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4 de noviembre de 2035

México

Las horas se sucedían sin éxitos. Rocío no podía detener el movimiento compulsivo del músculo que la obligaba a mover el párpado. Estaba ansiosa, muy ansiosa. Caminó por el jardín sin conseguir que el espacio abierto mitigara ni un ápice los nervios que la corroían.

Por primera vez en veinticinco años todos los planes se truncaban sin remedio. Era como si una fuerza oculta protegiera a Ángela. Y no podía permitir que ella viviera un segundo más sin revelarles la ubicación de los cristales. Pero las fuerzas de seguridad la custodiaban dentro del hospital sin permitirle infiltrar a alguien de su equipo.

Recordó con angustia la última conexión con su hija Dolly, ahora convertida en otra persona e infiltrada entre los Ponsard. Dolly se había rebelado contra ella, desafiándola con una mirada de animal rabioso que nunca antes esgrimiera. Toda la docilidad y la obediencia se habían esfumado de su cara, como si aquella magia que protegía a Ángela se tornara maligna al poseerla y ahora representara una seria amenaza para su madre.

Se sentó en el banco de piedra con la mirada alzada al cielo. Apretó la mandíbula con tanta fuerza que los dientes rechinaron. ¿George estaba con Ángela? Esas palabras envenenadas de su hija fueron el golpe definitivo, el que la dejó seca de serenidad y la internó en un torbellino de rabia y desesperación. ¿Acaso Dolly le había dicho la verdad? ¿O solo pretendía herirla?

Una lágrima de frustración resbaló impertérrita por la mejilla de Rocío. George era la piedra angular de su vida, la única razón por la que llevaba años en la sombra, tejiendo la red para que él consiguiera la salvación eterna e iniciara el siguiente eslabón de la cadena de ciclos. El fin de una era conllevaba, sin lugar a dudas, una nueva, y él era el elegido para representar a su bando en la siguiente.

Necesitaba saber la verdad, descubrir si tantos años de preparación y lucha estaban perdidos. Si George estaba de lado de Ángela...

Descolgó el teléfono con los dedos temblorosos.

—¿Cómo se te ocurre luchar contra uno de nosotros? —Su torrente de voz penetró implacable por los pabellones auditivos de George—. Creo que no eres consciente de la gravedad de tus actos.

George se escabulló al pasillo del hospital con el corazón cabalgando furioso. Caminó con el móvil pegado a la oreja, con miedo a hablar o a soltarlo, como si un simple gesto pudiera delatar sus sentimientos hacia Ángela y permitir que la cólera de su madre arrasara su cordura.

—¿No piensas decir nada? —Rocío hervía de rabia—. Necesito que me des una razón poderosa para esta insurrección. Eres el futuro líder de la causa, no puedes estar del lado de los Noguera, es antinatural. ¿No te das cuenta?

—No es tan sencillo —susurró George con un hilo de voz apenas perceptible—. Nunca me has contado qué esperas de mí. —El volumen se moduló cada vez más alto—. Toda esta lucha absurda me ha mantenido lejos de ti, sin conocer la identidad de mi padre. ¿Nunca se te ocurrió decirme que era Mick? No, claro, tú estabas demasiado ocupada tejiendo planes para matar a los Noguera. —Salió al exterior en busca de un lugar suficientemente apartado para poder verbalizar los traumas que arrastraba desde la infancia—. Me crié solo, con Dolly, en casa de los tíos, porque tú tenías cosas más importantes de las que ocuparte que de tus propios hijos. Y eso le costó la vida a mi hermana. ¡Mi gemela murió por la causa! ¿Valía la pena sacrificarla a ella, mamá? No quiero ser el líder de una organización sanguinaria, no a costa de más vidas inocentes. No te dejaré que le pongas una mano encima a Ángela y mucho menos a Mick. ¿Quieres saber quién es Mick? Durante años te he visto desquiciada por conocer la identidad de su padre, pues bien, te voy a dar una noticia bomba que quizás te haga reflexionar en cuanto a matarlo: el padre de Mick soy yo. El chico al que has ordenado matar es tu nieto, sangre de tu sangre.

George desconocía la verdad, que su hermana gemela estaba viva, que era ella la persona que intentó matarlo la noche anterior, que su madre también le había mentido en eso.

—¡Imposible! —Rocío sintió cómo un puño se descargaba sobre su corazón creando una presión insoportable—. ¡Tú no puedes ser el padre del chico!

Un dolor increíble le bajó a Rocío por el brazo izquierdo.

—Sí, mamá, sí puedo ser el padre de Mick. —Suspiró—. Conocí a Ángela en un concierto y mantuvimos un breve idilio.

—Me... me... me lo ocultaste —tableteó Rocío exhalando las últimas bocanadas de aire fresco antes de caerse al suelo con un dolor opresivo en el pecho y perder la consciencia.

—Mamá, mamá. ¿Qué te pasa? ¡Contéstame, mamá!

George intentó por todos los medios saber qué le sucedía a su madre. Primero activó la función de videoconferencia en su móvil, pero todas las imágenes que le llegaron de México fueron unas flores multicolores. Luego colgó y llamó al marido de Rocío, le explicó que estaba hablando con ella cuando algo le había sucedido.

Tras unos minutos de tensa espera al aparato, Domingo Ortiz le confirmó que Rocío yacía inconsciente en su jardín. Parecía como si acabara de sufrir un infarto.

El secreto de los cristales
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