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28 de octubre de 2035

Calella de Palafrugell

El notario Riera caminó hacia uno de los sofás, que mostraba un llamativo estampado en tonos lavanda y morado. Llevaba una carpeta roja en la mano y andaba con aire solemne. Era un hombre de cincuenta y cinco años, enjuto, con gafas pasadas de moda, impecablemente vestido con traje chaqueta de corte clásico y una corbata nada sugerente. Se sentó en silencio, constató la instalación de un reproductor en 3 dimensiones, con disco duro preparado para captar las imágenes desde un lápiz óptico con entrada USB, carraspeó y abrió las gomas de la carpeta.

—Agustí, Ángel, Ángela, Mick, buenos días —los saludó con aire circunspecto—. Ha llegado el momento de notificar las últimas voluntades de Marta Noguera y Mick Harris.

—No acabo de entender la necesidad de reunirnos aquí el tercer día después de su muerte —objetó Agustí—. Además, ¿por qué nuestras familias no pueden estar presentes? ¿Y qué hay de los tíos, los primos y demás familiares?

—Tu madre y Mick fueron muy contundentes en ese sentido. La lectura del testamento debía hacerse en dos sesiones: una primera en absoluto secreto con vosotros cuatro presentes y la oficial ante el resto de implicados. —Se colocó la mano delante de los labios y dejó escapar una tos ronca.

—Debería mirarte esa tos —inquirió Ángel adoptando un aire profesional—. Te voy a pedir una placa de tórax para descartar una neumonía. La tos es demasiado dura para pasarla por alto, además he escuchado un par de pitidos al respirar. Pídele a Rosa una cita urgente, mañana mismo te quiero en la consulta.

—Hoy el profesional soy yo. —Mauricio Riera no perdió el aire solemne con el que había entrado unos segundos atrás—. Mañana cambiaremos los papeles si quieres, Ángel, y vendré a tu consulta, pero ahora me toca notificaros las últimas voluntades de Mick y de Marta.

Se produjo un silencio repentino. La pena volvió a ensombrecer los rostros de los cuatro presentes como un presagio de lo que sucedería a continuación. Ángela no pudo resistir la tensión sin resoplar un par de veces mientras retorcía las manos y se mordisqueaba el labio inferior. Cuando Mauricio abrió las gomas de la carpeta roja, los sonidos elásticos cobraron un volumen desmesurado en sus tímpanos. Retumbaron por el oído como unas vibraciones que se extendieron a todos los rincones de su cuerpo en forma de castañeteo de dientes y temblores incontrolados. El sudor le humedecía la frente y las axilas como preludio de uno de sus ataques, y la respiración se le aceleró tanto que le provocó jadeos involuntarios.

Perdió el mundo de vista durante unos instantes.

Un círculo opaco volvió a perfilarse despacio en medio de un cielo oscuro donde las estrellas parpadeaban inquietas en medio de la negrura. Justo en el centro pudo ver con claridad los rostros de Mick y Marta muy juntos, casi pegados. Estaban felices, sonreían, como la noche en la que los encontró abrazados sobre la cama, con un tiro en el pecho y dos charcos de sangre ensombreciendo el beige de las sábanas, como testigos de una muerte para la que Ángela no estaba preparada. El círculo mostró un diminuto segmento de luz para indicar que el ciclo de cáncer acababa de iniciarse.

Regresó a la realidad.

En medio del salón oscurecido Mauricio Riera se encargó de bajar las persianas y apagar la luz, se proyectaron las imágenes holográficas, a tamaño real, de Marta y de Mick sentados en el despacho de Mauricio. Marta llevaba el pelo recortado sobre los hombros, alisado, teñido de castaño y con un flequillo que se empecinó en llevar los últimos años. Su rostro mostraba las arrugas típicas de la madurez y las manos evidenciaban la artritis que la aquejaba desde hacía un par de años. Mick estaba muy serio, con las gafas de titanio ajustadas sobre la nariz y una espesa melena blanca que resaltaba la belleza del rostro tostado por el sol y ametrallado por las huellas del paso de los años. Los partidos de tenis y las sesiones en la sala de musculación del gimnasio le conservaban el cuerpo increíblemente bien para ser un hombre de 72 años.

Ángela sintió cómo la adrenalina circulaba por sus venas al doble de velocidad. Se enfrentaba a demasiados cambios en poco tiempo y tantos sobresaltos le disparaban unas cosquillas inquietantes en el abdomen. Durante los últimos treinta años había conseguido mantener a raya las visiones para que no entorpecieran su ya caótica vida, pero desde que esa madrugada resolvió acatar su destino, porque comprendió que no había nada en este mundo capaz de alejarla de él, todo se estaba descontrolando. Suspiró tres veces para atajar el acceso de angustia y fijó la vista en las caras de sus padres, que parecían resucitar en mitad de aquella sala a través de la proyección.

—Me gustaría que aceptarais nuestra desaparición con entereza. —Marta mantenía un porte erguido, con la mirada dirigida a ellos, como si pudiera verlos desde el más allá, y una media sonrisa perfilada en los labios—. Sabemos con absoluta precisión cuándo pasará y no tenemos miedo, así que necesito transmitiros mi serenidad. Ahora hay un enemigo de los Noguera que se ha armado. Es poderoso y vive muy cerca, se unió a la familia hace tiempo y convive infiltrado entre nosotros. Mick y yo llevamos años intentando descubrir quién es, pero no tenemos pistas para identificarlo. Sabemos que la sangre Ponsard corre por sus venas, que está cerca y que es el responsable de nuestra muerte. Ahora la tarea de encontrarlo os corresponde a vosotros. Por eso le pedimos a Mauricio que os cite en Calella en secreto. Esta casa es donde empezó mi viaje al mundo de las profecías y simboliza mucho para mí. —Hizo una pausa y fijó la mirada en Ángela, como si ya el día de la grabación estuviera completamente segura de dónde se iba a sentar—. No podéis confiar en nadie ajeno a este salón, no debéis dejar a nadie cercano a la familia al margen de vuestras sospechas, porque cualquier persona que haya tratado con nosotros estos últimos años es susceptible de ser un Visionario.

Los cuatro se quedaron con la mirada fija en Marta, las bocas abiertas y un semblante rígido. Durante unos breves segundos, mientras Marta lanzaba un beso y la cámara se dirigía hacia Mick, casi se podía cortar la tensión con un cuchillo. Todos los presentes consideraban erradicados a Los Visionarios del Tercer Milenio.

—Es importante recalcar que Los Visionarios se esconden en las sombras, esperando el momento oportuno para resurgir de sus cenizas, y que nunca desaparecieron por completo, solo nos lo hicieron creer —Mick le apretaba la mano a Marta con un ademán tierno—. Marta y yo escondimos documentación importante para atraparlos en un lugar secreto que deberéis encontrar. Las profecías que le dimos a Ángela no tienen validez, son un cúmulo de frases que preparamos como señuelo para despistar a nuestro silencioso enemigo. ¡Mostradlas a los demás como si fueran las verídicas y ocultad todo cuanto os será revelado! Sabemos que la fuerza del clan Noguera corre por vuestras venas, pero este enemigo es muy poderoso, el más poderoso desde el inicio de este ciclo de ciclos, y solo vuestra lucha puede salvar el mundo que conocemos.

Ángela dejó de escuchar...

...La sombra que acechaba en sus pesadillas desde la infancia se personificó de nuevo. Era una sombra alargada, oscura, sin rostro ni rasgos distintivos de ninguna clase. Solo podía distinguir la risa maléfica que emitía y la envolvía en la negrura.

El secreto de los cristales
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