48

30 de noviembre de 2035

Estambul

Era una noche oscura, con varias nubes emborronando las estrellas y la luna. Un turco caminaba por la acera solitaria, sus pasos resonaron en el silencio como si fueran el latido acelerado del corazón de Ángela, quien lo observaba en silencio junto a Mick.

—Mamá —se impacientó el chico—. ¿Me vas a decir qué está pasando? —Le preguntó con los brazos en jarras—. ¡Ya no aguanto más que no me expliques nada! Es de noche, papá está durmiendo en el hotel y no entiendo a qué viene irnos a hurtadillas. —Soltó un sonoro bufido—. Nos dijiste que debíamos volar a Estambul para encontrar dos de los cristales y solo hemos recorrido la ciudad varias veces sin motivo aparente. ¿Dónde hemos de buscar? Piensa que tía Ingrid ya envió a un hombre armado al Gran Hospital. Gracias a la intervención de Ray ellos siguen pensando que estoy muriéndome, pero tarde o temprano descubrirán la verdad y empezarán a buscarnos.

Ángela dio tres pasos hasta situarse a la altura de su hijo. Sabía que no podía dilatar más en el tiempo la explicación, pero temía la reacción de Mick. Aspiró una gran cantidad de aire y lo soltó despacio mientras buscaba la manera de encarar el reto. Luego dirigió sus ojos hacia las pupilas encendidas de su hijo y, sin dejar de retorcer las manos, se sinceró.

—No podemos confiar en tu padre.

—¿Qué estás diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca? Papá es un buen hombre que te quiere con locura. —Gesticuló de forma exagerada con los brazos—. No voy a consentir que lo apartes de mí otra vez. ¿Me oyes mamá? Ya es suficientemente duro conocer la fecha de mi muerte como para que ahora me arrebates a mi padre. —Resopló indignado—. Durante toda mi infancia deseé saber quién era, pero me negaste ese conocimiento. Ahora lo he encontrado y no le voy a abandonar.

Madre e hijo retrocedieron hasta un banco del parque. Estaban frente a Santa Sofía, en una zona ajardinada que llevaba hasta la Mezquita Azul.

—Mick, sé que esto no resulta sencillo de entender, pero tu padre pertenece al otro bando. —Desvió la mirada para no encontrarse con los ojos humedecidos del chico—. No es algo consciente ni que él desee, tan solo es una realidad que supera su decisión de permanecer a nuestro lado.

—¡Él nos quiere!

—Eso no basta. —Ángela suspiró—. El otro día, en el avión, sucedió algo muy extraño. Estaba dormida, pero sentí como si alguien me despertara de repente. Tu padre estaba de cara a la ventanilla, con los ojos en blanco. Estaba pálido y sudoroso, con las manos enganchadas al cristal, y susurraba los salmos, los mismos que mi padre en el pasado. Le hablé para intentar despertarlo del trance, pero no me contestó. A tocarlo en el hombro sentí un chispazo, como si acabara de enchufarme a la corriente. —Se tapó la cara con las manos—. Pude penetrar en su mente y ver a través de sus ojos. Él estaba con su hermana y con su madre en medio del espacio, enviando energía maligna a alguien.

—Pudo ser un sueño.

—Lo siento, Mick, pero fue real. A esa misma hora tu prima Carla empezó a comportarse de forma extraña. Tus tíos aseguran que se pasó un día entero pidiendo que le sacaran una serpiente que tenía en la cabeza.

—¡Es absurdo! —Mick negó tres veces seguidas—. Papá no puede tener nada que ver con eso.

—No podemos arriesgarnos, o tu sacrificio será en vano.

Se quedaron un buen rato en silencio, desafiando a las manecillas del reloj, que se acercaban a las doce de la noche. Al fin, Ángela se levantó obviando la lasitud que envolvía sus articulaciones y rodeó a su hijo con los brazos.

—Vamos, ha llegado la hora de recuperar esos cristales.

—¿Y qué haremos con papá?

Ángela empezó a caminar, negándose a responder la pregunta que Mick le formulaba una y otra vez. En realidad, no estaba preparada para contestar, porque eso equivaldría a abandonar a George o a traicionarlo o... ¡No quería ni pensar en las opciones!

Caminaron un buen rato hasta llegar al antiguo Hipódromo.

—Hatshepsut Meritra escondió dos de los cristales en este obelisco. —Ángela se paró frente al monolito que adornaba el centro de la plaza—. Ella sabía que este granito desafiaría el paso del tiempo sin inmutarse y que llegaría a nuestros días de una pieza. Incluso sabía que resultaría dañado en la base cuando el emperador romano Constancio II lo llevara a Alejandría el año 357d.C., junto al obelisco luterano, para conmemorar sus veinte años en el trono.

Ángela acarició el pedestal del obelisco. Se acercaba el momento de emplear sus poderes, aquellos de los que renegaba de pequeña y que se prometió no volver a usar jamás.

—Nuestra antepasada utilizó un extraño ritual para introducir los cristales en la piedra sin dejar marcas. —Se apartó cuatro pasos hacia atrás y empezó a buscar los cofres de los rubíes en una pequeña mochila que llevaba a la espalda—. Necesito recurrir a mis poderes para domar la naturaleza si he de recuperarlos.

Se quedó quieta con las gemas en las manos y la mirada fija en la columna.

—¡Empieza de una vez! —Mick la exhortó a iniciar el ritual.

Ángela entró en una especie de catarsis. Sentía cómo sus pensamientos se alejaban, los veía pasar ante sus ojos en blanco como si fueran una película proyectada en una gran pantalla que la envolvía. Sostenía los cofres abiertos frete a su pecho, con los rubíes centelleando en su interior.

—¡Mamá! ¿Qué te ocurre?

Mick la miraba consternado, sin entender muy bien su cometido, pero cuando su madre inició la retahíla de salmos, supo cómo actuar. Se acercó a los rubíes que empezaban a emanar un flujo rojizo y los colocó alrededor de su madre formando un rombo. Ángela levantó entonces los brazos hacia el cielo, mientras Mick salía del rombo que unía a los cristales mediante un rayo lineal.

El tiempo se detuvo. Ángela sintió cómo su mente vacía se llenaba de energía a través de la proyección de varios rombos que se dibujaban uno dentro de otro hasta formar una cadena que se alargaba hasta el infinito. Su boca no dejaba de silbar en aquel idioma extraño, formado por palabras bisílabas.

Todo el poder de domar la naturaleza eclosionó en su interior. Los años transcurridos desde su infancia se fusionaron con el ahora y empezó a reunir la fuerza para iniciar un huracán, romper las placas tectónicas o enardecer el mar. Se vio a ella misma de pequeña, en cada una de las situaciones que su padre la obligó a vivir, y llenó la cadena de rombos con una energía tan poderosa que se escapó de ella y perforó el obelisco sin proferirle hendidura alguna. Fue como si la piedra se volviera de arena fina. Y los dos rubíes salieron entre los granos diminutos mientras el granito se condensaba de nuevo.

Cuando el tiempo retomó su curso, Ángela cayó al suelo como si fuera un peso muerto. Los cristales que acababa de rescatar del monolito estaban enterrados entre sus manos cruzadas sobre el pecho.

—¡Mamá! —gritó Mick antes de notar cómo el nanovirus le atacaba y lo desplomaba fulminado en el suelo.

El secreto de los cristales
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml