadosa que decidió quedarse a honrar la memoria de su madre; su cometido consistía en crear un clan que transmitiera la información hasta que nacieran tres chicas iguales en una familia con otra hija mayor. Los nombres de las trillizas debían ser Gara, Arena y Piros, y debían estar preparadas para recorrer medio mundo para encontrar los puntos energéticos.

Arena surcaría los mares en busca de una isla donde crear un círculo de piedras que encerrara el elemento tierra, Piros viajaría a través de los montes y los desiertos hasta llegar a otro continente, donde levantaría una pirámide sin paragón para marcar el elemento fuego, y Gara debería hacer el viaje más largo y pesado, hasta llegar a un nuevo mundo con personas de otro color de piel; su sino era encontrar el emplazamiento donde concentrar toda la energía del elemento aire, que rugía en un punto muy elevado.

Huy, la hermana mayor, debía estar preparada para una misión especial: encontrar un emplazamiento para los cristales, que debían permanecer ocultos durante milenios, hasta que el tiempo de aquel ciclo de ciclos llegara a su término y Ángela, una mujer del futuro, estuviera madura para evitar que Apophis destruyera la humanidad.

Cuando las descendientes de Arena, Piros y Gara cumplieran su cometido, las únicas herederas de la marca del rombo quedarían reducidas a las sucesoras de Huy, las verdaderas visionarias de la familia.

El bando de la serpiente, el que durante los últimos milenios había intentado robarles los cristales, tenía destinado el emplazamiento del elemento agua. Así estaba escrito en las estrellas y así sería. Pero nunca debían bajar la guardia a la hora de vigilar sus espaldas. El enemigo era fuerte, estaba armado y en el futuro podía ser una seria amenaza para la raza humana.

Cuando su abuela terminó de hablar, las cuatro hermanas se abrazaron. Un escalofrío les recorrió la columna vertebral mientras interiorizaban las implicaciones de las profecías de su abuela. Tal como sucedió con sus antepasadas, ellas deberían separarse para cumplir sus destinos y, en algún momento del futuro, sus actuaciones marcarían un sendero claro y preciso para una mujer llamada Ángela, una descendiente que uniría sus tres elementos y poseería un gran poder.

Con la ayuda de su madre y su padre atendieron a los últimos deseos de la anciana antes de iniciar el éxodo por las montañas que algún día culminaría con una separación definitiva. Repasaron las pinturas que marcaban la gruta cercana para emplazar la de la laguna, enterraron el cuerpo de su abuela en medio de ambas cuevas y sellaron la entrada de la laguna para evitar que nadie la encontrara antes de tiempo.

La alfombra de hiedra se internaba en un bosque espeso donde los árboles cobijaban sus sollozos sordos. Llevaban algunas horas de caminata cuando el último rayo de luz se perdió en el horizonte y un universo plagado de estrellas les mostró el camino a seguir. Algún día una descendiente de Huy regresaría al lugar. Algún día.

El secreto de los cristales
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